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A principios de los años 1980s, por influencias muy personales del historiador e hispanista Stanley G. Payne, y de los ensayistas políticos Octavio Paz y Jean-Francoise Revel –no quiero olvidar asimismo a mi “hermano mayor” y colega universitario Luis “Luisón” García San Miguel–, abandoné el marxismo (no el interés intelectual por Marx) y el socialismo de mi juventud (PSP y muy brevemente PSOE: fui miembro de la comisión unificadora de ambos en 1978), iniciando el camino lógico y de sentido común hacia un liberalismo conservador, sin Partido, en que me siento bien instalado en la actualidad.
Estoy convencido de que todos los Partidos hoy practican la Partitocracia, que es el cáncer de la democracia (véanse mis varios artículos al respecto en La Crítica). Conviene revisar las viejas teorías sobre el partidismo y la representación en las democracias parlamentarias y presidencialistas del Establishment en Occidente (el movimiento MAGA en EEUU –anticipado por el Tea Party contra Obama en 2009– es un síntoma claro e interesante).
En España ya lo anticipó teóricamente Gonzalo Fernández de la Mora en los inicios de la Transición (La Partitocracia, Madrid, 1977), en paralelo a los célebres análisis histórico-sociológicos previos sobre “Oligarquía y Caciquismo” de Joaquín Costa, y los más recientes de resonancias costistas de Alvaro Rodríguez Núñez (Contra la Oligarquía y el Caciquismo del siglo XXI, Astorga, 2015), y de resonancias michelsianas de Dalmacio Negro (La Ley de Hierro de la Oligarquía, Madrid, 2015).
Quizás soy un ingenuo pero los únicos referentes políticos seguros que veo hoy de un auténtico liberalismo conservador en este dichoso/desdichado país son Ayuso en el PP, Abascal en Vox, Hughes y algunos colaboradores de El Toro TV - La Gaceta de la Iberosfera (y por supuesto de La Crítica) en los medios. No se cuánto resistirán. Siento decirlo, pero me han decepcionado muchos “liberalios” como Aznar, Rajoy, Casado, Feijóo, Rupérez, Margallo, Pons, FJL, Cayetana, Macarena, Iván, y ahora mi general Rosety, etc. Pero agradezco a Trump y Vance que –con sus tácticas histriónicas– los hayan desenmascarado.
Es sabido que el término (sustantivo y adjetivo, ideología y partido) “liberal” nació en España durante las Cortes de Cádiz, y a lo largo del siglo XIX aparecieron los partidos liberales en todo Occidente. Aunque en la Revolución Francesa el jacobinismo y el bonapartismo casi eclipsaron el liberalismo, éste floreció gradualmente en el Reino Unido de Gran Bretaña desde la Revolución Gloriosa, y en la Independencia y Constitución americanas será el fundamento del Establishment bipartidista hasta nuestros días: liberalismo conservador (Partido Federalista y Partido Republicano), y liberalismo progresista (Partido Demócrata).
Ciertamente en los EEUU se ha producido una modificación del significado de Liberalismo, adoptando unas formas exclusivamente progresistas e izquierdistas (muy próximas a las socialdemocracias europeas), que ha motivado el abandono de los sectores tradicionales derechistas y republicanos en favor de la denominación Conservadurismo.
El panorama se ha complicado con el triunfo electoral de Obama en 2008, un candidato radical, socialista, bajo la etiqueta del Liberalismo, aunque algunos intelectuales obamitas han tratado de explicar en una ensalada de palabras progre y erudita, pero caótica, las evidentes incongruencias: véase como ejemplo paradigmático el ensayo del profesor de Harvard, Cass R. Sunstein, “Why I’m a liberal (in the classical sense)” (The New York Times, 2023).
Por si fuera poco (la esposa de Sunstein, la activista obamita Samantha Power, ha sido directora de la agencia USAID, billonariamente corrupta pro-Woke-DEI durante la administración Biden), la irrupción de Trump y el movimiento anti-corrupción MAGA (¡78 millones de seguidores!) ha introducido en el sistema la bomba de relojería de un populismo liberal-conservador en el sentido tradicional, auténticamente clásico, no en el sentido impostado del Partido Demócrata y propagado por los Sunstein/Power, y las recientes administraciones partitocráticas/antidemocráticas de Obama-Biden.
Manuel Pastor Martínez
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