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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

El coleccionismo. Máximo exponente de la España del Siglo XVII

D. Diego Mesía y Guzmán, I Marqués de Leganés.  Anónimo, siglo XVII. Museo del Prado, Madrid.
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D. Diego Mesía y Guzmán, I Marqués de Leganés. Anónimo, siglo XVII. Museo del Prado, Madrid.

LA CRÍTICA, 20 FEBRERO 2022

Por Íñigo Castellano Barón
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En el siglo XVII se produjo en España una extraordinaria afición por las artes más variadas, especialmente por la pintura. Fue el rey Felipe IV, penúltimo monarca de la dinastía Habsburgo quien las fomentara creando una de las mayores colecciones del mundo, proporcional al Imperio que gobernaba, que en ese casi mediado siglo XVII incluía Portugal y sus vastos dominios de ultramar. (…)

… La construcción del palacio del Buen Retiro, lugar de descanso que mandara edificar el soberano español, requirió decorar numerosos salones y paredes con muebles y cuadros tanto de pintura española como procedentes de otros rincones del Imperio. Felipe IV a la cabeza de la nobleza y de otros amantes del arte, mandó a las embajadas informarse acerca de los grandes pintores así como de escultores y otros artistas en general. Pagó importantes sumas de dinero por lienzos de varias escuelas, tapicerías y otros muchos objetos que fueron depositados en el recién construido palacio. De todas las cortes europeas llegaban a Madrid para interesarse por el coleccionismo que ya entonces afloraba en los Países Bajos. Igualmente, los gobernadores y virreyes españoles de los reinos periféricos italianos y de Flandes, adquirían obras para ellos mismos o para el soberano. El propio príncipe de Gales, Carlos I Estuardo, (que fuera decapitado por el dictador Oliver Cromwell), vino a España a casarse con la infanta María Ana de Habsburgo, hermana de Felipe IV, y en Madrid permaneció durante unos meses. Sin embargo el enlace no llegó a realizarse por las personales diferencias entre el valido inglés, conde de Buckingham y el valido español, el conde-duque de Olivares, de tal manera que el príncipe de Gales regresó a Inglaterra frustrado en su intento matrimonial pero compensado con una magnífica pintura que le inició en el coleccionismo y en la posterior adquisición de la espléndida colección de la familia Gonzaga, duques de Mantua, que por razones económicas tuvieron que vender. En Inglaterra y gracias a los cuadros llevados de España por Carlos I Estuardo y sus propias adquisiciones, se inició la llamada corriente o escuela de Whitehall, nombre del que fuera hasta casi fin del siglo XVII el palacio real inglés.

Así pues, España se convirtió en el espejo del coleccionismo como también el palacio del Buen Retiro que serviría a los Estuardo para que décadas después se imitase el concepto de residencia real, ajena al palacio real, y mandasen construir otras residencias. El palacio del Buen Retiro se engrandeció con grandes salas temáticas dedicadas a las obras de arte más bellas y genuinas de distintas escuelas pictóricas y variados géneros. Muchos nobles donaron al rey grandes obras que ayudaron a la ornamentación de los miles de metros cuadrados que tuvieron que decorar. La construcción de la nueva residencia real española, fuera de las murallas de Madrid y alejada del entonces Real Alcázar, dio lugar a la creación de muchos puestos de trabajo de todo tipo: artesanos, artistas, constructores, carpinteros, pintores, y hasta de ingenieros especializados en conducciones de aguas para los jardines y estanques. Se estaba creando el embrión del que sería el actual Museo del Prado que fundara casi siglo y medio después, su descendiente Fernando VII a instancia de su esposa María Isabel de Braganza. La pasión por la pintura creció exponencialmente y los talleres u «obradores» en Italia, Países Bajos como también en España no dieron abasto tanto en la producción de sus propias creaciones como en copias de otros grandes «divos» de la pintura. Los «regatones» o marchantes de obras de arte, cruzaban las fronteras comprando originales de los antiguos maestros o negociando con los grandes artistas de la época. La demanda fue enorme por parte de los poderosos que necesitaron decorar sus patronatos y capillas que construían como parte importante de la fundación de sus mayorazgos. Muchas temáticas de los cuadros fueron pintadas por encargo. Las iglesias se vistieron con preciosas obras de grandes artistas que quedaron inmortalizados en sus paredes y los palacios y casas grandes se adornaron igualmente provocando a su vez una mayor demanda. Las órdenes de compra de arte llegaron a un punto que en algunos casos se daban cifradas para que otros mandatarios no pudieran irrumpir en las operaciones. Tal fue el mercado que las falsificaciones llegaron a producirse de manera frecuente. Toda Europa vivió la fiebre del arte y del coleccionismo y las tasas e impuestos que se cobraron por ellas en las fronteras incrementaron las arcas de la Corona. Velázquez se convirtió en el «aposentador real» del rey Felipe IV.

El mundo del arte convulsionó al continente mientras desde los virreinatos de América se demandaban obras y se hacían encargos. Muchos de los pintores trabajaban para sus mecenas o señores y España pasó a convertirse en uno de los principales mercados de destino de la pintura, teniendo como principales proveedores a Italia y Países Bajos. Un floreciente comercio de arte se desarrolló en aquel siglo en el que el imperio español seguía presente en prácticamente todo el orbe.

En este escenario surgieron grandes coleccionistas como el marqués del Carpio; D. Juan de Arce, el conde de Monterrey, el duque de Medina de las Torres, D. Jerónimo de Villanueva, el duque del Infantado, quienes en sus palacios albergaron lo más representativo de la pintura, pero sería D. Diego de Messía y Felípez de Guzmán, marqués de Leganés, casado con Policena Spínola, hija del gran general Ambrosio Spínola, conquistador de Breda, quien alcanzara tal colección pictórica que superó a la colección real que entonces contaba con ochocientas obras. Leganés legó a su muerte mil trescientas treinta y tres obras, desde Rafael El Divino hasta pintores contemporáneos. De él, Rembrandt, a quien dio a conocer a Felipe IV, llegó a decir ser la persona que tuviera más conocimiento pictórico de aquella Europa. Leganés además de asesorar al monarca en materias militares lo hizo en la pintura y en las compras que el monarca realizó. Acumuló en sus palacios un verdadero tesoro de objetos, tapices, armas, bustos de emperadores romanos, ricos relojes con autómatas, artilugios, cañones y un largo etcétera que no se puede imaginar. Por casi doscientos años la colección creada por Leganés, salvo algunas obras que regaló, permaneció en su descendencia sumándose a la espléndida colección de la casa de los condes de Altamira. Actualmente la colección permanece dispersa en los mejores museos del mundo y en alguna privada, pero el recuerdo de esta y el inventario publicado sobre la misma, dan fe para la historia.

El coleccionismo fue la expresión no solo de poder, sino igualmente de una fina sensibilidad que la cultura del imperio español supo expandir por todo el Occidente cambiando modos y maneras y despertando una vocación por el arte hasta entonces nunca vista en el conjunto continental europeo.

Iñigo Castellano Barón

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