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El general estadounidense Ulysses S. Grant, que luchó con éxito en defensa de la Constitución durante la guerra de Secesión, consolidando la democracia en su país como presidente republicano en la línea abolicionista de Lincoln, y asimismo enfrentándose eficazmente al terrorismo del Ku Klux Klan, declaró en cierta ocasión que los dos personajes históricos que más detestaba eran precisamente Robespierre y Napoleón, éste muy popular entre los generales coetáneos tanto del Norte como del Sur, y particularmente su némesis el general Robert E. Lee (v. M. Pastor Martínez, “Ulysses S. Grant y la consolidación de la democracia americana”, La Crítica, 1 de enero de 2022; y sobre todo la hoy imprescindible biografía de Ron Chernow, Grant, New York, 2017).
Resulta irónico que el mismísimo Hitler meditara sobre la histórica mutación del jacobinismo en dictadura napoleónica (Hitler’s Secret Conversations, 1941-1944, New York, 1953, p. 365).
Respecto a la partitocracia y el totalitarismo conviene reflexionar sobre la gran paradoja de que una parte se imponga al todo, un partido a la totalidad. Carl Schmitt, en una famosa conferencia que dio en España en 1962 afirmaba: “En la amplísima discusión sobre el llamado Estado Total aún no se llegó a la consciencia general que hoy día, no el Estado como tal, sino el Partido revolucionario como tal es el que representa la verdadera y, en el fondo, la única organización totalitaria” (conferencia recogida en su obra Teoría del partisano, IEP, Madrid, 1966, pp. 25-26).
Los dos modelos de Partido revolucionario que Schmitt y otros autores tuvieron en mente, por supuesto, eran el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Nazi de Alemania. En mucha menor medida resultaba modélico para los tratadistas el Partido Fascista de Italia (antes del experimento de la República Social de Saló bajo la tutela nazi) que pese a la retórica “totalitaria” había asumido la Monarquía y la vieja Constitución liberal de 1848.
V.U. Lenin diseñó una teoría de la organización partitocrática que se plasmó en el Partido Comunista soviético, que el secretario J. V. Stalin complementaría impulsando un despotismo burocrático absoluto. El esquema partitocrático será adoptado por Adolf Hitler en la década siguiente creando el Partido Nazi alemán que perfeccionará el secretario Martin Bormann llevándolo a un extremo dictatorial.
En sendos casos, la institución del secretario general del Partido (Stalin o Bormann) se convierte en el centro del poder —por encima del Estado y del Gobierno— de una partitocracia mutada en Totalitarismo.
Parece que fue el periodista alemán corresponsal en Rusia, Alfons Paquet, quien en 1918 creó el vocablo en que había desembocado la partitocracia comunista: “el totalitarismo revolucionario de Lenin”. La terminología se generaliza, incluso en España muy tempranamente, bien en sentido crítico (Pla, Unamuno, Ortega…), bien en sentido apologético tras la aparición del Fascismo y del Nazismo (O. Redondo, R. Ledesma, José Antonio Primo de Rivera…) (v. M. Pastor Martínez, “Totalitarismo en el lenguaje político español”, La Crítica, 5 de Julio de 2017).
El general Heinz Guderian, jefe del Estado Mayor del Ejército alemán ha descrito en su obra (Memorias de un soldado, 1950, p. 365) que antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, al margen del Gobierno, “una nueva burocracia del Partido vino en existencia paralela a la del Estado. El slogan de Hitler: El Estado no controla al Partido: el Partido controla al Estado, había creado una situación completamente nueva.” (v. M. Pastor Martínez, “El siglo del Totalitarismo”, La Crítica, 2017). Durante la guerra, Hitler insistirá en la misma idea: “El Partido debe controlar, no imitar, al Estado (…) el Partido siempre tiene supremacía sobre el Estado, porque tiene a su cabeza los hombres más activos y decididos.” (Hitler’s Secret Conversations, 1941-1944, ant. cit., p. 147). Significativamente estas conservaciones y palabras del Fuehrer fueron recopiladas por el secretario Martin Bormann.
Con el precedente temático español sobre oligarquía y caciquismo de Joaquín Costa, y paralelamente la sociología europea de las élites (Mosca, Pareto, Michels, Ostrogorski, etc.), Gonzalo Fernández de la Mora publica como una advertencia, en plena Transición política en España, la primera monografía sobre el problema estructural de los partidos políticos (La Partitocracia, IEP, Madrid, 1977).
La partitocracia en España, por desgracia, ya ha desplazado a la democracia. Estamos a mi juicio en una democracia no consolidada, fallida. El paso siguiente, si no hay una reacción restauradora de la democracia constitucional, es imponer el totalitarismo. Un gradual totalitarismo “suave” de nuevo tipo que ha germinado gracias a la corrupción económica en las democracias parlamentarias, tras implantarse un “mandato partitocrático” (contrariamente a la normativa prohibición parlamentaria del mandato imperativo), sometiendo una mayoría suficiente del poder legislativo al poder ejecutivo, y tratando mediante trampas a la Constitución de neutralizar al poder judicial.
Manuel Pastor Martínez
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