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Adiós Agosto ... ¡Hola incertidumbre!

(Ilustración: La Crítica / IA).
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(Ilustración: La Crítica / IA).

LA CRÍTICA, 31 AGOSTO 2025

Por Redacción
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editorialedicioneslacriticacom/9/9/28
domingo 31 de agosto de 2025, 11:09h
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El final del mes de agosto nos trae consigo la confirmación de que vivimos en un paradigma acelerado y desconocido. Las crisis políticas, sociales y tecnológicas convergen en un septiembre que se avista como un precipicio.

Tradicionalmente, este era el mes en que las sociedades bajaban las revoluciones, los parlamentos enmudecían y las redacciones se llenaban de noticias livianas. Era un espejismo consentido, un paréntesis necesario antes de la "vuelta al cole" y al fragor de la realidad. Pero el agosto de 2025 ha sido cualquier cosa menos una pausa. Ha sido un eco constante, la reverberación de las múltiples crisis que ya no se toman vacaciones. Cerramos el mes no con la sensación de haber descansado, sino con la certeza de que el ruido de fondo es ahora la melodía principal de nuestro tiempo. (...)

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Lo que nos espera en septiembre, y más allá, es la materialización de un concepto que lo define todo: la incertidumbre global. No es la duda rutinaria del porvenir, sino un vértigo existencial. Un nuevo paradigma para el que no tenemos manual de instrucciones, porque se está escribiendo mientras caemos. Las viejas brújulas se han vuelto locas, y los mapas que usábamos para navegar el siglo XX ya solo sirven para decorar paredes.

En España, agosto ha sido un reflejo de esta parálisis ansiosa. Mientras media nación buscaba refugio en las costas, los cimientos del Estado seguían vibrando. La sombra de la corrupción no se ha disipado con el calor; al contrario, hemos visto cómo sumarios que parecían dormidos despertaban con nuevas revelaciones, recordando que la metástasis de la deshonestidad sigue activa en las instituciones. La polarización política, lejos de amainar, ha encontrado en el estío un campo de batalla perfecto para las redes sociales, un enfrentamiento de trincheras ideológicas que ya no distingue entre periodos hábiles e inhábiles. La realidad de la inmigración en nuestras fronteras del sur, con su goteo incesante de vidas humanas buscando una oportunidad, nos ha abofeteado un día más, evidenciando la incapacidad de Europa para encontrar una solución que sea a la vez humana y sostenible.

Si elevamos la vista, el panorama mundial es aún más desolador. Las guerras se han cronificado. Ya no son explosiones agudas, sino fiebres persistentes que consumen regiones enteras. Los conflictos que acaparan titulares conviven con decenas de otros olvidados, dibujando un mapa planetario de fracturas que reconfiguran el equilibrio de poder. Occidente, mientras tanto, se mira al espejo y no se reconoce. La polarización ha dejado de ser un debate entre adversarios para convertirse en una lucha entre enemigos irreconciliables, minando la esencia misma del consenso democrático que nos sostuvo durante décadas. Las instituciones que creamos para garantizar la paz y la prosperidad parecen hoy estructuras oxidadas, incapaces de dar respuesta a los desafíos del presente.

Y en medio de este caos geopolítico y social, irrumpe, o más bien se consolida, la fuerza más disruptiva de todas: el avance exponencial de la tecnología. La inteligencia artificial ha dejado de ser una promesa de ciencia ficción para convertirse en una herramienta cotidiana, tan accesible como un smartphone. Y es aquí donde el paradigma se quiebra de la forma más íntima y profunda. La IA, al alcance de un niño, dinamita los cimientos de nuestra concepción del desarrollo humano.

El concepto clásico de infancia, ese periodo de inocencia, aprendizaje tutelado y desarrollo progresivo, se desvanece. Un niño con acceso a modelos de lenguaje avanzados o generadores de imágenes no es simplemente un niño con un juguete nuevo. Es un ser humano con la capacidad de crear y acceder a un volumen de información que supera con creces su madurez emocional y ética. Estamos presenciando el nacimiento de una "adolescencia prematura", un salto evolutivo forzado en el que se omiten fases cruciales del crecimiento. ¿Cómo se forma el criterio cuando una máquina puede generar un ensayo impecable? ¿Cómo se valora el esfuerzo cuando la creación es instantánea? ¿Cómo se distingue la verdad de la mentira cuando la realidad misma puede ser sintetizada?

Esta no es una simple crisis educativa; es una crisis antropológica. La tecnología no solo está cambiando lo que hacemos, sino lo que somos. Y esta transformación, silenciosa pero implacable, genera la más profunda de las incertidumbres, porque cuestiona la propia definición de humanidad.

Así, llegamos a las puertas de septiembre. Un mes que comenzará con la resaca de un verano que no fue, y que nos enfrentará a la acumulación de todas estas tensiones. La corrupción seguirá su curso judicial, la crispación política buscará nuevos escenarios, los dramas migratorios y bélicos continuarán su sangría, y la IA seguirá integrándose en nuestras vidas a una velocidad que ningún parlamento puede legislar a tiempo.

El reto, por tanto, es aprender a vivir en el vértigo. Asumir que la incertidumbre no es un estado pasajero, sino el ecosistema en el que nos toca desenvolvernos. Requiere una nueva forma de liderazgo, una ciudadanía más crítica y consciente que nunca, y una profunda reflexión sobre los valores que queremos preservar en este mundo acelerado. Septiembre no nos trae respuestas. Solo nos confirma la magnitud de las preguntas. Y nuestra mayor tarea, como sociedad y como individuos, será tener el coraje de empezar a formularlas, aunque las respuestas nos den miedo.

Desde La Crítica, queremos seguir siendo ese espacio donde pensar en voz alta, donde disentir con respeto, donde imaginar con libertad. Porque si el mundo cambia, el periodismo también debe hacerlo. No para adaptarse sin más, sino para resistir con inteligencia, para acompañar con lucidez, para provocar con argumentos.

Septiembre nos espera. No con certezas, pero sí con posibilidades. Y eso, en tiempos como estos, ya es mucho.

La Crítica

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