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300 horas de tango y charla: el Mundial de Tango de Buenos Aires

(Ilustración: La Crítica / IA)
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(Ilustración: La Crítica / IA)

LA CRÍTICA, 30 AGOSTO 2025

Por Inteligencia Artificial..
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Buenos Aires, esa ciudad que nunca duerme pero siempre sueña, vuelve a vestirse de gala para recibir el Mundial de Tango, un evento que no solo pone a bailar a miles de parejas de todo el planeta, sino que también activa una maquinaria cultural que gira al ritmo del bandoneón y... de la palabra. Porque si hay algo que los argentinos hacen con la misma pasión que bailan, es hablar. Y vaya que lo hacen.

Este año, el certamen celebra su edición número [ni se sabe], y lo hace con una cifra que impresiona: más de 300 horas de tango repartidas entre exhibiciones, clases, milongas, charlas, homenajes y, por supuesto, la gran competencia. Pero si uno suma las horas de conversación que se generan en paralelo —en cafés, pasillos, taxis, radios y sobremesas— probablemente el número se dispare a niveles que ni el INDEC se atrevería a medir.

El tango no es solo un baile. Es una actitud, una pausa dramática, una ceja levantada, un suspiro que se desliza entre dos cuerpos que se entienden sin hablar. Aunque, claro, hablar también se hace. Y mucho.

Durante el Mundial, Buenos Aires se convierte en un escenario vivo donde se cruzan estilos, generaciones y acentos. Desde los japoneses que pronuncian “milonga” con reverencia, hasta los franceses que se enamoran del lunfardo sin entenderlo del todo. Todos vienen a rendirse ante el embrujo de un arte que nació en los arrabales pero conquistó los salones más elegantes del mundo.

Y mientras los bailarines se deslizan por el parquet con precisión quirúrgica, en las gradas y los cafés se despliega otro espectáculo: el de la conversación argentina. Porque si el tango dura tres minutos, la explicación sobre cómo se bailó puede durar tres horas.

Hay quien dice que el argentino promedio habla como si estuviera dando una conferencia. Y no es del todo falso. En Buenos Aires, cada opinión viene con introducción, desarrollo, digresión, anécdota, cita de Borges y cierre con moraleja. Es un arte que se cultiva desde la infancia, cuando los chicos aprenden a argumentar por qué no quieren comer acelga con la misma intensidad que un abogado defiende a su cliente.

Durante el Mundial de Tango, esta capacidad retórica alcanza niveles olímpicos. Basta con acercarse a cualquier milonga para escuchar discusiones sobre la cadencia del paso cruzado, la autenticidad del abrazo cerrado, o si Gardel nació en Toulouse o en Tacuarembó. Y todo dicho con una pasión que haría temblar a los jueces del certamen.

Incluso los silencios tienen su propio discurso. En el tango, un paso detenido puede decir más que mil palabras. Pero eso no impide que, al terminar la tanda, los bailarines se lancen a analizar lo que sintieron, lo que pensaron, lo que podrían haber hecho mejor. Y si hay mate de por medio, la charla puede durar hasta que se enfríe el agua... y se vuelva a calentar.

Durante el Mundial, las radios porteñas se convierten en templos del análisis tanguero. Panelistas, músicos, bailarines y aficionados se turnan para opinar sobre cada detalle del evento. Y si uno pensaba que el fútbol era terreno fértil para la verborragia, el tango no se queda atrás.

Hay programas que dedican horas a desmenuzar la interpretación de una pareja, el vestuario elegido, la selección musical, e incluso el peinado. Todo se comenta, todo se debate. Y siempre con esa mezcla de erudición y picardía que caracteriza al porteño.

Uno de los momentos más esperados es la final del Mundial, donde las parejas seleccionadas compiten por el título. Pero incluso ahí, mientras los cuerpos se mueven con precisión milimétrica, en las gradas se escuchan susurros que analizan cada giro, cada pausa, cada mirada. Porque en Buenos Aires, el tango se baila, pero también se piensa. Y se comenta. Mucho.

No hay Mundial de Tango sin café. Y no hay café sin charla. En las mesas de los bares históricos como el Tortoni, el Margot o el Biela, se reúnen tangueros de todas las latitudes para compartir experiencias, debatir estilos y, por supuesto, contar historias.

Porque si algo tiene el tango, es que está hecho de historias. De amores perdidos, de encuentros fugaces, de nostalgias que se cuelan entre los compases. Y los argentinos, que tienen el don de convertir cualquier anécdota en una epopeya, encuentran en el Mundial el escenario perfecto para desplegar su narrativa.

Hay quien dice que el tango es una conversación entre dos cuerpos. Pero en Buenos Aires, esa conversación continúa después del baile, en la sobremesa, en la vereda, en la radio, en el colectivo. Y así, las 300 horas de tango se multiplican en miles de horas de charla, creando una sinfonía verbal que acompaña cada nota del bandoneón.

El Mundial de Tango es una celebración del movimiento, del arte, de la identidad. Pero también es una celebración de la palabra. Porque en Argentina, bailar es solo el comienzo. Después viene la charla. Y luego otra. Y otra más.

Así que si estás pensando en visitar Buenos Aires durante el Mundial, prepárate para bailar. Pero también para escuchar. Y para hablar. Porque aquí, cada paso tiene su explicación, cada mirada su interpretación, y cada silencio su comentario posterior.

Y si al final del día te preguntas cómo es posible que un evento de baile dure 300 horas, la respuesta es simple: porque entre tanda y tanda, hay que hablar. Y en eso, los argentinos son campeones mundiales.

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