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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Trafalgar: un último combate entre la tempestad

'Muerte de Churruca en Trafalgar', por Eugenio Álvarez Dumont, 1892. Museo del Prado, Madrid.
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"Muerte de Churruca en Trafalgar", por Eugenio Álvarez Dumont, 1892. Museo del Prado, Madrid.

LA CRÍTICA, 26 OCTUBRE 2024

Por Gonzalo Castellano Benlloch
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Es bien sabido que el 21 de octubre de 1805, frente al cabo de Trafalgar, las flotas franco-española y británica se enfrentaron en un combate mortal. Para muchos, el final de la contienda se resume en la figura de un agonizante Nelson que fallece con la satisfacción de saber que ha logrado una gran y decisiva victoria. Esta es la versión que los británicos quisieron perpetuar en la historia, y no es de extrañar, ya que fue utilizada como un mito clave en la creación de su identidad nacional (todas las naciones tienen los suyos). El problema surge cuando los españoles adoptamos esa versión sin reservas. No solo porque al hacerlo no honramos la memoria de muchos valientes que participaron en la batalla, sino principalmente porque faltamos a la verdad de los hechos. (...)

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Mucho y muy bueno se ha escrito sobre la batalla y me limitaré a hacer un breve resumen de lo sucedido, dando especial importancia a los días inmediatamente posteriores de los que rara vez se habla, pues muestran una imagen muy diferente a la comúnmente aceptada.


En la Europa de 1804 reinaba una paz endeble, fruto del Tratado de Amiens firmado dos años antes. La situación era delicada y las grandes potencias se preparaban para un nuevo escenario de conflicto. A finales de ese año, un acto de piratería británica terminó con una fragata española hundida frente al cabo de Santa María, lo que provocó que España declarara la guerra a los británicos. Paralelamente, Napoleón llevaba tiempo preparando una invasión del Reino Unido. Su objetivo era movilizar una importante fuerza en Boulogne-sur-Mer para desembarcar en las costas del sur de Inglaterra, tras atravesar el canal de la Mancha.


El problema fundamental fue que los británicos contaban en ese momento con la fuerza naval más numerosa (para hacernos una idea, los británicos tenían unos 100 navíos de línea a comienzos del siglo XIX, mientras que España contaba con unos 75), y Napoleón sabía que solo uniendo sus fuerzas con las españolas podría igualar la contienda. Los ingleses, por su parte, aprovechaban su superioridad numérica para mantener bloqueos en los puertos españoles y franceses a fin de evitar que estas flotas pudieran converger.



Los españoles


España contaba entonces con una poderosa flota naval y, posiblemente, con una de las mejores generaciones de oficiales de su historia. Sin embargo, entre bambalinas, la situación no era tan favorable, principalmente debido al estado de mantenimiento de los buques (como ya mencionamos en esta sección de la España Incontestable en el artículo sobre la defensa de Cádiz), y al estado de las dotaciones, con escasez de marineros de matrícula y la necesidad de recurrir a levas forzosas compuestas de chusma y condenados.



Los franceses


Al mando de la flota francesa de Tolón estaba el vicealmirante Charles de Villeneuve, con experiencia, pero falto de liderazgo y propenso a la depresión (presentó su dimisión, pero fue rechazada). El problema fundamental en el bando francés fue que durante la Revolución Francesa una generación de oficiales había sido asesinada, muchas veces por sus propias dotaciones, Por tanto, el mando era deficiente y las dotaciones también, ya que la marinería se completó con soldados de muy poca experiencia.



Los ingleses


Como hemos mencionado, los ingleses disponían de la flota más importante, pero también contaban con un grupo de oficiales y marineros muy experimentados y con buques bien cuidados y pertrechados.



El plan


Napoleón diseñó un ambicioso plan en varias fases. El objetivo principal era reducir la presencia inglesa en el canal de la Mancha para hacer posible el desembarco programado. Para ello, Villeneuve debía burlar el bloqueo en Tolón y dirigirse a Cartagena y Cádiz para recibir apoyo de la escuadra española. En una segunda fase, la escuadra combinada (con Gravina al mando de los españoles) se dirigiría a las Antillas, obligando a Nelson a dividir sus fuerzas y a prescindir de algunas de sus escuadras que en ese momento participaban en los bloqueos, para defender sus colonias. Tras esta maniobra, la flota de Villeneuve regresaría para romper el bloqueo. El plan, con matices, funcionó relativamente bien hasta el regreso a España de la flota franco-española, donde se encontró con la escuadra comandada por Robert Calder, dando lugar al combate del cabo Finisterre. En esa ocasión, los españoles al mando de Gravina se destacaron, logrando que Calder se retirara y evitara el combate durante varios días. Tras este enfrentamiento, la escuadra se reparó en La Coruña hasta recibir la orden de acudir a Brest para romper el bloqueo. Sin embargo, al poco de zarpar, Villeneuve divisó unas velas y creyendo que se trataba de una gran flota inglesa, puso rumbo a Cádiz, donde fueron bloqueados.



La antesala al combate


La paciencia de Napoleón se agotaba. La falta de decisión de Villeneuve le exasperaba, y exigió que la flota saliera de Cádiz rumbo a Brest. Se convocó entonces un consejo de guerra en el que se enfrentaron las opiniones del bando español, respaldadas por Villeneuve, y las del resto de los oficiales franceses. Gravina y Escaño sostuvieron que los barómetros indicaban mal tiempo y marejada, desaconsejando la partida. Argumentaban que las condiciones invernales harían que la escuadra británica se viera afectada. Los oficiales franceses, en un acto de bravuconería personificado en el contraalmirante Magón, pusieron en duda el valor de los españoles, lo que caldeó los ánimos hasta el punto de temer un duelo entre el propio Magón y Alcalá Galiano (que junto a Churruca eran los únicos brigadieres presentes). Finalmente, prevaleció la opinión de Villeneuve, y la escuadra decidió permanecer en puerto. Sin embargo, pocos días después llegó la noticia de que Rosily estaba en Madrid, enviado por Napoleón para destituir a Villeneuve y asumir el mando. Villeneuve, buscando apoyo de nuevo en Gravina, encontró en él una postura firme: más allá de su recomendación inicial, no se negaría a partir si esas eran las órdenes. Los españoles habían sido cabeza de lanza en el cabo Finisterre y lo serían de nuevo si era necesario. Como resultado, Villeneuve cedió a las presiones y el 20 de octubre ordenó zarpar a la flota de 33 navíos (15 de ellos españoles).



El combate


El amanecer del 21 de octubre de 1805 reveló las flotas franco-española y británica dispuestas para el combate. Hacia las 8 de la mañana, los británicos se desplegaron en dos columnas con una fuerza de 27 navíos de línea, mientras los franco-españoles lo hicieron en una formación en media luna. El combate comenzó. Los sucesos posteriores son bien conocidos, aunque en los últimos años los propios académicos británicos han reconocido el valor y la labor destacada de ambos bandos, citando ejemplos como el del navío francés Redoutable que inmovilizó a dos buques que lo superaban en altura y potencia de fuego. Del lado español destacan la resistencia del Santísima Trinidad, Santa Ana, San Juan Nepomuceno o el San Agustín. Este último recibió la atención del propio Collingwood (quien asumiría el mando tras la muerte de Nelson), que envió un bote a interesarse por la salud de su "bizarro comandante": Felipe Jado Cajizal, quien arriesgando su vida, impidió que se arriara el pabellón español. Collingwood permitiría que el San Agustín se hundiera con el pabellón izado, respetando la voluntad del comandante.


El problema en la comprensión de lo que significó la batalla reside en los números presentados. Las fuentes españolas y francesas parecen aproximarse más a la realidad, mientras que las británicas ofrecen una imagen demasiado favorable del resultado. No fue una victoria fácil, y esto se refleja claramente en el hecho de que Nelson, comandante de la flota británica, falleciera prácticamente al inicio del combate. Entender lo que sucedería en los siguientes días nos ayuda a tener una mejor comprensión del estado real de la flota británica. Quedaba todavía un último combate, pero de especial significación.



La tempestad


El durísimo enfrentamiento entre ambos bandos dio paso a una larga y triste noche interrumpida al amanecer del 22 de octubre por el inicio del tremendo temporal que Escaño había pronosticado. La flota aliada se encontraba fondeada en Cádiz y los británicos que habían capturado 17 navíos, permanecían en las inmediaciones.


Gravina y Escaño convocaron un consejo de guerra esa misma mañana a bordo del Príncipe de Asturias y decidieron que todos los buques en condiciones de navegar y combatir debían partir para recuperar los navíos capturados por los ingleses. El mar se agitaba con tal intensidad que no hubo más remedio que postergar la salida, manteniendo la flota en puerto hasta el 23 de octubre, cuando la naturaleza concedió una efímera tregua que permitió iniciar la operación de rescate. Salieron los navíos españoles Rayo, Montañés y San Francisco de Asís junto con 4 navíos franceses, fragatas y bergantines. Es importante destacar el valor de esta decisión ya que implicaba zarpar en condiciones climatológicas extremas y enfrentarse al riesgo real de una nueva batalla con los británicos. Además, el estado de algunos navíos era deplorable y requería reparaciones urgentes. Por ejemplo, el Rayo tenía velas agujereadas por los cañonazos, la jarcia rota y al poco de partir, el cabrestante se rompió hiriendo a 20 hombres y matando a 4.


Esta debilitada fuerza franco-española alcanzó a los ingleses y tras un breve combate, los británicos decidieron retirarse y abandonar la mayor parte de sus presas, en algunos casos incluyendo sus propias dotaciones que habían tomado el mando. Esta no parece ser la actitud de quien sabe que ha obtenido una victoria aplastante con pocas bajas…


Por último, cuando la escuadra británica llegó a Gibraltar con las pocas presas que lograron conservar, fue recibida discretamente, no con la pompa que se esperaría tras una gran victoria militar. Esto sugiere que no se percibió como el triunfo decisivo que hoy conocemos.



Consecuencias


En términos humanos y materiales, las bajas sufridas por los británicos fueron comparables a las del bando franco-español. Aunque la flota inglesa salió mejor parada, no fue una victoria significativa ni para unos ni para otros. Los franceses prefirieron olvidar lo sucedido y centrarse en su dominio terrestre, donde Napoleón sí demostró ser un genio militar. Los españoles por su parte, mantuvieron la segunda o tercera fuerza naval más importante del mundo durante un tiempo. La Real Armada perdió su influencia, no en Trafalgar sino tras la mal llamada Guerra de la Independencia.


Lo que realmente se perdió en Trafalgar no fueron tanto los buques o la preponderancia en el mar, sino una de las mejores generaciones de marinos que España tuvo, y que perecieron en esos días. De esa pérdida no nos recuperamos. Entre ellos aunque no los únicos:

  • Federico Gravina (Jefe de Escuadra): herido en Trafalgar, fallecería a causa de sus heridas pocos meses después.
  • Cosme Damián Churruca (comandante del San Juan Nepomuceno).
  • Dionisio Alcalá Galiano (comandante del Bahama).
  • Francisco Alcedo y Bustamante (comandante del Montañés).


¡Honor y gloria!


Gonzalo Castellano Benlloch


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