Los últimos acontecimientos que hemos sufrido en España revelan claramente que el período constitucional solo puede mantenerse en base a la buena voluntad de los constitucionalistas de fe, es decir: la Corona, como valor supremo, los Tribunales de Justicia que no la mayoría del Tribunal Constitucional (Órgano no jurisdiccional) y algunos líderes políticos tanto del defenestrado viejo PSOE como del arco de la derecha parlamentaria. Este es el escenario al que de manera persistente se sigue eufemísticamente llamando democracia. (...)
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Lo cierto es que día a día en la actividad parlamentaria, el debate, base de toda democracia está completamente ausente y lo peor es que ni se le espera. La parte más noble que es el hacer política con argumentaciones y contrapesos para intentar alcanzar acuerdos siempre en beneficio de la nación no forma parte de las Actas de Cortes que sin embargo reflejan insultos, provocaciones y personalismos, mayormente ajenos al interés general. Para rematar ciudadanos de la esfera privada son objeto de insidias y menciones solo por el mero hecho de estar vinculados a algún parlamentario. Ni la intimidad ciudadana, ni la ley de protección de datos, ni el decoro parlamentario que debe aflorar en las palabras y en los gestos, se respeta. A veces se llega a la obscenidad para mejor ilustrar una determinada postura acerca de un tema. El circo está montado. Pero sería injusto aseverar que todos son iguales, pues la verdad es que hay mucha distancia en todo lo antedicho, entre la izquierda que asaltó el poder como dijera en su día el mitinero y líder de la izquierda más radical, Pablo Iglesias, reconvertido ahora en burgués advenedizo, a la derecha tradicional del PP, desnortada y en busca de una centralización que no consigue ni con GPS. Las preguntas legítimamente formuladas por la oposición en la tribuna de oradores apenas obtienen respuestas cuando no la ironía mal usada y el insulto. Comisiones de investigación no faltan, pero ocurre lo mismo, mientras la legislatura se desliza al paso irritablemente parsimonioso de los tiempos judiciales. En este punto hago una referencia a los convulsos tiempos del siglo XIX en los que España navegó entre tres guerras civiles peninsulares como fueron las carlistas, la guerra de la Independencia contra Francia y las periféricas en Hispanoamérica, además de pronunciamientos y algaradas militares, exilio de los monarcas, proclamación de la Primera República y un largo etcétera de zozobra. Sin embargo, las Actas de aquellas Cortes reflejaron en los debates igualmente apasionados por sus contenidos, un alto nivel dialéctico y parlamentario, claras y precisas ideologías de muy diferentes signos. Fueron otros tiempos donde no se utilizaron el lenguaje inclusivo, ni se pervirtieron los conceptos, cualquiera que fuesen. El nivel de los representantes del pueblo era en su mayoría diputados con preparación académica y los variopintos partidos políticos de la escena parlamentaria se sustentaban sobre otros pilares más acordes a la función pública.
El panorama es muy grave, yo diría que en mi vida ya entrada en una madurez avanzada nunca asistí a tal espectáculo y desorientación de una España milenaria que supo hace ya siglos encontrar su propia identidad. Pero hay una esperanza que es exactamente la propia España maltrecha, cuyo rostro y tejido es recio como dirían en Aragón y acostumbrado a mil envites que ha ido superando cada vez para asombro del mundo. España no quiebra, solo se bambolea como un junco y así permanece. En la actualidad me resulta difícil distinguir o separar la extrema izquierda republicana o separatista del actual Psoe. Juntos gobiernan y pactan políticas propias de la primera. Una gestión gubernativa que solo se fundamenta en la necesidad de colmar la personal ambición de un mediocre político necesitado de su aforamiento para evitar tener que entrar en alguna autopista judicial. Su Gobierno pone en marcha consignas en las que España ya ni cree. Un Gobierno secuestrado en su propia indecencia que no puede pisar la calle por temor a ser abucheados, pitados, etc. Entretanto Europa mira unas veces complacida y otras, preocupada por el devenir de una nación de gran peso en la Comunidad Europea, pues se ve reflejada como un espejo en esa más que preocupante desorientación que en los últimos años ha mostrado la clase política europea repleta de advenedizos de corbata y oportunistas del azar que los pesebres de las partidocracias ofrecen generosamente. Del mismo modo me resulta difícil distinguir las políticas europeas pactadas de manera conjunta en su mayoría por socialistas y populares.
Al momento de escribir estas líneas nos encontramos en España con la dimisión política de uno de los líderes de la extrema izquierda que confiesa públicamente que aquello que propalaba como mascarón de proa de su ideario es contrario a la esencia de su persona. ¡Lo visto nunca! Y de paso arrastra a la incoherencia y descrédito más absoluto a su grupo parlamentario comunista que mira para otro lado y sigue erre que erre hablando del feminismo, del acoso sexual y de la libertad de género. Un estandarte ideológico que tomaron para entrar en la agencia estatal de empleo que presuponen los partidos políticos, como la independencia es y presupone a los separatistas para arrebatar más singulares privilegios a la nación española. El caso del Fiscal General del Estado vendido y comprado por el Gobierno de la nación que sin tapujo alguno declaró que le pertenecía, o el propio y actual ministro de Justicia cuya desvergüenza política produce bochorno a la mínima sensibilidad, la abogacía del Estado al servicio personal del presidente del Gobierno, como igualmente el rechazo por parte de algún miembro del Tribunal Constitucional, autoerigido en sala de apelación del Supremo, a ser recusado, da clara muestra todo ello de que la izquierda está totalmente amortizada. Nada más se puede esperar salvo el paso del tiempo y las circunstancias imprevisibles que concurran para poder vislumbrar unas nuevas elecciones generales.
Entretanto la derecha vive un sin vivir, pues la búsqueda del espacio político donde poder definitivamente asentarse y arañar votos para una futura victoria electoral le hace nadar entre dos aguas que emanan con fuerza. Esas fuerzas son los restos que queden de un PSOE amortizado, carente de toda credibilidad, y VOX. Ninguna fuerza política quiere ser canibalizada por otra, pero la realidad es que el actual Psoe ya ha sido canibalizado por la extrema izquierda debido a la personal ambición del presidente del Gobierno, acorralado por la corrupción y por el entramado judicial, que ha permitido un proceso de ósmosis en el que ya no se distingue del comunismo tras alejarse definitivamente de la socialdemocracia imperante en Europa. En mi opinión, correspondería a la derecha, es decir, al Partido Popular, como partido mayoritario en las Cámaras legislativas y líder de la oposición en el Congreso de los Diputados el que iniciara el ejercicio de la política en mayúscula. Corresponde como tal partido mayoritario acercar sus postulados políticos e ideológicos hacia aquel espectro político más próximo a su ideario y al sustrato de votantes de muy parecida sensibilidad que sustentan a ambos. Cierto es que la aritmética parlamentaria requiere para gobernar, fin último de la acción política, la unión de idearios afines para en coalición quitar el cáncer que rompe España, pero por ello mismo, debe ser quien detenta y se hace llamar jefe de la oposición quien debería tender los puentes de esa coalición y no por el contrario reventar sus pilares para proclamar a los cuatro vientos que les es más cómodo o próximo el centro izquierda. Me pregunto cuál es el centro izquierda en la actual España, mientras la propia derecha sigue buscando el centrismo y en declaraciones públicas se apela más al voto socialista que al más conservador, al que se rechaza igual y públicamente.
En resumen y como ya ha quedado dicho, la derecha está desnortada al no encontrar como armonizar sus diferencias con el ideario más afín, y no liderar la conciliación y subsiguiente coalición. La izquierda más que amortizada y el parlamentarismo muerto.
Iñigo Castellano y Barón
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