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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Mazarredo, el gran Almirante. De la gloria al olvido

'El Almirante José de Mazarredo', por Francisco de Goya.
"El Almirante José de Mazarredo", por Francisco de Goya.

LA CRÍTICA, 10 MARZO 2025

Por Íñigo Castellano Barón
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En recuerdo del gran marino y patriota.

La España del siglo XVIII y XIX afrontó grandes y singulares retos por mantener la hispanidad de los virreinatos americanos frente a otras potencias. La revolución francesa cambió los grandes paradigmas europeos y las ideas ilustradas penetraron en su tejido social amenazando sus viejas estructuras. Francia en su última etapa revolucionaria fue gobernada por un Directorio y posteriormente por Napoleón Bonaparte, quien llegando de Egipto, se convirtió en el Primer Cónsul para encauzar un nuevo orden. Tras aplacar las hordas revolucionarias y el descontrol, se encaminó hacia su propia coronación como emperador de los franceses. España, por su peninsularidad e Imperio, fue un país de grandes e Ilustres marinos quienes en la historia de la navegación española hicieron de la Marina de Guerra una de las más temidas y admiradas por sus propios enemigos. (...)

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Sus victorias y exploraciones fueron incuestionables, alcanzando el palmarés de oro de la navegación universal. El almirante José de Mazarredo, una de las figuras más brillantes de la historia naval española, fue reconocido por su talento estratégico, sus innovaciones en la cartografía y su papel en la modernización de la Armada. Con una mente analítica y formación excepcional, destacó no solo en combate, sino también en la enseñanza y organización naval. En 1788 el incompetente Manuel Godoy, valido de Carlos IV, se convirtió en férrea oposición de nuestro protagonista, el Teniente General de la Armada, José de Mazarredo.

EL PERSONAJE

José de Mazarredo Salazar de Muñatones y Gortázar nació en Bilbao en 1745. Pariente Mayor de Vizcaya (linajes nobiliarios más influyentes del Señorío). Casó con una hija de los marqueses de Rocaverde, Antonia de Moyúa, de quien tuvo una hija. Desde pequeño desarrolló tanto sus dotes de mando y de observación, como de organización y formación científica, llevándole a desarrollar la cartografía y métodos de navegación muy útiles en su tiempo. Guardia marina con catorce años de edad, inició su brillante y rápida carrera militar ascendiendo por méritos propios hasta llegar al grado de Teniente General de la Real Armada que ostentó durante casi cinco lustros. Su carrera estuvo lastrada por el caprichoso Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. Sus capacidades le permitieron la creación de diversas escuadras preparadas para enfrentarse a los ingleses en el Canal de La Mancha, en Espartel y en Cádiz. Se encontraba la armada española muy desprovista de marinería y sus buques en mal estado. Se requería aprovisionamiento de tropas como otras necesidades para alcanzar una buena y eficaz operatividad. A lo largo de su vida, Mazarredo tuvo como principal objetivo devolver a la armada española el prestigio y excelente nivel que siempre le correspondió, pero la Hacienda Pública y la incomprensión gubernativa no colaboró en el grado deseado, por lo que Mazarredo reivindicó repetidamente a Godoy enmendar tan manifiesta deficiencia. Concibió y desarrolló de manera muy certera un método de cálculo de la longitud para conocer la posición de un barco para poder trazar la derrota estableciendo la primera medición exacta del meridiano en España. Por aquel entonces Mazarredo, capitán de fragata, no intervino directamente en la independencia de las 13 colonias americanas pero si mostró su apoyo, aprovisionando recursos o aconsejando planes estratégicos que fueron muy considerados.


LA GLORIA

A consecuencia de su afán científico, Mazarredo navegó por el Atlántico al mando de expediciones de esta naturaleza llegando hasta la isla Trinidad del Sur y a Manila donde, como anécdota curiosa, embarcó a un elefante para el Real palacio de Aranjuez. De regreso colaboró en la fracasada expedición a Argel, donde Mazarredo se distinguió por su minuciosa coordinación del desembarco de las tropas así como de su reembarque, tarea altamente dificultosa por las circunstancias que les rodeaban. En 1776 creció en fama y rango a capitán de fragata y al año siguiente se encargó de las Compañías de Guardias Marinas redactando una reforma del Plan de estudios y la llamada Lecciones de navegación. Desde entonces estas Compañías estuvieron vinculadas bajo su mando, excepto en su exilio del sexenio entre 1802 a 1807. Durante años navegó con los oficiales que hacían el curso de ascenso a los que instruyó con el ardor que le caracterizó, mientras, cuando la circunstancia se daba, perseguían a los piratas argelinos. En 1779 fue nombrado Mayor General de la Escuadra del Mar Océano que mandaba el Teniente General Gastón de Iriarte. En ese tiempo desarrolló sus conocimientos de táctica naval y astronómica y reforzó la disciplina de la marinería y oficialidad bajo las Ordenanzas de la Armada Naval que previamente redactó junto a otros numerosos textos dirigidos a la formación de oficiales. Fue ascendido a Comandante General de la Escuadra del Mediterráneo.

En los siguientes años cerca del Estrecho de Gibraltar apresó 51 velas inglesas que llevó a Cádiz, manteniendo en jaque a las escuadras inglesas impidiéndolas socorrer a Gibraltar. En 1781 con treinta y seis años de edad, Mazarredo fue nombrado Brigadier. En coalición con la escuadra francesa se dirigió al Canal de la Mancha para bloquear la salida de la flota inglesa y permitir entretanto a la española del Mediterráneo intentar reconquistar Menorca. Hasta tres campañas realizaron en el Canal, en las cuales consiguieron apresar numerosas velas. En Cabo Espartel, Mazarredo con su flota encontró a la del almirante inglés Howe, quien rehusó el combate y Mazarredo combatió contra su retaguardia que escapó a toda vela. Siendo el año de 1785 Mazarredo dio con éxito sus primeros pasos como diplomático en la rada de Argel ante el magnífico Mahomet Pachá Dey, Diván y Milicia de Argel, para dar solución al problema de los piratas berberiscos que renunciaron al apresamiento de barcos españoles. Mazarredo en 1789 con cuarenta y cuatro años de edad ya era Teniente General.

Carlos IV admirado de la creciente fama del marino, le encargó personalmente la recopilación de todas las Ordenanzas reales y cuantas ampliaciones o modificaciones estimase necesarias, lo que concienzudamente llevó a cabo junto a su ayudante y leal amigo Antonio de Escaño. Hoy día, más de doscientos años transcurridos, parte de sus disposiciones se encuentran vigentes. En 1795 se hizo cargo del mando de la escuadra del Mediterráneo. Arboló su insignia en el buque Purísima Concepción de 112 cañones. De inmediato consciente de la penosa situación de la Armada, trazó un plan de recuperación de las estructuras navales, logísticas y de las escasas dotaciones de marinería que se desempeñaban en circunstancias muy precarias. Godoy conoció todo ello al recibir incómodamente las quejas y crítica de aquel patriota que tan solo perseguía la eficiencia de la flota española. En 1796, el almirante Mazarredo ante la inutilidad de sus firmes y exigentes reivindicaciones al Príncipe de la Paz, presentó su dimisión como comandante general de la escuadra en Cádiz, volviéndose al arsenal de El Ferrol. Más al año siguiente se le pidió tomar de nuevo el mando en Cádiz frente al asedio inglés. Nombró capitán de Navío al que pasaría a la historia como gran héroe, Cosme Damián Churruca. Frente a la escuadra inglesa de 23 navíos fondeada en la boca de la bahía, en el placer de Rota, la insignia de Mazarredo fue nuevamente arbolada en el navío Purísima Concepción.

En febrero tuvo lugar la batalla del Cabo de San Vicente (El Algarve) contra los ingleses, donde participó el más grande buque de aquellos tiempos: El Santísima Trinidad bajo el mando del general José de Córdova donde la escuadra española salió derrotada en el enfrentamiento con el almirante inglés John Jervis. Inglaterra quiso neutralizar la flota española refugiada en el puerto de Cádiz cuya ciudad quedó bloqueada y cañoneada por órdenes del almirante Jonh Jervis. Durante el largo sitio, tomó el mando Mazarredo muy apoyado por Federico de Gravina, otro de los grandes héroes. Estableció defensas, fortificaciones; aumentó su escuadra y reparó navíos, sin por ello dejar de poner todo su celo en la formación de oficiales y marinería. Organizó una flotilla ligera de tartanas, lanchas de navío y abordaje, bombarderas y botes de servicio, de no más de tres metros de eslora, colocando un cañón en cada una, dirigidas por expertos pilotos como Gravina y Churruca entre otros. Con éxito varias veces se enfrentaron siempre por popa o proa a la flota inglesa que sitiaba la ciudad. En las encrespadas olas, las lanchas muchas veces ocultas en la espumas de aquellas se acercaban muy próximas a las naos inglesas que bajo el mando de Horacio Nelson inútilmente disparaban sus cañones sin acierto pues la baja cota de navegación de las pequeñas barcas de Mazarredo impedían a los cañones ingleses mayor inclinación para alcanzar las lanchas en superficie. Consecuencia, varios navíos de línea y dos fragatas fueron hundidas y cientos de marinos ingleses, muertos y heridos. De ello surgió una copla que los gaditanos cantaron alborozados, que rezaba así: «De qué le sirven a los ingleses tener fragatas ligeras, si saben que Mazarredo tiene lanchas cañoneras», u otra: «El cachirulo de Mazarredo sacó la escuadra y dio un paseo. Y a los ocho días ya estaba Mazarredo en la bahía». El bloqueó continuó pero Mazarredo logró sacar algún navío como el Santa Brígida que mandó a Veracruz cargado con mercurio (azogues), generalmente utilizado en la minería de plata. Esta operación sirvió además para ejercitar prácticas y maniobras navales en condiciones adversas. Mazarredo estudió siempre los mínimos detalles sin dejar nada al azar. Su mente científica y serena sobresalió entre cuantos le rodearon y admiraron. En 1798, protegidas por las cañoneras de Mazarredo, las salidas y entradas burlando el cerco inglés por el caño de Santi Petri se hicieron constantes, incluso en algunas noches varios navíos esquivaron las líneas de bloqueo para dirigirse a América. Entretanto, las baterías españolas de costa, así como las lanchas cañoneras jugaron un brillante papel apoyadas por una infantería de marina bien preparada. Fueron varios los encuentros, algunos de ellos comandados por parte inglesa del entonces joven Horacio Nelson que fue herido por un cañón español. En Cádiz algunos edificios fueron derribados por el cañoneo inglés, pero los gaditanos resistieron a sabiendas de que Mazarredo venía alcanzando sucesivas victorias en las escaramuzas, una de ellas combatiendo al propio Nelson. Las lanchas cañoneras fueron paulatinamente desarmándose para equipar nuevos y mejores buques a los que dotó con mejor y más entrenada tripulación. En cierta ocasión la escuadra francesa, viniendo de Brest en apoyo a la española, continuó incomprensiblemente ruta a Tolón, sin prestar la tan necesaria ayuda. La flota ingresa salió por el Mediterráneo en su persecución, circunstancia que Mazarredo aprovechó para cruzar la boca del Estrecho y bloquear a su vez las fuerzas inglesas que pudieran venir de refuerzo.

En la persistente situación de sitio, Mazarredo volvió a ser reclamado directamente por el propio Carlos IV para defender esta plaza gaditana, nombrándole Comandante General, con la oposición de Godoy que llegó a afirmar al rey que Mazarredo estaba algo trastornado. Nuevas divergencias del marino «el bilbaíno» con Godoy le apartaron del puesto, teniendo que regresar a Madrid. Aunque el bloqueo naval se mantuvo hasta iniciado el año de 1799, los intentos británicos por tomar Cádiz fueron infructuosos.

Finalizado el bloqueo y debido a la alianza hispano-francesa acordada en el Tratado de San Idelfonso, 22 navíos españoles de línea y varias fragatas bajo el mando de Mazarredo arribaron al puerto de Brest, uno de los más protegidos de la costa francesa y más próximo a Inglaterra. Desde allí, las escuadras de ambas naciones preveían invadir Inglaterra. Pero los planes franceses eran otros… En 1799 la situación política en España y la influencia francesa sobre Carlos IV y Manuel Godoy crearon tensiones.

El Directorio francés que obstinadamente presionaba al gobierno de Godoy en el contexto de la alianza, impuso que la escuadra combinada de 18 navíos españoles y 28 franceses tomaran la derrota hacia el puerto francés de Brest, contrariamente a la opinión de Mazarredo que hubo de acatar la orden que tanto interesó a Napoleón (Primer Cónsul) para hacerse con la escuadra. En la travesía avistaron buques ingleses pero el almirante Bruix se negó a entablar combate, pese a la superioridad de la flota combinada. Se arribó al puerto francés en agosto de 1799. Mazarredo fue recibido por una salva de honor de catorce cañonazos. La falacia francesa, la ignorancia o mala fe de Godoy, junto a la permanente sumisión de su Gobierno al Directorio francés, hizo que la flota española permaneciera dos largos años en dependencia de los intereses napoleónicos. Mazarredo se convirtió, sin ser su deseo, en embajador ante el Primer Cónsul que continuamente le retenía en París con uno u otro pretexto para evitar que el almirante español fuera a Brest para llevarse la flota a Cádiz. Durante ese largo período Mazarredo recibió en la capital gala permanentes agasajos, desarrollando una hábil tarea diplomática y resolviendo numerosos problemas producidos por las maliciosas manipulaciones francesas frente al Gobierno del rey, sin por ello desatender las continuas necesidades de sus buques como de la tripulación bajo el mando interino de Gravina que permanecían sitiados por una escuadra inglesa en el puerto de Brest. Finalmente Carlos IV, molesto por el ataque de dos navíos ingleses a El Ferrol, envió una Real Orden al Directorio y Gravina sacó la flota española, salvo algunos barcos que quedaron bajo el mando del jefe de escuadra don Antonio de Córdoba que irían después, poniendo rumbo a Cádiz a pesar de que la Royal Navy señoreaba el Atlántico. Mazarredo había conseguido como un líder naval afrontar los desafíos políticos y operativos con pragmatismo y visión estratégica. En 1801 en la bahía de Cádiz las voladuras de dos navíos españoles llevó a Mazarredo a ordenar al contralmirante Moreno auxiliar a la flota combinada. Esta orden supuso de nuevo divergencias con Godoy. Mazarredo, abatido ante tanta incomprensión y desacierto por parte del Príncipe de la Paz, solicitó su retiro y vuelta a su casa de Bilbao. Allí terminó propiamente dicho su carrera militar. Por todos fue honrado y reconocida la injusticia cometida contra él. La alianza con Francia cada vez más impopular llevaría en 1802 a la Paz de Amiens firmándose una tregua temporal con Gran Bretaña y recobrando España definitivamente Menorca.

En 1804, un incidente cambió la sosegada vida de Mazarredo en su ciudad natal. Las gentes de la Anteiglesia de Abando se amotinaron con Bernárdo de Zamácola al frente (La Zamacolada) y tomaron presos al Corregidor del señorío de Vizcaya y a los procuradores generales. El conflicto se hubiera extendido si no fuera por la intervención de Mazarredo y de su amigo Urquijo, quienes por su autoridad y posición como Padres de la Provincia y del rango y prestigio militar de que gozaba el almirante, mediaron imponiendo el orden, y evitando que el amotinamiento se extendiera por el resto de las provincias vascas. Noticias erróneas y maliciosas del Gobierno de Madrid hicieron detener a Mazarredo que inmediatamente fue conducido con escolta hasta Santoña donde se le incoó juicio tras el cual quedó libre de todo cargo. Pese a ello, el rey le ordenó exiliarse a Pamplona donde permaneció hasta 1807 que regresó a Bilbao. En 1805 tuvo lugar la batalla de Trafalgar en la que el francés, almirante Villeneuve, no supo organizar la flota combinada, llevándola a un desastre. Desde su exilio, Mazarredo sufrió lo indecible sabiendo de las erróneas operaciones llevadas a cabo en la batalla.

En 1808, el motín de Aranjuez derrocó a Godoy, y al poco en España se produjo el alzamiento del 2 de mayo contra la invasión napoleónica que impuso a José Bonaparte como rey de España, quedando la real familia a buen recaudo en Francia.




EL OLVIDO

Los pérfidos intereses franceses sobre España que hasta hacía poco fue su aliada, marcó un complejo escenario en el que Napoleón dominó aquel complejo tablero de ajedrez. Se quiso trasladar la flota española a Francia pero Mazarredo proclamó a los cuatro vientos que aquello no debía consentirse. Por entonces, las Juntas Provinciales Gubernativas estaban ocupadas en detener al invasor. Entretanto Mazarredo en una primera instancia se opuso a colaborar con el rey Bonaparte, pero finalmente pensó que desde dentro podría mejor salvar la escuadra y mantenerla en España, así que asumió el puesto que previamente había rechazado y aceptó el ser Ministro de Marina, evitando así que Napoleón usase la armada española a su antojo. Aquello fue el final de su gloria, pues hasta sus más afectos colaboradores le abandonaron sin haber comprendido el íntimo y personal sacrificio que el almirante asumió, pese al coste personal y reputacional que su puesto le infringió. Enfermo y agravado por la gota, alejado de sus propios compañeros y antiguos admiradores, murió en Madrid en julio de 1812. Churruca, el héroe de Trafalgar que sirvió a sus órdenes, escribió sobre Mazarredo: «Todo el mundo le mira como un oráculo y aún los más altos le rinden obediencia; de todo le hace digno su singular habilidad: si la España fuera capaz de dar buena acogida al mérito, ¿qué premio habría para ese hombre que fuera capaz de recompensarle?».

Su hija Juanita de Mazarredo haciendo justicia a su admirado padre compuso:

«Quien holló siempre el adorado encanto /Del oro seductor, Marte en la guerra, /Naval Numa en la paz: quien de Inglaterra /Bajo auspicios mejores fuera espanto, /Quien a Cádiz libró de eterno llanto, /Y veraz nuncio, al poderoso aterra: /¿Mayor tributo no obtendrá en la tierra /Que el débil homenaje de mi canto? /¿Habéis Musas de Iberia enmudecido? /¿Verá, ingrata la Patria, en su desdoro /Hundirse el claro nombre en el olvido? /Vuestros acentos a favor imploro: /Del héroe en quien Bazán ha renacido /Cantad al Mazarredo que yo lloro».

El autor de estas líneas como descendiente directo, visitó el Panteón de Marinos Ilustres en San Fernando (Cádiz) y a duras penas logró distinguir en pequeña letra su glorioso nombre inscrito en la cúpula, allí, donde apenas se vislumbra lo escrito. Mi tributo a este gran marino y patriota al que como en la Eneida, recito: «arma virumque cano…[…]…» y le versifico:



A José de Mazarredo, genio y honor de la Armada
«Brillante estratega, navegante sin igual,
arquitecto de mares, guardián del solar.
Con pluma y espada forjó su destino,
siguiendo la estela del deber divino.
En cartas y mapas dejó su verdad,
y en mares bravos su audaz voluntad.
Hombre de ciencia, de temple y razón,
faro y orgullo de la gran nación.
Que el viento susurre su nombre inmortal,
quien por Mazarredo supo navegar».

Iñigo Castellano Barón


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