El caso Borghese –así llamado por su protagonista, el comandante naval italiano Príncipe Junio Valerio Scipione Ghezzo Marcantonio Maria Borghese (Roma, 1906-Cádiz, 1974), también conocido como el “Príncipe Negro” – merece una explicación política y una reflexión histórica, siempre que tomemos en cuenta muy seriamente la metodología historiológica de Renzo de Felice: “De la primacía de la política a la primacía de la historia: ¿cuál es el nexo que relaciona el malestar moral, cultural y político de hoy con los nudos de la historia de ayer?” (Rosso e Nero, 1995; trad. española: Rojo y Negro, Ed. Ariel, Barcelona, 1996, p. 33). (...)
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Primera corrección: lo de “Príncipe Negro” no se debía a una presunta militancia fascista. Aunque tuvo –por méritos estrictamente militares– el carnet honorífico del PNF nunca fue políticamente un fascista. He visto decenas de fotos suyas en internet y en ninguna viste la camisa negra. Siempre se consideró a sí mismo exclusivamente un soldado patriota, un nacionalista italiano (hoy le calificaríamos “soberanista”). La aristocracia “Negra” a la que pertenecía la familia Borghese debía tal nombre a su lealtad al Papa y al Estado Pontificio de la Iglesia Católica desde el Risorgimento, rechazando a la monarquía de los Saboya y el apoyo de Garibaldi.
El Príncipe Borghese, sin pretenderlo, fue personaje y víctima en la Guerra Civil italiana durante el “bienio trágico 1943-45”, y asimismo será personaje y víctima en la Guerra Fría mundial a partir de 1945 hasta el infausto y extraño “golpe Borghese” de 1970, que lo condenaría al exilio en la España franquista hasta su prematura muerte en 1974.
En la película italiana Gruppo di famiglia in un interno (1974), sobre la que su director –el aristócrata comunista Luchino Visconti– comentó que pretendía ser un alegato “antifascista”, el caso y el “golpe” Borghese –creo recordar– se mencionan en el trasfondo de la historia de una familia aristocrático-burguesa decadente. Un golpe que al parecer nunca existió, o como irónicamente algunos llamaron “golpe de la Inmaculada Concepción” (porque estaba planeado para el 8 de diciembre de 1970).
El declararse “antifascista” era y sigue siendo un timbre de honor, un mérito para la progresía izquierdista. Sin embargo ser honestamente “anticomunista” como lo fue el Príncipe Borghese era una sucia mancha imborrable que certificaba plenamente, para esa misma progresía izquierdista, la fatal condición de fascista a quien la llevara.
El caso Borghese forma parte del agujero negro en la historia de Italia durante el “bienio trágico 1943-45” (Guerra Civil, Resistencia partisana, República de Saló fascista…) que, como señala De Felice, los historiadores han evitado abordar e investigar, conformándose la clase política y las masas con las “vulgatas” ideológico-políticas comunista o democristiana, lo cual ha sido determinante en la grave crisis moral y política que ha vivido la democracia italiana desde la posguerra hasta nuestros días.
De Felice plantea la necesidad de una reflexión sobre el destino similar a Borghese de personajes clave en la Guerra Civil italiana, como Alfredo Pizzoni, el jefe original de la Resistencia marginado por no ser comunista. O Giovanni Gentile, el filósofo en la República de Saló, asesinado, que criticó el terror y la corrupción fascista de Pietro Koch y Mario Caritá, comprometiéndose sinceramente en defender la reconciliación nacional. Igual que Borghese, cuya misión como soldado de la República era defender el territorio y el honor nacional, un patriotismo contra los bandidos (partisanos) comunistas, y el peligro que representaban en el Norte-Este los guerrilleros yugoslavos de Tito.
Extraña y sangrienta Guerra Civil que, según cálculos del propio De Felice, solo involucró a una minoría entre 3.500 y 4.000 individuos (el total de ambos bandos, fascistas y partisanos) en una Italia de 44 millones de habitantes (Rojo y Negro, p. 52).
El historiador concluye: “Es difícil considerar a Junio Valerio Borghese un fascista. Ni siquiera estaba afiliado al Partido (…) Borghese era, esencialmente, un soldado que nada entendía de política. Tenía una visión ética y apolítica de la condición militar. Sobre todo patriótica (…) el papel histórico de Borghese: un nacionalista que pensaba luchar apolíticamente en una guerra, casi personal, por el honor de la patria.” (Rojo y Negro, pp. 110, 114).
Su trayectoria después de la derrota sigue siendo un misterio. Apresado, interrogado y procesado, los jefes militares del Sur y de los aliados le colmaron de elogios. James J. Angleton (jefe del contraespionaje de la OSS y después de la CIA) viajó en Abril de 1945 desde Washington DC a Roma para hacerse cargo y proteger personalmente a Borghese, con quien se reunirá en una villa del lago Garda. Parece que Angleton, Allen Dulles, y otros miembros del Deep State estadounidense especularon sobre la posibilidad de hacer al “Príncipe Negro” Rey de Italia, pero finalmente decidieron que sería más útil como comandante de las secretas unidades italianas “stay-behind” (con más de 10.200 miembros) en la nueva era histórica de posguerra, de la Guerra Fría y del anti-comunismo mundial (Paul L. Williams, Operation Gladio, Prometheus Books, New York, 2015, pp. 27-29).
Igualmente para mí sigue siendo un misterio su participación en el presunto “golpe Borghese” en 1970 –desactivado por el propio Príncipe–, y asimismo su exilio en España entre 1970 y 1974. Personaje y probablemente víctima de los manejos de la CIA durante la Guerra Fría, Junio Valerio Borghese fue también víctima de la propaganda comunista y anticomunista, superpuesta a la fascista y antifascista.
El prestigioso intelectual de izquierdas Lucio Coletti tuvo el valor en 1994 de plantear públicamente que el “antifascismo” estaba ya histórica y políticamente superado, opinión polémica que venía defendiendo Renzo De Felice, como historiador riguroso, desde hacía muchos años. Pero la cultura de corrupción e inmoralidad políticas del “bipartidismo imperfecto” italiano (y particularmente el radicalismo sanguinario en las izquierdas) –imponiendo el “antifascismo” como condición sine qua non para la democracia– se resistía a aceptarlo… (quizás hasta la llegada de Georgia Meloni).
Manuel Pastor Martínez
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