La imagen de un Toledo medieval como “ciudad de las tres culturas,” cristiana, judía y musulmana, es real, pero también algo idealizada. Hubo periodos de convivencia y cooperación, sobre todo en lo cultural y científico, pero también hubo momentos de tensión y discriminación, y hasta de cierta violencia, aunque no tantos ni tan graves como los que están sucediendo actualmente cuando interviene el salafismo yihadista en la parte del mundo que corresponda. Aquella coexistencia envidiable entre las tres grandes religiones se dio en un contexto político concreto y bajo equilibrios de poder que no podemos reconocer en el mundo globalizado actual. Parece como si, con el simple paso del tiempo, los problemas que se resolvían dentro de la negociación y el dialogo, hoy se resuelven directamente por procedimientos agresivos y violentos. (...)
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Aunque el cristianismo, cuando fue dominante, no hubiera tenido un comportamiento ejemplar, no hubiera sido nunca nada comparable con lo que está sucediendo ahora mismo en África, en donde los cristianos son acosados y hasta asesinados en sus propios templos por radicales islamistas. En Toledo y en otras ciudades de la península, la convivencia entre las comunidades cristiana, islámica y judía se ejercía dentro del respeto y la tolerancia como hoy no sucede en los países dominados por el islamismo. El salafismo yihadista en el Sahel, objeto de este artículo, puede ser una demostración de la revancha islámica sobre un cristianismo y un judaísmo que no siempre se comportaron como debían hacia el Islam. Y esta revancha parece que solo acaba de empezar.
En España, la Reconquista, las expulsiones de judíos (1492) y de moriscos (1609) y las guerras de religión en Europa, rompieron una convivencia religiosa que parece imposible que regrese. En el mundo moderno, la colonización europea de países musulmanes y la creación del Estado de Israel en 1948 reactivaron en Oriente Medio tensiones históricas que han llevado a las guerras, que aún perduran, entre Palestina e Israel, a la utilización de la religión como marcador de identidad y al radicalismo islamista.
El salafismo es una rama del islam sunní que promueve un retorno estricto a lo que considera la práctica original y “pura” del Islam, siguiendo el ejemplo de las tres primeras generaciones de musulmanes: la del profeta Mahoma, la de sus discípulos y la de los discípulos de estos. Su principio y fundamento es la lectura literal del Coral y la Sunna. El islamismo sunní abarca el 90% de la población musulmana.
El salafismo se define por su ruptura con la tradición jurídica medieval: no sigue ciegamente ninguna escuela, sino que busca reconstruir la práctica original del Islam según su interpretación. El impacto del salafismo en la política varía mucho según el país y la corriente salafista de la que hablemos (quietista, política o yihadista). En las últimas décadas el salafismo ha tenido un papel creciente en varios escenarios del mundo musulmán.
De seguir hoy el salafismo como en sus orígenes tendría que ser absolutamente respetable, como cualquier otra religión merece, algo que no puede suceder porque el salafismo respetable se está viendo dominado por el salafismo yihadista, es decir, constituido por terroristas radicalizados que justifican cualquier forma de crimen o guerra contra cristianos y judíos. Los moriscos que fueron expulsados de España en 1609 eran unos angelitos al lado de los actuales salafistas yihadistas. El problema es muy grave porque se calcula que hay en la Unión Europea (UE) unos 7 millones de inmigrantes musulmanes, de los cuales no se conoce cuántos están dispuestos a destruir el cristianismo que los acoge, con el objetivo último de islamizar el continente. Y todo ello reconociendo que los principios democráticos de las naciones de la UE pueden mediatizar las decisiones que corresponda adoptar para evitar en Europa esta absolutamente inaceptable amenaza que está anidando en los débiles estados que se sitúan dentro del Sahel.
Hay una línea de pensamiento en nuestra estrategia militar que aconseja estar presentes en el Sahel, algo difícil de comprender si solo nos atenemos a lo lejana que percibimos esta zona de África. Y fue más difícil de comprender cuando aceptamos que nuestra permanencia en la zona contemplaba simplemente las operaciones del ejército francés que verdaderamente estaba allí para defender intereses materiales, principalmente relacionados con la obtención de oro, uranio, tierras raras.
Como Francia ha decidido abandonar su presencia en el Sahel, presionada por los débiles gobiernos locales, a su vez enfermos de yihadismo e influenciados por Rusia y China, el Ejército español se ha visto obligado también a abandonar la zona. El último contingente, el destacamento Marfil, con base en Senegal, cerró oficialmente en junio de 2025 tras más de 12 años de operaciones. Este destacamento del Ejército del Aire se creó en 2013 para apoyar con transporte aéreo a las operaciones francesas, de la ONU y de la UE contra el yihadismo en Mali y países vecinos. Aunque España sigue implicada en el Sahel a través de acuerdos bilaterales de cooperación y formación con países como Mauritania en misiones temporales, no como despliegues de combate permanente.
Esta complicada situación internacional indica que la UE tendrá que unirse más para hacer frente en primer lugar a la amenaza rusa y, en segundo lugar, y no menos importante, a la amenaza del salafismo yihadista que va en continuo aumento gracias a una continua y permanente inmigración ilegal que la mayoría de los países de la UE no ven cómo evitar, lo que aumenta la gravedad del problema.
Para entender el papel político del salafismo hay que tener en cuenta que tradicionalmente evitaba la política directa, pero en el siglo XXI ha pasado a ser un actor clave en escenarios posrevolucionarios al actuar como salafismo yihadista. Su activismo suele centrarse en imponer normas sociales basadas en su interpretación literal del Islam, como el uso obligatorio del velo, la segregación de sexos o la censura cultural.
En gran parte del Sahel central —especialmente en Malí, Burkina Faso y Níger— el salafismo yihadista se ha convertido en la principal fuerza insurgente armada y controla o disputa amplias zonas rurales. No significa que toda la región esté “dominada” en el sentido de un control absoluto, pero sí que en muchas áreas los estados han perdido presencia efectiva y la autoridad real recae en grupos armados de ideología salafista radical.
La situación actual del yihadismo salafista en el Sahel es la siguiente:
-Desde el año 2012 la llamada Alianza de Estados del Sahel (AES): Malí, Burkina Faso y Níger concentra el mayor número de muertes por violencia yihadista. Esta violencia se está expansionando hacia el sur, afectando tanto a Burkina Faso y Níger como a países costeros tales que Benín, Togo y Costa de Marfil, con un aumento notable de ataques y desplazamientos forzados de población.
-En el 2019, aparece el Estado Islámico en el Sahel (EIS) como una rama local de ISIS (grupo terrorista constituido por el Estado Islámico de Irak y Siria). Las fronteras porosas y la debilidad de los estados han permitido su expansión geográfica desde 2019 hasta hoy.
-En muchas zonas rurales, milicias menores y facciones locales, que comparten ideología salafista yihadista, imponen su propia “justicia” y normas sociales, recaudan impuestos y restringen la movilidad de las personas. Los conflictos locales (étnicos, tribales o por recursos) son explotados por los grupos yihadistas para ganar apoyo o reclutar adeptos.
El salafismo yihadista no controla todo el Sahel, pero sí domina militar y socialmente amplias franjas del Sahel central y está en continua expansión hacia otras zonas. Esto lo convierte en uno de los epicentros mundiales del terrorismo contemporáneo. Pero parece necesario para comprender bien el fenómeno yihadista tener presente un pasado todavía reciente que está teniendo una indudable influencia en la zona.
Hay muchas evidencias de que Occidente no puede ni debe intervenir en países musulmanes, al menos como se hizo en Irak, Libia, Afganistán y Siria o incluso se puede llegar a hacer en Irán, porque, como se puede comprobar, estos países se pueden sentir despreciados y humillados y evolucionar de forma incierta hacia alguna forma de yihadismo antioccidental, como está sucediendo actualmente, que puede llegar a afectar gravemente a la paz mundial.
La transformación del Sahel en un bastión del yihadismo salafista tendría implicaciones directas y profundas para Europa y, en general, para todo Occidente. No es un problema “lejano”, como hasta hace poco nos podía parecer. Por su proximidad geográfica, sus conexiones históricas y económicas y su papel en la seguridad global, el Sahel es una zona vecina de toda la UE y como tal debe de ser tratada y considerada.
Para España, un salafismo yihadista en expansión podría tener consecuencias dramáticas. Si llegara a instalarse en Marruecos, su política hacia España, que puede calificarse de moderada dentro de un orden, desaparecería repentinamente. Como consecuencia, Ceuta y Melilla, y demás posesiones españolas en el litoral africano, estarían sometidas a un grave peligro. Un Marruecos internamente inestable facilitaría enormemente la implantación en el país de un régimen yihadista que no respetaría derecho histórico alguno. La percepción de esta amenaza explicaría también que el rey marroquí, y su entorno, buscasen la protección que los EE, UU. e Israel pueden proporcionarle, protección que todo indica han logrado. Algo que el yihadismo podría considerar una traición al Islam y despertar su animadversión y agresividad.
Si el salafismo yihadista llegase a hacerse con el poder en todo Marruecos, para España resultaría catastrófico. Si la política de Marruecos hacia España es censurable, la eventual política yihadista lo sería muchísimo más. Dentro de la más elemental prudencia cualquier gobierno español debe tomar las precauciones defensivas que correspondan para neutralizar tan grave amenaza, porque, de no hacerlo, las poblaciones de Ceuta y Melilla podrían desaparecer en una noche de tragedia. Porque, sin exageración alguna, así de dramática puede llegar a ser la situación ante un salafismo yihadista, que está evolucionando fuera de todo control.
Madrid, octubre de 2025
Aurelio Fernández Diz
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