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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Martín Álvarez (óleo 'Mi bandera', de Augusto Ferrer Dalmau). Museo Naval de Madrid.
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Martín Álvarez (óleo "Mi bandera", de Augusto Ferrer Dalmau). Museo Naval de Madrid.

Mi Bandera

LA CRÍTICA, 18 OCTUBRE 2025

Por Gonzalo Castellano Benlloch
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A finales del siglo XVIII, España se encontraba aliada con Francia frente a Gran Bretaña, y Martín Álvarez servía embarcado en el navío de línea San Nicolás de Bari, de 80 cañones, perteneciente a la escuadra del teniente general José de Córdova y Ramos –el mismo que, apenas un año antes, había protagonizado uno de los mayores golpes logísticos de la historia naval, al interceptar y capturar un gigantesco convoy británico que transportaba tropas y suministros hacia las colonias de las Antillas–. En aquella acción, más de sesenta buques ingleses fueron apresados, privando al enemigo de refuerzos esenciales y asegurando temporalmente la superioridad marítima española en el Atlántico. (...)

Año del Señor de 1797. Cádiz

El fiscal, general Núñez: –¿Se encontraba usted en el navío San Nicolás de Bari con ocasión de rendirse este barco a los ingleses?
Martín Álvarez: –Yo no he estado nunca en el San Nicolás de Bari en ocasión de rendirse a los ingleses.
–¿No se hallaba usted en el San Nicolás de Bari el 14 de febrero?
–Sí, señor.
–¿Y no fue después a poder de los ingleses?
–Sí, señor.
–Entonces, ¿por qué niega haber estado en el San Nicolás de Bari con ocasión de rendirse a los ingleses?
–Porque el San Nicolás de Bari no se rindió, sino que fue abordado y tomado a sangre y fuego.
–¿Y a qué llama usted rendirse?
–Yo creo que, no habiendo ningún español cuando se arrió su bandera, mal pudieron haber capitulado.
–¿Y dónde estaba la tripulación?
–Toda se hallaba muerta o malherida.

Lo anterior es una recreación fiel en espíritu y documentada en contenido del interrogatorio en que Martín Álvarez Galán, infante de marina, compareció como testigo.

Retrocedamos unos años para conocer a nuestro protagonista.

Nació en Montemolín (Badajoz), en el seno de una familia humilde de labradores extremeños. Poco sabemos de su infancia, pero sí que ingresó muy joven –probablemente en la adolescencia– en los Batallones de Infantería de Marina, donde sirvió como granadero del 2.º Batallón, cuerpo de élite que combatía en la vanguardia.

A finales del siglo XVIII, España se encontraba aliada con Francia frente a Gran Bretaña, y Martín Álvarez servía embarcado en el navío de línea San Nicolás de Bari, de 80 cañones, perteneciente a la escuadra del teniente general José de Córdova y Ramos –el mismo que, apenas un año antes, había protagonizado uno de los mayores golpes logísticos de la historia naval, al interceptar y capturar un gigantesco convoy británico que transportaba tropas y suministros hacia las colonias de las Antillas–. En aquella acción, más de sesenta buques ingleses fueron apresados, privando al enemigo de refuerzos esenciales y asegurando temporalmente la superioridad marítima española en el Atlántico.

El 14 de febrero de 1797, frente a las costas del Algarve, se libró la batalla del Cabo de San Vicente.

La escuadra española, superior en número, tenía la misión de proteger el tráfico atlántico aliado; pero las deficiencias en las dotaciones, el temporal sufrido días antes y una espesa bruma matinal rompieron la formación. Córdova creyó que mantenía su línea compacta, cuando en realidad sus navíos se hallaban dispersos a lo largo de más de veinte kilómetros.

El almirante Sir John Jervis, al mando de la flota británica, aprovechó la confusión: con maniobra precisa y férrea disciplina logró interponerse entre el grueso de la escuadra española y su retaguardia, cortando la línea. Su segundo, Horatio Nelson, actuando por iniciativa propia, rompió el combate por el centro de la formación española, disparando a babor y estribor y concentrando su fuego en los navíos más rezagados. Así abordó el San Nicolás de Bari y, a continuación, el San José, ambos gravemente dañados.

El episodio fue célebre en Inglaterra como «The famous boarding of the San Nicolás and San Josef» y dio a Nelson su título de Sir. Pero volvamos a nuestra historia.

Pese a la situación desesperada, los españoles resistieron con furia. Defendieron la toldilla y el alcázar a bayoneta calada, hasta el último hombre. Geraldino cayó herido de muerte, y la mayoría de los oficiales habían perecido o yacían inconscientes. Según la tradición –y los informes posteriores–, un oficial inglés se dirigió hacia la bandera para arriarla, pero Martín Álvarez se interpuso, sable en mano, dándole el alto. El inglés desoyó la advertencia, y el golpe de Martín lo atravesó con tal fuerza que el arma quedó clavada en la madera de un mamparo. Se acercaron otros oficiales y soldados: Álvarez empuñó entonces su fusil como maza, abatió a un segundo oficial e hirió a dos enemigos más, hasta que fue acribillado por el fuego británico. Gravemente herido, sobrevivió milagrosamente al combate y fue llevado prisionero a Gibraltar y liberado más tarde en un canje de prisioneros.

Allí declararía después, con serenidad, las palabras con que abríamos este relato. Su comportamiento no pasó inadvertido. Por su valor y fidelidad al pabellón, el Consejo de Guerra propuso recompensarlo con el grado de cabo, aunque su analfabetismo inicial lo retrasó. Lejos de rendirse, aprendió a leer y escribir en pocos meses, y el 17 de febrero de 1798 fue ascendido a cabo; pocos meses después, en agosto, obtuvo el empleo de cabo primero. Embarcado más tarde en el navío Purísima Concepción, de 112 cañones, se unió a la escuadra de Mazarredo, que navegó hasta Brest (Francia) junto a la flota del almirante Bruix.

Allí, el 12 de noviembre, se celebró a bordo una ceremonia en la que se leyó una Real Orden concediéndole una pensión vitalicia de cuatro escudos mensuales y el derecho a ostentar en su uniforme el escudo de distinción por acciones de guerra.

La tripulación formó en cubierta y, según la tradición, se izó una bandera encarnada como señal de honor extraordinario: un tributo al granadero extremeño que había defendido la bandera hasta el último aliento. El valor de Martín Álvarez es indiscutible.

Los británicos rara vez mencionaban por su nombre a enemigos heroicos: solían limitarse a frases generales sobre «the bravery of the Spaniards». Pero en una casamata de Gibraltar, donde se almacenaban los restos del San Nicolás de Bari, los marinos ingleses grabaron una inscripción que decía: «14th February 1797. Hip Captain! Hip San Nicolas! Hip Martin Alvarez!»

Fue –y sigue siendo– uno de los poquísimos homenajes públicos de la Royal Navy a un soldado español. Durante su estancia en Brest, la tradición sostiene que falleció el 23 de febrero de 1801, víctima de un accidente durante la guardia que le dañó un pulmón. Cesáreo Fernández Duro, el gran cronista naval, cerraría así su recuerdo: «No cabe en más breves palabras la expresión de un hecho heroico ni la definición del honor militar. La Armada Española tiene en este humilde granadero un tipo digno de figurar junto a los más altos nombres de su historia».

El nombre de Martín Álvarez Galán figura hoy en el Panteón de Marinos Ilustres (San Fernando, Cádiz). En Montemolín, su pueblo natal, un parque lleva su nombre y luce un monolito con su busto. El Museo Naval de Madrid conserva el cuadro Mi bandera, del pintor Augusto Ferrer-Dalmau, que inmortaliza el instante en que defendió el pabellón. Desde el siglo XIX, la Infantería de Marina española lo venera como ejemplo de fidelidad al deber y al honor, citado en reglamentos, manuales y discursos castrenses. Finalmente, una real orden de 1848 dispuso que permanentemente un buque llevase su nombre –varios han sido los buques desde entonces que rememoran al glorioso marino–. Aquel granadero extremeño que sostuvo la bandera cuando todo estaba perdido sigue recordándonos que el valor no siempre vence, pero nunca se rinde.

¡Gloria y honor!

Gonzalo Castellano Benlloch


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