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Ya los principios cristianos inspiradores de la Europa de las Naciones habían sido eliminados del texto para ser sustituidos por la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, con un alcance limitado: no se aplica directamente a todos los aspectos de la legislación nacional de los Estados miembros, solo en el contexto de las acciones de la UE.
Paulatinamente los Órganos de la ingente estructura de la Unión, (Parlamento, Consejo Europeo y Comisión Europea) fueron adoptando sus decisiones en merma de las soberanías nacionales, ganando poder legislativo y de control en multitud de materias a las que los ciudadanos, que solo cada cinco años votamos a nuestros representantes, no conocemos o incluso en muchos casos diferimos. Han transcurrido muchos años y la fundamentación que sustentó la adhesión de las naciones en la CEE ha cambiado sustancialmente sin que la ciudadanía europea haya tomado parte, pues el Parlamento ha preferido obviar el someter sus competencias a la aprobación democrática ciudadana, limitándose por vía de hecho a abrocharse competencias legislativas en materias políticas, jurisdiccionales e ideológicas, al punto de que muchos quedamos estupefactos al darnos cuenta que la soberanía de nuestros Estados ha sido claramente relegada, como fueron también los principios cristianos que inspiraron y sirvieron de base para la construcción europea. Aquí se inician los efectos corrosivos que se explican en las siguientes líneas.
Consecuencia obvia que salta a la vista es que entre otras prerrogativas, la política exterior y de seguridad de la UE queda en manos del Vicepresidente de la Comisión como Alto Representante de la Unión. Las identidades nacionales han ido diluyéndose en aras a un mayor poder legislativo del Parlamento europeo y este se ha convertido en una gran maquinaria burocrática que absorbe una no menos ingente cantidad de recursos económicos que vienen lastrando la dinámica operativa y eficaz de la vida económica, sometida a un permanente bombardeo normativo y en muchos casos inalcanzable, especialmente por los sectores más desprotegidos. Finalmente, la superestructura comunitaria ofrece una foto como la de una Gran Agencia de Empleo Estatal donde sillas y despachos se reservan, por parte de las partidocracias que dominan la actual Europa, como premio o consolación de sus políticos, burócratas de vocación en su mayor parte, y por qué no decirlo, oportunistas de oficio o ignorantes de levita. Aunque lo peor no es esto, pues pese a la posible Iniciativa Ciudadana Europea que requiere un millón de firmas, el Parlamento Europeo ha adoptado una Agenda de principios y políticas llamada Agenda 2030 (ha tenido que prorrogarse) que se impone a la ciudadanía como una religión salvadora de nuestros principios democráticos para fijar un determinado modelo de sociedad que «ellos» han previsto, estableciendo qué «cordones sanitarios» deben o no imponerse. Lo primero a observar, es que no hay una unión efectiva y real de carácter político entre las naciones que integran la UE. Lo que se inició como una comunidad económica, no ha logrado enraizarse a nivel político entre los integrantes de los países comunitarios, debido claramente a la diversidad multicultural de naciones tan dispares en sus costumbres, arraigos, geografía, idioma, como un largo etcétera que convierten la presunta voluntad de unidad política en realidades meramente virtuales, pues muchas de las iniciativas legislativas y directivas que se imponen en todo el territorio de la Unión, no pueden ser homologadas ante intereses y circunstancias tan opuestas de los países del norte respecto al sur, como son entre otros ejemplos, las fronteras que limitan las regiones del sur con los focos de emigración ilegal. (El Brexit es ejemplo de la discordancia existente). Ello inevitablemente implica graves problemas: no solo llevar esas directivas a la práctica, sino la propia aceptación ciudadana que en muchas ocasiones no comprende determinadas decisiones que no se acoplan a su realidad nacional y se siente frustrada ante la inoperatividad normativa y a veces por la desprotección de la misma.
Definitivamente el problema se ha agravado con la llamada Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, nacida de la ONU, organismo hoy altamente cuestionado. Varios son los recelos y rechazos que dicha Agenda auspicia al punto de llegar a polarizar a la ciudadanía en bandos claramente enfrentados, y que ahora con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE. UU. con planteamientos sustancialmente muy antagónicos, les ha hecho más evidente e insegura. Para empezar, la implantación de la Agenda requiere de billones de dólares que muchos países con escasez de recursos no pueden afrontar. Este problema deriva a que la financiación para la implementación de los objetivos de la Agenda, sean asumidos por grandes corporaciones financieras de complejos cuando no oscuros entramados que terminan en un conflicto de intereses. Intereses que a su vez confrontan con poblaciones vulnerables y con lobbies indeseados de presión sobre los gobiernos de los Estados.
La nueva concepción cósmica del hombre como centro, inmerso en una sociedad hedonista por excelencia y patrimonialista de derechos, además de la geopolítica económica que de manera permanente fluye como los ríos, ha hecho que las desigualdades, incrementadas por el desarrollo tecnológico golpeen con fuerza sobre unas sociedades enfrentadas a otras más desprovistas de recursos. La antigua doctrina social de la Iglesia Católica ha quedado en el recuerdo de unas clases políticas emergentes, no dirigentes, preocupadas por su status quo más que por el bienestar de los ciudadanos. Aquella Europa de los pueblos ha pasado a convertirse en pueblos para Europa, o lo que es lo mismo, el Estado del bienestar pasó a ser el bienestar del macro Estado. Las naciones de Europa y no la Europa de las naciones.
Rubrica estas afirmaciones cuando se conoce que por intereses espurios y en aras del mantra de la libertad de expresión, la UE ha intervenido en los comicios presidenciales de noviembre de 2024 en las elecciones de Rumanía debido a sospechas de injerencia extranjera, específicamente de Rusia, anulando las mismas. Otro ejemplo sería las imposiciones que con motivo del COVID se impusieron a la ciudadanía europea, en alguno de cuyos países el confinamiento se declaró inconstitucional. Luego se demostrarían los niveles de corrupción e intereses tan diferentes a los proclamados por la más que denostada OMS constituyendo otra prueba de la inclinación autoritaria en la que de tiempo viene inmerso el pensamiento globalista. Otra demostración son los intentos de la UE por controlar las agencias de comunicación y las redes sociales –caso de las acciones llevadas a cabo por la Comisión europea contra TikTok para decidir si la plataforma incumplió la Ley de Servicios Digitales (DSA)–; de igual manera el afán por establecer una Agencia para la Desinformación (especie de Agencia de Calificación) que sería controlada naturalmente por los poderes fácticos. Vemos en todo ello cómo el ciudadano va perdiendo sus cotas de libertad y hasta de pensar ante una tendencia primaria por parte de la EU de imponer un pensamiento correcto y alineado con la Agenda 2030. Una Agenda cuyos enunciados parecen en principio aceptables pero que cuando se profundiza en ellos y se analizan los postulados que comprenden sus títulos puede comprenderse las contrariedades que afloran, e incluso los desvaríos a los que se puede llegar a concluir.
A la mencionada Agenda debemos sumar el pensamiento woke procedente de universidades como la de Harvard entre otras. Este movimiento, consecuencia de la era digital, ha sido bien aprovechado por una izquierda desnortada y necesitada para su subsistencia de nuevos pensamientos y corrientes. Una izquierda eufemísticamente capitalista que anuda su tradicional y fracasado relato socialista a una concepción liberal de progreso sin soportes argumentales de coherencia (progresía), tanto en el plano genético, como cultural e incluso científico (una música sin letra o viceversa). Tanto el woke como la Agenda 2030 están íntimamente vinculados y a veces hasta no se distinguen. Su origen está ligado a las comunidades afroamericanas y el activismo por los derechos civiles, pero en la actualidad ha evolucionado para abordar temas como la igualdad de género, la identidad de género, el cambio climático y la justicia social en un sentido más amplio. Vemos como se produce incluso en los partidos conservadores europeos un cierto proceso de ósmosis al oír a muchos de sus políticos parlamentar en un lenguaje inclusivo, atentos a no citar algún adjetivo que pudiera ser discriminatorio, incluso a compartir acervas críticas contra partidos posicionados a su derecha y a los que deciden denominarlos como extrema derecha y a cuyo discurso por ese mismo proceso de ósmosis se unen la derecha y la izquierda. Asumir como verdades eternas las leyes de Igualdad que las traducen como paridad cuantitativa de hombres y mujeres y que imponen incluso en los sectores privados es otro de los tics del Nuevo Orden Mundial. Se suma la diversidad, otra de las mágicas palabras de los nuevos paradigmas del cómo debemos pensar y comportarnos.
Importancia tiene mencionar algo que bajo el epígrafe de la Agenda 2030 de Igualdad de Género y recogido en los movimientos woke, se desarrollan con especial y notable fuerza: LGBTQ+ o Black Lives Matter. Estos movimientos caracterizados por una impresionante propaganda de marketing y un rosario de derechos rosas son especialmente agasajados por las sociedades occidentales. Con verdaderos y potentes lobbies, ocupan los más destacados puestos de «influencers» en los medios de difusión, programas y cada vez más en la cinematografía. El revisionismo histórico es otra arma del NOM (Nuevo Orden Mundial). Al revisionismo le sigue preceptivamente el reconocimiento de la injusticia de la historia, sin tener en cuenta la ciencia antropológica ni la misma investigación histórica, para así entrar de inmediato en la solicitud del perdón. Una virtud cristiana entresacada para responder a una idea política.
En las últimas semanas hemos asistido a la aplastante victoria de Donald Trump, un hecho casi imprevisible que aparentemente y al día de hoy parece que viene a contraponer al mundo virtual los conceptos tradicionales del conservadurismo occidental como también un acervado nacionalismo americano cargado de intereses económico-comerciales. En cualquier caso, un NOM parece asomarse frente a otro que viene rigiendo desde unas décadas. El tiempo dirá en qué medida el ser humano en el siglo XXI ha sido capaz de aprender de su propia historia, entretanto la incógnita del futuro de Europa queda para llenar ríos de tinta azul o roja según la perspectiva de quien lo analice.
Por Iñigo Castellano y Barón
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