En torno al año 2019 se produjo un hito de suma relevancia en la historia de la música. Por primera vez el Pop en español logró desplazar en ventas al producido en inglés. Nunca antes los anglosajones, que habían señoreado en el mercado global desde sus inicios, habían sido superados a nivel internacional. Este éxito sin parangón ha pasado un tanto desapercibido y, sin embargo, hay razones para celebrarlo, pues incluso las palabras que forman parte de los estribillos facilones y pegadizos de las melodías más comerciales, son las primeras que muchos extranjeros han aprendido de nuestro idioma, dando lugar a una oportunidad única para divulgar el que sin duda es uno de nuestros principales tesoros. Con todo, nuestra contribución a la música en general es mucho más profunda y en parte desconocida, razón por la cual le dedicamos este artículo a una figura tan capital como su creación, Antonio de Torres Jurado, considerado el padre de la guitarra clásica española. (...)
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Norteamericanos e ingleses son mucho más reflexivos y sensibles a su creación musical. Por doquier hay estudiosos que ahondan en la biografía de sus artistas y grupos preferidos e, incluso, en la universidad y medios especializados hay investigadores que se centran en ver qué hay de original en cada banda, su relación con el momento de su génesis y despegue mediático o de su declive, las influencias que recibieron o cómo contribuyeron a la evolución de los distintos géneros musicales. Luego, fruto de un consenso más o menos generalizado, premian a los distintos músicos permitiéndoles engrosar las listas de los más destacados en varias categorías o siendo incluidos en los llamados “salones de la fama”, donde aparecen ya reconocidos por sus méritos para la posteridad. A decir verdad, me parece un sistema bastante justo pues, por ejemplo, ¿quién se acuerda en España del nombre del batería de su grupo favorito? Allí, en cambio, las listas se hacen de cada uno de los instrumentos y de cada aspecto que merezca ser señalado. La parte negativa es que rara vez un artista o grupo que no se sirva del inglés tiene cabida en ese universo, quedando fuera gran parte de los grandísimos autores e intérpretes españoles, franceses e italianos que hemos escuchado desde nuestra tierna infancia.
Una de las listas más consultadas y, por supuesto, que siempre genera más debate, es la que concierne a los guitarras solistas más destacados de la Historia. Esto demuestra ya a priori que fue este instrumento y no otro el que se convirtió en la verdadera estrella de la música del siglo pasado. No obstante, lo más curioso es que en esas relaciones nominales de virtuosos, terminó por colarse un músico español como Paco de Lucía que, por un lado, no tocaba la guitarra eléctrica, sino la española; y que, si consiguió adentrarse en ese mundo tan poco permeable, fue por indicación expresa de los propios músicos profesionales y no por quienes les seguían y estudiaban. Al gran guitarrista español le manifestaron su más profundo respeto autoridades como Eric Clapton, Santana o Slash, quienes lo consideraban un auténtico maestro y toda una referencia muy difícil de emular, si bien fueron mucho más tajantes George Benson, que decía no tener el nivel para grabar junto a él; Keith Richards, quien aseguró que únicamente había dos o tres guitarristas que pudieran ser considerados una leyenda, y aún por encima de ellos primaba él; o Mark Knopfler, que llegó a decir tras verle actuar, que había comprendido que él a su lado no sabía tocar la guitarra.
Cierto es que Paco de Lucía fue un artista prodigioso, pero su gran reconocimiento se debió en parte a sus giras por Norteamérica, un mercado que no solía ser frecuentado por este tipo de músicos que provenían del flamenco –con la más que notable excepción de Raimundo Amador, por ejemplo, que tiempo después logró tocar de tú a tú, o face to face como dicen los británicos, con otro mito local como B. B. King–. En cierto modo, ese éxito y el asombro de aquellas figuras derivaba de un desconocimiento total respecto a lo que se hacía fuera de su mundo y, así mismo, en la admiración hacia la guitarra española, precursora de otras variantes como la acústica o la eléctrica que, aunque han permitido y permiten explorar otros caminos musicales, en mi humilde opinión, no tienen la capacidad como aquélla de poder prescindir por completo del resto de instrumentos para poder subsistir. Un riff afortunado o un brillante solo de guitarra convierten a una canción en legendaria, pero no son una canción. En cambio, la guitarra española, capaz de brillar en composiciones tan populares como las que emanan del propio flamenco, en tantas ocasiones ajeno al solfeo y al estudio en conservatorio, tiene la versatilidad de vestirse de gala y ante un exquisito auditorio, maravillar también a propios y extraños con piezas clásicas como el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo o el Asturias de Isaac Albéniz.
Dicho esto, ahora sí, debemos apuntar que esta guitarra clásica española, también llamada de concierto, se debe en esencia al diseño del almeriense Antonio de Torres Jurado (1817-1892). Éste aprendió el oficio de carpintero en su tierra y, tras pasar un tiempo en Granada, terminó por establecerse en Sevilla, donde en la década de los 50 del siglo XIX comenzó su magnífica producción. Un año clave fue 1856, en el que creó la Leona, considerada por novedosa como la primera guitarra moderna. Dos años más tarde recibió la medalla de bronce en la exposición de Sevilla, lo que terminó por consagrarle, junto al reconocimiento de los grandes compositores e intérpretes, muy interesados en adquirir sus instrumentos y en ayudarle a evolucionarlos, entre los que destacaron Francisco Tárrega, Julián Arcas, Federico Cano o Miquel Llobet.
El contexto económico de la España de entonces le impidió dedicarse de manera ininterrumpida al oficio de lutier, hasta hubo de retornar a Almería, si bien, tras el paréntesis de unos años, volvió a desempeñarlo hasta el final de sus días y crear, entre otras guitarras, a la Invencible, que diseñada para Federico Cano en 1884 y expuesta en la Exposición Internacional de Sevilla de 1922, es considerada hoy una de las mejores y más cotizadas que jamás ha existido. Desde entonces, los preceptos e innovaciones realizados por el almeriense fueron aplicados en todos los talleres del mundo y sus guitarras, ya sin demasiada variación, fueron asumidas como la forma canónica de lo que debería ser este instrumento. Como hemos visto, la proyección y la importancia de esa nueva guitarra fue mucho mayor que la del violín, por lo que no es en absoluto aventurado afirmar, que su legado es mucho más relevante que el del mismísimo Antonio Stradivari; aunque su nombre, como el de otras grandes personalidades de nuestro pasado, apenas sea recordado, y eso a pesar de haber creado uno de los artilugios más bellos y sugerentes ideado por el hombre o por ninguna otra cultura.
Hugo Vázquez Bravo
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