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Talibanes en Barcelona

Antes y después de la 'talibanada' independentista en el Palacio de Sant Jordi. (Foto: https://elcierredigital.com/cultura/).
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Antes y después de la "talibanada" independentista en el Palacio de Sant Jordi. (Foto: https://elcierredigital.com/cultura/).

LA CRÍTICA, 5 AGOSTO 2024

Por Juan Ángel López Díaz
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La sala noble de la Generalidad es el salón de San Jorge, al que se accede desde la galería gótica. Es el corazón del poder político catalán. Allí se celebran los actos institucionales de más importancia, entre ellos la toma de posesión de los presidentes de la Generalitat.


El Salón decoraba sus muros con gigantescas pinturas que reproducían hitos de la historia catalana realizados por pintores catalanes: la Virgen de Montserrat y los Santos y Reyes (Josep Mongrell), la primera misa de Jaime I en Mallorca (Alexandre de Cabanyes), el Consulado de Mar (Antoni Utrillo), la batalla de Lepanto (Josep María Xiró), el Monasterio de Poblet (Josep María Martí), la batalla del Bruch (Juli Borrell), las Cortes de Monzón (Josep Triadó), el Compromiso de Caspe (Carlos Vázquez), la Reunión del Capítulo del Toisón de Oro en la Catedral de Barcelona (Arcadi Mas i Fondevila), el Casamiento de Isabel la Católica y Fernando de Aragón (Josep M. Vidal-Quadras) o el Recibimiento de Colón por los Reyes Católicos (Francesc Galofré, E. Galofré).


A los nacionalistas no les gustaba esa parte de su historia y consideraban las pinturas, aunque realizadas por reputados artistas catalanes y dedicadas a hitos de la historia catalana, como españolistas. (...)

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¿Porque estaban allí esas pinturas? Al uruguayo Joaquín Torres García, de padre catalán y madre uruguaya, hija de un canario y llegado a Barcelona con 17 años, le gustaba el arte y quería ser pintor. Trabajó con Gaudí, pero este vio sus obras y le recomendó que se dedicara a la enseñanza. Prat de la Riba le encargó la decoración del Salón de San Jorge de la Diputación (1913-1914). Pero cuando vieron su trabajo, la prensa estalló en fuertes críticas y Prat suspendió el trabajo. Durante el período de Primo de Rivera, a quien los nacionalistas de la Lliga rogaron que acabara con el pistolerismo, los asesinatos, las huelgas salvajes y el hundimiento económico (cosa que consiguió), el presidente de la Diputación Josep María Milà i Camps decidió empezar de nuevo los trabajos en el Salón y para su ejecución eligió a una veintena de artistas catalanes y el remozado Salón de San Jorge se inauguró el 23 de abril de 1927, día de Sant Jordi. La pintura central representaba a la Virgen de Montserrat rodeada de todos los reyes que habían visitado su santuario. Debajo había un busto del Rey, que la Generalitat ocultó con unos cortinones. Durante la república (Abril de 1932), Companys mandó retirar esta pintura por religiosa, igual que había hecho con los crucifijos de la Casa de la Caridad, cosa que supervisó Tarradellas, y en su lugar puso una bandera catalana. El Centre de Defensa Social de Barcelona protestó sin éxito. Pero en 1939 la pintura volvió a su lugar original.



La batalla de Lepanto, pintura mural del Salón San Jorge del Palacio de la Generalidad de Cataluña, de Josep Maria Xiró i Taltabull. (Fuente. Autor: Marisa LR, This file is licensed under the Creative Commons Attribution-Share)


El Sr Torra, el mismo que llamó al resto de españoles: «Bestias carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que destilan odio» [1], anunció en 2020 que se llevaría las pinturas, y el gobierno de ERC+PSC licitó el proyecto de cancelación de 450 m2 de pintura mural y 858 m2 de lienzos por un total de 2,3 millones de euros. El motivo era que «se exaltan valores guerreros, el orden estamental opuesto al parlamentarismo, la monarquía perenne y sagrada, el Estado basado en el catolicismo como ordenador social, la lucha contra el Islam, así como un patriotismo bélico e imperial; y además mayoritariamente acentúan la españolidad de la historia de Cataluña». Es decir: como la historia de Cataluña no encaja con mi ideología, la cancelo, la suprimo y la doy por no sucedida [2].



Matar el pasado


Es bien sabida la estrategia de los talibanes frente a la cultura ajena al Islam. En 2015 miembros del Dáesh destruyeron enclaves simbólicos en ciudades como Nínive, Alepo, Raqqa, Mosul o Palmira y para demostrar lo bárbaro y eficaz que era su determinación, pudimos ver cómo volaron con misiles antiaéreos los famosos Budas de Bāmiyān, que databan del siglo V. El memoricidio es definido por la UNESCO como una «destrucción intencionada de bienes culturales que no se puede justificar por la necesidad militar». Es una estrategia militar antigua. Ya Plinio el Viejo en las Guerras Púnicas, dijo: «Carthago delenda est». No bastaba con vencerla, con humillarla, con hacerla capitular; no, había que destruirla y echar sal sobre sus ruinas, para destruir su memoria. Se trataba, de aniquilar su patrimonio cultural, su memoria. Ello, no sólo desarticula la historia de los pueblos, lo que constituye su alma e idiosincrasia, la herencia cultural, los referentes espirituales, intelectuales y estéticos; además trastoca las formas de vida y disuelve el legado emocional, y, por supuesto, lleva al futuro ese olvido y la ruptura de relaciones centenarias.



Eliminar la memoria de un país permite falsificar su pasado


Las milicias serbias acabaron con la biblioteca de Sarajevo que custodiaba, entre otros tesoros, una de las colecciones más importantes sobre estudios orientales. Pero no solo se destruyen libros y manuscritos: Stalin demolió la Catedral de Cristo Salvador en Moscú, que tenía una altura equivalente a treinta plantas, su cúpula pesaba 176 toneladas y el iconostasio tenía más de 422 kilos de oro. En Mostar, se destruyó su célebre puente del siglo XVI, eso tuve la desgracia de verlo yo en persona. Los alemanes, sin escrúpulo alguno, bombardearon durante la I Guerra Mundial la catedral de Reims y en 2012 la rama magrebí de Al Qaeda hizo estragos en Tombuctú destruyendo mezquitas, bibliotecas, mausoleos y otros edificios históricos de la ciudad, además de miles de manuscritos preislámicos y medievales que en ellos se guardaban. Los textos, considerados tesoros de sabiduría, hablaban del Islam, pero también de astronomía, música, anatomía o botánica, asuntos que los yihadistas desprecian por impíos. No obstante, el memoricidio tuvo su punto álgido durante la II Guerra Mundial. No hubo piedad en los objetivos seleccionados: catedrales, palacios, cascos históricos enteros fueron reducidos a fuego, escombro y polvo. El 85% de Varsovia fue arrasado, incluyendo la catedral de San Juan, del siglo XIV; en Francia más de quinientos monumentos fueron dañados y entre ellos, la catedral de Reims. Por fortuna, siempre hay héroes, y debemos a Dietrich von Choltitz, que desobedeciendo a Hitler, permitió que la ciudad de París mantenga la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, la catedral de Notre Dame o Los Inválidos. La destrucción de bienes culturales aniquila la herencia de los pueblos, aquello que conforma su identidad: de ahí que sea una pérdida irreparable porque, a la larga, es como si lo sucedido no hubiera tenido lugar. Todo muere por olvido [3].


Mural del recibimiento de los Reyes Católicos a Cristóbal Colón en Barcelona, (Francesc Galofré Oller, Esteve Galofré Suris) en el salón Sant Jordi de la Generalitat de Cataluña / ENFO (CC-BY-SA-3.0).


Hacer olvidar la historia para disolver la nación


Está demostrado, pues son muchos los historiadores y politólogos que llevan décadas advirtiéndolo, la importancia del conocimiento de la historia para que una nación permanezca. El historiador hispanoamericano Ricardo Krebs recordó que un pueblo, sin su pasado, no podía disponer ni de un presente y mucho menos, de futuro. En este mismo sentido se manifestaba Alexander Solzhenitsyn cuando aseguró que cortando las raíces de un pueblo se lograba destruirlo. Cuando a un pueblo o nación se le arrebata su propia cultura y se le borra su pasado, se queda huérfana en su identidad. De igual modo el historiador polaco Topolsky, afirmó que la historia era parte de la conciencia de una nación. España se sustenta sobre una historia milenaria que es necesario estudiar y conocer para salvaguardar una conciencia nacional que comprenda su propia identidad. Si se conoce el pasado, se puede entender el presente y, con ello, se pueden afrontar con más capacidad los retos del futuro. Sin pasado no puede haber presente ni, por supuesto, un futuro común. La nación se concibe, asimismo, como la identidad cultural e histórica de un pueblo.


Pero el gobierno actual quiere que el pueblo desconozca su pasado, para que pierda la memoria y se difuminen las identidades. El Gobierno aspira, y no lo disimula, a la construcción de una nueva sociedad, y ello, con su agenda globalista, requiere de una reconstrucción histórica selectiva para una construcción política que genere determinados olvidos, una amnesia selectiva que les permita gestionar a su antojo los comportamientos sociales en base a la memoria del pueblo español. No olvidemos la tremenda frase de Orwell, en su obra 1984: «quien controla el pasado controlará el futuro». El hombre es por naturaleza heredero, y la historia y la memoria de un pueblo son una herencia que le marca y que, sólo si se transmite, mantendrá su vigor. La tradición es un elemento de la nación y si se pierde se queda sin referencias, motivo por el que Donoso Cortés afirmó aquello de que «los pueblos sin tradiciones se hacen salvajes». España es, como otras naciones, depósito de sus propias tradiciones, y como tal, para comprenderla, es necesario a su vez conocer y comprender su historia.


Tener conciencia de nación implica recordar la historia, porque, además, en nuestra identidad se halla la misma existencia de nuestra patria, que es lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Nuestra historia común es, ante todo, el tesoro de lo que sucedió en la tierra que pisamos y, por supuesto, las vidas de nuestros ascendientes con sus glorias y desgracias, con sus aciertos y catástrofes, con sus héroes y con sus traidores. Por ello, el pueblo español debe conocer y mantener en la memoria, como nos trasladaron nuestros mayores, que nuestra historia fue en un tiempo la propia historia del mundo, y a su vez, que España es la lucha con el Islán, el descubrimiento y conquista de América, sus buenos y malos reyes, las guerras en Flandes, o Italia, el Imperio de los Augsburgo, que Europa se salvó en Budapest, con ayuda de los Tercios españoles y se volvió a salvar en Lepanto gracias a Juan de Austria y Álvaro de Bazán, y por una política nefasta sufrimos la derrota en Trafalgar [4]. En definitiva, que nuestra nación también es aquello que ahora, estos manipuladores nacionalistas, con ministros que reniegan de nuestro pasado, pretenden que nuestros jóvenes repudien o, al menos, desconozcan u olviden.


[1] La llengua i les bèsties (La lengua y las bestias) publicado en el año 2012. Citado en el artículo “'La lengua y las bestias' de Torra que la Justicia ve constitutivo de posible delito”, 20 Minutos, 09-10-2018.

[2] Cancelación cultural: la gene se gasta 2,3€ millones en «desespañolizar» la generalitat”, Dolca Catalunya, 5 de febrero de 2023.

[3] Objetivo: destruir su memoria, Esther Peñas, Ethic, 09-09-2021.

[4] Olvidar la Historia para destruir la Nación, La gaceta de la ionosfera, Ignacio Hoces, 29.12.21.


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