En una entrevista con la cadena panárabe Al Arabiya, el pasado 28 de diciembre, el líder del grupo yihadista Hayat Tahrir al Sham (HTS), desgajado de Al Qaeda, Ahmed Husein al Shara, que encabezó la ofensiva rebelde que acabó con el gobierno de Al Assad, a primeros de diciembre, ha explicado que para la celebración de las elecciones dentro de tres años aproximadamente hacen falta dos condiciones: la redacción de una nueva Constitución y un censo riguroso de la población. También anunció la celebración de una Conferencia de Diálogo Regional, a corto plazo. (...)
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En cuanto a política exterior, ha manifestado su deseo de que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, levante las sanciones impuestas a Siria durante la pasada guerra civil además de adoptar un tono conciliador respecto a todas las potencias presentes en la región, incluidas Rusia e Irán. Afirmó que Damasco y Moscú tienen intereses comunes y que un desmantelamiento precipitado de las bases militares rusas no sería positivo.
La hoja de ruta para la transición política de Siria debiera estar guiada por la Resolución 2254, aprobada por unanimidad en el Consejo de Seguridad de NN.UU. en 2015, que señala un proceso de transición inclusivo y la redacción de una nueva Constitución que culmina en unas nuevas elecciones. El pasado 14 de diciembre, un grupo de potencias regionales y occidentales reunidas en Jordania, reiteraron su apoyo a esta resolución. El actual líder del gobierno sirio, Ahmed Al Shara, ha expresado su apoyo a la Resolución 2254, con ciertas consideraciones.
Para la comunidad internacional, la caída de Assad incide directamente en el futuro del gran dilema geopolítico existente en esta región, con una gran riqueza en recursos de hidrocarburos, sujeta a una serie de guerras y enfrentamientos entre diversos grupos de población que hasta ahora no han podido ser resueltos. De la situación final de estos conflictos dependerá si Oriente Medio se decanta por el mundo democrático o el autoritario. En todo caso, tendrá una enorme repercusión en el futuro orden internacional.
Cualquiera que sea la suerte de las bases, el daño al prestigio y al poder ruso está hecho. No será fácil para Moscú ganar al grupo HTS y sus aliados cuando hace apenas dos semanas fuerzas rusas les estaba atacando en su ofensiva hacia Damasco. Su intervención en Siria en 2015 supuso un renacimiento de Rusia como un actor militar global. Sin embargo, la actualidad ha demostrado que Moscú no tiene suficientes fuerzas militares, recursos, influencia y autoridad para intervenir con eficiencia militar fuera de la antigua Unión Soviética.
En cuanto a Estados Unidos, la caída del régimen supone una oportunidad única para reducir la influencia iraní en Oriente Medio al mismo tiempo que permite a Washington contemplar la escasa capacidad de Rusia para jugar un papel sustantivo en la región en el próximo futuro. Pero también conforma un desafío ya que no está claro cómo se debe tratar con grupos como HTS, con su pasado yihadista, a pesar de lo que está declarando el gobierno de transición de inclusión y de apertura a todos los sirios.
En el escenario regional, se ha producido un estrecho acercamiento entre el gobierno interino y Turquía. HTS ha firmado un acuerdo de delimitación de las fronteras marítimas con Turquía. Con mucha probabilidad, Turquía es el actor mejor situado y se ha movido con una sabia ingeniería diplomática para influir y ejercer un control ordenado no únicamente en el futuro de Siria sino también en sus ambiciones en Oriente Medio.
Para ser realistas no hay nada seguro en cuanto al control del territorio que debe ser la primera prioridad para cualquier estado. Tampoco hay estabilidad interna debido a los frecuentes combates mortales entre diferentes milicias. Además, es preciso reconocer que hay muchas dificultades para establecer una coalición de gobierno estable.
En las relaciones de poder, a nivel regional, se presenta un cambio radical en Oriente Medio. Mientras el eje chiita se ha descompuesto, surge un poderoso grupo sunita formado por Turquía y las monarquías del Golfo, principalmente. Irán queda muy debilitado mientras Israel adquiere un alto protagonismo en el nuevo entorno estratégico del área.
El futuro de Siria va a depender mucho de lo que hagan los actores regionales. Los principales países de la región, especialmente Arabia Saudí, Irán, Israel y Turquía, están llevando a cabo una competencia geoestratégica para definir su rol en el área en función de su potencia e influencia económica, militar, diplomática y religiosa, principalmente, influyendo o queriendo participar en el proceso de formación del nuevo gobierno sirio.
En el ámbito internacional, y con independencia del fuerte revés sufrido por Rusia y la escasa actuación de China, la ONU ya se ha pronunciado por la aplicación actualizada de la Resolución 2254, la Unión Europea ya está reabriendo su embajada en Damasco mientras que varios de sus países están contactando con las autoridades sirias. En cuanto a Estados Unidos, aunque ya ha quitado a Ahmed Al Shara de la lista de buscados, se está a la espera de la decisión que tome Donald Trump a partir del próximo 20 de enero.
La reconstrucción del país no será fácil. No solo dependerá de la estabilidad política sino también de la capacidad de reconciliación y convivencia entre las diferentes facciones y sectores sociales. Siria precisa de todo tipo de ayuda de la comunidad internacional en vista de la pobreza general existente. El 90% de la población vive en el umbral de la pobreza. Asimismo, resulta necesario reevaluar las sanciones internacionales.
En la encrucijada de Siria pueden formarse tres alternativas de gobierno distintas dependiendo de la evolución del proceso de transición. Por un lado, puede convertirse en un gobierno regido por un salafismo yihadista que establecería un estado similar o cercano al de Afganistán de los talibanes, donde aparece una interpretación ultraortodoxa de la ley islámica con grandes restricciones a las libertades y a los derechos fundamentales.
En una segunda alternativa, Siria puede dotarse de una constitución que desarrolle un régimen democrático donde se incluya a todos los ciudadanos sirios, sea cual sea su etnia o religión, se respeten a las minorías al mismo tiempo que exista un pluralismo político donde se proteja la libertad, los derechos humanos y el bienestar de todos los sirios.
Una tercera alternativa puede conducir a romper la unidad nacional territorial siria como consecuencia de diferentes causas, ya sea debido a la imposibilidad de que los partidos políticos puedan ponerse de acuerdo para definir unos intereses nacionales, ya sea porque las distintas milicias no logren encontrar unos principios y valores comunes de convivencia, o ya sea porque el territorio sirio se rompa en varias entidades independientes cada una de ellas respondiendo a intereses y ambiciones particulares. En este caso, sería un estado fallido.
Aunque el actual gobierno de transición ha insistido mucho en los compromisos de inclusión y de respeto a todas las minorías, la cruda realidad es que los asaltos y los ataques que se están sucediendo desde entonces entre las milicias provocan una inestabilidad permanente en el territorio.
Dentro de esta encrucijada, me inclino por una vía, a corto plazo, en que el nuevo gobierno en Siria se postule por la primera alternativa, caminando por los senderos de un estado islámico moderado hasta que, a medio plazo, pueda seguir los pasos hacia el sistema democrático, apuntado como segunda alternativa, que poco a poco ha seguido y está siguiendo Irak. El estado fallido sería una catástrofe.
Sin duda, la decisión que tome Trump, a partir del 20 de enero, tendrá una repercusión cardinal en el establecimiento y progreso del nuevo gobierno que se instituya en Siria.
GD (R) Jesús Argumosa Pila
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