Conozco, al menos, tres “Catalina” y ninguna sabe de qué santa es. Una de ellas ha decidido celebrar su onomástica 11 veces, esto es, el número de las mujeres canonizadas con ese nombre, y otra se ha apuntado a dos o tres. En este sentido, escribo un único párrafo de punto y seguido, para dar noticia de las 11 “Santa Catalina” y en lo que destacan cada una, al efecto de elegir la más adecuada. Así, de una de ellas, que vive en Madrid y que junto a su belleza es una verdadera sabia y muy valiente defendiendo sus ideas, parece que su santa intercesora, debe ser Santa Catalina de Alejandría. La otra, que también vive en Madrid, rica por su casa y que se ha pasado no sé cuántos años como misionera, dedicada a la enseñanza, hasta que enfermó, quizá la santa con la que mejor se va a entender es Santa Catalina Drexel. La tercera, astorgana, resulta demasiado polifacética para aconsejarla. (...)
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Catalina Vigri, la futura SANTA CATALINA DE BOLONIA, nació en Bolonia el 8 de septiembre de 1413 y falleció, en esta misma ciudad, el 9 de marzo del año 1463. Su padre, Juan de Vigri, era abogado y trabajaba para el marqués de Ferrara, Nicolás d´Este, por lo que colocó a su hija como dama de honor de Margarita d´Este y entre las dos surgió una amistad entrañable, al punto que cuando Margarita se casó, quiso llevársela con ella. Pero Catalina, que ya contaba 14 años, decidió entregar su vida a Dios y en el convento de las clarisas fue un modelo de piedad, oración, penitencia y espíritu de servicio, gratuito, sin esperar contraprestación alguna, sólo por amor. Elegida abadesa, tuvo una visión inefable. A las doce horas de una Nochebuena se le apareció la Virgen con su hijo envuelto en pañales y se lo dio a Catalina que al cogerlo y notarlo contra su pecho, sintió una emoción que le duró toda la vida y le hizo adquirir una profunda espiritualidad, que le llevó, entre otras cosas, a escribir varios libros de espiritualidad que tuvieron una gran difusión, así como a pintar miniaturas, algunas de las cuales se conservan y también dos pinturas que igualmente se conservan, una en la Academia de Bellas Artes de Venecia y la otra en la pinacoteca de su ciudad. Falleció con 49 años y las monjas al ver su rostro como cuando decidió entregarse a Dios, a los 14 años, y que su cuerpo desprendía una cierta fragancia, lo enterraron sin caja, pero hubieron de desenterrarla, porque se le atribuyeron varios milagros, y encontraron su cuerpo igual, incorrupto, y así se conserva, vestida y en posición sedente. Fue canonizada en 1712 por Clemente XI y su festividad coincide con su dies natalis, el 9 de marzo (aunque la orden franciscana lo celebra el 9 de mayo), día en el que las mujeres bautizadas con este nombre festejan su onomástica.
Catalina Ulfsdotter, conocida como SANTA CATALINA DE SUECIA, y también como Santa Catalina de Vadstena, porque fue enterrada en el monasterio de Vadstena, fundado por su madre, Santa Brígida. Santa Catalina de Suecia fue la cuarta hermana de los ocho hijos que Santa Brígida tuvo con el príncipe Ulf Gudmarsson. Si bien Catalina deseaba tomar los hábitos de religiosa, obedeció a su padre que la casó con trece años con el noble sueco Egard Lydersson von Kyren, un inválido al que Catalina cuidó con un amor insuperable y que aceptó la petición de su esposa de no consumar el matrimonio. A la muerte de su esposo, Catalina tomó los hábitos y destacó por su vida de oración, por su estricta pobreza y por su incondicional ayuda a los pobres y necesitados. Murió apenas cumplidos los cincuenta años, el 24 de marzo de 1381 y el papa Inocencio VIII la proclamó santa en 1484. Las mujeres que llevan su nombre celebran su onomástica el 24 de marzo.
SANTA CATALINA TOMÁS, llamada también santa Catalina de Palma, nació en una familia de labradores en Valldemossa, Mallorca, y fue la sexta de siete hermanos. Contaba tres años cuando murió su padre, Jaime Tomás Creus y siete, cuando lo hizo su madre, Marquesina Gallard. Recogida por unos tíos suyos, se convirtió en su criada, a pesar de su corta edad. No sólo barría. fregaba, cosía y demás labores de la casa, sino que cuando se lo pedía su tío Bartolomé, guardaba también el ganado y, al parecer, siempre alegre y sonriente. Pero ya desde entonces deseaba ser religiosa y fray Antonio Castañeda, después de oírla, confirmó su vocación. Sus tíos se opusieron frontalmente y, además, Catalina carecía de dote. Fueron, posiblemente, sus contantes oraciones las que resolvieron todos los obstáculos. De hecho, el 13 de noviembre de 1552 ingresó en el monasterio de Santa Magdalena como canonesa regular lateranense de San Agustín. Aunque Catalina destacó por su humildad y sencillez, y no quería salir al locutorio, era constante la frecuencia con la que numerosas personas acudían a pedirle consejo o ánimo. Conoció, con años de antelación, el día que iba a morir. En efecto, ese día después de comulgar, pidió un sacerdote, y aunque los médicos aseguraron que no le pasaba nada grave, en cuanto recibió los últimos sacramentos, falleció. Tenía cuarenta y pocos años y corría el día 5 de abril de 1574. La canonizó el papa Pío XI y su cuerpo se ha conservado incorrupto. Por consiguiente, las mujeres que lleven el nombre de esta mística mallorquina celebran su onomástica el 5 de abril, si bien, en Vallldemossa, lo celebran el 28 de julio, que fue cuando, al parecer, varios años antes, supo, por revelación, la fecha exacta de su fallecimiento.
SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA (se llamaba Hectarina), ha sido una de las santas más bellas del santoral cristiano y, quizás, una de las más doctas. Era hija única y pertenecía a la nobleza de Alejandría, quizá de estirpe real. Por ello, cuando el Emperador Maximino ordenó, bajo pena de tortura y muerte, sacrificar a los dioses, Catalina se enfrentó con el Emperador. Éste, por la nobleza de Hectarina y por el éxito que para él suponía su conversión, hizo reunir a los que le aseguraron que eran los más sabios de la ciudad y más aptos para convencer a la joven. Sin embargo, ante el asombro general, fue la joven quien convenció a los sabios, de los que la mayor parte se convirtieron al cristianismo, por lo que el Emperador los condenó a morir en la hoguera, pero éstos, antes de morir, pidieron a Catalina la señal de Cristo (por ello se la considera patrona de los filósofos y de las doncellas). La indignación del Emperador, al parecer, se convirtió en rabia y odio, cuando, a pesar de sus halagos, Catalina no renegó de sus creencias. La hizo azotar con nervios de buey, pero Catalina siguió sin ceder. La redujo a prisión y al hambre y la sed sin conseguir su objetivo; y lo que fue peor para el prestigio del Emperador, durante su prisión, Catalina convirtió a la emperatriz Augusta y al tribuno Porfirio. Ante su manifiesto y difundido fracaso, Maximino ideó, con la ayuda de un herrero y un carpintero, una cuádruple rueda de afiladas cuchillas destinada a provocar un suplicio atroz y la apostasía de Catalina. La futura santa, de manera inexplicable, sobrevivió y no cedió (por ello se representa a Santa Catalina con la rueda), pero ante su creciente desprestigio el Emperador mandó decapitar a Catalina. Los restos de la santa reposan en el Monte Sinaí, donde un antiguo monasterio ortodoxo lleva su nombre y conserva sus reliquias. Su fama, culto y devoción, se han hecho universales. Así mismo, ha tenido un reflejo, igualmente universal en el arte; por ejemplo en la pintura: el Sposalizio místico de Correggio (Louvre) y los cuadros de Rafael, Tintoretto, Caravaggio,… De ella ha escrito Carlos Pujol: “…Pero tal vez lo más atrayente del personaje, según lo describe su “pasión”, no es tanto la muerte a manos de infames sicarios, sino su ansiosa búsqueda de la Verdad… (Carlos Pujol, La casa de los Santos, ediciones Rialp, 1989, p. 390). Y otro de sus biógrafos, Francisco Pérez: “Sea lo que fuere en cuanto se refiere a la historia comprobable, lo cierto es que la figura de nuestra santa lleva en sí la impronta de lo recto y sublime que es dar la vida por la Verdad que con toda fortaleza se busca, y, una vez encontrada, se posee firmemente hasta la muerte. Esto es lo que atestigua la tradición, la leyenda y el arte. (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ed. PALABRA, 2001, Tomo ll, p. 1432). Su onomástica se celebra el 25 de noviembre.
SANTA CATALINA DE RICCI, nació, el 23 de abril de 1522, en la noble familia florentina de los Ricci, Italia, con el nombre de Alajandrina Lucrecia. A los trece años ingresó en el convento de la ciudad de Prato de la Tercera Orden de Santo Domingo de Guzmán, del que durante 18 años fue la superiora. Es una de las místicas que más carismas ha recibido, entre ellos, el aviso, meses antes, del atentado que iba a sufrir el futuro san Carlos Borromeo, así como las cinco llagas de Jesús crucificado, que no se le pudieron curar y que sólo, al cabo de muchos años, le desaparecieron conforme le habían venido. Su contemplación de la pasión de Cristo le llevó a escribir su conocido “Cántico de la Pasión”. Según testimonios concordantes al recibir los últimos sacramentos su rostro resplandeció, exhortó al amor de Dios, extendió sus brazos en forma de cruz y expiró. Murió el 1 de febrero de 1590, aunque su festividad se celebra el 2 de ese mes, y fue canonizada por Benedicto XIV. Constituye un modelo para las mujeres que tengan que mandar, uniendo la fortaleza al amor.
SANTA CATALINA DE GÉNOVA, Catalina Fieschi Adurna. Nació en Génova, Italia, en 1447. Hija de familia noble, su padre fue Virrey de Nápoles. Apenas adolescente, intentó profesar como religiosa agustina, como ya lo era su hermana Limbania, pero fue rechazada por su edad y ya jamás pudo ser religiosa, dado que sus padres la casaron a los 16 años, con Giuliano Adurna en un matrimonio de conveniencia. El matrimonio del que no tuvieron hijos, se convirtió en un infierno para Catalina, por la deslealtad y violencia de su marido. Catalina sobrellevó su situación con admirable humildad y amor, si bien con un sufrimiento tal que deseaba la muerte. Pero Dios le concedió a los 26 años, concretamente el 22 de marzo de 1473, una inspiración religiosa que la consoló tan profundamente que, desde entonces, su vida fue un verdadero holocausto en la atención a los pobres y enfermos del hospital, del que fue tesorera y directora, especialmente durante la plaga que asoló a Génova entre 1497 y 1501. Más aún, este ejemplo consiguió lo que parecía imposible: convirtió a su esposo que ingresó como terciario franciscano. Catalina, sin saber el porqué, empezó a escribir sus experiencias de su encuentro y profunda unión con Dios. Se publicaron sus escritos y uno de ellos en forma de libro, titulado Diálogo sobre el alma y el cuerpo, tuvo tanta influencia que se la considera una autora importante en la historia de la espiritualidad cristiana. Falleció en 1550 y constituye un ejemplo de la eficacia transformadora de la gracia en la persona que libremente acepta sus mociones y procura seguirlas en su vida ordinaria. Fue canonizada el 18 de mayo de 1737 por el Papa Benedicto XIV, y Pío XII la declaró Patrona de los hospitales y de su ciudad. Su cuerpo incorrupto se conserva en el hospital al que dedicó su vida. Su fiesta se celebra el 15 de septiembre. Esta Santa Catalina destacó por su austeridad y su amor a la Eucaristía.
SANTA CATALINA DREXEL fue una religiosa estadounidense, nacida en Filadelfia, el 26 de noviembre de 1858. Su padre, Francis Anthony Drexel, un rico banquero, tuvo a Catalina de su primera esposa, Hannah Langstroth, y ambos la inculcaron a sus hijos (Catalina fue la segunda), que sólo eran administradores de su fortuna, con la que debían, en lo posible, ayudar a los necesitados. A Catalina le afectó tanto conocer la situación en la que vivían los indios americanos y los afroamericanos, que, de acuerdo con su carácter valiente, dinámico e incapaz de tolerar la injusticia, decidió ayudar con su persona y su fortuna, calculada, entonces, en 20 millones de dólares, a estos dos colectivos, que apenas recibían un trato de seres humanos, al punto que algunos de los propietarios de las plantaciones se planteaban, por ejemplo, si los negros tenían alma, con objeto de justificar su denigrante trato a los mismos. Catalina comprendió que la mejor y más duradera solución para conseguir la emancipación de estos colectivos, pasaba por su educación (en algunas de estas plantaciones los negros que las cultivaban eran severamente castigados si aprendían y sabían leer) y fundó la primera escuela: la St. Catherine Indian School. Así mismo, Catalina comprendió que ella sola no podía llevar a cabo sus proyectos y pidió al papa León XIII que enviara misioneros, pero el papa, al conocerla, le pidió que fuera ella la que se hiciera misionera. Catalina aceptó, profesó como religiosa y fundó las Hermanas del Santísimo Sacramento, cuya misión era llevar el Evangelio y compartir la vida con los indios americanos y los negros americanos. Cuando murió, en Cornwell Heights, el 3 de marzo de 1955, había fundado 63 escuelas y más de 500 Hermanas impartían en ellas sus clases. Si bien, lo que puede considerarse un verdadero hito, fue la fundación de nivel superior de la Xavier University en Luisiana y la Xavier University Preparatory School en Nueva Orleans. Catalina Drexel fue canonizada por el papa Juan Pablo II, con lo que se convirtió en la segunda santa estadounidense y su onomástica se celebra el 3 de marzo, el día de su muerte.
A SANTA CATALINA DE SIENA, Catalina Benincasa, nacida en 1347, de unos padres de oficio tintoreros, que tuvieron veinticinco hijos, le tocó vivir y participar decisivamente en los hechos más tormentosos y dolorosos del siglo XIV, debido, entre otras cosas, al cisma de los cardenales franceses que apoyaron al antipapa Clemente VII, unido al lujo escandaloso, la corrupción y simonía de tantos prelados y a que la Santa Sede había abandonado Roma y residía en Aviñón. Catalina, con apenas veinte años, volvió al mundo, después de tres años de clausura, y su religiosidad atrajo a numerosos seguidores “por su santidad, su alegría, sus palabras sublimes y los éxtasis de los que ellos mismos eran testigos. Influyó en la política de su tiempo. Sofocó guerras civiles, reconcilió ciudades enemigas y contribuyó en gran medida a devolver el papado a Roma, instalado en Aviñón desde hacía sesenta y siete años” (Omer Englebert, El libro de los santos, Ediciones Internacionales Universitarias, S.A., 1999, p.159). Catalina fue canonizada en 1461, proclamada Doctora de la Iglesia (siendo la segunda mujer en obtener tal distinción después de nuestra santa Teresa de Jesús), Patrona de Italia y una de las Santas Patronas de Europa. Catalina es una de las “místicas” por excelencia de las santas de la Iglesia. Murió el 29 de abril de 1380, en absoluta soledad en Roma, después de ocho semanas de atroces dolores, en un éxtasis de amor. Su fiesta se celebra el día de su muerte, el 29 de abril.
SANTA CATALINA TEKAKWITHA es la primera santa piel roja de Estados Unidos y, junto con San Francisco de Asís, copatrona de la utilización y cuidado de la naturaleza. Nació en 1656, en un poblado que perteneció a la tribu Mohawk. Su madre, india algonquina, convertida al cristianismo, fue raptada por los iroqueses y casada con el que fue el padre de la futura Santa Catalina y que, naturalmente, era pagano, jefe tribal de los Mohawk. “En 1646, el poblado mohawk de Ossernenon, cerca de la actual Auriesville (Nueva York), era un territorio muy poco acogedor para los misioneros cristianos: el jesuita P. Isaac Jogues y el laico Jean de la Lande fueron asesinados allí ese año. Cuatro años antes, en el mismo poblado, el P. Jogues había sufrido una tortura tan prolongada y brutal que fue considerado un ‘mártir viviente’ por el Papa Urbano VIII; y su compañero de misión, René Goupil, había sido asesinado…” (vatican.va). El año 1656, en el que nació Tekakwitha, murió toda su familia (sus padres y su hermano), en la terrible epidemia de viruela que asoló la tribu y a ella le dejó tan marcada la cara, que la hizo casi irreconocible y los ojos tan dañados que por eso la llamaron Tekakwitha, que signifca “la que choca con las cosas”, “la que tropieza”. No obstante, Tekakwitha, adoptada por su tío que se convirtió en el jefe de los Mohawk, aprendió todos los trabajos que hacían las mujeres de su tribu: desde hacer la comida y confeccionar ropa, hasta ayudar en la siembra y recolección de las cosechas. Contaba 11 años, cuando Catalina conoció la religión cristiana a través de la predicación de los jesuitas. Catalina pidió el bautismo a los 20 años (bautizaba con el nombre de “Kateri”, la forma mohawk del nombre Catherine, Catalina). Esta conversión provocó tanto rechazo y maltratos físicos, por sus allegados y el pueblo, que con el consejo y ayuda de los jesuitas, huyó y se refugió en Sault Ste. Marie, situado a unos 300 kilómetros de su pueblo natal, cerca de Montreal, cuya población de indios canadienses era cristiana. A partir de aquí su amor a la Eucaristía y sus incontables servicios a sus hermanos se han hecho casi legendarios, Murió con 24 años, el 17 de abril de 1680 y lo último que dijo fue: “Jesús te amo”. Las mujeres indias que fueron a prepararla para su entierro no la reconocieron, por lo que avisaron a los jesuitas y a otras personas. En efecto, la deformación de la cara, producida por las cicatrices de la viruela, había desaparecido y la cara tenía un cierto resplandor. En todo caso, su tumba en Caughnawaga, con el epitafio: “Kateri Tekakwitha, Ownkeonweke Katsitsiio Teonsitsianekaron”, “La flor más bella que jamás floreció entre los hombres rojos”, se hizo objeto de peregrinación y así mismo, se produjeron por su intercesión varios hechos que se calificaron de milagros. Fue canonizada por Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro y su fiesta se celebra el 17 de abril.
SANTA CATALINA LABOURÉ nació el 2 de mayo de 1806. El fallecimiento de su madre, cuando contaba 9 años le afectó tanto que, según el testimonio sorprendido y repetido de varios familiares, vieron a Catalina coger una silla, acercarla a una imagen de la Virgen, subirse a la silla y decir: “Ahora Tú eres mi única Madre”. Debido a que su hermana María Luisa, tres años después ingresó en las Hijas de la Caridad, Catalina, con 12 años se puso al frente del hogar (Catalina tuvo 16 hermanos, que todos se dedicaron a sus estudios menos ella), y de la granja. Pero Catalina no tenía dudas sobre su vocación religiosa, por lo que rechazando a sus pretendientes y obviando con gran dolor la obstinada oposición de su padre, que ni siquiera se despidió de ella, ingresó en el mismo convento de las Hijas de la Caridad que su hermana María Luisa. Comenzaron pronto las visiones de Catalina y su confesor le ordenó que las escribiera. Tenemos la suerte de que estos autógrafos de 1833 se encuentran en Madrid y fueron estudiados exhaustivamente durante el proceso de beatificación. En esencia la Virgen le pidió tres cosas: la acuñación de una medalla con la Virgen de cuyas manos brotaban las gracias que continuamente derramaba sobre todos los hombres; la realización de una imagen de la Virgen con el globo terráqueo en la mano; y la fundación de una asociación de Hijos e Hijas de María. Con relación a esta última petición, sé que ha llegado esta asociación a contar, a fines del siglo pasado, con cerca de novecientos mil miembros; y respecto de la Virgen del globo, es oportuno señalar que en la actualidad se la considera la Reina de las Misiones. Pero, sin duda lo más conocido es lo referente a la medalla. Aprobada su acuñación en 1832 por Monseñor de Quelen, en apenas 4 años se habían distribuido cerca de 40 millones de medallas, porque era tal la cantidad de milagros que, de manera espontánea, las gentes la llamaron: la Medalla Milagrosa. Los centenares, quizá millares, de milagros de la Medalla, aunque estaban en boca de todos, nadie sabía de donde procedía la Medalla, puesto que no conocían a la vidente, la futura santa Catalina, dado que había recibido órdenes de no hablar de las apariciones nada más que con su director espiritual. De hecho, los 45 años que Catalina vivió como monja, fue como portera y encargada de los ancianos y de la granja. Catalina murió el 31 de diciembre de 1876, conforme había predicho: “no veré el nuevo año”. Catalina sufrió, y mucho, a lo largo de su vida. Su hermana María Luisa, después, incluso, de ser Superiora, dejó los hábitos. Su confesor el Padre Aladel y su Superiora Sor Dufes, la hicieron sufrir lo indecible por su incomprensión, desconfianza y las pruebas a las que la sometieron… Pero siempre sufrió en silencio y sin revelar sus apariciones, al punto, que cuando Pío XII la canonizó, lo hizo con el título de la “Santa del silencio”. En la página de la Asociación de la Medalla Milagrosa, ammespanol.org, se lee: “Cuando su cuerpo fue exhumado en 1933, estaba tan entero como el día en que fue sepultada. Su cuerpo incorrupto está protegido por un cristal debajo del altar lateral en el 140 Rue du Bac en París, debajo de uno de los sitios donde Nuestra Señora se le apareció… La santidad de Catalina se desarrolló en la mitad de un siglo de servicio fiel como una sencilla Hija de la Caridad”. Su fiesta se celebra el 28 de noviembre.
De SANTA CATALINA GEROSA doy una brevísima noticia, por cuanto es conocida como Santa Vicenta y quizá ninguna o casi ninguna mujer lleve el nombre de esta santa si no el de Santa Vicenta. Catalina nació en 1784, en Lovere, Lombardía, de familia acomodada y fue bautizada como Catalina Vicenta Gerosa. Desde muy joven padeció muy diversos motivos de dolor y sufrimiento. Pero su vida se caracterizó, sobre todo, por su constante oración y sus continuas obras de caridad. Conoció a Bartolomea Capitano de inquietudes y espiritualidad semejantes y fundaron entre las dos la Congregación de Hermanas de María Niña, instalándose en un antiguo edificio abandonado que llevaba el nombre de Casa Gaya, y que la gente empezó a llamar “El Conventito”. Ambas se ofrendaron a sí mismas al servicio de los pobres. Con sólo 26 años, en 1833, muere Bartolomea Capitanio, pero Catalina, la futura Santa Vicenta, fue consiguiendo las diversas aprobaciones hasta obtener, en 1840, con una carta apostólica de Gregorio XVI, la definitiva del Instituto de Lovere. Catalina falleció el 20 de junio de 1847, cuando ya se habían fundado 24 casas del Instituto, también en América y Oriente Medio. Pío XII canonizó a Catalina, como santa Vicenta, el 18 de mayo de 1950. Su festividad se celebra el 28 de junio.
Pilar Riestra
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