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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

El rostro eterno de Teresa. La nueva exposición de su cuerpo en Alba de Tormes

Sepulcro de Santa Teresa en el monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora, en Alba de Tormes. (Foto: https://carmelitasalba.org/).
Sepulcro de Santa Teresa en el monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora, en Alba de Tormes. (Foto: https://carmelitasalba.org/).

LA CRÍTICA, 15 MAYO 2025

Por Miguel Ángel González
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En lo más hondo del corazón de Castilla, junto al cauce sereno del Tormes, la villa de Alba se transforma una vez más en umbral del misterio. Algo sagrado vuelve a suceder. Ciento once años después de la última exhumación, el cuerpo de Santa Teresa de Jesús ha sido expuesto de nuevo para la veneración pública. Y no es una ocasión cualquiera: con el auxilio de nuevas tecnologías y el respaldo de las autoridades eclesiásticas, la ciencia y la fe se dan la mano para acercarse, con respeto y asombro, al rostro real de la mística carmelita, Doctora de la Iglesia y figura universal del espíritu.

Es este año 2025, se ha procedido a la apertura del féretro que custodia sus restos en el Monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora, fundado por la misma Teresa un ya lejano 25 de enero de 1571. (...)

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Desde entonces, este rincón de la provincia de Salamanca no ha dejado de ser lugar de paso y permanencia, de silencio y búsqueda, de gracia derramada en las almas que acuden con anhelo al sepulcro de la Santa. La ceremonia comenzó en la basílica de Alba con la oración presidida por Mons. José Luis Retana, obispo de la diócesis de Salamanca. El acto inaugural no fue solo litúrgico: fue una irrupción del tiempo sagrado en el calendario común. Se abrieron las puertas del templo, pero también las del alma colectiva que se reúne en torno a una vida que no cesa de iluminar. El cuerpo momificado de Santa Teresa se mostró, por tercera vez en su historia, ante los ojos de un pueblo que no la ha olvidado, y ante la mirada expectante de investigadores que desean desvelar su figura con mayor precisión. No para profanarla, sino para conocerla mejor. Para tocar, con la punta de los dedos de la razón, lo que ya nos había revelado el corazón.

Y así, Alba de Tormes se convierte en estos días en el centro de un peregrinaje sin fronteras. Llegan fieles de los cinco continentes. Algunos movidos por la devoción profunda, otros por la curiosidad cultural, pero todos transformados por el contacto con esta figura extraordinaria. Hay algo en Santa Teresa que trasciende lo estrictamente religioso. Su personalidad poderosa, su fe ardiente, su talento literario y su humanidad lúcida, la convierten en faro para creyentes y no creyentes, para estudiosos de la espiritualidad y para quienes simplemente buscan respuestas. Niños que preguntan con ojos grandes, ancianos que musitan sus versos como una plegaria, religiosos, académicos, madres, viajeros... Todos se detienen unos instantes en este lugar donde el tiempo parece recogerse. El sepulcro de Teresa no es un museo, sino un altar vivo. Y la exposición de su cuerpo, lejos de ser un espectáculo, es una invitación. A orar. A contemplar. A abrirse al misterio.

La Orden del Carmelo Descalzo vive estos días con una mezcla de gratitud, responsabilidad y recogimiento. Sabe que no se trata de aprovechar la figura de la Santa, sino de custodiarla con amor y fidelidad. Cada visitante es acogido como peregrino del alma, como hermano en la búsqueda de sentido. Porque Teresa, aun desde la muerte, sigue hablando, sigue guiando, sigue encendiendo fuegos.

Santa Teresa de Jesús no fue solo fundadora de conventos y reformadora del Carmelo. Fue, y sigue siendo un alma viva, una de las grandes maestras de vida interior de la humanidad. Su prosa —llena de fuerza, ternura y visión— ha atravesado los siglos con la misma vivacidad con que brotó de su pluma. En sus Moradas, su Libro de la Vida, sus Fundaciones, nos dejó un legado espiritual que sigue inspirando a miles de personas en todos los rincones del mundo. Su palabra no envejece porque nace del corazón tocado por Dios. Y quienes leen sus obras descubren una voz cercana, una mujer de carne y hueso, con temores, dudas, gozos y luchas, que supo entregarse sin medida a la aventura de amar a Cristo. Porque Teresa no predicó desde una cátedra, sino desde la experiencia. Y esa experiencia sigue latiendo en sus textos… y en su cuerpo.

La veneración de sus reliquias, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, no es un gesto de idolatría ni un residuo de superstición. Es una expresión viva de la comunión de los santos, un signo visible de la santidad encarnada. «La veneración de las santas reliquias… es una expresión de la veneración que se debe a los santos que glorifican a Dios y nos animan a seguir sus pasos» (CIC, 1674). El Concilio de Trento fue igualmente firme al respecto: «Los cuerpos de los santos… deben ser venerados por los fieles, porque han sido templos y moradas del Espíritu Santo» (Denzinger, 986).

Un rostro que sigue iluminando

Los estudios que se están llevando a cabo con las tecnologías más avanzadas permitirán ofrecer una reconstrucción más precisa del rostro de Teresa. Pero más allá de la imagen física, lo que los peregrinos buscan es el reflejo de una vida entregada. Su cuerpo, semi incorrupto, no es una reliquia cualquiera. Es el testimonio palpable de una vida transformada por el Espíritu. Una prueba silenciosa de que Dios actúa en los corazones que se abren a su presencia.

Custodiar sus restos, exponerlos con dignidad y facilitar la veneración pública no es un ejercicio de nostalgia, sino una forma de evangelización serena. Una pedagogía espiritual que, en estos tiempos ruidosos, ofrece el testimonio de una vida centrada en lo esencial. Como recordaba el Papa Francisco: «El santo es una persona marcada por la presencia de Dios. Refleja en su rostro la luz de Cristo» (Gaudete et Exsultate, 7). La Santa misma lo dejó escrito, con esa sabiduría que nace de la vida vivida en oración: «No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho». (Moradas, IV, 1,7). «Es cosa recia que personas que con sólo verlas nos acordamos que hay Dios, hayan de ser tan combatidas» (Fundaciones, 13,7).

En Alba de Tormes, Teresa sigue diciendo mucho sin necesidad de palabras. Su cuerpo calla, pero su presencia habla. En el recogimiento del monasterio que ella fundó, entre los muros que escucharon su oración, cada visitante descubre que la santidad no es cosa del pasado, ni de unos pocos elegidos. Es una posibilidad real, cercana, concreta. En este año de gracia, Alba de Tormes no es solo un destino geográfico. Es una puerta abierta al alma. Un lugar donde el tiempo se detiene para escuchar la voz de una mujer que supo, como pocas, vivir en Dios y para Dios. Que supo, con valentía y dulzura, encender caminos.

Y que hoy, más que nunca, nos invita a seguirla.

Miguel Ángel González
Prior OCD de Alba de Tormes y de Salamanca.
Monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora de Carmelitas Descalzas.

Miguel Ángel González

Prior OCD de Alba de Tormes y de Salamanca

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