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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

El sepelio de Joaquín Costa. La hermosura del pronunciamiento en su honor del pueblo de Zaragoza

Panteón de Joaquín Costa en el cementerio de Zaragoza. (Foto: https://es.m.wikipedia.org/wiki/).
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Panteón de Joaquín Costa en el cementerio de Zaragoza. (Foto: https://es.m.wikipedia.org/wiki/).

LA CRÍTICA, 28 ABRIL 2024

Por Hugo Vázquez Bravo
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Dedicado a mi esposa Raquel Abadía Prada y a nuestra amiga Maicar Gil Aznar.


Quizá alguno de nuestros lectores desconozca que la efigie que incluye la cabecera de nuestro periódico es la de Joaquín Costa Martínez (Monzón, 14/9/1846-Graus, 8/2/1911). Según reza en el diccionario de personalidades de la Real Academia de la Historia, fue este aragonés político, jurista, pionero en España de las Ciencias Sociales y, ante todo, figura central del regeneracionismo. (...)

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Esta corriente ideológica hermanada con la después conocida como Generación del 98, que operó a nivel más literario, surgió a caballo de los siglos XIX y XX, y pretendía poner fin a la decadencia de España, coincidiendo con la pérdida de las últimas posesiones que se habían logrado durante la expansión del siglo XVI. El lema que se atribuye al propio Costa mostraba parte del camino de cómo se habría de lograr: “Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid (en otras versiones es doble llave)”; aludiendo con ello a la necesidad de una mejor preparación para las siguientes generaciones, la puesta en marcha de medidas drásticas que permitiesen un aumento notable de los recursos para la población en general y, por último, enterrar el pensamiento imperialista que si antaño tanto había aportado, en ese momento era una fuente de desgaste y un lastre para la reorganización del Estado.


Sin pretender ahondar más en su obra y pensamiento, pues no es el objetivo de este artículo, sí me parece interesante apuntar, que muy probablemente Costa se convirtió en el último eslabón de una España vertebrada, no en vano y aún a pesar de sus aparentes contradicciones, pues se declaraba republicano y a la par enemigo del parlamentarismo, su pensamiento influyó por igual en la ideología de los futuros partidos españoles de izquierdas y de derechas.


No obstante, como otras grandes figuras de la humanidad, el verdadero calado de su persona afloró justo cuando su existencia se apagó, dando lugar a una historia tan hermosa que merece ser evocada y difundida.


El también conocido como León de Graus falleció el día ocho de febrero del año 1911. Según se supo la noticia, el Consejo de Ministros ordenó que su féretro se condujese a Madrid, para ser inhumado en el Panteón de Hombres Ilustres. Sin embargo, al paso del tren que transportaba su cuerpo por la ciudad de Zaragoza, un tumulto de obreros y campesinos, aquéllos por quien aquél vivió desvelado, asaltaron la estación hoy desaparecida del Arrabal o del Norte, detuvieron el convoy y desengancharon el vagón en cuestión, con la firme intención de que sus restos obtuvieran su descanso en la capital del río Ebro.


Comentó Manuel Buenacasa, militante obrero y testigo de lo sucedido, que cuando el gobernador de la ciudad expuso el mandato expresado por el Consejo de ministros, decisión motivada por los grandes servicios prestados y sus importantes méritos, alguien respondió a viva voz: “En ese panteón duermen más granujas que personas decentes. Los despojos mortales de Costa reposarán en Zaragoza, donde construiremos un monumento exclusivamente para él”. Al tiempo, un grupo de sus paisanos extrajeron el cadáver y lo portaron a hombros al gran salón de la Lonja, donde sería expuesto los siguientes tres días. Dado el respaldo popular de esta iniciativa, en Madrid se decidió dejarlo correr y anular el decreto ministerial, a riesgo de que, al ser Costa republicano, prendiese un movimiento subversivo de mayor envergadura. De lo sucedido en esas jornadas disponemos de un magnífico reportaje fotográfico como testimonio.


El día 12, de las aproximadamente 150.000 almas que residían en la ciudad, se calcula que unas 30.000 se echaron a la calle para acompañar al cortejo fúnebre que, desde el antiguo Ayuntamiento, inició una ceremonial peregrinación al cementerio católico de Torrero. En las calles dudo que un alfiler despojado desde un balcón pudiera recalar en el suelo. Según la crónica que se publicó al día siguiente en el Heraldo de Aragón: “Cuando la carroza fúnebre entró por el Puente de América prendiéronse centenares de antorchas, que eran llevadas por bomberos y obreros del municipio, y por otras muchas personas que las arrebataban de manos de aquéllos. Presentaba el camino del cementerio fantástico aspecto”. Ya en el camposanto, “el silencio era profundo, a pesar de los millares de personas que invadían aquel sagrado lugar”.


No obstante, el lugar destinado a su reposo era provisional y la historia que sigue no es menos curiosa. En esos mismos momentos se abrió una suscripción pública para la construcción de su mausoleo, convocándose un concurso que fue ganado por el escritor Manuel Bescós Almudévar y el pintor Félix Lafuente Tobeñas, a los que se sumó el escultor Dionisio Lasuén Ferrer. Dos años más tarde el proyecto fue llevado a cabo por el arquitecto José de Yarza.


Lo singular del asunto es que dicho mausoleo, que trataba de respetar el pensamiento agnóstico del personaje, al contrario que en su capilla ardiente, donde se había ubicado un crucifijo a la cabeza del féretro, no era religioso. Tal y como consta en la página oficial del ayuntamiento de Zaragoza, éste “debía reproducir una montaña artificial, con escarpadas rocas, sobre cuya cima se alzaría el busto esculpido de Joaquín Costa. Además, en su propósito de revivir la naturaleza en un ambiente helénico y puesto que consideraban el pensamiento costista, heredero directo de aquellos grandes filósofos, repúblicos y oradores griegos, que como Aristóteles, Platón, Pericles y Demóstenes dejaron huella profunda en la Humanidad, el conjunto monumental debía incorporar una reproducción del Partenón, la Tribuna de Demóstenes y el Trípode votivo de Platea”. Así pues, no fue posible su ejecución dentro del recinto, por lo que se decidió construirlo a extramuros del límite norte del cementerio y blindarlo con una reja.


Con todo, décadas después, dado el gran valor artístico y simbólico del conjunto, el Ayuntamiento decidió que una de las ampliaciones del cementerio se practicase en torno a él, quedando finalmente incorporado a las instalaciones municipales y, por tanto, pasando a reposar junto a los humildes, a quienes tanto respetó, como a otros ilustres españoles que allí moran. Este es el caso por ejemplo de Ángel Sanz-Briz, diplomático español destinado en Budapest durante la Segunda Guerra Mundial que, por haber salvado la vida de más de 5.000 judíos, fue nombrado por el Estado de Israel como “Justo entre las Naciones”. Otra de esas páginas doradas protagonizada por uno de nuestros compatriotas.


Para finalizar y merced a la relevancia de este personaje en nuestro proyecto editorial y periodístico, no quiero dejar de incluir el epitafio que se incluyó en éste su postrero homenaje: “Aragón a Joaquín Costa, nuevo Moisés de una España en éxodo. Con la vara de su verbo inflamado alumbró la fuente de las aguas vivas en el desierto estéril. Concibió leyes para conducir a su pueblo a la tierra prometida. No legisló”. El pueblo de Zaragoza, al contrario de lo sucedido con otros ilustres españoles de nuestro pasado, que no moran en un lugar a la altura de sus méritos, consiguió hacer justicia a su memoria.


Hugo Vázquez Bravo


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