Pero no un réquiem a nuestro estilo cristiano y occidental, de negro luto y lágrima encogida, no, sino al más puro estilo hindú, de color ausente que por no existir se torna blanco impoluto, a lo más con alguna gala de color ladrillo animando la gran casa de los madrileños que es ahora la Casa de Correos, más conocida en su subsuelo, albergue temporal de disconformes gubernativos y testigo de motorizadas correrías republicanas en busca de calvos sotelos y otros próceres con visos de ser “patibulados”…
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Llevaba yo observando algún tiempo imágenes por televisión que iban dando cuenta, de vez en cuando, de la remodelación de la dicha Puerta del Sol que, aun habiendo muchas en España, es por antonomasia y por su reloj findeañero la de Madrid, no comprendiendo por qué se mostraban pulcras y sanitarias maquetas de la misma y no la de verdad.
Pues bien, hace pocos días y después de un magnífico acto en el también magnífico Real Casino, al ladito mismo de la afamada Puerta, tuve ocasión, atónito, eso sí, de salir de mi error al comprobar que las imágenes que había estado contemplando todo ese tiempo no eran una maqueta sino la Puerta del Sol misma.
¡Todos los edificios han sido pintados de blanco!
El alma de la Puerta del Sol ha volado y no sería de extrañar que, como las almas de los hindúes, haya iniciado ese viaje sin fin de cuerpo en cuerpo o de consistorio en consistorio más bien, hasta llegar a Dios sabe dónde y en qué tiempo y lugar.
Es… como si se hubiera querido trasladar el Berlín posmoderno al centro de las Españas, pero sin levantar de nuevo los edificios desalmados y sin cuerpo, sino cubriendo los decimonónicos caserones con plastilina infantil carente del recio pincelado castellano. ¡Qué poema sería hoy la cara de Santiago Alonso Cordero, libre ya de las sospechas de la fortuna aderezadas de corruptelas mayores y menores, contemplar su Casa del Maragato investida con ropón de mancebo de botica!
Me vuelvo a estas tierras y su frío polar intempestivo temiendo encontrar más pronto que tarde torres y espadañas, arcos, murallas y portones, no del recio color de sus piedras y maderas centenarias, en casos milenarias, sino cubiertas del color pastel de sus ediles y concejos.
¡Bienvenido al presente!