...
Pues bien, el origen histórico del fascismo lo encontramos en Italia, uno de los últimos países del viejo continente que logró su unificación y desarrolló en consecuencia un sentimiento nacionalista. En concreto, en 1891 se crearon los «fasci siciliani» para luchar contra los terratenientes, un híbrido entre el socialismo marxista y el liberalismo capitalista. La palabra fascista se encuentra por vez primera en 1919 cuando Benito Mussolini, cuya andadura política se inició en el Partido Socialista Italiano, dirigiendo «Avanti» el periódico emblemático del socialismo, funda en Milán el grupo «Fasci italiani di combattimento», y se produce en 1922 la famosa marcha sobre Roma que sentenciaría el régimen parlamentario y el principio del fascismo. En dicha marcha, participaron más de cuarenta mil personas, obreros de campo con puño en alto, miembros de los sindicatos agrícolas que de la noche a la mañana se tornaron fascistas, camisas negras, y gran parte originarios del partido socialista italiano. La intención era presionar al rey Victor Manuel III para que le designara jefe de gobierno, y así desmontar el régimen liberal para ser sustituido por «leyes fascitisimas» como así se las denominaba. En la realidad, el fascismo se había convertido en un sistema heterodoxo del socialismo de donde provenía. En definitiva fue un golpe de Estado dado por la Izquierda, experta en el discurso revolucionario y en la violencia efectiva, mediante el chantaje de un enfrentamiento civil si el rey no accedía a la petición de darle el gobierno.
La propia heterodoxia del fascismo hace compleja su definición, más en los actuales tiempos donde la línea divisoria de las ideologías surgidas de la Revolución francesa entre derechas e izquierdas, se ha desplazado para converger con diferencias, en discursos soberanistas y globalistas que adquieren matices radicales en oposición al liberalismo, al comunismo y al internacionalismo, haciendo con ello más difícil su comprensión. Fascismos hay de todas clases y en muchas regiones del mundo sin que tengan entre ellas unas bases comunes de carácter ideológico. Así resulta que aunque con pocas conexiones entre fascismo y nazismo, ambos términos se usen como sinónimos. El conservadurismo político si viene claramente diferenciado con el progresismo socialista. El fascismo es hoy día la adjetivación del pensamiento político antiparlamentario o no, que no comulga con la disciplina de la ideología totalitaria que incluye a los socialdemócratas.
Ernst Nolte como Renzo de Felice ajenos a la dialéctica política fueron los iniciadores del estudio sobre el complejo concepto del fascismo. A estos siguieron el sociólogo español Juan José Linz que supo diferenciar el fascismo de los regímenes autoritarios. Igualmente Stanley Payne distinguió la derecha conservadora con matices autoritarios, una derecha radical y los movimientos propiamente fascistas, estos últimos desarrollando un entramado social que eliminase el modelo liberal. Hoy día en España tenemos ejemplos de esta deriva fascista en el nuevo modelo que quiere imponerse y para el que toma principios de la derecha como de la izquierda. En Francia, René Rémond en sus tesis sobre la derecha francesa la divide como «contrarevolucionaria», «liberal, (Orleanista)» y «cesarista o bonapartista». En los precedentes del proceso del concepto fascista tenemos próximo a Donoso Cortés quien desde la revolución de 1848 tendió hacia posiciones autoritarias, basadas en fundamentos teológicos y explicando que la auténtica batalla se producía entre el socialismo y el catolicismo y su contrapeso, el liberalismo. En España, igualmente, el carlista Victor Pradera definiría «El Estado Nuevo» como un Estado de carácter corporativista basado en la tradición católica.
Los procesos políticos fueron desarrollándose, produciendo un complejo entramado donde el poder ejecutivo tendría una tendencia hegemónica sobre los otros poderes. Los partidos del espacio derechista tienden más a ocupar su espacio político a través de un líder de fuerte protagonismo, que recuerda el caudillaje que tantas veces se ha dado en la milenaria historia de España, evitando determinados compromisos ideológicos que permita abarcar la mayor gama posible de votos del arco parlamentario. Así resulta que se define la política como la «menos mala», pues identificarse de manera concreta con conceptos o normas morales puede provocar la marginalidad. Como antecedente a lo dicho, Georges Sorel promovió la corriente del sindicalismo revolucionario que orbita alrededor del socialismo que cambia su línea ideológica al asumir, tanto los nacionalistas como sindicalistas, un objetivo común cual es el derribo de la democracia. Por supuesto esto incidiría en las tácticas políticas de la derecha que busca afanosamente, como se ha dicho, un amplio espectro de votos rehusando el compromiso con determinados postulados que le eran propios tradicionalmente. École des Hautes Études sociales de Paris que dirigía Sorel pretendió crear una conciencia propia del obrero frente a la burguesía en donde no hay que incorporarse sino aniquilarla, y para ello promueve volver al concepto de gremio como base orgánica de una sociedad sustituta de la liberal capitalista. La Democracia liberal ya desde el inicio del siglo XX es denostada por los progresistas que vieron en ella cómo tomaron el poder pese a que de modo gradual el derecho a voto era ya una realidad. No bastaba con votar, hacía falta conformar una masa crítica masiva frente al individualismo del liberalismo. Estas masas hallaron en los postulados socialistas o católicos conceptos que les dignificaban aunque se encontraron con el dilema de ser alternativa al liberalismo o bien mediante la dictadura del proletariado o la conformación de un Estado corporativo que promulgaba la Universidad Católica de Lovaina. El propio Ramiro de Maeztu se pasó del liberalismo reformista al corporativismo.
En este escenario descrito, el nacionalismo en Italia consecuencia de su unificación y de la guerra colonial, se exacerbó, como posteriormente sucedería en Alemania. El régimen liberal por múltiples motivos se debilitó en una profunda crisis social ante un cada vez mayor incremento de masas. En los años de 1919-20 la Unión Sindical Italiana y los socialistas radicales del futuro PCI ocuparon fábricas y centros de trabajo, organizándose comités obreros que tomaron el poder constituyéndose en guardias rojas que defendieran su revolución. Se iniciaron asesinatos, secuestros y otros desmanes contra las élites burguesas. Los anarquistas aparecieron junto a otros grupos descontrolados. Una vez más la Izquierda proclamó su consustancial ADN. Fue el momento ya mencionado de Benito Mussolini cuando el 23 de marzo de aquel año de 1919 en la Plaza del Santo Sepulcro de Milán, el fascismo tomó carta de naturaleza, proclamada por sindicalistas revolucionarios, nacionalistas, excombatientes y contando con un elemento básico que es la Sociedad de Crédito Comercial Italiano del judío Cesare Goldmann. La Primera Guerra Mundial cambiaría el escenario de la vieja Europa, cayendo gran parte de las monarquías. La contienda bélica llevó a los excombatientes a una amalgama de un nacionalismo acentuado, consecuencia de la guerra, con los radicalismos de la derecha decimonónica, las reivindicaciones sociales y el sindicalismo revolucionario de Georges Sorel y el socialismo nacionalista de Mussolini. Una consecuencia del fascismo fue una cierta ruptura con el parlamentarismo liberal. Aspectos políticos como el mundo juvenil y femenino fueron objeto de atención del nuevo movimiento fascista de Mussolini en donde se encontraron los decepcionados de la izquierda como de la derecha. Sin embargo, el nuevo nacionalismo revolucionario (Fascismo) no consiguió los votos electorales necesarios. El sufragio universal abrió la puerta a grandes partidos de masa. El fascismo fue tomando cuerpo en el Parlamento mientras organizaba internamente a sus escuadristas y paulatinamente controlaban el poder de las oligarquías agrarias liberales que en ausencia del Estado especialmente en el sur de la península italiana dominaban determinadas organizaciones, «discretas» como Cosa Nostra, La Camorra y la Ndrángheta. Mientras el asalto al poder del fascio se preparaba para entrar en Roma y exigir al soberano italiano el poder que Mussolini obtiene como jefe del Gobierno italiano, haciéndose cargo además de los Ministerios del Interior y de Exteriores. Se formó el Gran Consejo del Fascismo como órgano supremo. Las escuadras fascistas se reorganizaron como Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional a la que llegaron a pertenecer hasta trescientas mil camisas negras. Tras numerosas vicisitudes y un gobierno fascista sin coaligados, Italia se abrió a actividades de todo tipo social y deportivo, iniciándose con ello una nueva etapa colaboracionista con las elites financieras, aunque no por ello se dejó de hacer grandes intervenciones en el campo agrario llegándose a la cifra nada despreciable de nueve millones y medio de hectáreas entregadas a nuevos colonos. Revolución conceptual y real convivieron con un corporativismo conciliador de intereses de ambas partes. Por la legislación vigente entonces las organizaciones sindicales y juveniles católicas se hubieron de integrar en las asociaciones fascistas, las únicas autorizadas.
Finalmente la Iglesia chocaría con el Estado fascista por querer este reivindicar la educación de la juventud a manos del Estado. Consecuencia de las desavenencias entre Iglesia y Estado en 1931, año de la proclamación de la Segunda República Española, se estableció un Estatuto que redujo el campo de la Acción Católica a lo estrictamente religioso y parroquial. Debo decir que en comparación al nacional socialismo alemán o al marxismo soviético, el fascismo italiano nunca alcanzó las cotas de violencia y genocidio de aquellos.
El fascismo tuvo una directa influencia sobre una Alemania derrotada y humillada tras la Primera Guerra Mundial, además de vivir tiempos de malas cosechas y crisis económica, bajo un férreo control de las potencias vencedoras. La política tradicional daba paso a los líderes decididos, con gran carisma y dispuestos a luchar contra todo lo que se opusiera al régimen, incluso con la violencia. Del mismo modo que Mussolini concibió el sueño del antiguo Imperio romano, especialmente en el norte africano, Hitler lo concibió como el Sacro Germano Imperio, da ahí sus delirantes aspiraciones para extender sus naciones y convertirlas en Imperios resucitados del Mundo Clásico. Mussolini representó para Hitler, al menos en un primer tiempo, un mito a seguir que les llevó a la mayor conflagración mundial de la historia de la humanidad.
En conclusión hoy día, el término fascista se emplea como decía al principio para insultar a la derecha política sin conocer que los orígenes del mismo se encuentran en el socialismo obrero y sindicalista, así como en el nacionalismo promovido por distintas razones históricas, algunas ya comentadas. Y sin lugar a duda los dos más grandes genocidios y exterminio de los pueblos has sido hechos en el pasado siglo por el nacional socialismo y por el socialismo soviético de corte marxista. En ambas nomenclaturas aparece el adjetivo socialista. En referencia al fascismo aunque las diferencias con el nazismo son evidentes como las de sus propios nacionalismos, solo la cronología de los tiempos les hizo coincidir y asimilarlos como iguales. El nacionalismo alemán tuvo una cierta y marcada evocación romántica y de reafirmación genética como raza mítica, y a larga distancia el fascismo es una duplicidad del socialismo en una forma heterodoxa que no arrastra en su triste historia el horror indescriptible de los socialismos alemán y soviético.
Iñigo Castellano Barón