Desde el Renacimiento surgido en el siglo XIV y en adelante, el hombre fue mediante la razón buscando el desarrollo de la sociedad a la que pertenecía, ejercitándose en todos los órdenes de la vida y aplicando los nuevos conocimientos humanos, artísticos, tecnológicos, etc. en aras al progreso. Los sistemas políticos fueron pasando desde el absolutismo más radical a la Ilustración y al parlamentarismo. (...)
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Es a partir de la Revolución Francesa cuando se consagra la división de poderes y Occidente avanza paulatinamente en la proclamación de los derechos personales y políticos de los ciudadanos. No evitó pese a todo ello las confrontaciones bélicas más grandes de la historia como fueron la primera y segunda guerra mundial, no obstante, en la mente humana, la razón les llevó a la creación de la Sociedad de Naciones y a la proclamación Universal de los Derechos Humanos. Todo esto es conocido.
En el devenir de la historia, las sociedades de Occidente comprendieron que su desarrollo venía condicionado por el respeto a la ley y a los propios ciudadanos, representados en la Asamblea o en el Congreso de los Diputados. Los representantes tenían la calidad de diputados y como tales se adscribían al partido que consideraban mejor representaban a sus votantes. Poco a poco y más concretamente en España, tras la muerte del general Francisco Franco, se inició el período de transición política que abrió paso a la alternancia del poder gubernamental, en forma de partidos políticos y elecciones generales que llevó al refrendo de la Monarquía Constitucional que hoy rige en España junto a la Constitución de 1978. Con todo ello, España se inicia en el sendero ya recorrido por el resto de las naciones europeas que forjaron la Unión Económica Europea a la que se incorporó adhiriéndose a organismos como la OTAN y otros que representaron los valores de las raíces cristianas de Occidente en la defensa común de sus intereses frente a otras potencias como la URSS, teniendo la hegemonía mundial por largo tiempo y de manera indiscutida los EE. UU. de Norteamérica. Esa hegemonía resultó un contrapeso a la gran potencia de los soviéticos. Con el tiempo dicha hegemonía se ha diluido ante un mayor número de potencias emergentes como China, y el papel que supone la fuerza hegemónica ha perdido vigor en un mundo de potencias con intereses y regímenes políticos claramente contrapuestos.
La caída del Muro de Berlín en 1989 no hizo desaparecer el comunismo pero claramente este pasó a ser marginal en los gobiernos de los países de la UE, en Italia por ejemplo que era el mayor partido de Europa, hoy está desaparecido. Europa mientras tanto alterna la política llamada conservadora con la social democracia que acuña el término de “progresista”. Lo cierto es que, progresía y progreso no van siempre unidos como se ha demostrado en las últimas décadas, aunque la izquierda pretenda asimilar un término en el otro. Pero volviendo a España, la izquierda española representada mayoritariamente por el PSOE intenta mantener su posición anterior a nuestra desdichada Guerra Civil. Un PSOE que estuvo de vacaciones durante los cuarenta años de la etapa franquista, pues solo los comunistas hicieron su oposición clandestina, quieren reivindicarse a sí mismo, obviando la Transición y copiando su triste historia que nos llevó al enfrentamiento armado en la República. El Diario de Sesiones de las Cortes en la era republicana está lleno de Actas en las que se reflejan intervenciones de la Izquierda contra el principio democrático de las urnas que sonrojarían hoy a cualquier ciudadano o diputado salvo a algunos que nunca creyeron en la democracia sino en el poder moral y personal ambición, propio del denostado estado marxista-leninista. Avanzando en el tiempo, y refiriéndome nuevamente a España, los movimientos revolucionarios iniciados hace unas décadas en países hispanoamericanos llevaron a que muchos de aquellos hayan terminado en verdaderas dictaduras populistas no exentas de tintes capitalistas, y España como país hermano no ha quedado libre de sus efluvios al punto de que sólo España, entre las naciones de su entorno, mantiene comunistas en el Gobierno. La globalización tecnológica como la política y una Agenda 20-30 asumida por la propia Europa, ha sido el caldo de cultivo para que en nuestro país, una parte del PSOE bajo la batuta de un radical que tomó el poder de la Secretaria General de su partido que previamente le había rechazado, igualmente sin haber podido ganar ninguna elección, optase por un Gobierno de coalición con todo el ala de la izquierda separatista, filoterrorista y comunista para enervar los sentimientos de muchos ciudadanos que creyendo en lo que luego han resultado falsas promesas, manejar a golpe de decreto a esta España a la que sin pudor o rubor confinó inconstitucionalmente como lo prueban dos sentencias del propio Tribunal Constitucional.
Continuando en el devenir de los acontecimientos se proclaman por parte de la Izquierda unas políticas claramente sectarias y unas leyes confusas y libertarias que la sociedad no demanda, pero que les sirve de balón para arrojarlo y sumergirse en el mundo de los sentimientos como las leyes de género, trans, de animales, etc. para de nuevo tomar el protagonismo de una moral virtual que venden como real a una sociedad que estaba encajada en los parámetros del desarrollo, y por los mismos no pensaría nunca en un comunismo o revolución. El Gobierno ha hecho de los sentimientos y de la mentira, la base de su relato contra la razón de Estado y el sentido común de cada vez más número de ciudadanos. Pero igualmente la política de sentimientos instalada en los profusos Ministerios contagia en determinada medida el debate parlamentario, base que debía ser de nuestra democracia, y en consecuencia aquel se realiza con eslóganes, proclamas sentimentales y peticiones de perdón por nuestra historia. Todo está cuestionado y cada vez más el estatalismo se introduce capilarmente en nuestra cotidianidad y en todos y cada uno de los sectores de una sociedad que en términos generales se encuentra muy polarizada al tiempo que adormecida. Entre las facciones de la propia derecha, el sentimiento prevalece en muchos casos a la razón en vez de enfrentarse con una política común que debe hacerse contra el autócrata Sánchez e iniciar una lucha cultural en la que la derecha tendría todas las de ganar. Hoy en día los sentimientos nos llevan a olvidarnos de la razón y se requiere de un nuevo Renacimiento para volver a la senda del análisis meditado, entendiendo que la partitocracia introducida como mecanismo de gestión del voto no puede anular la razón del diputado afiliado, aunque se deba al Partido al que pertenece por la disciplina de voto que debe existir, pero con limitaciones. Un diputado no puede empaquetarse en el envoltorio de un partido anulando su conciencia en determinados temas cruciales, especialmente de carácter moral. A veces el interés legítimo de un partido se sobrepone o no converge en un determinado momento con el interés de la nación, sin embargo, se sobrepasa el interés nacional a la estrategia cortoplacista de un partido. Entretanto los ciudadanos españoles, observamos, superada ya nuestra capacidad de asombro, que las Instituciones más sagradas de la democracia que determina la separación de poderes, pasa a ser como el balón jugado en un partido de fútbol que es despejado según los equilibrios de poder de cada tiempo. Nos adherimos con verdadero énfasis al balón, pero no a los que juegan y menos a quienes contemplan el espectáculo. Nuestros sentimientos prevalecen y la razón pasa a ser solo instrumento de algunos. La historia se escribe como se quiere con la misma facilidad con la que se puede prohibir expresarse en una determinada lengua, siendo en este caso el castellano el relegado en algunos de los territorios de la propia España.
Cualquiera que lea este artículo al tiempo de los noticieros o la prensa, vendida como mercenaria para subsistir, convendrá que cuando el sentimiento prevalece sobre la razón, sólo podemos llegar al escenario actual. Por todo creo necesario un nuevo renacimiento de las ideas y del mundo que nos ha tocado vivir para encontrar el concepto de progreso del ser humano y no su degradación, así como clarificar que el progreso no lo determina el sentimiento progresista, sino la razón del hombre en su integridad biológica y transcendente; de ahí que insista en decir que la batalla cultural y la educación académica sean los factores claves para que una nación no pueda ser sometida por los devaneos oportunistas, dictadores de hecho o en potencia.
Iñigo Castellano Barón