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Quinquenios y Post-Quinquenios

Partitocracia española. (37 Congreso del PSOE en 2008). (Foto: Wikipedia).
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Partitocracia española. (37 Congreso del PSOE en 2008). (Foto: Wikipedia).

LA CRÍTICA, 13 SEPTIEMBRE 2023

Por Manuel Pastor Martínez
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Tras el largo paréntesis de cuarenta años de la dictadura franquista (1936-1976) –Franco murió el 20 de noviembre de 1975, pero las Leyes Fundamentales e instituciones franquistas continuaron vigentes hasta la aprobación por las propias Cortes franquistas de la Ley para la Reforma Política (LRP) el 18 de noviembre de 1976–. (...)

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España recobraba las libertades políticas en una Transición relativamente ejemplar pilotada por el Rey Juan Carlos y el presidente Adolfo Suárez a lo largo del breve Quinquenio (1976-1981) de democracia constitucional: tras el Referéndum popular de la LRP el 15 de diciembre de 1976, las primeras elecciones generales de 1977, las Cortes “constituyentes” y la Constitución de 1978, las elecciones municipales y generales de 1979, y el interludio parlamentario hasta el 23 de febrero de 1981.


Con la fatídica fecha del presunto intento de golpe de Estado (principalmente contra el presidente Adolfo Suárez), en España se consolidará la partitocracia. No solo es el comienzo de la crisis de legitimidad del “juancarlismo” sino también el final de la joven democracia constitucional, es decir, del Estado de Derecho.


Por tanto, observando las etapas políticas en el último siglo de la historia española, descubrimos una peculiar secuencia:


Un Quinquenio (1931-1936) de democracia.

Un Post-Quinquenio (1936-1976) de autocracia.

Un Quinquenio (1976-1981) de democracia.

Un Post-Quinquenio (1981-2023) de partitocracia.


La pauta marcada ha sido: después de escasos cinco años de democracia constitucional, cuarenta o más de autocracia/dictadura, o bien de crisis y degeneración democrática.


Cualitativamente el primer Quinquenio, el de la Segunda República (con la Constitución de 1931), produjo una democracia más inestable e imperfecta (“democracia poco democrática” la definen algunos historiadores) que la del segundo Quinquenio, bajo la Monarquía constitucional y parlamentaria del Rey Juan Carlos (con la Constitución de 1978).


La autocracia, es decir, la dictadura franquista del primer Post-Quinquenio (1936-1976), evidentemente fue más explícita, mucho más antiliberal y antidemocrática que la partitocracia del segundo Post-Quinquenio (1981-2023) en que nos encontramos.


Pero lo curioso y triste a la vez en ambos casos históricos es constatar que los españoles hemos demostrado ser incapaces, después de sendos y breves Quinquenios, de consolidar una democracia constitucional.


Permítame el lector una referencia personal, como testigo y actor secundario en el segundo Quinquenio de democracia constitucional.


Siendo elegido en 1976 secretario de relaciones internacionales del PSP de Tierno Galván y abandonando la política en 1981. Tuve la oportunidad de visitar otros países del sur de Europa que también llevaron a cabo en aquellos años sus transiciones desde sendas autocracias a la democracia: Portugal, desde el autoritarismo post-salazarista de Marcelo Caetano, y Grecia, desde la dictadura de los coroneles.


Mis visitas fueron resultado de invitaciones del Partido Socialista Portugués de Mario Soares, y del PASOK de Andreas Papandreu. En ambos casos comprobé que fue el factor militar el que hizo posible la transición: la Revolución de los Claveles en Portugal (1974), y un golpe de palacio de algunos generales contra los coroneles en Grecia (1975). Al parecer en ambos casos también con el apoyo de los EEUU.


El caso de España fue distinto. Fue una transición política, no hubo un “factor militar”, es decir, el Ejército en general permaneció neutral. La clave fue una presión popular y un “parlamentarismo” espontáneo de los grupos y partidos antifranquistas en los distintos y sucesivos foros políticos y universitarios de la sociedad civil española: Junta Democrática, Platafoma Democrática, “Platajunta”, “Comisión de los Nueve”… Incluso en eventos regulares como las cenas onomásticas cada año de Don Juan de Borbón y Battenberg en Estoril (como dije, fui actor secundario, miembro de la Junta Democrática de Madrid, de la “Platajunta” de Madrid, y asistente a la última cena de Don Juan en Estoril en junio de 1975).


Añadiría en mi caso algunos eventos excepcionales, como una reunión poco conocida en el bufete del veterano José María Gil Robles de todos los grupos democristianos y socialistas ante el nombramiento de Adolfo Suárez (julio de 1976), a la que también fui invitado junto a José Bono, como representantes de Tierno Galván y del PSP. Asimismo, diversos y animados seminarios en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo… (excursus: reciente y modestamente, en el actual Post-Quinquenio he sido fundador y primer presidente del foro-club liberal Floridablanca, 2012-2018).


En estos foros de tono civilizado –salvo alguna excepción– el pluralismo político y la libertad de expresión eran normales: desde la extrema izquierda de los partidos comunistas (pro-chinos y pro-soviéticos), los socialistas y socialdemócratas de todos los matices en las izquierdas, hasta los democristianos, liberales y conservadores, los monárquicos variopintos (juanistas, juancarlistas y carlistas), e incluso exfranquistas en las derechas, además de diversos catalanistas, vasquistas, galleguistas, etc.


En algunos de estos foros presencié la participación de personalidades políticas como Enrique Tierno Galván, Manuel Fraga Iribarne, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana, Santiago Carrillo, Ramón Tamames, Josep Tarradellas, Jordi Pujol, Julián Ajuriaguerra, José Vidal Beneyto, Rafael Calvo Serer, Carlos Ollero, Joaquín Ruíz Jiménez, José María Gil Robles, padre e hijo, etc.


Este “parlamentarismo” natural y espontáneo es el que caracterizó también la Transición española a partir del Referéndum para la LRP del 15 de diciembre de 1976, marcando una preferencia y consenso o concurrencia mayoritarios a favor de la Monarquía parlamentaria, fórmula precisa que se plasmaría en la Constitución de 1978.


En el presente Post-Quinquenio el parlamentarismo oficial ha degenerado hasta hacerse inservible (véase mi reciente artículo “Miseria del parlamentarismo”, La Crítica, septiembre 2023) por obra de una rígida partitocracia desde 1981. Nunca se nos ha explicado a los españoles, por una especie de secretismo o ley del silencio, las responsabilidades últimas del golpe o seudogolpe del 23-F. Lo mismo se puede decir del trágico 11-M. Pero en ambos casos se produjo la llegada del PSOE al poder, que sería el inicio y la continuidad de su corrupción y degeneración.


La democracia constitucional ha sido desplazada por una demagógica “democracia popular”, consecuencia de una podemización de las izquierdas, incluido el PSOE, eliminando la separación de poderes, con gobiernos “frankenstein” constitucionalmente ilegítimos por antiespañoles, y con una progresiva politización de la justicia.


El Imperio de la Ley se ha corrompido. El Estado de Derecho o Constitucional ha sido desplazado por el “Estado administrativo”, en su deriva hacia lo que puede llegar a ser una versión española del “Estado profundo”, que incluso una democracia liberal experimentada y consolidada como la estadounidense (la española nunca lo ha sido en sus dos Quinquenios históricos) no ha podido evitar.


El ya lejano 23-F, presuntamente un golpe del CESID, realmente fue premonitorio como pecado original de nuestra democracia.



Manuel Pastor Martínez


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Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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