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La sociedad moderna lánguidamente sometida por la perversión del lenguaje

Josdan Peterson, autor de 'Maps of Meaning: The Architecture of Belief' (Mapas de significado: la arquitectura de la creencia). (Foto: © Gage Skidmore. Archivo: CC en Wikimedia Commons)
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Josdan Peterson, autor de "Maps of Meaning: The Architecture of Belief" (Mapas de significado: la arquitectura de la creencia). (Foto: © Gage Skidmore. Archivo: CC en Wikimedia Commons)

LA CRÍTICA, 7 ABRIL 2025

Por Íñigo Castellano Barón
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El tema de la perversión del lenguaje, implica para mí una gran alarma que viene determinando todos los análisis políticos, estratégicos y económicos que conforman la resultante final de la estabilidad de una sociedad. Como instrumento del pensamiento marxista, fue analizado por filósofos, lingüistas y críticos culturales, especialmente desde una perspectiva crítica del marxismo que considera que el lenguaje no es neutral, sino que viene profundamente influido por las relaciones de poder y la lucha de clases.

Desde esta perspectiva: La perversión del lenguaje produce conceptos verdaderamente estelares, al incorporarse al lenguaje político para justificar ciertas acciones políticas, las ya en desuso: líneas rojas, demanda social, alarma social, conducta patriótica, y un largo etc. Todas ellas sirven como fórmulas políticas de seducción y garantía de determinadas acciones políticas que por supuesto inspiran confianza pero que solo sirven para eso. En definitiva, el lenguaje es un instrumento de dominación o de emancipación. (...)

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Las clases dominantes controlan el discurso, hoy llamado Relato (y por tanto la percepción de la realidad), imponiendo significados que refuerzan el statu quo. La Izquierda busca subvertir ese lenguaje hegemónico, resignificando términos y creando un nuevo marco conceptual que revele la opresión de clase. Desde el populismo izquierdista se reformulan conceptos tradicionales (como libertad, justicia o democracia) vistos desde una óptica ideológica y en ocasiones contraria a su significado común. Usar un lenguaje cargado de consignas y eufemismos (e.g., llamar «dictadura del proletariado» a un sistema autoritario). Imponer un discurso único, donde el desacuerdo es visto como «reaccionario» o «de extrema derecha». El invento de nuevos vocablos como «fachosfera» es predicado al unísono como verdad absoluta frente al disidente. Un ejemplo típico de esta crítica está en el pensamiento de George Orwell, quien en obras como 1984, denuncia cómo los regímenes totalitarios manipulan el lenguaje (la «neolengua») para limitar el pensamiento libre. Hoy vivimos un lenguaje regulado por lo políticamente correcto e incluso su desviación puede acarrear sanciones penales y administrativas, como por ejemplo el caso de hace pocos días en el que la fiscalía llevaba al Supremo unas declaraciones en las que se pronosticaba un presunto incremento del número de población emigrante frente a la autóctona, con la consabidas consecuencias que ello pudiera acarrear ante un presunto delito de sexo y racismo. Nos encontramos ante una neolengua consistente en la tendencia a crear un lenguaje técnico, opaco y excluyente, que dificulta el diálogo con quienes no comparten su visión del mundo. Se usa el lenguaje como un mecanismo de control social y de ingeniería ideológica, sobre todo en espacios académicos, políticos o culturales. Se naturaliza la desigualdad y el poder. Se abren mayores brechas sociales entre la ciudadanía y la clase política que cada vez con mayor descaro irrumpen en la vida cotidiana de la ciudadanía mediante recursos lingüísticos, opacos e incomprensibles cuando no contradictorios. Cambiar el lenguaje significa cambiar la forma en que se comprende el mundo, y por tanto, transformarlo. Aceptando la anormalidad como mera normalidad progresista.

A lo largo del siglo XX, la Izquierda no solo influyó en la economía, la política y la filosofía, sino también en el modo en que se concibe y se utiliza el lenguaje. Desde una perspectiva histórica, es posible afirmar que el pensamiento marxista ha empleado el lenguaje no simplemente como medio de expresión, sino como herramienta ideológica, susceptible de ser moldeada para interpretar —y transformar— la realidad social, su significado tradicional, con el fin de imponer una nueva visión del mundo alineada con los intereses revolucionarios.

En la propia obra de Karl Marx y Friedrich Engels, se afirma que las ideas dominantes en cada época son las ideas de la clase dominante. Esta tesis implicaba que el lenguaje mismo, como vehículo de esas ideas, está condicionado por las estructuras de poder económico. Así, el marxismo se propuso desenmascarar los significados ocultos detrás de los conceptos aparentemente neutros, como «libertad», «justicia» o «propiedad», resignificándolos desde la óptica de la lucha de clases. En la Unión Soviética, bajo Stalin, se instauró un discurso oficial en el que términos como «democracia popular» encubrían dictaduras de partido único, calificando de «enemigo del pueblo» como fórmula para justificar la represión. El lenguaje se convirtió en instrumento de control social, donde las palabras no designan realidades objetivas, sino sirven para configurar ideológicamente la percepción de los hechos. Esto no pasó desapercibido para autores como George Orwell, cuya novela 1984 es una crítica alegórica a la perversión lingüística de los regímenes totalitarios inspirados en el marxismo. La «neolengua» orwelliana, donde conceptos como «libertad es esclavitud» o «guerra es paz» reflejan la inversión semántica al servicio del poder, se ha convertido en un símbolo del uso autoritario del lenguaje. En efecto, cuando el lenguaje deja de nombrar lo real para convertirse en una herramienta de propaganda, se abre la puerta a la manipulación del pensamiento y a la supresión del disenso. Hoy la llamada Agenda 20-30, como la corriente globalista del wokismo alcanza el paroxismo de la utopía, del eufemismo más burdo, y de la mayor perversión conceptual del ser humano desde su existencia. La felicidad para las nuevas tendencias, consiste en la ausencia de ella entendida esta como la acostumbrada en la conducta antropológica del hombre, para sumergirse en una vida dirigida por poderes universales que controlen tanto la superpoblación como el consumo. Por lo mismo, el discurso se arma de conceptos y vocablos, y como ya dijera el mencionado escritor británico George Orwell en su novela 1984 la «neolengua» es una forma de hablar diseñada para limitar el pensamiento libre, eliminando palabras peligrosas y reduciendo el vocabulario. La fórmula «la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza» ejemplifica cómo el poder puede deformar el lenguaje hasta el punto de hacerlo incompatible con la verdad. Todo ello se une a una sofisticada dialéctica de la hoy llamada posverdad fruto de una premisa basada en la mentira que se vincula a otra verdadera.

Karl Marx y Friedrich Engels sostienen en la ideología alemana que «las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época». Esto determina que el lenguaje mismo, como vehículo de esas ideas, está condicionado por las estructuras económicas. Desde esta visión, conceptos como «libertad» o «propiedad» no son neutros, sino que encierran intereses de clase. Lenguaje e ideología en Karl Marx y Friedrich Engels introdujeron una concepción materialista de la historia en la cual el lenguaje es parte de la superestructura ideológica determinada por las condiciones materiales de producción. En La ideología alemana, sostienen que «las ideas de la clase dominante son, en cada época, las ideas dominantes». Esta afirmación implica que el lenguaje es moldeado por intereses de clase, y que las palabras y conceptos no reflejan una verdad universal, sino que están impregnados de ideología. La tarea del marxismo sería, entonces, desenmascarar y resignificar esos términos desde una perspectiva proletaria. Del mismo modo el marxismo también impulsó un cambio en el lenguaje académico, político y cultural. A través de las corrientes estructuralistas y postestructuralistas de inspiración marxista en el siglo XX, surgió una jerga teórica abstracta que, según muchos críticos, oscurecía el sentido común y dificultaba el acceso al debate. Términos como «conciencia de clase», «hegemonía ideológica» o «plusvalía simbólica» demuestran cómo el marxismo creó un lenguaje propio para reinterpretar el mundo desde su marco conceptual, aunque no siempre con claridad ni honestidad intelectual. La perversión del lenguaje de la Izquierda populista ha sido esencial para construir nuevas narrativas, deslegitimar al adversario y consolidar un discurso revolucionario. Si bien algunos defienden esta práctica como un acto de emancipación, otros la consideran una forma de imposición y manipulación, que revela el peligro inherente a todo proyecto que subordina la verdad al poder. Orwell, aunque inicialmente simpatizante del socialismo, se distanció del marxismo soviético tras presenciar la manipulación de los hechos durante la Guerra Civil Española. En Rebelión en la granja, parodia la manera en que los dirigentes revolucionarios terminan pervirtiendo su propio discurso para justificar el poder absoluto.

Bajo el dictador Joseph Stalin, se desarrolló un sistema lingüístico institucionalizado que encubría las realidades más crudas del autoritarismo. La retórica oficial hablaba de «democracias populares», «enemigos del pueblo» y «procesos de reeducación», ocultando tras estos términos la censura, la represión y los gulags. El lenguaje, como actualmente el relato, se han convertido en un arma en el campo de la batalla de las ideas y de las justificaciones partidistas. No se trataba solo de criticar las instituciones, sino también de transformar los discursos que las legitimaban. Palabras como «justicia social», «conciencia de clase» o «dictadura del proletariado» adquirieron un nuevo significado bajo esta lógica. La lengua se convirtió así en una herramienta de lucha revolucionaria. En el plano teórico, autores marxistas como Antonio Gramsci profundizaron la idea del lenguaje como instrumento de hegemonía. Para Gramsci, las clases dominantes no solo controlan los medios de producción, sino también el sentido común, los valores y el discurso cultural. Esta visión inspiró a corrientes posteriores como el marxismo estructuralista (Althusser) y el marxismo cultural, que dieron lugar a un lenguaje académico, denso y cargado de términos técnicos y a menudo alejados del uso cotidiano.

En la práctica política de los regímenes inspirados de la izquierda, el lenguaje adquiere una función claramente instrumental. La terminología oficial esta cuidadosamente diseñada para legitimar el poder y sofocar la disidencia. Expresiones como «democracia popular» igual a la llamada «soberanía popular» o «enemigo del pueblo» ocultan realidades represivas y autoritarias. Incluso recientemente una vicepresidenta del Gobierno ya anunciado acerca de que el testimonio de una joven, prima sobre la incuestionable presunción de inocencia de su supuesto agresor sexual. Así se comienza el relato que introduce valores por todos aceptados pero que sumergen los fundamentales para poco a poco ir cambiando la estructura de la sociedad. El historiador Richard Pipes (1993) argumentó que el régimen soviético instauró un lenguaje burocrático y abstracto que distorsionó la percepción de la realidad, facilitando el control ideológico. Hoy en día, gran parte de los medios de comunicación se encargan de difundir y diluir la realidad mediante la perversión del lenguaje y la distorsión de la realidad. En este contexto, el lenguaje deja de ser un medio de comunicación para convertirse en una herramienta de dominación. El leguaje ha encontrado su mayor aliado en la rápida capacidad de transmitirse por las redes mediáticas, haciendo de estas el mayor objeto de deseo por parte de los partidos políticos. Finalmente cabe destacar que autores contemporáneos como Jordan Peterson han denunciado lo que consideran una jerga ideológica en los discursos de corte marxista o populista, argumentando que su ambigüedad y carga emocional impiden el debate racional.

La gran incógnita es: ¿hasta qué punto la sociedad occidental será capaz de discernir el lenguaje pervertido; o formulado de otro modo, ¿hasta qué punto está dispuesta a llegar y alejarse cada vez más de los valores por los que llegó alcanzar una sociedad altamente tecnológica, estructurada jurídica, económica y socialmente? Las nuevas generaciones tienen un gran reto ante sí, pues se verán obligadas a rebelarse o a someterse a totalitarismos que les serán vendidos como instrumentos de su felicidad.

Iñigo Castellano y Barón


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