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Pero, en cambio, hablarán más o menos bien unos idiomas cultos, e incluso nobles, aunque minoritarios y podrán disertar con autoridad sobre los matices y diferencias entre sexo biológico, sexualidad elegida (entre un amplio menú) e identidad sexual.
Tampoco es cosa de resucitar la lista de los reyes godos, pero hay que cuestionarse el modelo actual de utilizar la escuela para enseñar o inculcar valores, dejando que sea en casa dónde se les insiste con las matemáticas y se les paga, aparte, una formación extra en idiomas (campamentos de inglés, por ejemplo), mientras los críos se autoforman en tecnologías (juegos, pirateos, redes). La alternativa de que ‘en casa’ se les inculquen valores y en la escuela conocimientos, quizá es rancia, pero no puede sorprender que tenga sus defensores.
Que quede bien claro que ni de lejos me parece aceptable la actitud de esos padres que les sueltan al niño un teléfono o una tableta (no de chocolate, porque tiene demasiado azúcar) para que no de la lata: eso no es educar, sino abandonar a los hijos. He visto un cochecito con soporte para tableta ¡Penitenciagite! Y ya es casi normal en los restaurantes que el niño sólo (y en realidad solo) esté atento al teléfono que le han proporcionado, con el que le han apartado de la reunión. Esto debería ser multable, y con dureza.
Y en cuanto a sexo y sexualidad, que los cadaunos y cadaunas, hagan sus cadaunadas a su aire y en la combinación que quieran. Opino.
Pero me da miedo que nuestros hijos y nietos, cuando salgan de ‘casa’, cuando viajen, cuando compitan por una beca o un empleo, no sepan de qué les están hablando.
‘Por ahí’, los coches ya se conducen solos, rutinariamente, no en todos, pero sí en muchos entornos, mientras ‘aquí’ sigo oyendo opiniones de lo más rupestres contra los coches eléctricos y, peor aún, sigo oyendo el petardeo de vecinos a quienes lo que les ‘pone’ es el tronar de un tubo de escape a la salida del semáforo.
Hay un país asiático en el que a los escolares se les leen libros desde la guardería, luego pasan a leerse un libro al mes y terminan leyendo y comentando un libro a la semana, de su libre elección. Los nuestros, muchos de los cuales en cuanto llegan a la adolescencia leen cero libros al año, ¿cómo competirán contra quien lee cincuenta, de lo que sea?
Hay países en los que salen del colegio sabiendo contabilidad, legislación básica y rudimentos de administración de empresas, aparte de varios idiomas extranjeros. Los nuestros salen opinando que las leyes no hay quien las entienda, que lo mejor es vivir de una nómina, y que si es como funcionario mucho mejor. Los emprendedores que montan un negocio, para el común de los españoles, son gente que no sabe lo que es bueno o, peor, es gente sospechosísima que pretende vivir de vampirizar a la gente honrada que cumple con su horario y no se mete en líos. Y luego, nos lamentamos de que las empresas españolas tengan como propietarios organizaciones extranjeras.
El que no sepamos, por el momento, cómo enseñar el buen uso del teléfono móvil a nuestros niños, no nos exime de la Responsabilidad que tenemos de conseguir que aprovechen todo el potencial de las herramientas que van a marcar su futuro. Porque el futuro, seguro, va a ser mucho más difícil de entender que nuestro pasado. Nos guste o no, esa será la cancha en la que tendrán que jugar.
Y hay una clara tendencia a que les enseñemos de acuerdo con nuestro pasado, cuando debe planificarse todo de acuerdo con su futuro.
Cuando de las aulas se expulsan la inteligencia artificial, los móviles o las redes sociales, no sólo estamos desertando de nuestra responsabilidad de prepararlos para una utilización correcta, adecuada y provechosa de esas herramientas, imprescindibles de hoy en adelante, sino que les estamos condenando a adaptarse a su futuro de una manera precaria y autodidacta (todo autodidacta tiene a un ignorante por maestro).
Sí, cierto: tienen sus peligros, y la pornografía no es el único problema. Pero la reacción ante ello debe ser enseñarles para aprovechar lo bueno evitando lo malo. Lo que se está haciendo es más parecido a prohibir los coches para evitar los accidentes de tráfico, o prohibir las televisiones para evitar el evidente atontamiento que produce su abuso.
Puede haber muchas incógnitas sobre la sociedad de dentro de veinte años, pero no creo equivocarme al decir que, para tener éxito, habrá que tener el sentido crítico que se desarrolla leyendo muy diferentes opiniones extensamente razonadas en libros, que no es lo mismo que brillantemente adjetivadas en redes sociales.
Y tendrán que manejar sus sistemas de información portátiles, mucho más complejos que los teléfonos actuales, y lo tendrán que hacer mejor que sus competidores, ya sea para acceder a un puesto de trabajo, ya sea para conseguir pareja o incluso para no ser estafados.
Y tendrán que abrazar con entusiasmo los avances tecnológicos, pero descubriendo a tiempo los que tienen futuro y los que sólo son modas pasajeras. Una pista: para desarrollar con éxito ese criterio, hay que estar muy bien informado y leer mucho (quizá empezando por El Criterio, de Jaime Balmes, y siguiendo con cincuenta más).
Y si tienen una Idea, no deben caparla revolcándose en la rutina, sino pelear por ella, quizá incluso montando una empresa para sacarla adelante. Pero para eso también tendrán que saber bien dónde se meten, y para ello tendrán que estudiar, más allá de lo previsto hoy en día (quizá por ello, muchos emprendedores son los hijos de otros emprendedores… con lo que lo han aprendido en casa).
Recuerdo, de hace muchos años, cuando era yo un crío, el caso de una muchacha que fue a Madrid ‘a servir’. Una cadena de contactos familiares terminó conectando, en los años cincuenta, a una familia acomodada de la capital del reino con una muchacha de pueblo, de lo que ya entonces era la España profunda, aunque todavía no se llamaba así. El primer domingo, cuando un familiar contactó con ella en el primer día libre (lo de hablar por teléfono no estaba ni en los libros de Julio Verne), la joven le dijo que quería irse de esa casa pecadora lo antes posible. ¿La razón?: que ‘la señora’ se bañaba casi todos los días, lo cual, para ella, era señal evidente de que se dedicaba a la prostitución.
Para aquella muchacha, los usos y costumbres de ‘la civilización’ eran incomprensibles. No dejemos que a nuestros descendientes se les quede la misma cara de paletos por no entender el mundo al que se dirigen.
Félix Ballesteros Rivas
21/03/2025
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