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A ello puede sumarse un segundo factor como es la ausencia en términos generales del concepto transcendente del hombre más allá de su propia y mortal existencia. Esto lleva aparejado la lejanía a los valores supremos de la ética y en consecuencia a la deriva de la moral como norma de comportamiento de una sociedad. Si aceptamos este escenario descrito, no tendremos inconveniente en comprender por qué el movimiento woke ha transcendido las fronteras para encontrar una nueva religión en ideas elevadas hasta su sacralización moral, pretendiendo imponer tópicos como: el Pacto Verde Europeo; igualdad de género; LGBTQ+; feminismo; derechos reproductivos; inclusión de identidades diversas; los derechos trans y no binarios, y un largo etcétera que ocupan a los políticos especialmente de Europa. Cuando nuestros administradores públicos se entretienen inocuamente en deshojar margaritas como principios incuestionables, identificándose con un pin puesto en la solapa como su símbolo religioso, y no son capaces de salir de las ideas virtuales para descender a la tierra natural que nos alimenta y a la sexualidad que nos reproduce, se llevan a cabo políticas cada vez más alejadas de la realidad social. Entonces los pueblos, hartos de sus mantras, frustrados por sus mentiras e iracundos por la corrupción que les rodea y empobrece, viendo el círculo vicioso donde se han metido sus dirigentes, se rebelan contra el sistema. Es la única manera de sobrevivir y evitar convertirse en pueblos esclavizados por el sátrapa oportunista de turno.
Cuando el poder abandona el destino para el que legítimamente fue erigido como representante del pueblo para sumergirse en el fango, queda todavía en la historia el pueblo soberano que desde el fango puede incluso ver las estrellas, como en una preciosa cita vino a decir Oscar Wilde. Así cuando en España, en la Guerra de la Independencia, el Estado abandonó el liderazgo para entregarlo al invasor, fue un alcalde de un municipio madrileño quien enarboló la bandera de la libertad y movilizó los recursos para lograrla. De igual manera ante las continuas salvajadas de la II República española que abandonó el poder para dejarlo en manos del instinto más primario del ser humano, una parte del pueblo se levantó para poner fin a la devastadora acción incontrolada. Igualmente, hechos parecidos han ocurrido a lo largo de los siglos en esta vieja Europa.
Hoy día, Europa ha pasado de ser aquella unidad de pueblos a transformarse en una simple Agenda de futuribles virtuales que van empobreciendo el continente que dio luz a la civilización occidental. Hoy día, sectores tan productivos, necesarios, y próximos al hombre, tales como la agricultura y ganadería son relegados a un punto que abocan a su extinción en aras a otros compromisos muchas veces incomprensibles para la razón, y en este punto se encuentra el «Principio de Hanlon» que explica: Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez. De nuevo la casta política, no patriota en su mayoría, (que forma parte de la informe masa burocrática de Bruselas que denominé en otro artículo publicado, como la Gran Agencia de Empleo Estatal), llevada por su ineptitud, sucumbe a los cantos de sirena como a su ambición personal. La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor es el poder del incompetente (Francisco Ayala,) y vuelvo a echar mano de una frase, esta vez de este escritor y sociólogo no sospechoso de ser de la derecha recalcitrante pues estuvo exiliado tras nuestra Guerra Civil. Tristemente en los tiempos actuales ya no existen las tan socorridas y recurrentes líneas rojas. Todo se explica, hasta la mentira. Una mentira que puede transmitirse por los medios de comunicación o por el silencio de los mismos. Como de igual forma cabe decir y sentenciar un día un determinado principio para decir lo contrario al siguiente día. La gran mentira en España de la existencia de un Comité de Expertos para el control del COVID nunca ha sido formalmente desmontada, pero da igual para la clase política, que no para la ciudadanía permanentemente despreciada por aquella. La sociedad europea de pronto se ha visto desbordada por la victoria de Donald Trump a la presidencia de los EE. UU. de Norteamérica. Todos se ven obligados a plegarse a la gran potencia hegemónica y en permanente competencia con el gran coloso chino. Zelenski el último en hacerlo. A la desarbolada Europa, le ha pillado silbando como los jilgueros sin llegar a remontar el vuelo. Una sociedad europea partida por dos pensamientos muy diferentes: los que entienden que Trump actúa sobre la base de una cuenta de explotación con grandes márgenes económicos, sin considerar ninguno de los criterios morales a los que ya Europa renunció mucho tiempo atrás, o los de aquellos que gustan oír de Trump que cada uno se pague su propia fiesta, que los EE. UU. es una nación con fronteras y que el cristianismo es nuestra raíz civilizadora. La ambivalencia de la política europea es de escándalo en cuanto que Europa viene empobreciéndose en factores como: el envejecimiento demográfico; la crisis energética que para remediarla y por la puerta de atrás importamos el gas licuado de Rusia, esa nación tan enemiga…; la pérdida de competitividad industrial y tecnológica; un claro estancamiento económico; y una gran desigualdad entre las naciones que componen la Unión Europea, como una ausencia total de políticas migratorias, hoy la constante amenaza a la seguridad del Estado y más concretamente a la propia de sus ciudadanos.
De justicia es mencionar en mi análisis la ímproba labor de la Justicia y de sus altas instancias, sometidas en España a la presión y permanente crítica de los poderes ejecutivos, que luchan denodadamente por la justa interpretación de las leyes y por la normalidad del estado de Derecho. Sólo este poder es hoy por hoy el palo a la rueda arrolladora que aplasta lo que encuentra a su paso, prostituyendo las instituciones más significativas de nuestro país. Pero no olvidemos que otros países igualmente de la Unión, caminan por ese mismo derrotero, consecuencia de lo cual y en su conjunto, Europa resulta muy debilitada para afrontar los retos del Nuevo Orden Mundial que se ha iniciado.
Sobre este análisis y partiendo del mismo, creo que llegará un momento no muy lejano que serán los pueblos quienes tomen el timón ante la caída de la actual casta política, corrupta e incompetente. Ante un inminente desmembramiento de la Unión, esta debe invertir miles de millones de euros en Defensa que previamente deberá recaudar para poder defender sus fronteras, si es eso lo que quiere; pues por otro lado lleva años aceptando una mafiosa e ilegal emigración islámica que no ha renunciado y así lo ha proclamado a los cuatro vientos, a establecer el Islam a través de los vientres de sus mujeres y en los últimos años mediante pateras que incesantemente desembarcan en las propias fronteras de la Unión. Casi a diario vemos comportamientos que nos hiela la sangre a los ciudadanos que aún nos aferramos a nuestra civilización. Colegios públicos (último caso en Ceuta) donde se les obliga a rezar a Alá y a aprender leyes coránicas. Cesión de derechos a los emigrantes que no asumen aceptar las normas del país anfitrión como es España y otras naciones europeas. Subsidios a poblaciones emigrantes ilegales, y un largo etcétera. Recuerdo en esta reflexión a la incomprendida y profética periodista Oriana Fallaci que sentenció una frase sublime sobre la emigración islámica: «Qué religión es aquella, que solo produce religión…».
Si Dios no lo remedia y las poblaciones autóctonas van decreciendo por la llamada «pirámide funeraria», la reacción del pueblo se hará ver en las calles y en continuas revueltas populares que irán arrinconando los poderes fácticos para ser sustituidos por líderes emergentes que tomarán excepcionalmente el control de la situación. Nada nuevo bajo el sol. Así se inician los cambios de ciclos históricos y creo sinceramente que ya nos hemos adentrado en un nuevo paradigma que solo podremos afrontar con inteligencia y gran capacidad de adaptación.
Cuando el Estado olvida su deber, el pueblo recuerda su derecho a levantarse, y su poder aletargado como un volcán dormido, despierta para recordarle su fuerza. El verdadero peligro para un gobierno corrupto no es la crítica, sino el despertar del pueblo ya que, si los dirigentes fallan, la historia se reescribe desde las calles y aquella demuestra cuántos gobiernos han caído por el desprecio de sus ciudadanos.
Iñigo Castellano y Barón
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