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PSOE, EL ESPERPENTO DE LA PARTITOCRACIA

El Mundo / Susana Vera / REUTERS
El Mundo / Susana Vera / REUTERS

1 Octubre 2016

Por Manuel Pastor Martínez
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El Sábado 1º de Octubre de 2016, finalmente, se ha escenificado –a propósito de la reunión del Comité Federal del PSOE– el esperpento de la partitocracia en España. Lamentablemente no tenemos a un Ramón María del Valle-Inclán para relatárnoslo con su genio literario.

Hace tiempo que vengo insinuando que si tenemos partitocracia no podemos presumir de democracia. O dicho de otra manera: España inició con éxito en 1976 una transición democrática, pero en 2016 todavía no hemos alcanzado una consolidación democrática. Ciertamente resulta patético que después de cuatro décadas (¡cuarenta años, como la duración del franquismo!) los españoles no hayamos sido capaces de desarrollar y afirmar una cultura política democrática.

Inmediatamente después de la Revolución Americana el general y presidente George Washington advirtió de los peligros o riesgos del “espíritu de facción o de partido”, coincidiendo con las advertencias de uno de los padres de la Constitución, James Madison, en sus famosos análisis en The Federalist.

Asimismo, inmediatamente después de la Revolución Francesa, Gilbert du Motier, marqués de La Fayette también advirtió del peligro de que el “reino de la Ley” fuera desplazado por el “reino de los Clubs”.

Históricamente se puede afirmar que la democracia en los Estados Unidos ha conseguido conjurar y evitar la partitocracia. A mi juicio, no es el caso de Francia ni de la gran mayoría de los sistemas políticos “democráticos” existentes, incluyendo naturalmente el caso de España.

Con independencia de las controversias ideológicas en el seno del PSOE y de las izquierdas españolas, o de los problemas tácticos o estratégicos sobre el “bloqueo” institucional-parlamentario, el esperpento de este 1º de Octubre en la calle Ferraz de Madrid pone de manifiesto un problema más básico de la democracia parlamentaria española: la partitocracia.

Desde finales del siglo XIX existen precedentes teóricos (Joaquín Costa, Moisés Ostrogorski, Roberto Michels, etc.) cuyas ramificaciones llegan hasta la obra fundamental del pensador conservador Gonzalo Fernández de la Mora, La Partitocracia (IEP, Madrid, 1977), publicada en los inicios de nuestra transición democrática y que, hasta ahora, es la única monografía que lleva en su título el problema que comentamos.

No me extraña que con motivo de la crisis del PSOE los comunistas, los podemitas y algún politólogo politizado y excéntrico (Jorge Vestrynge ha citado al parecer un modelo suyo, Curzio Malaparte, que evolucionó desde el fascismo al comunismo maoista), hayan invocado el principio de toda organización partitocrática: el “centralismo democrático” de Lenin y todos los tiranos de cualquier ideología que le han imitado. Pero en boca de pobres ignorantes e incompetentes como Pedro Sánchez y su escudero César o Nada Luena (“una vez elegido por los militantes, el secretario general debe ser la única voz en el partido…”) resulta patético.

El 25 de Julio pasado, al inaugurarse en Filadelfia la Convención del Partido Demócrata de los Estados Unidos, su “Chairwoman” (su Presidenta –según el léxico político americano no existe una “secretaría general”, típica de las partitocracias europeas) Debbie Wasserman-Schultz se vio obligada a presentar su dimisión al revelarse en la prensa que había sido parcial apoyando durante las elecciones primarias a la candidata Hillary Clinton en perjuicio del candidato rival Bernie Sanders.

La dimisión de Ms. Wasserman-Schultz no afectó en absoluto al desarrollo normal de la Convención, que finalmente eligió (“nominó”) a Ms. Clinton. El incidente simplemente ilustra que en la democracia americana las elecciones primarias se practican (obligatoriamente, por ley de los respectivos Estados) al margen de los partidos, que no pueden favorecer a ninguno de los candidatos que aspiran a la “nominación”. Los partidos y sus dirigentes no hacen las listas ni pueden imponer una disciplina o favoritismo a los diversos candidatos al poder ejecutivo (Presidencia, Vicepresidencia, Gobernadores estatales, etc.) o al poder legislativo (Cámara de Representantes y Senado en el Congreso federal, legislaturas estatales, etc.). Cada candidato se presenta individualmente, con sus propios medios, ante los electores y simpatizantes del partido en un proceso de genuina democracia como son las primarias, que hacen imposible e impensable la partitocracia (antes y después de las elecciones generales definitivas por el conjunto de la ciudadanía, que en el presente año será el próximo 8 de Noviembre).

Es legítimo que se discuta en España (y en Europa) si convienen o no las elecciones primarias, pero debemos ser conscientes que si las organizan y controlan los propios partidos, no habremos superado el problema de la partitocracia. La democracia americana tiene, por supuesto, partidos, pero ha evitado la partitocracia, porque entre otras razones allí no tienen una estructura tan rígida, burocrática y disciplinada. Y desde luego no controlan las elecciones primarias ni el comportamiento de sus representantes, senadores, gobernadores, etc. que responden principalmente ante sus electores y no ante los dirigentes del partido.

Todas las constituciones democrático-liberales incluyen la prohibición del “mandato imperativo”, pero en las partitocracias subrecticiamente se practica el mandato imperativo partidista.

Los intelectuales europeos han estado siempre divididos entre los admiradores de la democracia americana (Alexis de Tocqueville, o el español Julián Marías) que sospechaban que la política europea tendría ineluctablemente que “americanizarse” en un futuro, y los escépticos (Max Weber, o el español José Ortega y Gasset) que pensaban más bien, al contrario, que el destino de los americanos era “europeizarse”.

Mi opinión, sin caer en papanatismos, coincide con los primeros. El ejemplo de la democracia americana y su depurado proceso de las elecciones primarias auténticas y libres nos evitarían caer en el esperpento de la partitocracia, y en su caso más extremo –como el del PSOE y en general todas las izquierdas, en la tradición del movimiento comunista internacional desde Stalin- la “dictadura del secretariado”.

En España tenemos el serio problema de una posible democracia fallida, al no haberse consolidado el sistema de la Constitución de 1978 y carecer de una cultura política democrática homogénea. Este problema se ha intensificado con los defectos de un sistema electoral y de representación disfuncional, con partidos y movimientos populistas anti-sistema y separatistas. Tal fragmentación de la cultura política ha contaminado al principal partido del centro-izquierda, el PSOE, cuyas guerras civiles internas han sido históricamente la causa principal de muchos de nuestros dramas (a veces, y en el mejor de los casos, esperpénticos) y lo que es peor, nuestras tragedias nacionales.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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