¿Cómo podemos definir (de-finir, poner límites) la inteligencia? ¿Debemos suponer que depende más de características innatas ofrecidas por la naturaleza o de otras adquiridas en la cultura? ¿Cómo podemos detectarla y valorarla? ¿Qué relación tiene con otros elementos como el talento para las artes o la literatura? ¿En qué se diferencia la inteligencia de un campeón mundial de ajedrez y la de un autor como Kafka? ¿Se fortifica con la complejidad o más bien con una sabia utilización de la sencillez? ¿En qué medida se puede aprender? ¿Es la inteligencia un lenguaje? ¿Una disposición genética? (...)
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La inteligencia ha sido estudiada sobre todo en el ámbito de la psicología. Se ha definido de muchas formas, pero podemos pensar en algunos componentes comunes como pueden ser la capacidad de razonamiento lógico, de comprensión, de lucidez, de aprendizaje, de memoria, de conocimiento o de creatividad. En términos generales se podría describir como la capacidad de percibir información para procesarla en forma de conocimiento. La inteligencia se desarrolla desde la infancia y se deteriora con la edad en un proceso cada vez más acelerado hacia la muerte; se deteriora porque en la ancianidad se pierden capacidades cognitivas. Desconozco las conclusiones de los neurólogos, pero parece que el cerebro humano tiene zonas que cumplen funciones distintas. El desarrollo de estos hallazgos acaso nos permitirá hacer tipologías biológicas de la inteligencia y, por ejemplo, compararla con la inteligencia artificial y dar cuenta de sus mecanismos comunes y divergentes.
Desde hace muchos años se ha intentado medir metódicamente la inteligencia de los animales con resultados contrastables y certeros. En los estudios humanos sobre la inteligencia, la escala más conocida es probablemente la prueba del psicólogo David Weschler. La escala WAIS (Wechsler Adult Intelligence Scale) y la WISC (Wechsler Intelligence Scale for Children) se han consolidado atendiendo la edad de los analizados. También se desarrolló el método que trataba de cifrar el “cociente intelectual” en base a unas pruebas más o menos complejas. La mayoría de estas pesquisas científicas se centran en las capacidades de abstracción. La inteligencia es abstracta por naturaleza y se manifiesta mediante distintos lenguajes, conceptos y prácticas. No es una capacidad uniforme, ya que con frecuencia nos encontramos con personas que muestran una capacidad extraordinaria por ejemplo en las matemáticas, pero luego son muy torpes en la comprensión de un texto literario o filosófico.
A riesgo de parecer prejuicioso, creo que podemos asumir que hay sociedades más inteligentes que otras en función de su tradición o de su cultura. Por ejemplo, el norteamericano medio que vive en la “América profunda” o el que ocupa el llamado “cinturón bíblico” tiende a ser religioso y especialmente ignorante, simplificador y maniqueo. ¿Quiere esto decir que es menos inteligente que los habitantes de la mayoría de las sociedades europeas? Yo diría que sí. También, por ejemplo, entre los políticos, Donald Trump me resulta más primario y menos inteligente que Emmanuel Macron o Angela Merkel. Aunque en esto tengo serias dudas porque Trump, como hombre de negocios y político experimentado, puede ser más eficaz en sus estrategias que los otros. Vaya usted a saber…
Me pregunto si existen religiones más inteligentes que otras. A Borges le gustaba jugar con los textos teológicos de todas ellas. Los veía, en términos literarios, como una rama de la ciencia ficción… En su cuento Tres versiones de Judas señala con enorme lucidez una contradicción que observa en la Redención cristiana y que se concreta en la figura de un teólogo sueco que se vuelve loco al pensar el siguiente silogismo: si la traición de Judas era necesaria para llevar a cabo la Redención, entonces, Judas, como eslabón necesario para llegar a ésta, no puede ser responsable ni culpable. Creo que a Borges le atraían más las tres religiones monoteístas por su simplificación estética y racional, de la misma forma que el desierto (sin paredes ni puertas) le llevaba a creer que era el más inteligente de los laberintos.
En los productos culturales más importantes, en las obras geniales del arte o la literatura, los símbolos suelen contener la ambigüedad y la riqueza idóneas para elevar su estética hasta lo sublime. En una carta a un amigo, el gran Joseph Conrad decía: “Todas las grandes obras de la literatura han sido simbólicas, y, de ese modo, han ganado en complejidad, poder, profundidad y belleza”. La obra entera de Borges puede ser leída como un sistema de símbolos que se comunican e interactúan mostrando una turbadora y vertiginosa inteligencia. Cuando se plantea la identidad y la inteligencia, el autor argentino las relaciona con la memoria: “Es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez”. Una de las floraciones más fulgurantes de la obra de Borges se produce cuando imagina la inteligencia de Dios (Hegel también lo intentó…). El Aleph es una mirada de Dios espacio temporalmente simultánea e infinita. Allí, en ese panóptico absoluto, están todas las imágenes del universo desde todas las perspectivas posibles. También nos ofrece otros hermosos ejemplos de la inteligencia divina: “Los pasos que da un hombre, desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte, dibujan en el tiempo una inconcebible figura. La Inteligencia Divina intuye esa figura inmediatamente, como la de los hombres un triángulo” (La rosa de Paracelso).
¿Existen razas o etnias humanas más inteligentes que otras? Para muchos la mera pregunta sería tachada de racista, pero, caramba, si pensamos en la cantidad de genios judíos (un grupo étnico muy pequeño en el planeta) que, en los ámbitos de la ciencia, la literatura, el arte y la música han brillado en la Historia… Esto siempre me ha parecido un hecho extraordinario, contundente y algo misterioso.
Nada más contrario a la inteligencia que la ingenuidad. Maquiavelo quiso prevenir al Príncipe (por extensión universal a todo gobernante) de ese veneno letal que es la ingenuidad en la esfera del poder. Por este principio realista, empírico y amoral se considera a Maquiavelo el fundador de la Ciencia Política. Algunos sociólogos del “interaccionismo simbólico” como Erving Goffman señalaron que en los encuentros rutinarios entre dos o más personas se produce un juego de roles que interactúan en un escenario teatral. Como en Maquiavelo, el ingenuo es el que actúa siempre sin máscara, o con una sola máscara, lo que le obliga a relacionarse con un niño igual que si lo hiciera con un policía o con su mujer. Porque siempre es sincero y transparente, y porque tiene una concepción de la bondad y la honestidad que no le permiten actuar. En palabras de Goffman: “El que no sabe actuar constituye una amenaza para el elenco y es prontamente apartado”. El vencedor en cualquier negociación es el que se da cuenta de lo que pretende su interlocutor e intuye certeramente su plan, se lo ve dibujado en la frente como un plano para hallar el tesoro… Y el otro no sabe que él sabe, y él entonces apuesta fuerte y gana. Oscar Wilde dijo que toda mala poesía es sincera. Acaso la sinceridad tiene un prestigio que no siempre se merece. Mentir es una forma de inteligencia. El seductor sabe mentir y actuar con muchas máscaras. Un loco no puede hacerlo. Para hacerlo tendría que construir un delirio. Pero un delirio nunca se vive como una mentira.
Hay escritores que requieren lectores atentos y especialmente inteligentes. Sus textos no admiten lecturas inocentes porque fueron escritos con voluntad críptica y difícil. No buscan entretener porque aspiran a la máxima excelencia estética. Aunque ha habido miles, estoy pensando en ejemplos como el de Rulfo, Faulkner, Joyce o Borges. No son más inteligentes por su voluntaria complejidad, pero sí requieren en el lector una dosis de inteligencia suficiente para descifrarlos y comprenderlos. El siempre irónico Salvador Dalí declaró que no se consideraba un genio porque pensaba que era demasiado inteligente para serlo. “Para ser un genio tendría que ser un poco más burro, como ese burro de Platero, que es el burro más burro que he conocido en toda mi vida”. Cuando el humor se nutre de inteligencia se transforma en ironía.
También podemos hablar de la inteligencia musical, que sería aquella capacidad de comprensión, creación y abstracción de sonidos complejos; o de melodías, polifonías y ritmos potencialmente infinitos.
Para el psicólogo Daniel Goleman la inteligencia emocional es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para relacionarlos. Goleman pensó que la inteligencia emocional es la habilidad que el ser humano tiene para decir las cosas en el momento correcto, de la manera correcta, en el lugar correcto y a las personas correctas.
Entiendo que la inteligencia es un medio, una herramienta, pero no un fin. El fin sería lograr la sabiduría, es decir, conseguir realizar el arduo proyecto de ser feliz.
Carlos Cañeque es profesor de Ciencia Política, escritor y director de cine.
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