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El Agente Secreto Número 13 (Primera parte)

El general norteamericano James Wilkinson (Agente Secreto nº 13), retrato realizado por John Wesley Jarvis, 1820-1825. (Photo Credit: Wikimedia Commons).
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El general norteamericano James Wilkinson (Agente Secreto nº 13), retrato realizado por John Wesley Jarvis, 1820-1825. (Photo Credit: Wikimedia Commons).

LA CRÍTICA, 14 ENERO 2022

Por Manuel Pastor Martínez
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Este ensayo fue escrito con anterioridad a la publicación de las obras de Andro Linklater sobre James Wilkinson (2009) y de David O. Stewart sobre Aaron Burr (2011).

En el orto de la España contemporánea, en el contexto histórico desde las revoluciones norteamericana (1776-) y francesa (1789-) hasta la guerra española de Independencia (1808-1814), tuvo lugar un singular episodio, poco conocido y apenas historiado. Se trata de la actuación del, probablemente, principal agente de inteligencia al servicio del Estado español, de nacionalidad extranjera y con notoria influencia en los asuntos políticos de su pais de origen. Dicho en otros términos: un espía al servicio de España y un traidor a su patria, los Estados Unidos de América. (...)

El general James Wilkinson

... Me refiero al general James Wilkinson, héroe de la Independencia norteamericana, por méritos de guerra general de brigada con solo veintiún años, que llegaría a ostentar el cargo de Comandante en Jefe del Ejército de los Estados Unidos. Según las investigaciones existentes, al menos entre 1787 y 1806, recibió su salario correspondiente como agente secreto Número 13, por su trabajo de inteligencia al servicio de la Corona española, concerniente a la política y aspiraciones de la joven república norteamericana respecto a los territorios de La Luisiana y de las denoninadas “provincias interiores” del virreinato de Nueva España.

Nadie mejor que el general Wilkinson ilustra el carácter y la conducta peculiares en la atmósfera o ambiente vidriosos de la inteligencia, del espionaje y contraespionaje, de doblez y “deception” en la historia contemporánea, que alguien que sabía de lo que se trataba describió con unos versos de T. S. Eliot: “A Wilderness of Mirrors”.

Las únicas biografías conocidas, pero al parecer poco rigurosas, del personaje se deben a Thomas R. Hay & M. R. Werner, The Admirable Trumpeter: A Biography of General James Wilkinson (1941) y a James Ripley Jacobs, Tarnished Warrior: Major-General James Wilkinson (1938), aparte de sus propias memorias, James Wilkinson, Memoirs of My Own Times, 4 vols. (1816), y del informe oficial del gobierno estadounidense, Ezekiel Bacon (Chairman), Report of the Committee Appointed to Inquire into the Conduct of General Wilkinson (26 de Febrero de 1811). Es conocido también el escrito acusatorio de Daniel Clark, Proofs of the corruption of General James Wilkinson, and of his connexion with Aaron Burr (1809). Después de escribir este ensayo se publicó la biografía más completa y actualizada sobre Wilkinson, de Andro Linklater, An Artist in Treason. The Extraordinary Double Life of General James Wilkinson (2009).

Mi conocimiento en particular del caso se produjo a través de la lectura de la excelente obra biográfica de Milton Lomask, Aaron Burr, 2 vols. (1979 y 1982). Más recientemente se ha publicado, con información adicional, la obra de David O. Stewart, American Emperor. Aaron Burr´s Challenge to Jefferson´s America (2011).

Existe un ensayo pionero de investigación cuyo autor es Manuel Serrano y Sanz, “El Brigadier Jaime Wilkinson y sus tratos con España para la independencia del Kentucky (años 1787-1797)”, publicado en tres artículos de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, xxx-xxxi-xxxii (Madrid, 1914-1915). No tengo noticia de ningún libro de historia de autor español, con la excepción del de José Navarro Latorre y Fernando Solano Costa, ¿Conspiración española? 1787-1789. Contribución al estudio de las primeras relaciones históricas entre España y los Estados Unidos de Norteamerica (Zaragoza, 1949), pero sí existe una abundante información en autores norteamericanos y referencias pertinentes como en la importante obra sobre las fronteras españolas en Norte-América de David Weber (1992), en los especialistas sobre la Conspiración Burr y, recientemente, –en el contexto del famoso duelo Hamilton-Burr–, autores como Rogow (1998), Fleming (1999) y Kennedy (2000), también se refieren al asunto.

El trabajo de investigación periodística, con pretensiones de documentación histórica y sin duda con información de gran interés, sobre los servicios de inteligencia en España, de Joaquín Bardavío, Pilar Cernuda, y Fernando Jáuregui, Servicios Secretos (2000), simplemente ignora el caso, aunque trata otro asunto coetáneo menos importante, el de Domingo Badia, alias “Ali Bey”. Igualmente, el historiador Carlos Seco Serrano, en su notable estudio sobre Godoy (1978), se refiere a la importante “misión” en el Norte de África de “Ali Bey”, pero al tratar los asuntos de Norte-América, y en particular La Luisiana, no menciona a Wilkinson.

Sin embargo, el caso es demasiado importante para ser ignorado. Se trata, en efecto, del agente de “penetración” a más alto nivel en el gobierno de una potencia occidental que probablemente hayan conseguido los servicios de inteligencia españoles en toda la historia contemporánea. Claro que, como dice Weber, no todo lo relacionado con el general Wilkinson y sus tratos con la Corona española está suficientemente explicado.

Ocaso del imperio español

Desde la perspectiva española, hay que comprender el asunto en el contexto de la política exterior y, concretamente, de las relaciones hispano-norteamericanas durante el reinado del gran Carlos III (1759-1788) y de su continuación, aunque con resultados muy distintos, durante el reinado de su hijo, el patético Carlos IV (1788-1808). En el tránsito de uno a otro reinado se puede apreciar claramente el ocaso del Imperio español en América. Si el período 1492-1800 había sido una etapa histórica de descubrimientos, conquistas y colonizaciones, en pocas palabras, de expansión, el que se inicia en 1800, precisamente con la pérdida de La Luisiana, es de un franco declive que alcanza o, mejor, desciende a su punto más bajo con la guerra hispano-norteamericana y el desastre de 1898.

Carlos III comenzó su reinado de las Españas cuando ya tenía una experiencia, como Rey de Napoles, de veinticinco años. Es decir, que sumados a los veintinueve como titular de la Corona española, alcanza el récord de cincuenta y cuatro años en el oficio, más que ningún otro monarca español en toda la historia. Pero, además de tal experiencia, Carlos III fue un gran Rey, ilustrado y reformista, modernizador y secularizador, cuyo reinado experimentó un renacimiento –el último– del inmenso Imperio español, gracias a la expansión territorial en la América del Norte, en virtud de los Pactos de Familia con Francia: desde 1763, la adquisición de La Luisiana, y desde 1783 la recuperación de La Florida. Entre ambas fechas, precisamente, tiene lugar el proceso fundacional de los Estados Unidos, iniciado tras el Tratado de Paris (10 de Febrero de 1763), que pone fin a la Guerra de los Siete Años, con la agitación política contra los abusos impositivos del parlamento británico y culminando con el nuevo Tratado de Paris (3 de Septiembre de 1783), tras una prolongada guerra civil y de independencia frente al Reino Unido. Aunque España había sido aliada “de facto” de los rebeldes americanos desde el 21 de Junio de 1779, el reconocimiento “de iure”, oficial, de los Estados Unidos de América no se producirá hasta el 24 de Marzo de 1783.

Dupuy y Hammerman en su obra People & Events of the American Revolution (1974), nos proporcionan la “ficha” con los datos básicos acerca de Wilkinson: «WILKINSON, JAMES. 1757-1825 (…); brevet Brig. Gen., 1777- 1778, a rank to which he was promoted solely because he carried to Congress Gates’ dispatch reporting Burgoyne’s surrender; resigned, 1778; clothier General of Continental Army, 1779; resigned again because of financial irregularities; Brig. General and second-in-command to Maj. Gen. Anthony Wayne in Indian fighting, 1792; succeded Wayne as senior officer and nominal commander-in chief, 1796; governor of Louisiana, 1805; involved in Aaron Burr’s conspiracy, but acquitted by a series of courts-martial; still commanding General of the Army at the outset of the War of 1812, he was promoted to Major General (1813) and served with his customary lack of distinction; acquitted by a court of inquiry investigating charges of misconduct, 1815; honorably discharged, 1815; DOCUMENTS IN SPANISH ARCHIVES LATER REVEALED THAT HE WAS AN AGENT IN THE PAY OF THE SPANISH GOVERNMENT DURING THE TIME HE COMMANDED THE UNITED STATES ARMY; known as the general who never won a battle and never lost a court-martial».

Wilkinson fue agente del gobierno español, como mínimo, durante los años 1787-1806, según indica Fleming en su investigación publicada en 1999: «Wilkinson had taken an oath swearing allegiance to Spain in 1787» (…) «But Gen. Wilkinson was still (Dec. 1806) Agent 13 on the Spanish payroll…». E incluso posteriormente, como se insinúa en un texto clásico sobre el asunto, antes mencionado, de Daniel Clark, donde este dice que en 1809 «probably is yet a pensioner of the Spanish government», precisamente en el momento en que «the important province of Lousiana will in few days be at the disposal of a man, who, by a close, long laubored system of corruption is know to have bargained for a sale of the western states (…) let it be remembered that the man whom I acuse is Commander in Chief of the Armies of the United States –that he is supported by the strongest marks of presidential favors– that after he was openly accused, and after my testimony and that of others was heard, he was continued in command…». Clark se refiere, obviamente, al presidente Jefferson y al nombramiento de Wilkinson como primer gobernador de La Luisiana ya incorporada a los Estados Unidos, después de la famosa compra al gobierno francés.

Sin embargo, la fecha en que escribe e insinúa Clark que Wilkinson pudiera todavía ser agente del gobierno español, 1809, en plena guerra de Independencia y caos político, con la Corona de los Borbones desmoronada y secuestrada por Napoleón Bonaparte, es poco probable que el general norteamericano estuviera «controlado» y financiado. La fecha límite que propone Fleming, 1806, por tanto, parece mas verosimil.

Pero las dudas sobre fecha tan tardía no se aclaran si nos atenemos a los recuerdos del entonces todopoderoso Príncipe de la Paz, ya que en ningún momento de sus Memorias, y en particular los capítulos relativos a La Luisiana, menciona a Wilkinson. Ciertamente responsabiliza a su antecesor como «Primer Ministro» de la Corona española, el Conde de Floridablanca, el inicio de los tratos con los colonos anglo-americanos de los territorios en cuestión. Según Godoy, Floridablanca, «arrepentido y asombrado de la obra a que prestó ayuda… –se refiere a la ayuda económica y militar de España a la Independencia de las colonias angloamericanas, y el ejemplo que representaría para las colonias hispanoamericanas– …hizo correr la especie bajo mano, de que la libre navegación del río (Mississippi), justamente con el ensanche que pedían sus fronteras y un buen tratado de comercio les serían concedidos con tal que se erigiesen en un gobierno aparte de los Estados del Atlántico». Pero ni siquiera concreta qué tipo de actuaciones se llevaron a cabo, aparte de hacer «correr la especie bajo mano».

Los silencios de Godoy al respecto pueden ser significativos, pues resulta obvio en las Memorias que su interés por La Luisiana era grande y pudiera albergar algún secreto plan estratégico, lo cual entraría en contradición con la tan repetida frase que se le atribuye, como actitud de indiferencia ante la pérdida de aquellos inmensos territorios («No se puede poner puertas al campo»). En todo caso, recuerda al lector que el tratado de retrocesión de La Luisiana a Francia el 1 de octubre de 1800 lo realizó el ministro Urquijo «sin concurrencia alguna de mi parte». Después, nunca reconoció la legitimidad de la venta de los territorios a los Estados Unidos, y aunque la cuestión se resolvió en 1804 con una comunicación del ministro Cevallos al gobierno norteamericano, fue –escribe Godoy– un gesto de benevolencia y amistad del Rey Carlos IV: «El interés político de la España fue la razón potísima de esta condescendencia con los angloamericanos; no que la mereciesen. Por la primera vez, aquel gobierno hizo una adquisición sin consultar la razón pública ni las reglas del derecho común establecido. El interés, regulador supremo de los actos de las naciones, cerró los ojos del Congreso para aprobar aquel contrato sin el concurso de la España, a pesar de las protestas que hizo en contra el marqués de Casa-Irujo…». Y al final de sus Memorias proclama, sin modestia, que «si no lo hubieran derrocado, tenía previstas y seguras las medidas por las cuales hubiera sido conservado el continente americano». No deja de ser curioso que las palabras de Godoy constituyan, probablemente, una de las primeras críticas europeas al expansionismo norteamericano.

La opinión convencional sobre James Wilkinson más divulgada, tanto entre políticos como historiadores, es que era un indigno y un traidor –como ejemplo, el juicio lacónico de Isaac Asimov: «Era un hombre increiblemente rastrero y traidor con una notable capacidad para salirse con la suya…»– resumiéndose, como veíamos, en la frase: «el general que nunca ganó una batalla y que nunca perdió una corte marcial». Sobre lo primero, no vamos a entrar aquí, pero me parece cuestionable, ya que abundan los testimonios de sus actuaciones heroicas durante la guerra. Sobre lo segundo, que es un hecho constatado, quizás explique lo primero y nos ofrezca alguna clave para descifrar el enigma. Nunca los espías han gozado de buena fama entre sus pares militares.

Un dato significativo sin embargo es que Wilkinson, a lo largo de su carrera militar oficial y de sus “servicios” oficiosos, parece que siempre gozó de la confianza de sus sucesivos jefes y en particular de cinco personalidades importantísimas en la historia y la política norteamericana: el Comandante en Jefe del Ejército Continental y primer presidente constitucional de los Estados Unidos, George Washington; el “Primer Ministro” del anterior, coordinador de la Inteligencia y, de hecho, Comandante en Jefe del Ejército y “regente” en la sombra durante la administración del segundo presidente (John Adams), Alexander Hamilton; asimismo, los tres primeros presidentes anti-federalistas de la dinastía virginiana: Thomas Jefferson, James Madison y James Monroe. Wilkinson «era un aventurero con quien algunos de los hombres más importantes de su tiempo –Washington, Hamilton y Jefferson, entre otros– trataron seriamente. Comprendieron, como admitirían Washington y Hamilton, que las cualidades que le hacían despreciable le hacían tambien útil».

Manuel Pastor Martínez

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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