... He leído con atención tu artículo titulado "Gibraltar, meta inalcanzada" sobre este doloroso asunto, que dura ya más de 300 años. Y que, desde que se instauró la democracia en España en 1977 hasta hoy, ningún gobierno de este peculiar sistema en que vivimos, ni ha sabido, ni ha podido, ni ha tenido la voluntad política necesaria para plantarle cara a los gobiernos de la Gran Bretaña para dulcificar a nuestro favor la vergonzosa situación que representa la última y perenne colonia en la liberal y democrática Europa. ¡Y eso que dicen que somos grandes y estupendos aliados!
Sabes bien, Aurelio, que todo se remonta a una lejana Guerra de Sucesión española y que allá, en 1704, los británicos ocuparon un Peñón desguarnecido porque luchaban a favor de uno de los pretendientes al Trono español. Y mira por dónde, cuando acabó aquella guerra, el filibusterismo británico, en lugar de retirarse de la Plaza española, se quedó con ella.
No voy a remontarme a los hechos conocidos desde entonces. Quien desee conocerlos, que estudie. Lo que sí es preciso resaltar, Aurelio, es que se combatió y se derramó sangre para recuperar el Peñón. Porque a los españoles de aquellos tiempos les dolía que un país extranjero ocupara un trozo del territorio peninsular. Aquello era una afrenta que había que resolver por las buenas o por las malas. Como ocurrió con Menorca. La dignidad, el orgullo y el valor de los españoles estaban por encima de los convencionalismos estúpidos y eran características esenciales del pueblo español reconocidas por sus enemigos. Demostradas también con creces en otras guerras posteriores.
Vamos a tratar de épocas más recientes de nuestra Historia y que tú conoces bien, referidas a recuperar Gibraltar. ¿Te acuerdas de la "Operación Félix"? Fue durante la Segunda Guerra Mundial (1939/1945). Las cumbres más altas de los Pirineos estaban coronadas por las banderas nazis. Las tropas alemanas ocupaban toda Francia. Hitler quería entrar en España con sus divisiones para ocupar Gibraltar y hacer del Mediterráneo un lago alemán. Franco había ordenado fortificar todos los pasos pirenaicos para evitarlo. Y evitó que la operación alemana siguiera adelante. Hitler sabía que se enfrentaría a un gobierno fuerte y, literalmente recordó a sus generales que era mejor no meterse en el "avispero español", recordándoles cómo salieron los soldados de Napoleón de España.
Por otro lado, Churchill, primer ministro británico que dirigía la guerra de su país contra Hitler, prometió al gobierno español que, si se mantenía neutral en aquella guerra, al término de la misma se comprometía a iniciar negociaciones con España para solucionar el problema de Gibraltar. Pero al terminar aquélla, en la elecciones británicas de 1945, Churchill fue derrotado por el laborista Clement Attlee. A pesar de las reclamaciones del gobierno español para que el británico cumpliera su promesa, las conversaciones ni se iniciaron. Fue una nueva tomadura de pelo del gobierno británico. Porque en 1951 Churchill volvió a ser primer ministro. Pero el gobierno español no se cruzó de brazos ni se olvidó de la espina clavada en el pie de España.
Por indicación del almirante Carrero Blanco, Franco nombró como ministro de Asuntos Exteriores al catedrático de Derecho Internacional y diplomático, al bilbaíno Fernando María Castiella y Maíz en 1957. Voluntario en la División Azul. Fue embajador de España en Perú y en el Vaticano. Invitó a visitar España al presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower en 1959. Con su gestión, España ingresó en la OCDE y en el FMI. Y en la ONU se atrajo la simpatía y colaboración de todos los países hispanoamericanos y del mundo árabe.
Para Castiella, la espina de Gibraltar se tenía que resolver en la ONU enfrentándose a la política británica, aprovechando la ola descolonizadora de los años sesenta. Y así pasó a convertirse en el "ministro del Asunto Exterior". Logró que la Asamblea General de la ONU aprobara dos resoluciones favorables para nuestro país sobre Gibraltar, la 2231 y la 2353, y en 1966 propuso en aquella Organización la devolución del Peñón a España.
En vista de la pasividad británica desoyendo las resoluciones de la ONU, en junio de 1969, hace 51 años, ordenó el cierre de la verja con Gibraltar, aplicando estrictamente los términos del Tratado de Utrecht. Aquel cierre causó un gran impacto en las opiniones públicas de España y Gran Bretaña. Sin que surgiera ninguna hecatombe a los dos o tres mil españoles que, a diario, entraban y salían del Peñón para trabajar en la última colonia europea. Porque gran parte de ellos pudieron recolocarse en las industrias del Campo de Gibraltar y en otros lugares debido a la enorme vitalidad industrial y económica que se vivía en España.
A este respecto quiero añadir, Aurelio, que el almirante Carrero Blanco tenía las ideas claras. Con la exportación de los fosfatos de las minas de Bucraa, en el Sahara español, nuestro país podía lograr, con la verja de Gibraltar cerrada, dos objetivos esenciales: que los setenta u ochenta mil saharauis que habitaban el Sahara mejoraran su nivel de vida con los trabajos de extracción de la mina, su almacenamiento, transporte, etc., y que con los beneficios que España obtuviera de las exportaciones de fosfatos, se pudiera llevar a cabo un gran desarrollo industrial en el Campo de Gibraltar para que ningún español dependiera del trabajo que se ofrecía en la vergonzosa colonia.
Castiella cesó como ministro en octubre de 1969. Pero había puesto una base muy sólida para resolver la vergüenza de Gibraltar. Fue sustituido por Gregorio López Bravo. La verja de Gibraltar siguió cerrada. Aquello era un asunto de Estado y, como tal, debía permanecer en la política exterior española. Cuando los cafres asesinos de ETA asesinaron al presidente del gobierno español en diciembre de 1973, los planes de Carrero Blanco para el Campo de Gibraltar no se modificaron. Hasta que en octubre de 1975, agonizando Franco, el gobierno español entregó el Sahara a Marruecos y Mauritania. Los fosfatos de Bucraa ya no podían ser utilizados para el desarrollo del Campo de Gibraltar.
A pesar de ello, la verja con Gibraltar siguió cerrada con los gobiernos de Adolfo Suárez. La situación interna en el Peñón se deterioraba por días. Su población disminuyó progresivamente huyendo de aquella ratonera agobiante. Se trataba de obligar al gobierno británico a que cumpliera con las resoluciones de la ONU sobre descolonización. Y demostrar, además, que los gobiernos de España eran tan tenaces y resistentes como los británicos, manteniendo una sola línea de conducta política sobre la última colonia en Europa.
Esta situación de "resistencia", Aurelio, se mantuvo hasta 1982. Hasta que llegaron al poder "los buenos", es decir, el PSOE felipista. De forma unilateral, sin recibir una sola contrapartida británica a cambio, la verja se abrió. ¿Por qué? Un ministro de Exteriores del PP del gobierno de Rajoy, nos hizo creer que esa apertura era imprescindible para que España pudiera ingresar en la Comunidad Económica Europea, de la que era miembro Gran Bretaña. Si manteníamos cerrada la verja, dijo este buen hombre, Gran Bretaña podía oponerse a nuestro ingreso en la Comunidad en 1986. ¿De verdad? ¿Acaso ese ingreso chocaba con las resoluciones de la ONU? ¿España -su gobierno socialista- no tenía otras armas y razones para no admitir ese chantaje?
En resumidas cuentas, Aurelio, la política de España sobre Gibraltar comenzó desde entonces a dar tumbos y seguir un rumbo errático, sin sentido de Estado y, por supuesto, sin aquella dignidad y orgullo a los que me referí anteriormente. Una verdadera vergüenza.
Lo peor y lo más triste, Aurelio, es que a poquísimo españoles les interesa esta espina clavada en España, ya infectada. De eso se aprovecha, también, el gobierno británico. De eso, y de la gran debilidad de los gobiernos españoles. Intentaré explicarlo en una segunda carta.
Recibe un fuerte abrazo,
Enrique Domínguez Martínez-Campos
Coronel de Infantería DEM (R)