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EL SALAFISMO YIHADISTA (5)

Al Qaeda nació en Afganistán

Osama Bin-Laden
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Osama Bin-Laden

14 MAYO 2018

Por Ignacio Fuente Cobo
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En los años setenta del pasado siglo, la represión en el mundo árabe se generalizó a medida que sus sistemas políticos fueron progresivamente cuestionados por los radicales islámicos. Muchos musulmanes que se sentían perseguidos por sus gobiernos, optaron por exiliarse en Afganistán, donde la invasión soviética de diciembre de 1979 había creado una tierra propicia para la yihad dada la existencia de un régimen socialista que ellos consideraban apóstata. Estos primeros yihadistas internacionalistas fueron un producto natural de las circunstancias de su tiempo y de los escritos de pensadores como Abdulá Azzam considerado el padre de la “yihad global” y mentor intelectual de lo que unos años después iba a ser Al Qaeda, quienes proclamaban la obligación de todo musulmán, con independencia de su nacionalidad, de luchar en una yihad defensiva contra cualquier enemigo que invadiera una tierra musulmana que no podía defenderse por sí misma.

Aunque los combatientes árabes jugaron un papel secundario en el resultado de la guerra, su influencia fue enorme en las movilizaciones islamistas violentas que sacudieron el mundo árabe durante la década de los noventa. Este “pool” de “árabes afganos” será el que nutrirá las filas de Al Qaeda, una organización terrorista producto de la coincidencia en el Afganistán de los soviéticos de varios personajes extraordinarios. Junto con Abdulá Azzam, coincidirán el acaudalado hombre de negocios saudí Osama Ben Laden y el médico egipcio Ayman Al-Zawahiri. Los tres serán responsables de la fundación de la primera organización yihadista denominada Makbart al-Khadamat (MAK) u “Oficina de Servicios Afganos”, cuya finalidad primordial era la de canalizar fondos y combatientes para luchar contra los soviéticos. La combinación del apoyo logístico norteamericano y de países musulmanes y la infraestructura política del MAK, junto con las bases ideológicas salafistas y takfiríes de sus líderes y el entorno combativo del enfrentamiento contra los soviéticos, crearán el caldo de cultivo adecuado para que se asiente y prospere la ideología y la praxis de lo que será Al Qaeda.

Cuando el 15 de febrero de 1989, el Ejército Rojo abandonó Afganistán, la mayor parte de los casi 30.000 “árabes afganos” entendieron que su labor en Afganistán había terminado. El fin de la guerra y el posterior colapso en 1993 de la Unión Soviética, persuadió a los combatientes árabes de que la derrota de la superpotencia soviética se debía exclusivamente a ellos, y que podían reproducir esta experiencia de éxito contra los demás regímenes “impíos” del planeta. En adelante, debían llevar la guerra al “enemigo próximo” entendiendo como tal, a los cristianos, a los chiíes, y a los suníes insuficientemente musulmanes, así como a sus gobiernos.

Al legitimar el recurso a la violencia, apremiando a los ulemas más conservadores a publicar fatuas declarando la yihad contra los soviéticos un deber musulmán a través del mundo, se abrió la caja de Pandora del terrorismo yihadista. La yihad se convirtió se en un arma de doble filo, con el consiguiente riesgo de alterar el orden público y las jerarquías de la sociedad y de volverse contra quienes la había proclamado, porque el mismo razonamiento aplicado y puesto en marcha contra los “impíos” rusos que ocupaban Afganistán, tierra de Islam, se podía aplicar ahora contra los “impíos” norteamericanos y sus aliados occidentales y árabes. El despliegue de centenares de miles de soldados norteamericanos y de otros países occidentales en Arabia Saudí, la tierra sagrada del Islam, con motivo de la 1ª Guerra del Golfo de 1991 fue considerado como una humillación por amplios sectores de las sociedades árabes que pasaron a comulgar con la nueva ideología, dando lugar al nacimiento del “salafismo yihadista”, un movimiento de oposición violenta a los Estados Unidos y sus aliados que se extenderá como una mancha de aceite por las sociedades árabes.

De esta manera, fue en la península arábiga donde los “árabes afganos” se constituyeron en una verdadera organización, que contó con la cobertura política de Ayman al-Zawahiri el verdadero ideólogo de la estrategia operativa de la incipiente Al Qaeda contra los regímenes árabes. Esta estrategia estaba estructurada en tres niveles complementarios: destruir la actividad económica de los países atacando a los centros de producción y sectores estratégicos como el turismo, acabar físicamente con los símbolos del poder y provocar la ruptura entre el poder político y la sociedad asesinando a los elementos de enlace como periodistas, intelectuales, o profesores.

La muerte en 1989 en circunstancias sin resolver de Azzam, convirtió a Ben Laden en líder indiscutido de Al Qaeda quien potenció la organización sin recurrir a los árabes afganos, al entender que estos no mostraban la suficiente homogeneidad en el plano ideológico y doctrinal. El salafismo yihadista, tal y como lo defendía su principal ideólogo el saudí Abu Qatada, fue adoptado como ideología política dado su carácter integrador de las distintas corrientes radícales que circulaban por el mundo árabe. Al mismo tiempo, el fracaso de los levantamientos yihadistas en los países árabes, le llevará al convencimiento de que resultaba necesario batir al “enemigo lejano” entendiendo por tal lo que él denominaba “cruzados-sionistas”, principalmente los Estados Unidos, antes de poner en marcha ofensivas en gran escala contra los estados árabes considerados el “enemigo cercano”. Su estrategia política se fundamentará a partir de entonces sobre tres principios básicos: edificar el estado islámico por medio de la yihad, la obligación religiosa de todo buen musulmán de llevarla a cabo y la necesidad de combatir al enemigo cercano, los regímenes árabes, y al lejano, entendiendo por tal a los occidentales y los infieles cristianos y judíos, así como los musulmanes laicos y demócratas.

Pero para poner en marcha esta estrategia necesitaba salir de la península arábiga donde sus postulados políticos le habían puesto en ruta de colisión con las autoridades saudíes, por lo que se vio obligado a un exilio en Sudán en 1993, desde donde se dedicó a hostigar a las fuerzas norteamericanas desplegadas en África y donde se planeó el primer atentado de un comando de Al Qaeda dirigido por Ramzi Yousef contra el Trade World Center de Nueva york en 1993, donde murieron 6 personas y más de 1000 resultaron heridas.

La presión norteamericana sobre el gobierno sudanés y las represalias contra el mando central de Al Qaeda en Sudán, obligaron a Ben Laden a abandonarlo. En mayo de 1996 volvió a Afganistán gobernado en esos momentos por el régimen de los talibanes, los estudiantes islamistas educados en las madrasas paquistaníes quienes dirigidos por el enigmático mulá Omar había convertido Afganistán en un emirato islámico.

Afganistán, un país interior de muy difícil acceso al estar rodeado de estados poderosos y, además, extremadamente pobre como para ser sometido a presiones o embargos económicos, se le presentó a Ben Laden como un teatro de operaciones perfecto, desde el que se podía desafiar a la superpotencia vencedora de la Guerra Fría, los Estados Unidos, sin temor a las represalias. Y en Afganistán, la Al Qaeda de Ben Laden se convirtió en un movimiento yihadista internacional, que operaba a través de una red fuertemente centralizada en el planeamiento y organización y, sin embargo, muy descentralizada en la ejecución de sus acciones. Durante los siguientes años hasta el 2001, Al Qaeda entrenó entre 10.000 y 20.000 potenciales yihadistas lo que le permitió pasar de ser algo parecido a “un grupo de amigos”, a transformarse en una verdadera organización terrorista fuertemente centralizada, que proporcionará asesoramiento, financiación y medios a las distintas organizaciones yihadistas regionales convertidas, en muchos casos, en franquicias de la organización central. Desde Afganistán, Ben Laden emitirá en 1998 su célebre “Fatua contra los Judíos y los Cruzados” en la que afirmará que “matar a los americanos y a sus aliados – civiles y militares – es un deber individual de todo musulmán que pueda hacerlo”, y que se convertirá en su declaración de guerra contra el resto de la humanidad.

La espectacularidad de los ataques del 11 de septiembre de 2001, con su consiguiente efecto publicitario, marcaran el punto culminante de esta organización terrorista y harán de Al Qaeda el objetivo a batir al presentarse como una organización mucho más sólida de lo que realmente era. Para muchos yihadistas que, hasta entonces, no habían encontrado la forma de enfrentarse eficazmente a los gobiernos a los que se oponían, Al Qaeda se les presentaba como la única organización lo suficientemente fuerte como para atacar a los Estados Unidos y a sus aliados occidentales en su propio territorio. La idea de “yihad lejana” había dejado de ser simplemente una expresión retórica, pasando a convertirse, a partir de entonces, en un objetivo perfectamente alcanzable.

Ignacio Fuente Cobo

Coronel de artillería (DEM).Instituto Español de Estudios Estratégicos

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