... Centenares de millones de seres desde la antigüedad mesopotámica murieron a consecuencia de esta enfermedad que deja además rastros y deformaciones muy visibles en el cuerpo. La historia pandémica del virus sirve para rellenar miles de páginas dramáticas para el ser humano. No obstante, hay algunas historias sobre ella que confortan y reflejan el esforzado y solidario espíritu humano. Hoy viene a esta sección de la España Incontestable una de esas historias, muy conocida y comentada, que por su singularidad sigue produciendo inmensa admiración y para muchos que no lo conocen, hasta estupefacción por la increíble hazaña sanitaria que España llevó a cabo en el año de 1803 y siguientes.
Ante todo conviene entender que esta historia se inicia en los principios del siglo XIX, tiempos de los movimientos emergentes independentistas americanos contra la Corona española representada por sus virreyes y de la conocida batalla de Trafalgar, es decir en lucha contra los ingleses. Por otro lado la bioética y la moral social que hoy día primaría, no estaban presentes entonces. Para la inmensa mayoría de los portadores del virus o vacuníferos, la vacunación que se narra se comprendió como una liberación y oportunidad de sobrevivir y desarrollarse, dada la miseria y hambre que sufrían, especialmente los niños ilegítimos abandonados a su suerte, sin otros medios que los que su pequeña e infantil mente pudiera proporcionarles.
Todo comienza cuando el inglés Edwar Genner a finales del siglo XVIII observó que las lecheras y otras gentes próximas al ganado vacuno que contraían la viruela bovina, quedaban sin embargo inmunizadas frente a la viruela humana. Tras investigar sobre el tema, consiguió extraer la linfa de la res que le permitiría inocularla en los seres humanos, creando así la vacuna. Su descubrimiento fue extraordinario, pues efectivamente las personas a las que inoculaba no contraían el virus humano mucho más letal. De inmediato científicos del mundo entero comenzaron a desarrollar lo que se llamó «vacunación» cuyo nombre proviene de las vacas. Pero fue el médico coruñés, Francisco Javier Balmis quien planeara y programara una campaña sanitaria de enormes dimensiones debido al ámbito geográfico y población tan diseminada a la que se dirigió en el vasto continente americano. El rey Carlos IV dispuso una Real Cédula: «Se envíe una expedición marítima compuesta de facultativos hábiles y adictos a la empresa dirigida por el médico honorario de la Cámara Don Francisco Javier de Balmis». Balmis, provisto de salvoconductos especiales despachados por la Corona, llevó a buen término la denominada Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que habría de convertirse en el más increíble, complejo y exitoso plan de vacunación.
Entre los más importantes escollos a salvar fue el transportar la vacuna por mar y tierra, manteniendo debidamente el tiempo de eficacia de la misma; encontrar sus portadores o vacuníferos y establecer un sistema logístico-sanitario que coordinara la variolización, el método profiláctico más antiguo para preservar de la enfermedad, utilizado tiempos antes de que Genner descubriera la vacuna. Aquello inicialmente parecía una obra de titanes pero lo cierto es que así fue y se consiguió. España se convirtió en protagonista de la primera expedición sanitaria de carácter internacional. La expedición partió de La Coruña bajo el mando de Balmis junto a otro médico catalán, José Salvani, dos médicos cirujanos más y algunos practicantes junto a la enfermera llamada Isabel Zendal que viajaría con su pequeño hijo. Ellos conformaron el equipo médico. Los portadores de la vacuna fueron un grupo de niños salidos de la Casa de Expósitos de La Coruña de donde Zendal era Rectora. La vacuna se transportó inoculada en los brazos de aquéllos pequeños que pronto quedaron cubiertos de pústulas, consecuencia del virus. Esas pústulas fueron la fuente de donde extraer su pus o linfa que permitía inocular en el brazo de una nueva persona para inmunizarla. Hubo riesgos sin duda alguna, pero pocas muertes. El factor tiempo fue primordial pues esas pústulas podían secarse transcurrido un determinado tiempo, y para no perder la vacuna, el viaje había que cubrirlo antes de que ello sucediera y conseguir nuevos portadores de aquella.
El programa sanitario español cruzó el Atlántico, de por sí un esfuerzo sobrehumano al transportar doce niños de cortas edades, desde los cinco años hasta doce, que hubo que atender en todas sus necesidades. Cada niño recibió un equipo de ropa e higiene y viajaron durante más de un mes en el buque español que cruzó el océano en un largo y farragoso trayecto donde, aunque comían debidamente, se hacinaban bajo cubierta hasta arribar al primer puerto americano. La escasez del espacio, las incomodidades y otros muchos problemas son imaginables en aquel recorrido transatlántico, solo superado por el ánimo y férrea voluntad de aquellos valientes españoles. A ello hubo que sumar al menos en el inicio del programa, la incomprensión, temor y rechazo moral u otros motivos por parte importante de la sociedad. No obstante, el hecho de que personas de la nobleza y otras significativas estuvieran dispuestas a introducirse la linfa de un contagiado, junto a los resultados que en términos generales fueron obteniéndose, facilitó mucho la aceptación del programa de variolización. La vacunación se produjo de manera simultánea tanto en España como en América donde debido a la llegada de los barcos se conocía desde bastante antes del inicio de la expedición española.
El reto fue organizar y distribuir en grandes magnitudes la inoculación. En las ciudades más importantes se crearon las Juntas de Vacunación que jugaron un papel imprescindible para la realización del programa y conservación de las vacunas.
Las Islas Canarias fue el primer puerto donde se procedió con éxito a la vacunación de los isleños, hasta llegar a Puerto Rico donde encontraron un primer rechazo de las autoridades que alegaron ya estar vacunando, aunque lo cierto según Balmis fue que las linfas que decían inocular eran inocuas por haber sobrepasado el tiempo de su eficacia. Se hizo urgente encontrar niños disponibles como vacuníferos. El tiempo apremiaba siendo cuestión de pocos días inocularse para permitir que la vacuna sobreviviera. Este problema sucedió en muchas poblaciones a lo largo de la expedición, donde el rechazo inicial hacía peligrar seriamente el viaje pues si las pústulas se secaban, harían materialmente inútil su eficacia. Venezuela fue el siguiente destino del equipo de Balmis a donde arribó con un solo niño vacunado y con la inmediatez de tener que transferir en cuestión de horas el fluido de la pústula de aquél a otro niño, por lo que adelantaron el desembarco en Puerto Cabello (Venezuela) para encontrar niños que felizmente encontraron en los hijos de las autoridades de esta población. Finalmente se dividieron en tres grupos y Balmis se quedó inoculando la linfa de brazo en brazo, mientras Salvani y el otro grupo se dispersaron para vacunar en otras zonas, para terminar convergiendo en Caracas, en donde se les unió Balmis que junto a un niño, cruzaron en una berlina las calles de Caracas aclamados por la población que vieron en ellos la salvación a sus vidas. Posteriormente fueron recibidos por el capitán general y demás autoridades, creándose la Junta General de Vacunación para todo el subcontinente, modelo que sirvió para el resto de Juntas que desarrollaron su propio reglamento y su propio Centro público de vacunación independiente de los hospitales.
Por eficacia de tiempo y extensión del territorio a vacunar, Balmis decidió dividir la expedición en dos; una de ellas bajo el mando de Salvani quien marchó a Colombia y en cuyo trayecto naufragó el bergantín en la desembocadura del río Magdalena, estando los niños a punto de ahogarse y perdidos durante cuatro días hasta que otro barco les auxilió llevándoles a Barranquilla. Todos enfermaron y el médico Salvani perdió su ojo izquierdo en el accidente. Posteriormente marcharon a Cartagena de Indias donde fueron recibidos como héroes legendarios, vacunándose de inmediato miles de personas. De esta ciudad salieron pequeñas expediciones hacia Panamá e interior de Colombia, y las cifras de vacunación de los indios como de los criollos se multiplicaron. Voluntarios, frailes y otros, llevados por un sentimiento solidario y tras aprender las técnicas de inoculación subcutánea, se internaron hacia nuevos destinos. Una red fraternal de gran capilaridad se esparció por el subcontinente, desde el Atlántico al Pacífico. Se llegó a Quito y Lima en 1806, tras tres años de expedición, y nuevamente se dividieron en otras dos expediciones internándose por los países centrales hasta conseguir alcanzar los sitios más recónditos de ese hemisferio.
La expedición viajó a La Habana y desde aquí se dirigió a la costa de Yucatán para proseguir su programa sanitario, marchando luego con los niños a la ciudad de Mérida y a Chapas en plena selva. Se llegó a Guatemala luego a Veracruz en el virreinato de la Nueva España. En este lugar toda la expedición de Balmis llegó enferma y sin ningún niño a quien inocular. Fueron soldados del ejército real quienes les sustituyeron como vacuníferos, y recorrieron a pie una complicada y agreste geografía durante noventa y tres días hasta llegar a la capital de Méjico. Mientras, Salvani atravesó en caravana la cordillera de los Andes llegando a Valparaiso enfermo y envejecido con cuatro niños, dispuesto a alcanzar el cono sur americano.
Filipinas fue otro de los destinos de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Lugar donde encontraron serios inconvenientes de todo tipo que hubieron de superar. Hasta Macao (China) entonces colonia portuguesa, llegaron los desvelos de Balmis con su programa de vacunación.
La América hispana fue cuidada y amada por España con los medios rurales de entonces, sin más apoyo que los recursos que la Corona española otorgó a la expedición, que no eran muchos, aunque suficientes si no se enfrentaban a contratiempos o imprevistos. La vacuna fue transportada a sus respectivos destinos que abarcaron prácticamente las grandes poblaciones de los virreinatos del Imperio español. Fueron más de quinientos mil los vacunados por la expedición de Balmis que salvaron sus vidas. A España, la Madre Patria, a la que tan justa y brillantemente se refiere en su libro el profesor e internacionalista argentino, Marcelo Gullo, le cupo el honor de lograr una de las proezas humanitarias más extraordinarias que quedarán indelebles en la historia.