... que dependerá, a su vez, de dos factores: del panorama geoestratégico y político y del reparto de las cargas presupuestarias entre los países –burden sharing-. Con relación al primero, las relaciones con Rusia son, posiblemente, el principal aspecto a considerar, tanto por su historia con la OTAN, como por los importantes desencuentros de los últimos años –Ucrania, Osetia,…-. La existencia de una situación de tensión continuada en diversos campos, como el diplomático, el ciber o algunas acciones –fundamentalmente aéreas y navales-, exigen un conjunto de capacidades amplio y diverso en esos ámbitos. Sin embargo, no es el único frente abierto, ya que –casi por supervivencia-, la OTAN ha tenido que involucrarse de manera tangencial en la lucha contra el terrorismo internacional, expandir su actividad en otros ámbitos y plantearse su papel en los movimientos que ha de realizar ante el cambio de orientación geopolítica de los EEUU.
Por lo que se refiere al segundo de los factores –el reparto presupuestario-, éste posee un objetivo –el gasto del 2% del PIB en defensa para cada uno de los países miembros-, que muestra las importantes diferencias existentes entre ellos y genera una posición de mayor fuerza a los EEUU dentro de la institución, lo cual reduce el margen de decisión de los países europeos de la Alianza. Bien es cierto que, en definitiva, una inversión en defensa reducida se vuelve en contra de la seguridad de los países de la UE, pero la cuestión habría que centrarla más en qué invertir y quizá –a partir de poseer ciertas capacidades, incluidas las nucleares como forma de disuasión, y un umbral mínimo de inversión-, en cómo invertir, evitando duplicidades y generando sinergias entre los países.
En segundo lugar, el tipo de riesgos, la intensidad de los mismos y su probabilidad de que se conviertan en amenazas importantes es otro de los factores que se encuentra dentro del marco de actuación y, por lo tanto, exigen cierto tipo de capacidades a los países de la Alianza. En este sentido, las inversiones en los sistemas adecuados serán fundamentales para tener una seguridad suficiente y al nivel que requieran dichas amenazas. Es obvio que la unión de los aspectos de ciberseguridad y ciberdefensa, junto con las capacidades tradicionales potenciadas en este sentido y, el uso que se haga de ellas en función de la posición estratégica elegida, ha de guiar las inversiones.
Así, teniendo en consideración el binomio soft-hard power, analizando el tipo de intervenciones y cuáles pueden ser las estrategias a utilizar en diferentes escenarios de conflicto, se puede considerar priorizar determinados sistemas y capacidades frente a otras, lo que requerirá un mayor o menor esfuerzo inversor.
El tercer factor que modula las capacidades requeridas por la OTAN es la tecnología disponible. Obviamente, no se puede –ni se debe-, contar prácticamente y de forma tan intensa como hasta ahora, con las capacidades de los EEUU. Por ello es primordial que las capacidades europeas se muevan en la dirección de alcanzar a las estadounidenses de forma relativamente rápida. Tal y como se expone en la Brussels Summit Delaration del año 2018, se necesita “una gama de capacidades robustas, sofisticadas y en evolución en todos los dominios, incluidas fuerzas y capacidades más pesadas, más sofisticadas, totalmente compatibles y desplegables, sostenibles e interoperables que se mantengan en alta preparación para realizar todo el rango de tareas y misiones aliadas”. Las cuestiones son ¿Quién puede aportar todas esas capacidades? ¿Se encuentra la industria europea en situación de responder a este reto? Si no es así ¿Qué se necesitaría para que la industria aportara esas capacidades? Y, por último ¿Qué tipo de capacidades serían?
Desde una perspectiva tecnológica, el dominio de tres tecnologías en los próximos años va a marcar el desarrollo de todo tipo de capacidades –civiles y militares-, a saber: las tecnologías de aplicación industrial 4.0 –también en el ámbito logístico-, las de comunicaciones con 5G y la inteligencia artificial y la robótica unida a ella. Sin embargo, su desarrollo no llega a través de la tradicional industria de defensa. Debido a la sofisticación de la demanda civil, a la amplitud del mercado –con lo que ello supone en términos de reducción de costes unitarios-, a la estrechez del mercado militar y a la reducción del tamaño necesario de las empresas para desarrollar tecnologías novedosas en distintos ámbitos –ciber, nanotecnología, robótica,…-, buena parte de las tecnologías necesarias surgen de la esfera de la defensa aunque tengan aplicaciones duales y se ajusten a las exigencias militares.
La industria europea de defensa no se encuentra a día de hoy en situación de responder a todas estas necesidades de forma adecuada, en términos de nivel tecnológico –salvo en áreas muy concretas-, ni competitivos con la industria de los EEUU. A ello hay que sumar la importante fragmentación existente –una industria, un país-, que limita las posibilidades de desarrollos tecnológicos complejos. Y por último, la creciente competencia de algunos países emergentes en este ámbito: China, India, Brasil,…Bien es cierto que la nueva política industrial y tecnológica que comienza a aplicarse en el seno de la UE tiene por objeto paliar estos problemas manteniendo la soberanía tecnológica, industrial y operativa, pero las limitaciones son aún de un calado difícil de soslayar y llevará tiempo conseguir esos objetivos.
En términos del entorno operativo que ha de enfrentar la OTAN, una parte importante de éste tiene que ver con los componentes de espacio y ciberespacio, por lo que, igualmente, una parte sustancial de los esfuerzos habrían de dirigirse hacia estos dos vectores. Esto es razonablemente obvio, pero posee más aristas de las que a priori parece. El uso los instrumentos de ambos componentes puede realizarse de diversas maneras: defensa, ataque, neutralización de comunicaciones, efectos en esferas no estrictamente militares –económicas, sociales, psicológicas, etc.-, y, de manera muy especial en la toma de decisiones. Con relación a este último aspecto, el uso de datos masivos es una precondición para poseer suficiente información en las operaciones, pero dado que nos apoyamos en los datos para la toma de decisiones, y estos datos se tratan con algoritmos matemáticos, perece lógico que los instrumentos analíticos utilizados para el análisis de dichos datos provean de soluciones igualmente apoyadas en la información y que sean capaces de modificarse a medida que lo hace el ambiente operativo. En definitiva el aprendizaje a través de la inteligencia artificial permite, por una parte dar apoyo a la toma de decisiones y, por otra participar en el aprendizaje que puede proporcionar, lo cual aporta indudables ventajas al decisor.
Todas estas capacidades han de ser aportadas por empresas en entornos de mercado cambiantes que requieren de políticas adecuadas, orientadas a generar estímulos empresariales que desemboquen en el objetivo de dotar de un mayor nivel de seguridad al conjunto de los países de la Alianza. La UE está trabajando en una línea de desarrollos a largo plazo, está bien, pero también se necesitan capacidades europeas en estos ámbitos en el corto plazo, a fin de mostrar que los países europeos de la Alianza son capaces de responder a los retos de su propia seguridad.