El pasado 18 de Abril asistí en Madrid a un interesante coloquio en el Club Argo (Plaza de Santa Ana, 7), organizado por la asociación/red política Floridablanca de la que soy uno de sus fundadores y miembro del consejo asesor.
El acto, coordinado por la directora de Floridablanca, Isabel Benjumea, era a propósito de la presentación del último libro de Tom Burns Marañón, Entre el ruido y la furia. El fracaso del Bipartidismo (el autor también es miembro del consejo asesor de Floridablanca, y como principal ponente “crítico” en el coloquio actuó Jorge Martín Frías, asimismo directivo y editor de la misma asociación/red política).
Aunque el libro fue elogiado por casi todos que lo han leído, creo que en conjunto es algo pesimista sobre el futuro inmediato de la Monarquía parlamentaria en España y el Bipartidismo. El propio autor reconocía que sus tesis pretendían ser algo provocadoras, y Jorge Martín Frías, a mi juicio con razón, defendió la necesidad del Bipartidismo para la estabilidad democrática.
La casi totalidad de los asistentes eran miembros o ex miembros del Partido Popular (creo que yo era la excepción), y entre ellos algunas personas muy conocidas habían ostentado altos cargos políticos a nivel del Estado, de la Comunidad Autónoma o de la Unión Europea. Con ciertas reservas, la mayoría opinaba que era necesaria una reforma constitucional y electoral.
Aunque no intervine en el debate (debido principalmente al cansancio de jet-lag originado por un viaje desde los Estados Unidos pocos días antes), me permito discrepar en este comentario de algunas opiniones que allí se expresaron a favor de estrategias partidistas del PP o de reformas constitucionales.
Desde los Estados Unidos precisamente había escrito y publicado a finales del pasado año una opinión o “pensamiento desiderativo” (wisful-thinking) para el Año Nuevo 2018 en favor de lo que designé como “CD-CD” (Convención Democrática de Centro Derecha).
Retomando aquel pensamiento desiderativo, creo que el Bipartidismo –inspirándose en el modelo estadounidense- debe regenerarse y fortalecerse pensando estratégicamente en términos de Coaliciones, y no de partidos (partidismo o partitocracia). La literatura científica sobre la inestabilidad asociada al multipartidismo es abrumadora, y no merece la pena discutirlo aquí, pese a la demagogia que generalmente acompaña a los puntos de vista favorables a un sistema electoral más proporcional y a los sentimientos anti-bipartidistas de algunos populismos, particularmente los de izquierdas.
Por ejemplo, se piensa que la corrupción solo va asociada al Bipartidismo, pero tengo la sospecha bastante fundada en datos empíricos que el multipartidismo produce múltiples casos de corrupción: piénsese en la reciente experiencia de la democracia en España, aparte de los dos partidos principales hasta ahora (PSOE y PP), con la corrupción de los partidos alternativos como los nacionalistas (CiU en Cataluña) o radicales (comunistas y populistas vinculados a diversos casos de corrupción municipal, sindical o de financiación exterior).
Volviendo a la idea de las Coaliciones, resulta obvio que las democracias consolidadas, como las de los Estados Unidos o del Reino Unido de Gran Bretaña, funcionan normalmente y de manera más estable (signo de su consolidación) gracias a una estructura competitiva, de sistemas electorales mayoritarios y con alternancias regulares, de Bipartidismo o Bipolaridad (de partidos o de Coaliciones de partidos). Tradicionalmente, los sistemas parlamentarios como el británico y el español se caracterizaban por un Bipartidismo más o menos perfecto, aunque a veces se describiera como “bipartidismo imperfecto”. El sistema presidencial estadounidense siempre ha sido más bien un modelo de dos grandes Coaliciones de partidos y corrientes diversas.
La evolución y complejidad de las democracias contemporáneas hacia el pluralismo político y cultural (sin caer necesariamente en el “multiculturalismo”) queda mejor reflejado y representado en un modelo como el estadounidense.
La fragmentación parlamentaria (a nivel estatal, regional o municipal), con sistemas multipartidistas y proporcionales, ha proliferado en la Europa continental, generando inestabilidad e ineficacia en las políticas públicas. España es un ejemplo, sin ir más lejos.
Todas las encuestas en los últimos meses (y no solo en España) coinciden en desplazar el centro de gravedad de las democracias avanzadas a las Coaliciones de Centro-Derecha, mientras las de Centro-Izquierda se disuelven y radicalizan hacia una utópica (y anti-constitucional, por anti-democrática y anti-liberal) Izquierda-Izquierda. El problema afecta también a los Estados Unidos, y explica el éxito electoral del Trumpismo: el partido -o más bien la Coalición- Demócrata se ha radicalizado hacia la Izquierda-Izquierda, donde incluso se viene hablando de la resurrección o descubrimiento del Socialismo (B. Obama, H. Clinton, B. Sanders…). Aunque en su radicalización izquierdista ciertamente se pierde la noción de Coalición centrípeta y se destaca la de partido centrífugo. Algo parecido ya le ocurrió al partido Demócrata en los años 1960s, culminando en la Convención de Chicago en 1968, con la histórica derrota frente a Nixon, y el nuevo desastre electoral en 1972.
Precisamente en aquella coyuntura apareció como reacción a la deriva izquierdista de la “Contra-Cultura” la obra del sacerdote católico y demócrata, prolífico y polifacético, Andrew Greeley, Building Coalitions (New York, 1974), reivindicando una refundación del partido Demócrata como Coalición de Centro-Izquierda. El modelo del padre Greely puede ser útil para que el Centro-Derecha piense en términos de Coaliciones. El clérigo-sociólogo de Chicago simplemente recogía una percepción de los politólogos estadounidenses muy generalizad al comienzo de la década de 1970s: que el arte y esencia de la política, más allá de la definición schmittiana de distinguir el amigo del enemigo, era la capacidad de Construir Coaliciones.
En Europa los viejos partidos Socialistas, incluso el Laborista británico, se están inclinando hacia un izquierdismo o populismo, como el PSOE se están “podemizando”.
Desperdiciando la gran oportunidad en Europa para el Centro-Derecha, paradójicamente han intentado ocupar un cierto espacio del Centro-Izquierda los antiguos partidos Demócratas-Cristianos, aunque su marca o denominación sea “conservadora” o “popular”, pero ello les ha conducido a una crisis de identidad, a una merma significativa de votos en las elecciones e incluso a escisiones internas por la derecha (Italia, Francia, España… más recientemente en Alemania con la socialdemocratización del CDU en el mismo momento de la crisis del SPD, como apuntaba John O´Sullivan en “Europe´s Left Collapses- Or Does It?”, National Review, April 2, 2018).
En mi opinión –y algún participante en el coloquio lo sugirió- el único futuro plausible para el PP es apoyar una Coalición con Ciudadanos (y otros grupos, corrientes o partidos de Centro-Derecha, como Vox y algunos regionalistas leales a la Constitución) bajo el liderazgo del partido más votado, conformando una gran mayoría concurrente en la que todos los componentes de la misma deberían renunciar a las actitudes arrogantes y hegemónicas en favor de un programa mínimo común. Coalición de Centro-Derecha en la que la pulsiones partidistas o partitocráticas, incluidos los puritanismos o sectarismos ideológicos, sean subordinado al interés general de los electores y los ciudadanos.
Cualquier otra opción que plantee como condición reformas constitucionales o del sistema electoral, en un momento como el presente carente del consenso suficiente con las izquierdas, está condenada al fracaso.