Dedicado a Carlos Cañeque
Con la excepción de algunos oscuros períodos durante la larguísima Edad Media, probablemente nos ha tocado vivir el momento histórico con un Papa y un Emperador que no parecen ser los mejor dotados.
No resulta tranquilizador que el líder espiritual de la Iglesia sea un jesuita adepto a una especie de Teología de la Liberación con sintonías peronistas, y un presidente de los Estados Unidos con un pasado radical, socialista, que expresamente ha asumido un “Leadership from Behind”, que en realidad se ha traducido en una falta total de liderazgo. Uno y otro comparten un multiculturalismo y un buenismo ideológicos, izquierdistas o “progresistas”, que han sido y siguen siendo letales para el orden mundial y las libertades individuales en Occidente.
Pese a los rumores insistentes de que Obama había tenido un pasado islamista (sus padres naturales y su padre adoptivo eran islamistas, al menos en un sentido cultural-político), lo único cierto es que en los años previos a su llegada a la Casa Blanca estuvo vinculado a una iglesia en Chicago regentada por el reverendo Jeremiah Wright, ardiente partidario de la Teología Negra de Liberación, aunque ciertas expresiones suyas de auténtico racismo negro y anti-americanismo obligarían al futuro Presidente a distanciarse de tal parroquia.
Por tanto, esa extraña patraña teológica de la una utópica Liberación es otro factor común que han compartido nuestro Papa y nuestro Emperador (como el inolvidable Octavio Paz dijera en cierta ocasión, más que teologar tanto sobre la liberación nos convendría a todos liberarnos un poco de la teología).
El tríptico filosófico-moral de la democracia americana desde su instauración (“la Vida, la Libertad, y la búsqueda de la Felicidad” según reza la Declaración de Independencia de 1776), y cuyos fundamentos son evidentemente los de la tradición iusnaturalista judeo-cristiana, constituye una unidad integrada en la que ninguna de las partes puede contradecir a las demás. El legítimo deseo de la búsqueda de la Felicidad, en nuestra era nihilista, del materialismo y del hedonismo, del ateísmo y del agnosticismo, no puede anular la Libertad de las Libertades, la de la conciencia, la libertad religiosa, aún reconociendo la necesaria separación de Iglesia y Estado (que no es lo mismo que separar religión y política, inseparables en una cultura de libertad). Y asimismo, esa moral religiosa nos remite necesariamente al fundamento material de nuestra existencia: el derecho natural e inalienable a la Vida.
El Papa Francisco tuvo una clara injerencia en la campaña presidencial norteamericana al afirmar tajantemente que “quienes construyen muros no son cristianos”. Por tanto todas las naciones soberanas que traten de proteger sus fronteras de la emigración ilegal –y especialmente de traficantes y terroristas- con muros o vallas, deberían tomar nota de su advertencia: no son cristianas (o son malas cristianas). Sin embargo no ha sido tan claro y explícito durante esta campaña en referirse y calificar como “no cristianos” a los candidatos que promueven el aborto libre, es decir, la destrucción de la Vida humana.
Y las posiciones al respecto son clarísimas. Desde el principio Donald Trump se ha comprometido a favor de la Vida (Pro-Life, contra el aborto libre, y partidario de una enmienda constitucional que anule la infame resolución de la Corte Suprema Roe vs. Wade en 1973). Posición que desde las primarias le ha permitido ganar el apoyo firme de millones de electores cristianos de las iglesias evangélicas, católicos tradicionales y otras denominaciones.
La candidata Hillary Clinton, por el contrario, ha sido siempre la adalid feminista radical en favor del aborto (disimulado bajo el eslogan Pro-Choice), una posición que se ha convertido en habitual en los programas electorales del partido Demócrata en las últimas décadas (los presidentes Kennedy, Johnson y Carter todavía fueron contrarios al aborto), especialmente desde las presidencias de Bill Clinton y de Barack Obama, posición impulsada por los planes de sanidad universal y obligatoria que primero intentó, sin éxito, Ms. Clinton como Primera Dama en 1993, el HillaryCare rechazado por el Congreso, y que finalmente se ha conseguido establecer –no sin toda clase de protestas y recusaciones que lo han paralizado o “descarrilado” en algunos casos- con el ObamaCare desde 2009, obligando incluso a comunidades religiosas y sus hospitales privados católicos a practicar el aborto por mandato del poder ejecutivo.
Ms. Clinton ha elegido para su campaña como candidato a vicepresidente a Tim Kaine, ex gobernador y senador de Virginia. Kaine no ha perdido la oportunidad de demostrar que es un perfecto idiota político. Presume de católico y de educación jesuítica. Ha proclamado que en materia económica sigue las enseñanzas del Papa Francisco acerca de la “tiranía del mercado” y la “justicia social” (¡Líbrenos Dios del jesuitismo estatista, peronista y anti-capitalista!), pero ha ocultado al electorado que como gobernador y senador ha sido, contra la doctrina milenaria de la Iglesia, invariablemente partidario del aborto y del matrimonio gay.
Ya no me escandalizan los políticos “católicos” en el partido Demócrata que, como John Kerry nos confesó, en su juventud post-conciliar comenzó tocando la guitarra en Misa y terminó practicando el divorcio y justificando el aborto, hasta el punto que un obispo llegó a negarle la comunión. A la misma generación y con la misma actitud “progresista” pertenecen otros “católicos” como el desaparecido Ted Kennedy, Mario Cuomo, Joe Biden, Chris Dodd, etc. (todos los mencionados aspirantes sin éxito del partido Demócrata a la Casa Blanca).
El último episodio vergonzoso de los “católicos” al servicio del clan Clinton (como el siniestro John Podesta) han sido las revelaciones por WikiLeaks de e-mails en los que hacían comentarios despectivos e insultantes sobre la Iglesia (“dictadura medieval”) y los propios fieles católicos (“fanáticos”, “ignorantes”, “atrasados”, etc.), llegando a elucubrar sobre la necesidad de una nueva Reforma, una nueva forma de religión promovida por el Estado tras una “Christian Spring” (?) que alumbre, según ellos, una progresista “Christian Democracy”(?).
Sin embargo, más lamentable a mi juicio es que los católicos republicanos, presuntamente conservadores como el actual Speaker en la Cámara de Representantes, Paul Ryan, que de monaguillo en su infancia en la parroquia familiar de Janesville (Wisconsin) ha terminado oficiando hipócritamente de monaguillo del Establishment GOP, en concreto de la camarilla del perdedor Mitt Romney y los políticos mormones de Utah (el senador Mike Lee, el representante Jason Chaffetz, el gobernador Gary Herbert… y ahora el candidato “Latter-Minutes Saint”, un tal Evan McMullin ), que ya intentaron inútilmente derrotar a Trump en las primarias y ahora vuelven a la carga ejecutando el último acto de deslealtad hacia el candidato republicano elegido en la Convención Republicana.
Aprovechar las mentiras y propaganda del clan Clinton (y sus donantes billonarios y anti-americanos tipo George Soros o Carlos Slim, éste principal beneficiario de la emigración ilegal mejicana como ha demostrado Ann Coulter) para descalificar a Donald Trump no me parece honorable. Especialmente los políticos mormones, por razones de su propia historia, deberían ser más discretos. Seguidores de una iglesia o culto que ha idealizado y sigue venerando a sus fundadores como “santos” (Joseph Smith y Brigham Young), impostores religiosos según muchos historiadores rigurosos, que practicaron la poligamia más aberrante (aproximadamente 50 esposas el primero, 70 el segundo, muchas de ellas menores de edad), no son los más indicados para dar lecciones de moralidad sexual a nadie. Mitt Romney en su autobiografía para la campaña presidencial en 2012 (con Paul Ryan como compañero de candidatura en la vicepresidencia) mintió descaradamente a sus lectores y a la opinión pública al escribir que su abuelo se exilió a Méjico a causa de la “intolerancia religiosa” en los Estados Unidos… La verdadera razón es que era un dirigente mormón que practicaba la poligamia, lo cual constituía entonces un crimen según las leyes norteamericanas.
Mr. Trump evidentemente no ha sido un santo en su vida pasada, pero muchas de las acusaciones contra él, ahora, sobre incidentes presuntamente ocurridos hace más de diez, veinte o treinta años, resultan altamente sospechosas, especialmente si tratan de favorecer a una persona tan mentirosa y corrupta como Ms. Clinton. Importantes líderes de las iglesias cristianas, evangélicas y otras, como Jerry Falwell Jr., presidente de Liberty University y continuador del movimiento Moral Majority, o Ralph Reed de la también veterana Christian Coalition, han sopesado la veracidad de su redención personal y han avalado su candidatura frente a la corrupción del Establishment y en particular de la candidata del partido Demócrata . Los electores americanos tendrán que discernir cuál es mal menor.
Escribo esto en las horas previas al último debate de la presente campaña USA-2016. Pienso que las diferentes posiciones ante esa tragedia inhumana de nuestro tiempo que es el aborto, con sus ramificaciones morales y políticas (el papel del Estado, el uso del dinero de los contribuyentes, etc.), que como en todas las sociedades contemporáneas sigue afectando y envileciendo hoy a los Estados Unidos y a sus políticos, debería ser un criterio suficiente.