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César Aller, poeta ignorado

César Aller
César Aller
Por Juan M. Martínez Valdueza
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César Aller nació en Trobajo del Cerecedo (León) en 1927, y reside en Madrid desde 1961... Poeta, novelista, ensayista, periodista y crítico literario...

César Aller nació en Trobajo del Cerecedo (León) en 1927, y reside en Madrid desde 1961. Profesor Mercantil, Licenciado en Ciencias Económicas y Graduado Social, desarrolló su actividad profesional como funcionario público, siendo su libro Recaudación de tributos (Ministerio de Hacienda, 1981) un clásico en la materia. Poeta, novelista, ensayista, periodista y crítico literario, comenzó a escribir siendo muy joven. Durante años, sus artículos han aparecido de forma regular en la prensa nacional y local (ABC, Diario de León, Diario de Ávila, etc.). Crítico literario en la revista Arbor (CSIC) y colaborador de las revistas Poesía Española (Ateneo de Madrid), Agora, La Estafeta Literaria y Arbor.

Ha publicado los libros de poemas: Ave de paso (Premio Monroy de poesía, 1959); Esta tierra y mi palabra (Diputación de León, 1960); Versos en la piedra (Rev. Tierras de León, 1961); Padre hombre (Ediciones Rialp, 1963); Libro de elegías (Accésit Premio Adonais, 1964); A cinco amigos (Cuadernos de María José, Málaga, 1967); Descubrimiento en el habla (Caffarena, Málaga, 1969); Ofrecimiento en sombra (Álamo, Salamanca, 1971); Diario contigo mismo (Cultura Hispánica, Madrid, 1972); Canciones del arco iris (Magisterio Español, Madrid, 1979); Signos en fuego vivo (Cultura Hispánica, Madrid, 1979); Cuaderno de otoño (Col. Provincia, León, 1982); Madre mujer (Ediciones Rialp, 1987); Elegía asturiana (C.E.S., Madrid, 1989); Primogenitura (Editorial Guadalmena, 1991); Consagración de la primavera (1991); Antología poética (Juan Pastor Editor, 1992); Poemas del sol (Huerga y Fierro, Madrid, 1996). También ha publicado las novelas En el tren (Premio internacional “Cálibo”, Arfi, Barcelona, 1968) y La Tertulia (Ediciones Internacionales Universitarias, 1998).

Otras publicaciones: La poesía de Leopoldo Panero (Arbor, 1971); Siro (Magisterio Español, Madrid, 1971); César Aller y su poesía para niños (Everest, León, 1986); Pasos hacia la Fe (Ediciones Palabra, 1997); Escritores leoneses (Endymion, 1998); División de opiniones (Lobo Sapiens, León, coautor, 2001)

CÉSAR ALLER, POETA IGNORADO

Presentación que del poeta hizo J. Manuel Martínez Valdueza el 21 de octubre de 1998 en la Casa de León de Madrid, con ocasión de la presentación del libro de César Aller Escritores leoneses.

"Aquellos que, como yo, profesamos la fe que está escrita en la cara oculta de la luna, que sabemos del calor del sol porque nos quema, que cuando fumamos lo hacemos porque el aire puro no nos basta, necesitamos de ti por lo contrario a lo que tu nombre dice. Ni eres césar ni de ayer eres. Que bien de hoy arrastras tu presencia y nos das tu comprensión y tu grandeza, que no nos pides.

Y así, a poco, sin querer y sin estrépito, en el silencio injusto en que caminas, nos vas dando, libro a libro, lo mejor de ti a costa de tus años, lo mejor de ti que puedes dar; que lo otro, lo que no puedes, bien sé yo quién se lo queda.

Sé que hoy toca hablar de tus Escritores leoneses, pero me aprovecho de la presencia y sabiduría de nuestro común amigo Francisco de Cadenas, nuestro inteligente y socarrón amigo, para descargar en él esa responsabilidad y desmarcarme unos minutos, que emplearé en recorrer tu obra, tu obra poética, conocida de pocos y que espera, aún hoy, tras cuatro décadas de creación prácticamente ininterrumpida, un lugar en el sol de la poesía española de nuestro tiempo.

Sé que no es el reconocimiento lo que hace grande a un poeta, y que éste suele estar, el reconocimiento, muy en función de las corrientes o modas literarias que tan necesarias son para los grupos de poetas que se suceden, generación tras generación, y que precisan de señas de identidad que los defina y diferencie de otros. También sé que su hurto, el hurto del reconocimiento, impide a muchos disfrutar de lo que, como consecuencia directa, no es difundido y, por lo tanto, no puede ser leído. Vaya pues, por delante, mi reconocimiento a tu enorme y valiosa aportación a las letras españolas, y mi deseo de que, en el futuro, conocer tu obra no implique el rosario de búsquedas y gestiones con editoriales que me tocó vivir a mí, cuando hace algún tiempo quise reunir los más de veinte poemarios que has publicado a lo largo de tu vida.

Dejando atrás casi la mitad de tu obra, la que no es directamente poesía, tus novelas, las publicadas y las que aún esperan, tus ensayos, tus artículos que salpican tantos diarios y revistas, quiero detenerme brevemente en cada uno de tus poemarios y ofrecer a todos algunos de tus versos; ir más allá de aquella poesía que, según José García Nieto “… tocas con una inusitada delgadez, con una sencillísima y por otra parte profunda emotividad, que nos deja de una pieza.”; o de la que, al decir de Florencio Martínez Ruiz: “En Aller, como en Rilke, se hace de golpe consciente Dios, una palabra, el tiempo, la poesía misma.”

Yo he querido buscar la pasión, la entrega, la mística, el dolor, el amor –el divino y el humano–, la rebeldía, la duda, en definitiva el hombre, que resulta, ¡curioso!, más hermético de lo que él piensa, y su poesía más meta de lo que probablemente él desearía. A mí, personalmente, me gusta.

Y así, en su primer libro, Esta tierra y mi palabra, escrito en 1958, la difícil contención no puede ocultar la rebeldía:

“Duele, más que escribir, sentirse escrito,

ir a tientas y herido por las luces

de la noche y callar, no alzar el grito.”

En Padre hombre, de 1960, maravillosa recreación de la figura del padre, César da la cara y transmite al mundo su personal transformación, su encuentro consigo mismo, privilegio de pocos, entre los que yo no estoy:

“Fueron voces, relámpagos del aire,

o palabras llamándome en el ruido

cada vez más humano de las aguas,

fue aquel viento tal vez, gritando: César,

César Aller, levántate, ¡levanta…!

Y un yo transfigurado en lejanía,

un yo posible y cierto con mi imagen,

eternamente cincelada,

contemplaba en mi llanto comparando

mi borrada escultura y mis harapos.

De este modo empezaba esta otra vida

calladamente, en guerra, el hombre nuevo.”

Es el Libro de elegías, de 1964, y que fue accésit de Adonais ese mismo año, el que probablemente recoge al hombre nuevo que ya es, y sorprende leer lo que sigue:

“Allí donde haya un hombre, ni volver,

allí donde haya un hombre, donde esté,

ese hombre cualquiera

que todos desconocen, ni volver

si no es con algo

que yo pudiera darle.”

En Descubrimiento en el habla, de 1966, un precioso libro publicado bajo los auspicios del Patronato José María Cuadrado, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, encuentro este poema, Raíces:

“¿Por qué odiamos

o cuál es el amor

que nos hace odiar

lo que le estorba?

Por nosotros se extienden,

por el alma y la sangre,

raíces de deseos,

y dominan, se adueñan,

y su fuerza reciben

de las mismas potencias

que para el bien tenemos.

No el pensamiento entonces nos dirige.

Sentimos.

Recogemos los frutos de ira

que en los fondos más turbios recuece

la humana malicia.”

César sigue subiendo esa particular escalera de su vida y, algunos años más tarde, en 1971, Ofrecimiento en sombra nos muestra su cenit místico, que posteriormente irá evolucionando hasta adoptar formas de comunión integral con la naturaleza.

Con cita de Heráclito al principio:

“Las cosas se dispersan

y se reúnen de nuevo,

se aproximan y se alejan.”

Escuchad ahora lo que dice:

“Oficio de lo vivo es dejar huella

y así, del mirar, llega esa sombra

que un momento se va en su viaje

y torna leve y no se sabe

dónde desaparece. Oficio

de lo vivo es la querencia

al vivir y llegar viviendo

al ápice, a la cima

en que sólo en quietud se saborea

sin sombra de temor.

Y no habrá muerte allá

donde la luz esplende.”

Y la sensualidad escondida entre sus letras. Fijaos en Diario contigo mismo, de 1972, y con un ligero cambio que sugiero, cambiando una sola palabra, tierra por mujer, lo que tenemos:

“¿Cuándo fue que te tuve entre mis brazos,

tierra ardiente, cual vaso de delicias,

y apuraban mis labios jugos vírgenes

como aquellos que das gozosamente

a los árboles tibios del otoño?

Eres vivienda pródiga

y sábana de polvo un día postrero.”

Si bien la naturaleza es compañera inseparable de César desde el comienzo, creo que es a partir de este libro, Elegía asturiana, de 1974, cuando pasa de ser compañera a parte de él mismo y de su forma de expresión, unas veces muy explícita y otras de manera mucho más sutil, como si de olores se valiera para traernos formas y colores:

“Beso tu lluvia ahora,

sol transitorio, ráfagas de luz,

entre nubes e higueras,

hierba y helechos.”

También asoma el magisterio, heredado de sus latinos tan queridos, para compensar la carga de dudas y de símbolos, la carga de búsquedas. En Signos en fuego vivo, de 1979, leemos:

“Si alguien os hace crédulo

de sus propias mentiras,

si logra convenceros,

callando sus designios,

por su esclavo os tiene.

Sólo aquel que conoce

puede gozar de libertad.”

Y de nuevo la naturaleza explícita, en comunión total ya con su propia mística. En Cuaderno de otoño, de 1980, selecciono un poema maravilloso, quizá de los más conocidos de César. El lenguaje de las nueces:

“Allá en los días de otoño

cuando calienta el sol levemente la tierra,

el viento mueve los nogales

y su fronda olorosa cae como la lluvia

con las hojas y el fruto envuelto en brillo verde.

Ábrese el caparazón y desprende la nuez con su cáscara

de madera finísima, unida valva a valva,

mas cerrada cual cajita sonora de sorpresas.

Y allí dentro el grano ungido de óleo

en su matriz como en un arca vegetal

tan moldeada y limpia,

las tostadas películas formando celdillas

como piezas de un reloj parado hace siglos.

Por fuera no se advierten los primores

pero cuando las nueces tendidas a secar

hablan unas con otras,

cuando al azar se mueven recogidas

en las cestas de mimbre,

o en la antigua medida por heminas,

ellas dicen palabras inefables,

la historia de su vida

desde el brote embrionario en el nogal

hasta la madurez.

Y ello es todo un vivir de sonidos.

Basta escucharlas, que ellas hablan

y dicen su apagada canción

o gritan al cascarlas

cual si llegase al fin su muerte”

De Madre mujer, de 1985, quiero leeros el poema número XVI:

“Lección bien aprendida en carne viva,

amor tendría un nombre: sólo amor,

en cuerpo y alma, sólo, sólo amor,

de la vieja lección de la Escritura.

Y serán dos en una sola carne,

dos y uno para siempre hasta la muerte,

y tan sólo contabas diecinueve,

linda y joven cual flor de la ribera,

morena de ojos negros, pelo negro,

que había florecido para darse,

y tocó a padre hombre aquella suerte

y a ti te tocó él como una herencia,

inteligente amor para el trabajo,

brazos y manos fuertes, la mirada

serena y cultivada de artesano.

Humilde habitación, noches de sueño,

de amor y confidencias día a día,

y amanecer temprano en el trabajo.

Fue la luna de miel humilde y parva,

sin viajes, ni lujo, al Mare Nostrum,

contadas las monedas una a una,

ración de la pobreza, fiel madrastra

que educa cada día el propio cuerpo,

el continente humilde, el no alargar

la mano más que el brazo en la codicia.

Tuviste por maestra a aquella abuela

que sabía ahorrar en la comida,

vino de la cosecha, aquellas vacas,

lechugas y verduras en verano.

El jornal por semanas, siempre corto

y en el invierno heladas, aquel frío

que templaba el calor de un haz de leña.

Tu hijo primogénito en camino,

llegó en signo de Libra un diez de octubre

y fue un regocijo entre los brazos,

otro varón Aller por apellido,

en aquel dormitorio de tu amor

que andando el tiempo le enseñabas,

en la casa de tierra y de tapiales,

tejas rojas, paraguas de la lluvia,

tan cerca de la iglesia y las campanas

que daban su sonido a vida y muerte,

los días de trabajo y de las fiestas.”

En 1990, con Primogenitura, César vuelve nuevamente su mirada hacia aquellos que se van de forma inexorable y, desde los 63 años, en que la soledad ya pesa y se mastica, habla una y otra vez con aquél niño feliz que fue y que le devuelve miradas de intensa respuesta a sus preguntas. César dice:

“Todo era el orbe aquel

a la medida de tus manos

caricia original,

aprendizaje pulcro,

y era amor todo el mundo en aquel sitio,

abriéndose la tierra,

feraz ebullición sobre los montes

que tocaban el cielo allá a lo lejos

y era una danza,

lumbre de tu niñez,

y hasta el sol en su cénit dialogaba

contigo, tan pequeño,

y era hasta el padre de tus ojos

abiertos a la hermosa creación.”

Y esa hermosa creación va siendo, sigue siendo, poseída por el sueño místico de César, hasta el punto de que en Consagración de la primavera, de 1991, en el prólogo, le hace decir:

“Cuando no tenga una canción

para ti,

aún tendré una palabra.

Cuando no pueda hablar,

tendré una voz.

Cuando no tenga voz,

te lo dirán mis ojos.

Cuando no pueda verte,

aún podrás escuchar

mi corazón.”

Su último libro de poemas publicado, que no escrito, Poemas del sol, de 1996, continúa el camino emprendido hace tiempo. Escojo de él unos versos que ya he convertido en cita en otras ocasiones:

“Hasta el árbol de hojas siempre verdes

bien lo sabemos, bien, que no es eterno.

¿Quién meterá las manos

hasta la eternidad?

Quiero cerrar este recorrido citando a un poeta, presente hoy aquí, Juan Manuel Navas, como él gusta llamarse, dos generaciones después de ti, César, y que, ironías de la creación literaria, como tú, anda en busca del origen, de la palabra. Estos son algunos versos de su último libro, y que sin permiso de su autor te dedico. “La sonrisa del saltador”:

“El poeta hace de la poesía máscara, argumento, decisión,

se multiplica en el sentido adivinado,

abraza todo el agua de aquello que desea,

vuelve habitables los cuerpos que no puede tocar,

y con la mirada invertida por espejos sin reflejo,

retrata a un ser cuyo viento le esculpe,

talla algunos momentos en su retina,

revienta en el gozo de saberse un pequeño dios,

no hombre,

no ciudadano de palabras aprendidas.

El poeta es un hablante sin rasgos,

su rostro se va quedando sin rasgos

que lo diferencien de otros hombres.

Ya no huele, va siendo rebanada, despojo,

pecio de armaduras brillantes.

Ha inventado el último personaje

y el primer estirón de su piel

le duele cada vez menos,

en este teatro de la verdad donde la verdad se encierra

tras las rejas diminutas de sus labios.

El poeta se enfría y ya no tiene hambre.

El poeta no habla del poeta

porque el poeta no existe,

es un rumor huyendo de su nombre,

es una mujer cerrada tras el parto,

es la presa abatida arrastrándose hasta

el precipicio.”

Fin de la cita. Y fin de mi intervención. Que ese Dios tuyo cuide mucho de ti, César, y si le queda tiempo, que lo haga también de nosotros."

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