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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

El arrojo de una mujer en Lepanto

'Episodio del combate naval de Lepanto', Antonio de Brugada Vila. © Museo Nacional del Prado, Madrid
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"Episodio del combate naval de Lepanto", Antonio de Brugada Vila. © Museo Nacional del Prado, Madrid

LA CRÍTICA, 24 ABRIL 2025

Por Gonzalo Castellano Benlloch
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Milán, año de Nuestro Señor de 1576.

Marco Antonio Arroyo, bajo la tenue luz que proyecta el farol de su escritorio, hace volar con destreza impropia de un soldado, su pluma sobre el papel. Ha finalizado al fin, y después de meses de arduo trabajo, tiene ante sí el manuscrito definitivo de la Relación del Progresso de la Armada de la Santa Liga, un testimonio de lo acontecido en Lepanto cinco años antes.

Ha procurado reflejar con fidelidad todo lo sucedido en aquellos días, y con la satisfacción del deber cumplido, se recuesta sobre su camastro mientras deja que su mente evoque imágenes vividas del combate. De repente, entre el denso humo que se alza de los cañones de la Real, el buque insignia de la Liga Santa, emerge la figura de una mujer. Una mujer armada con arcabuz y daga al cinto, una mujer entre los rudos soldados de los Tercios, una mujer llamada María. (...)

...

Y es que, entre los más de 80.000 soldados de la Liga Santa que participaron en Lepanto, hubo una que fue mujer. Todo ello a pesar de la prohibición expresa de Don Juan de Austria de que ninguna mujer tomara parte en la contienda. Poco se sabe de María, apodada la Bailadora, ya que únicamente se la menciona en algunas crónicas posteriores sobre la batalla. Se sabe que era granadina y que entró al servicio del maestre de campo Lope de Figueroa como arcabucero, ocultando su identidad al disfrazarse de hombre. Formó parte de la dotación de la Real, y es posible que su verdadera identidad fuera descubierta antes de la batalla, ya que la vida en el estrecho y hacinado espacio de una galera no parecía el mejor entorno para conservar el anonimato por mucho tiempo. Es probable que quienes la descubrieron optaran por guardar silencio, impresionados por su valor o quizá por lealtad personal.

El 7 de octubre de 1571, las tripulaciones de las naves cristianas desayunaron con opulencia: carnes, quesos y pan. Don Juan sabía que cualquier energía que pudieran reunir sería vital en la batalla que se avecinaba. Horas más tarde, la Sultana del almirante Alí Pachá embestía a la Real, que se salvaría por la providencial intervención de Don Álvaro de Bazán y Marco Antonio Colonna. Durante ese tiempo, se produjeron una serie de abordajes en los que nuestra protagonista, María, tendría un papel destacado: «Pero mujer española hubo, que fue María, llamada la Bailadora, que, desnudándose del hábito y natural temor femenino, peleó con un arcabuz con tanto esfuerzo y destreza, que a muchos turcos costó la vida, y venida a afrontarse con uno de ellos, lo mató a cuchilladas…»

Detengámonos brevemente para situar Lepanto y sus implicaciones. La batalla de Lepanto fue la mayor batalla naval de la historia moderna, y supuso un punto de inflexión decisivo en la lucha por el control del Mediterráneo. La Liga Santa, formada por impulso del papa Pío V, reunió una flota cristiana sin precedentes: más de 200 galeras y alrededor de 80.000 hombres, bajo el mando supremo de Don Juan de Austria. Frente a ellos, la armada otomana, dirigida por Alí Pachá, contaba con una flota de tamaño similar, reforzada por corsarios y jenízaros de élite.

La batalla se libró en el golfo de Patras, cerca de la localidad griega de Lepanto. Fue un combate brutal y sangriento, con choques directos entre galeras, abordajes encarnizados y gran número de bajas por ambas partes. A diferencia de otras batallas navales anteriores, en Lepanto las armas de fuego jugaron un papel crucial: arcabuces, cañones y mosquetes dominaron el campo de batalla, marcando el inicio del fin de la era de la guerra naval medieval.

La victoria cristiana fue decisiva: la armada otomana quedó prácticamente destruida, con más de 30.000 muertos y 200 naves hundidas o capturadas. Por su parte, la Liga Santa perdió unos 8.000 hombres. La derrota turca conmocionó al mundo islámico y fue recibida con júbilo en Europa, donde se celebraron procesiones y misas de acción de gracias. La batalla no erradicó la amenaza otomana por completo, pero sí marcó un punto de inflexión: desde entonces, el Imperio otomano nunca volvió a recuperar la supremacía naval en el Mediterráneo.

En el plano simbólico, Lepanto fue vista como una victoria de la cristiandad frente al islam, y fue interpretada como un acto de intervención divina. Este enfoque fue promovido especialmente por Roma, que vio en el triunfo una reafirmación de su liderazgo espiritual. Para España, la batalla consolidó su hegemonía marítima durante varias décadas y reforzó el prestigio de los Tercios, además de proyectar la figura de Don Juan de Austria como héroe militar.

La batalla, en sí, culminó con el último abordaje a la Sultana, en el que participó el propio Don Juan, y en el que Alí Pachá —quien defendiera su posición con enorme destreza con su arco, halló la muerte al ser decapitado. Su cabeza fue arrojada al mar, para gran pesar de Don Juan, cuya intención era capturarlo con vida.

A partir de entonces, se instauró un precario equilibrio naval: los otomanos mantendrían su poder en el este, mientras que las potencias cristianas consolidaban su dominio en el oeste. Sea como fuere, los méritos en combate de María no pasaron desapercibidos. Fue el propio hermanastro de Felipe II quien reconoció su valor: «… Por lo cual, ultra que D. Juan le hizo particularmente merced, le concedió que de allí adelante tuviese plaza entre los soldados, como la tuvo en el Tercio de D. Lope de Figueroa». Al hacerlo le otorgaba además el mismo salario que sus compañeros masculinos.

A María se le pierde el rastro a partir de ese momento, aunque existen varias hipótesis sobre su destino. La más aceptada señala que fue el amor lo que la impulsó a alistarse: se habría enamorado de un soldado de los Tercios al que decidió seguir. Se sospecha que acabó junto a él tras participar en lo que, en palabras de Cervantes, sería «la mayor ocasión que vieran los siglos». En la figura de María la Bailadora se aúnan una aureola de romanticismo y heroísmo. Fue una mujer valiente en un mundo que relegaba a las mujeres a tareas consideradas menores. Como ya se ha mencionado, fue el propio Don Juan quien prohibió embarcar «mujeres y gente inútil». No quisiera concluir este relato sin mencionar a otras mujeres presentes en la batalla, esta vez en el bando otomano. Eran mujeres —y también niños— raptados por incursiones berberiscas, que ese día fueron obligados a servir como esclavos. Algunas de ellas encontraron la libertad entre los más de 15.000 prisioneros cristianos liberados tras la victoria.

¡Gloria y honor!

Gonzalo Castellano Benlloch


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