El 10 de diciembre del año 1898 se firmó en París el tratado que ponía fin a la guerra hispano-estadounidense, que supuso la independencia de la isla de Cuba y la entrega de Puerto Rico, Filipinas y Guam a Estados Unidos, finalizando la presencia española en la llamada Perla del Caribe y a la penosa contienda entre los independentistas cubanos y el Ejército y la Armada. (...)
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Desde poco antes, las tropas españolas comenzaron a regresar a la península, convirtiéndose el puerto de Cádiz en su principal lugar de desembarque. Entre 1898 y 1899 llegaron un total de 36.678 militares de los que 4.305 ingresaron en distintos hospitales militares aquejados de diferentes dolencias. La gran mayoría lo hicieron en la ciudad de Cádiz distribuidos en varios hospitales, falleciendo 222 de ellos, apenas el 5%. Los afectados por enfermedades más graves o consideradas contagiosas fueron alejados de la ciudad, trasladándolos al hospital que se habilitó en el fuerte de San Luis de la Isla del Trocadero (Puerto Real), al otro lado de la bahía. En la clínica de dicho fuerte ingresaron desde su apertura en los primeros días de noviembre de 1898, y hasta su clausura a comienzos del siguiente mes, 232 soldados, aquellos que presentaban a su llegada las afecciones más importantes, y cuya tasa de mortandad se acercaría al 45%, con un total de 104 fallecidos, siendo enterrados en una fosa común en el cementerio de San Roque de la villa de Puerto Real.
Durante casi un lustro, nada más se supo de estos soldados. Ni un monumento funerario, ni una simple lápida o una breve inscripción fue emplazada en el lugar donde se dio sepultura a aquel centenar de soldados, sólo una pequeña cruz señalaba el lugar de esta tumba colectiva, colocada por una distinguida dama, doña María Núñez de Genis, quien junto a doña Luisa Ferrer de Alsazua habían prestado sus generosos cuidados a estos soldados convalecientes en el hospital del fuerte de San Luis, hecho por el cual más tarde serían condecoradas con la Cruz de Beneficencia.
Pero en 1904 según se lee de la prensa local de entonces: gran parte del vecindario levantó su voz para que, cumpliendo deberes de humanidad, se colocara en el sagrado lugar que ocupan en él víctimas de la contienda separatista, un mausoleo que perpetuara la memoria de aquellos mártires del deber (…) porque deseamos que las generaciones venideras, vean en aquel mausoleo la lúgubre historia que encierra aquellas cenizas que velan, para que jamás podamos ser tachados de ingratos. Sin embargo pese al sentir del pueblo de Puerto Real y a los buenos propósitos de su ayuntamiento, la intención de edificar este monumento funerario no se llevó a cabo. Pero en septiembre de 1922 el ayuntamiento vuelve a acordar la construcción de un sencillo mausoleo para tal fin, y para ello solicitarán ayuda al Capitán General del Departamento de San Fernando. Pero no hay constancia cierta de su posterior edificación. Y aún hoy, transcurrido más de un siglo de todo aquello, nada queda de aquel pretendido monumento que honrara la memoria de estos 104 soldados que fueron víctimas de la enfermedad y la guerra, siendo ignorados por todos aquellos que pasean por este camposanto[1].
Este enterramiento es una prueba de que el Gobierno de la época no contaba con información respecto a la suerte de los repatriados de Cuba, unos 158.492 según el estudio de Jordi Maluquer de Montes, que recibió España entre 1895 y 1899[2]. Estos soldados formaban parte de diversas unidades militares, si bien casi la mitad de ellos pertenecían al Regimiento de Infantería de La Habana, al Batallón provisional de Puerto Rico nº5 y al 2º y 3º Regimientos de Infantería de Marina del actual Tercio Norte con sede en Ferrol y Tercio de Levante con sede en Cartagena[3].
En las guerras de Independencia del Continente americano, sin incluir a Cuba, hubo entre 1811 y 1819, 34.400 bajas. Terrible guerra que entre los comienzos y el final duró más de quince años, guerra civil entre españoles, entre españoles americanos o criollos. En la última célebre batalla, en Ayacucho (1824), se enfrentaron por ambas partes unos 15.000 hombres. En el bando realista sólo 500 eran peninsulares, nacidos en España. Pero españoles eran todos los que lucharon por romper la unión o por defenderla.
Sobre las pérdidas en Cuba, en la Guerra de los 10 años, (1868-1878), hubo unos 86.000 muertos de los cuales unos 55.000 lo fueron por enfermedades. De la llamada Segunda Guerra o Guerra de la Independencia, (1895-1898), el Ministerio de la Guerra a través del DOMG, publicó 174 listados (enviados por el Capitán General de Cuba) desde el 23 de marzo de 1896 al 7 de junio de 1900, con los jefes, oficiales y soldados caídos en Cuba, Puerto Rico y Filipinas de 1895 a 1898, con todos los datos de nombre, fechas y lugares de nacimiento y muerte, causas del fallecimiento, arma o cuerpo, grado y filiación completa. Las bajas fueron: muertos en el campo de batalla: 2.032; muertos a consecuencia de las heridas recibidas: 1.069; muertos por la fiebre amarilla: 16.329; muertos por enfermedades diversas o accidentes: 24.959. Esto significa que los muertos en lucha fueron 3.101, y por enfermedades, 41.288. Total: 44.389. Los primeros, el 6,98 % del total, y los segundos, el 93,01 %[4]. Aunque otras fuentes elevan las cifras a 56.000.
Las bajas en Filipinas fueron notablemente inferiores a las de Cuba. Allí murió un 30 por ciento del contingente; en Filipinas, algo menos de 200 hombres en combate y poco más de 3.000 por enfermedad. Esta cifra coincide con el diez por ciento de bajas considerado habitual en el trópico por los ejércitos europeos del siglo XIX e indica la poca entidad de los combates librados. Los mantenidos en Silang y en Imús, únicos que merecen tal nombre y en los que intervinieron activamente 11.000 hombres, “sólo” causaron 183 muertos y 966 heridos en combate. El problema como es bien sabido es que fueron capturados entre 10.000 y 12.000 soldados que «sucumbieron al hambre, el dolor y el cuchillo», mientras Estados Unidos miraba hacia otro lado y el Gobierno se desentendía por su suerte, y muchos, no demasiados, sólo regresaros años después.
En África en la Primera Guerra de Marruecos hubo unas 5.000 bajas y en la Guerra del Rif o Segunda Guerra de Marruecos, hubo entre 43.500 y 53.000 bajas.
Cementerio Militar de Tetúan. Fuente: Los cementerios españoles del Antiguo Protectorado de Marruecos.
La Comisión de Tumbas de Guerra de la Commonwealth (CWGC) es una organización intergubernamental de seis estados miembros cuya función principal es marcar, registrar y mantener las tumbas y lugares de conmemoración de los miembros del servicio militar de la Commonwealth que murieron en las dos Guerras Mundiales. Actualmente, es responsable de atender al recuerdo de 1,7 millones de militares de la Commonwealth fallecidos en 153 países. Desde sus inicios, la comisión ha construido aproximadamente 2.500 cementerios de guerra y numerosos monumentos conmemorativos. También es responsable del cuidado de los fallecidos en las guerras en más de 23.000 lugares de enterramiento y del mantenimiento de más de 200 monumentos conmemorativos en todo el mundo. Me cuesta trabajo entender por qué en España, quizás uno de los países que más ha combatido en los cinco continentes, no cuenta con un estamento oficial para dedicarse a recuperar y dar una digna sepultura a los soldados muertos por su patria y tienen que existir organizaciones particulares para realizar estas labores. Sería conveniente la creación por parte del Ministerio de Defensa de un organismo similar a la CWGC, que cuide y no permita casos como el aquí descrito y el de muchos otros cementerios olvidados repartidos por la geografía nacional y mundial.
[1] Soldados en el Olvido, Combatientes de la Guerra de Cuba enterrados en el cementerio de Puerto Real (Cádiz), Manuel Izco, Adíos Cultural, 2016.
[2] “Fosas comunes de soldados españoles: la herida abierta de la Guerra de Cuba”, Israel Viana, ABC, 02-01-2018.
[3] “Soldados del olvido”, General de División (R), Juan Chicharro Ortega, Blog Gral. Dávila, 24-01-2017
[4] “Combatientes, muertos y prófugos del Ejército español en la Guerra de la Independencia de Cuba (1895-1898)”. Pedro Pascual Martínez (ACISAL); Estudios de Historia Social y Económica de América, ISSN 0214-2236, Nº 13, 1996, págs. 479-486.