...
Son piratas (wako), y han perdido la dignidad propia del samurái. Según el código ético del Bushido, debían cometer “seppuku” o suicidio ritual tras perder a su señor. Al no hacerlo se han convertido en Ronin: en proscritos, condenados a sufrir la vergüenza frente a los suyos. Movidos por la necesidad, se ven obligados en ocasiones a vivir como forajidos, bandidos y piratas. Sus hombres son de esa clase, pero no han perdido un ápice de las habilidades que les hacen estar entre los guerreros más temibles que han existido. El número de piratas en la región fue incrementando en los últimos años, ya no provienen solo de Japón, aunque las guerras civiles se multiplican, sino que se han unido otros provenientes de China y Corea principalmente. Los japoneses, además, llevan décadas también en contacto con los portugueses, que les fueron introduciendo poco a poco en el uso de las armas de fuego, fundamentalmente arcabuces y algo de artillería. Sea como fuere, Tay Fusa se ha hecho con el control de la colonia pirata en Luzón y se prepara para una merecida noche de descanso.
Unos días más tarde, las voces de los criados hablando con el que parece un extraño en el piso inferior interrumpen el ligero sueño de Juan Pablo de Carrión. Tiene 69 años, y no soporta que le despierten. Cada vez presenta mayores dificultades para conciliar el sueño. Se viste con lo primero que tiene a mano y baja las escaleras a toda prisa.
–¿Qué diantres sucede?
–Señor, le requieren en casa del gobernador. He intentado informar de que estaba usted descansando, pero parece importante…
–Así es, su excelencia debe acompañarme, el gobernador ha recibido inquietantes noticias del norte de Luzón –interrumpe la voz de aquel extraño que había identificado en su vigilia.
Efectivamente, el gobernador Gonzalo Ronquillo de Peñalosa se había propuesto acabar con el acuciante problema de la piratería en el archipiélago y para ello había elevado una petición a su majestad Felipe II solicitándole ayuda. El monarca español había respondido enviando a Carrión con una pequeña flota: el navío San Yusepe, una galera de nombre Capitana y 5 fragatillas.
Tras ser recibido por el gobernador, Carrión parte inmediatamente hacia la desembocadura del río Cagayán (Luzón) conocido también como Tajo en recuerdo del río peninsular, encontrándose por primera vez con un buque pirata japonés que venía de saquear una aldea de pescadores.
La galera española consigue ganar barlovento y logra situarse a tiro de pistola; barre la cubierta enemiga y produce importantes daños en su arboladura. Los samuráis, mucho más numerosos, aprovechando los tiempos de recarga de los arcabuceros españoles, se lanzan al abordaje logrando echar un garfio a la galera y abordar más de 200 de ellos. La situación se torna desesperada, los arcabuceros no han recargado y los piqueros y rodeleros (soldados que portaban un escudo redondo y una espada) difícilmente pueden contener a tantos samuráis. Carrión, providencialmente interviene y logra cortar la driza (un cabo) que cae entre los soldados españoles y los nipones, otorgando a los arcabuceros el tiempo suficiente para recargar y descargar su metralla sobre el enemigo. Acto seguido los piqueros y rodeleros pasan al ataque cuerpo a cuerpo y obligan a los samuráis a volver a su navío para iniciar su huida, que se vio a su vez truncada cuando fue alcanzado por la San Yusepe que lo castigó duramente con su artillería. Algunos de los samuráis, ante el inevitable desenlace, se lanzaron al agua intentando alcanzar la costa, pero muchos perecieron ahogados debido al peso de sus armaduras.
Tras este enfrentamiento Carrión continuó camino hacia la desembocadura del Cagayán, donde se enfrentó a 18 sampanes (naves típicas chinas) acabando con más de 200 piratas que estaban haciendo estragos en la zona. Finalmente logró alcanzar la gran extensión que ofrece la desembocadura del río, se orilló en uno de sus lados y avanzó bordeando el mismo. Llegan a divisar hasta once embarcaciones japonesas y un fuerte. Ordena entonces a una de sus naves alcanzar la otra orilla para explorar y averiguar si existen otras fuerzas enemigas. Las noticias que trae la nave a su regreso les deja helados, han contado más de 1.000 japoneses e importante artillería. Los españoles, por su parte, únicamente cuentan con 40 hombres en condiciones de presentar batalla. La galera española está dañada tras los combates anteriores así que no parece apropiado elegir el río como escenario de batalla. Carrión, toma una decisión desesperada y ordena desembarcar hombres y artillería y fortificarse. La desproporción en el número de hombres es muy importante, pero la superioridad tecnológica de los españoles invita a la prudencia y los japoneses intentan negociar primero, solicitando una indemnización por irse renunciando a los importantes recursos que podrían obtener. Los españoles se niegan rotundamente a cualquier acuerdo, así que solo queda un único camino, el del acero: los samuráis se enfrentarían por primera vez a un tercio español, dispuesto típicamente con los piqueros delante, seguidos por los rodeleros con sus espadas y protegidos en todos sus flancos por los arcabuceros.
Amanecía en el río Cagayán cuando 600 samuráis se lanzan contra las posiciones fortificadas de los españoles. En un primer momento, la mayor cadencia de las armas españolas logra diezmar las fuerzas japonesas, pero la diferencia tan importante en el número de combatientes hizo inevitable el choque entre samuráis con los piqueros y rodeleros españoles. Estos últimos logran mantener la posición y los primeros repitieron su carga dos veces más, pero en ambas ocasiones son rechazados. La situación comienza a complicarse cuando los españoles se percatan de que sus reservas de balas y pólvora se están agotando. La próxima carga tendrían que afrontarla sin apoyo de las armas de fuego. Los samuráis cargan una vez más y se enfrentan a los piqueros españoles que, como las falanges macedonias, los combaten y mantienen a distancia. Los que consiguen aproximarse se encuentran con las espadas que van surgiendo como fantasmas de la formación, rasgando y rajando piel y carne. Tras cuatro horas de intenso y duro combate, los samuráis deben aceptar su derrota: a lo largo de los mencionados combates han perdido cerca de 800 guerreros frente a la veintena por parte española.
Nunca antes, y posiblemente nunca después, se enfrentarían los samuráis a los españoles. Las unidades de tercios españolas, que barrerían y dominarían los campos de batalla europeos durante dos siglos, demostraron también su brutal efectividad frente a los célebres samuráis en los confines del mundo conocido. Como consecuencia, los japoneses nunca más perturbarían la paz de las Filipinas bajo dominio español.
¡Gloria y Honor!
Gonzalo Castellano Benlloch
*Esta singular historia, muy poco conocida, fue recuperada del olvido para su divulgación en un cómic y una novela escrita, por Ángel Miranda y Ramón Vega.
Conozca a Gonzalo Castellano Benlloch
acceso a la página del autor
acceso a las publicaciones del autor