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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

La ciudad de Breda, bajo el hierro y la luz

Vista caballera del Sitio de Breda, SNAYERS, PETER (© Museo Nacional del Prado, Madrid).
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Vista caballera del Sitio de Breda, SNAYERS, PETER (© Museo Nacional del Prado, Madrid).

LA CRÍTICA, 13 JULIO 2024

Por Íñigo Castellano Barón
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La Revuelta de los Países Bajos iniciada en el año de 1568, produjo una serie de guerras que se prolongarían por ochenta años, convirtiéndose Flandes en la pesadilla de la corona española hasta que la Paz de Westfalia en 1648 puso fin a las guerras y Holanda alcanzó su independencia. Pero hasta llegar a ella, las guerras de Flandes supusieron una sangría para los tercios españoles a los que acompañaban las victorias más espectaculares de la historia militar del Imperio español, al igual que para la tesorería de sus arcas. Calderón de la Barca como el jesuita Herman Hugo o el soldado Alonso Vázquez describieron el sitio de la ciudad neerlandesa de Breda como algo insólito por el tiempo, casi un año que duró el sitio, y por cuanto aconteció en las acciones militares que se llevaron a cabo hasta conseguir su rendición y alzarse su general, Ambrosio Espínola con la victoria que admiró a todas las cortes europeas, siendo asombro de militares, pintores y ciudadanos de cualquier clase o condición. (...)

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El 28 de agosto de 1624, el general Ambrosio Spínola inició el asedio a la ciudad de Breda en la verde campiña de la región de Brabante, puerta de entrada a Holanda, ciudad magníficamente fortificada de forma octogonal y de doble defensa que se encuentra entre los ríos Mark y Aa. La ciudad era un centro comercial muy estratégico para los rebeldes neerlandeses que pocos años antes la arrebataron a la corona española. Sus altas y sólidas murallas rodeadas de fosos y defensas, daban una sensación de imposibilidad de ser conquistada hasta el punto de que Mauricio de Nassau-Orange, hijo de Guillermo de Orange, quien años antes tomara Breda a los españoles marchando en 1590 al frente de las rebeldes Provincias Unidas neerlandesas, no sopesó la necesidad de acudir en ayuda de su hermano de padre, Justino, pues la ciudad bien podría ser defendida por sus catorce mil combatientes parapetados tras esos muros impenetrables. La tregua que el monarca español Felipe IV aceptó, tan solo duró doce años expirando definitivamente en 1621. Pasó el tiempo, pero Felipe IV no quiso prolongar más esa insubordinación. No fue hasta 1624 cuando de nuevo se inició la reconquista de la ciudad. Entretanto, el general y banquero Ambrosio Espínola, de su propio peculio pagaba y sufragaba los gastos ante las exiguas arcas imperiales de las que luego tendría que cobrar. El ejército se componía de 40.000 hombres enrolados de los Tercios españoles cuyo solo nombre causaba pavor en aquella Europa. Espínola ordena el levantamiento de cuatro campamentos estratégicamente situados frente a la ciudad. Sabe muy bien que los rebeldes calvinistas no van a presentar batalla a campo abierto ante su imponente ejército, por lo que la toma de la ciudad para someter a los neerlandeses era cortar todas sus vías de suministro y sitiar la ciudad hasta su rendición. De igual modo Justino de Nassau-Orange previendo el sitio, y para evitar invasiones imprevistas del enemigo, ordenó destruir algunas defensas avanzadas que pudieran servir de refugio y utilidad a las posibles infiltraciones de las fuerzas del general español.

En las primeras semanas del asedio, se entablaron una serie de enfrentamientos saliendo de la ciudad para luchar contra las fuerzas reales católicas. Pero tan solo eran escaramuzas que no daban solución a uno u otro bando. Así que Espínola comienza a tomar medidas para establecer lo que prevé un largo asedio para que fuera finalmente la hambruna la que proclamara la rendición. Establece varias líneas de obstáculos alrededor de la ciudad con el fin de evitar no solo la entrada a la misma sino también la salida. La ciudad fortificada de quince bastiones, catorce revellines y seis hornabeques situados al otro lado del foso se prepara para resistir proveyéndose de alimentos y demás víveres. La mente de Justino vislumbra la posibilidad de inundar la verde campiña que le rodea mediante el cierre del cauce de río Merck para anegar así al ejército católico. Mientras, caravanas de carros provistos de enseres, víveres y artilugios van desde Amberes protegidas por una importante soldada camino en ayuda de Breda. Para ello tienen que rodear a los Tercios españoles acampados en Bergen op Zoom una de las ciudades reconquistadas por los españoles previamente al sitio.


Habían pasado dos meses en tomar y construir posiciones para el sitio cuando ya se hizo noticia de interés en toda Europa los preparativos y las columnas de un bando y otro acercándose al lugar del conflicto con escaramuzas tácticas por ambas partes. De todos lados comienzan a llegar curiosos de cualquier condición e índole para ver la extraordinaria dimensión que el sitio iba alcanzando en todos los sentidos. Desde el joven príncipe Ladislao de Polonia, futuro Ladislao IV, quien decidió modernizar el Ejército polaco tras observar los ejércitos españoles; cronistas como Herman Hugo un destacado escritor jesuita y confesor de Espínola, hasta traficantes de todo tipo de objetos, bebidas, vinos y cervezas. En lo alto de suaves colinas tras las filas de los sitiadores van apareciendo pequeñas construcciones como anfiteatro preparado para ver un drama teatral. Se cuenta que se llegó a contemplar incluso un duelo entre uno de los sitiados y un flamenco al que retó para vengar la muerte de su padre acaecida años antes. Las semanas fueron pasando y aquel pequeño asentamiento de curiosos pasó a convertirse a lo largo de las colinas en pequeños poblados a donde incluso acudían prostitutas. El tronar de los cañones de bronce y las balas de hierro o piedras de diferentes calibres intentando derribar la muralla, el polvo de la caballería inspeccionado las brechas abiertas, el olor de la pólvora y el griterío de unos y otros resultaron un verdadero espectáculo, especialmente para los afamados pintores que con sus pinceles y caballetes posados sobre el verdor de las colinas, tomaron buena nota de cuanto acontecía, hasta convertir los lienzos en unas coloridas escenas de luces e imágenes que pasarían a la posteridad. Allí se encontraba entre otros el pintor flamenco Pieter Snayers dando luz al paisaje bajo el ruido del cañón, dibujando el drama que se estaba produciendo. El literato español Calderón de la Barca escribía cuanto veía sobre el sitio. Entretanto los capitanes de Espínola daban órdenes construyéndose blocaos, pozos de tirador, por si tuvieran que salir precipitadamente además de fosos sumado a una gran tala de árboles para construir barricadas. Al tiempo zapadores de Espínola cavaron túneles subterráneos para intentar acercarse a la muralla y hacerla volar con pólvora. En el interior de la ciudad de Breda y según pasó el tiempo la preocupación afloró en la población y aunque tenían reservas de víveres no vieron solución, pues los españoles se habían asentado dispuestos a confiar su victoria en la paciencia de esperar a que los habitantes se desmoralizaran. Muchos relatos había en la historia de la humanidad respecto a los sitios con resultados la mayor parte adversos para los sitiados.


A los cinco meses de asedio, siendo un frío mes de febrero de 1625, llegan ingleses hasta 8.000 bajo el mando del conde y mercenario Ernesto de Mansfeld, en ayuda a los sitiados además de 2.000 daneses a las órdenes de Steslaje Vantc que murió en combate, no consiguiendo mejorar la situación de la ciudad debido al contraataque de 300 infantes ligeros, 158 piqueros y 65 ballesteros españoles provenientes de Bolduque que llegaron como refuerzo para mantener a los daneses en un montículo próximo al camino. Resultó un desastre y la noticia incrementó la desolación de los sitiados calvinistas que ya empezaron a plantearse la posibilidad de una rendición. No pudiendo atravesar las líneas españolas, Mauricio de Nassau intentó en una noche tormentosa un fallido golpe de mano sobre la ciudadela de Amberes, camuflando los carros con la cruz de Borgoña. Sin embargo fue descubierto y de nuevo la desesperanza ahondó más en el ánimo de los sitiados.


Dentro de Breda y debido a la escasez y apiñamiento empezaron enfermedades que apuntaban a la posibilidad de pandemias. El agua parecía contaminada y se sobrevivía por pozos que poco a poco iban desecándose. Los caballos fueron sacrificados para servir de alimentos y no agotar de inmediato el aprovisionamiento, pero los meses pasaban y la situación era cada día más crítica. La presión artillera de Espínola así como las minas en las galerías abiertas convertidas en cenagales a consecuencia de las aguas del río, comenzaron a producir los efectos deseados. Aunque el agua se hirviera la mortandad crecía continuamente. Aceite y nabos se convierten en el principal alimento, y con un poco de dinero se pudo saborear la carne de perro.


En extramuros, los arcabuceros y mosqueteros del ejército español estaban en todo momento preparados para no permitir que saliera alma alguna de Breda. El cañoneo era continuo teniendo como misión, no solo derribar aquellos formidables muros sino tener igualmente atemorizada a la población. Se contabilizaban ya más de cinco mil muertos entre los sitiados. En mayo de ese año de 1625, Federico Enrique de Orange, hermano y sucesor de Mauricio, va al asalto con 6.000 hombres sobre el cuartel de Terheiden, pero son rechazados por los infantes italianos del sargento mayor Carlo Roma. La situación era límite. Justino Nassau comprende que tiene que capitular. Los muertos y mutilados habían aumentado hasta cerca de los veinte mil. De inmediato ordena una embajada ante Ambrosio Espínola para organizar los términos de la negociación. Europa entera permanece atenta, y el mismo Papa escribe a Espínola para ayudar a aquella. El 5 de junio de 1625, las tropas holandesas abandonaron la ciudad, y Breda fue de nuevo española. La tragedia dejó miles de vidas, también en la soldada de Espínola. Sin embargo, las guerras de Flandes prosiguieron por más de dos décadas. El sitio de Breda se convirtió en mito en todo el continente debido a la duración del mismo, a las luces y destellos de la pintura emanada de los pinceles de grandes pintores como el cuadro llamado de «Las Lanzas o la rendición de Breda» de Diego de Velázquez o el de Pieter Snayers y de otros muchos que se sumaron a escritores como el mencionado don Pedro Calderón de la Barca quien escribió sobre el episodio, y por las crónicas entre otras del soldado Alonso Vázquez antiguo de los tercios de Alejandro Farnesio, que relató: «Sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnesio». También y desde el punto militar de entonces, fue alabada la impecable gestión del sitio que hizo el famoso capitán general de Flandes, Ambrosio Espínola, Duque de Sesto en el Reino de Nápoles, marqués de los Balbases; marqués de Bezerril y de Venafro; duque de San Severo; príncipe de Serravale; Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, caballero de la Orden de Santiago, maestre de campo, maestre general de las tropas de Flandes, capitán general del ejército del Palatinado, consejero de Estado y Guerra, gobernador de Milán, Grande de España, cuya hija Policena casaría con el marqués de Leganés, uno de los mayores coleccionistas de arte de aquella Europa.


La rendición de Breda tuvo si cabe una mayor apoteosis cuando posteriormente a su conquista, casi diez años después, el universal pintor y aposentador mayor del rey Felipe IV, pintase el no menos afamado cuadro llamado Las Lanzas en donde se detalla la entrega de las llaves de la ciudad por parte de Justino de Nassau quien se inclina ante el invicto general Ambrosio Espínola. Así concluyó unos de los episodios bélicos que tuvo mayor difusión y produjo no menor admiración en las cortes europeas. España de nuevo abanderó su gloria y empuje para escribir una página más de oro en su historia militar.


Iñigo Castellano y Barón


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