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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

La huella española en la conservación del patrimonio internacional en el Próximo Oriente

El templo egipcio de Debod, en Madrid. (Foto: https://www.esmadrid.com/).
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El templo egipcio de Debod, en Madrid. (Foto: https://www.esmadrid.com/).

LA CRÍTICA, 11 FEBRERO 2023

Por Hugo Vázquez Bravo
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Los Estados occidentales siempre se han sentido maravillados y responsabilizados respecto al patrimonio que nos han legado las civilizaciones antiguas, que desde el Neolítico han ocupado el espacio que los historiadores denominamos Próximo Oriente Antiguo (POA), y los periodistas Oriente Medio. España no es una excepción e, incluso, su actitud podría ser considerada modélica pues, además, nuestra aportación ha sido menos intrusiva y expoliadora que la de otras potencias. En este relato abordaremos tres ejemplos, aunque el lector podrá encontrar muchos más a poco que este tema les interese. (...)

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Los vestigios arqueológicos en Egipto son sin duda de los más famosos del mundo y, entre ellos, unos templos que tienen un pasado asombroso y un valor especial son los de Abu Simbel. Erigidos por el conocido faraón Ramsés II en su nombre y en el de su esposa Nefertari en el II milenio a.C., sirvieron a su vez para conmemorar una de las grandes batallas de la antigüedad, la de Qadesh.

Sin embargo, estas edificaciones milenarias que fueron redescubiertas en 1813, en 1959 sufrieron la amenaza de quedar abnegadas por el agua de la presa de Asuán, que estaba en proyecto y que supondría un respaldo importante para los sectores primario y secundario del país, constituyendo quizá el proyecto de ingeniería de mayor envergadura acometido en Egipto. Las autoridades comenzaron entonces una campaña de captación de recursos para salvar estos templos tan relevantes, siendo las principales aportaciones las que provinieron de los Estados Unidos, los Países Bajos, Italia y España.

El traslado de estas edificaciones desde su emplazamiento original a su actual ubicación está considerado una de las operaciones más ambiciosas y complejas para salvaguardar un patrimonio considerado universal y, sin embargo, a esta maniobra se han de sumar los envíos y la reconstrucción de otros cuatro templos que Egipto donó a sus principales mecenas en esta empresa, en evidente señal de agradecimiento. Es conocido que ésa fue la razón por la que llegó a Madrid el templo de Debod, que pasó a ser la construcción más antigua de la capital. Éste no es único rédito que los españoles extrajimos de aquella colaboración, ya que aún hoy, durante la época turística, en el exterior de estos templos se realiza un espectáculo de luz y sonido en que se narra a los visitantes la historia de esas construcciones y del matrimonio que las auspició, siendo el español uno de los contados idiomas en que se representa, igualmente como signo de reconocimiento. La aportación de nuestros investigadores a la Egiptología no se cierne únicamente a este episodio histórico, pero ningún otro resultó tan provechoso para ambos Estados.

En el país vecino de Jordania también son numerosas las intervenciones de los estudiosos e instituciones españolas, sin ir más lejos, en los vestigios bizantinos y omeyas que aún se conservan en la ciudad de Amman. No obstante, hay un complejo que igualmente sobresale por su importancia: Qusayr Amra.

Aquéllos que se acerquen a este hermoso país y realicen una estancia que les permita visitar algo más que la incomparable Petra, es probable que sigan la llamada ruta de los castillos del desierto, donde encontrarán esta verdadera joya. Erigido a comienzos del siglo VIII (entre el 713 y el 743) por el futro califa omeya Walid II como palacio real, están equivocados quienes refieren a él como un castillo, ya que no tenía funciones defensivas de ningún tipo, sino que estaba orientado al retiro, el descanso y el recreo de este personaje y su séquito. Hoy, lo poco que se conserva de aquel esplendor está considerado como una de las piezas más relevantes del primer arte omeya y de la propia arquitectura islámica; religión que, recordemos, surge en un pueblo nómada y que en pocos años tuvo un esplendor inusitado.

La cronología de esta edificación coincide con la máxima extensión del islam, aunque también con sus primeros reveses como la batalla de Covadonga o la derrota que les infringió Carlos Martel en Poitiers. Pese a ello, en la exquisita decoración de las estancias palaciegas hay unos frescos que van más allá del mero ornamento, si bien aquéllos en que aparecen mujeres semidesnudas resultan sorprendentes, pues nos dan una idea de cómo la concepción del arte fue cambiando para los musulmanes. En la que sería la sala de Audiencia están representados los seis grandes gobernantes de las potencias vecinas, en un claro intento de equipararse a ellos. Ahí, junto al emperador bizantino, el sah de Persia y el Negus de Etiopía, figura ni más ni menos que don Rodrigo, el último rey visigodo de Hispania. Quizá éste fuera argumento suficiente para que fuesen investigadores y recursos españoles los que se destinaron a su reconstrucción y primer estudio, creando otra de las páginas doradas de nuestras intervenciones en el extranjero.

El tercer y último monumento al que me voy a referir es la llamada iglesia de las Naciones, en Jerusalén, erigida junto a los olivos milenarios del huerto de Getsemaní. Recordemos que Jesús, tras la última cena, se retiró con sus más allegados a este espacio, donde sabedor de su futuro más inmediato, quería recogerse y orar hasta el momento en que fuese apresado. Sobre la piedra en la que la tradición le sitúa en comunicación con el Altísimo, gozando de sus últimos momentos de libertad, se edificó una basílica bizantina que se derrumbó fruto de un terremoto en el siglo VIII. A ésta le sucedió una capilla que construyeron los cruzados y que duró hasta el siglo XIV. Y, ya en el siglo XX, entre 1919 y 1924, unos cuantos Estados pusieron dinero para que se levantase una nueva basílica, que habría de ser bautizada como de la Agonía.

España se unió entonces a otras potencias patrocinadoras, como Argentina, Brasil, Chile, México, Italia, Francia, Inglaterra, Bélgica, Canadá, los Estados Unidos y Alemania y, en las cúpulas de las tres naves que conforman este templo neobizantino, cada una de éstas aparece representada a través de la inclusión del escudo de la nación ejecutado en forma de mosaico. Este templo quedó bajo la custodia de la orden franciscana, como los otros Santos Lugares, aunque se permite en él la celebración del jueves santo a la comunidad anglicana.

Como ya he expresado al comienzo de este escrito, éstas son únicamente tres de las intervenciones que el Estado español ha realizado en aquella área, quizá las más notables, y colman de orgullo a un pueblo que lejos de querer proyectar en exclusiva la imagen propia, ha querido contribuir al esplendor y el recuerdo de otras culturas, con las que hemos pretendido antaño estrechar lazos de hermanamiento, por considerarlas parte de nuestro propio pasado, así como fortalecer la imagen de un Estado fuerte y a tener en cuenta en el contexto internacional, siempre por el bien de las generaciones futuras.


Hugo Vázquez Bravo
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