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Fascismo, Falangismo y Franquismo

El autor, Manuel Pastor, con el historiador e hispanista Stanley G. Payne, autoridad internacional en el estudio del fascismo. (Foto: La Crítica).
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El autor, Manuel Pastor, con el historiador e hispanista Stanley G. Payne, autoridad internacional en el estudio del fascismo. (Foto: La Crítica).

LA CRÍTICA, 5 ABRIL 2022

Por Manuel Pastor Martínez
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(...) De la misma manera que hay una regla sociológica conocida como “Ley de Hierro de la Oligarquía” (R. Michels), estoy tentado a proponer que pensemos en otra que podríamos llamar “Ley de Hierro de la idiotez e inmoralidad políticas” para todos los que usen la palabra “fascismo” o “fascista” en vano, generalmente como un insulto o descalificación política. (...)

Franquismo es el término con que se describe al largo régimen político, ideológicamente sincrético, del generalísimo Francisco Franco en España entre 1936-1976 (el sistema se prolongó un año más tras la muerte del dictador en 1975 hasta la Ley para la Reforma Política en diciembre de 1976), y creo que ofrece pocas dudas su significado.

Falangismo se refiere a la ideología y actividad de la Falange Española en sus diversas expresiones y siglas desde que fuera fundada en 1933 por José Antonio Primo de Rivera: FE, FE-JONS, FET-JONS, FE-JONS (a), FEA (A por Auténtica), FEI (I por Independiente), CJA (Círculos José Antonio), etc. Entre los propios falangistas se han dado distintas interpretaciones sobre el Falangismo.

Fascismo es un término más general, complejo y polémico, original y sucesivamente referido al grupo-facción, movimiento, partido y régimen fundados por Benito Mussolini en Italia, desde la Primera Guerra Mundial hasta el final de la Segunda en 1945, que posteriormente se convirtió en un modelo paradigmático o genérico, imitado en diversos países.

Actualmente hay múltiples interpretaciones, unas abiertamente ideológico-políticas y otras más teórico-académicas.

Cronológicamente, pues, el orden de aparición histórica de los diferentes términos es: Fascismo (1914-1919), Falangismo (1933), Franquismo (1936).

Por supuesto, hubo interrelaciones entre los tres fenómenos. El Franquismo integró algunos sectores del Falangismo en el partido único impuesto por el Decreto de Unificación en abril de 1937 (partido “unificado” que adoptó el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, el nombre las largo –y absurdo– que probablemente haya tenido un partido político en todo el mundo, más tarde conocido abreviadamente como Movimiento Nacional), pero el Falangismo fue un segmento minoritario en el bloque sincrético de las derechas franquistas, en un régimen que básicamente fue una dictadura personal y militar, conservadora, nacionalista y católica.

La Falange, a su vez, aunque podemos considerarla como la expresión del fascismo español, realmente tuvo muchas diferencias respecto al modelo del Fascismo italiano, no siendo la menor el carácter tradicionalista y católico –con algunas excepciones– frente al ateísmo, radicalismo social y eventual antisemitismo final del partido mussoliniano.

Mi maestro, el historiador e hispanista norteamericano Stanley G. Payne, probablemente sea la persona mejor cualificada para establecer rigurosamente las distinciones entre los tres términos y fenómenos, como gran autoridad internacional en el fascismo en general (Fascism: Comparison and Definition, 1980, y A History of Fascism, 1914-1945, 1995), en la Falange Española (Falange. A History of Spanish Fascism, 1961, y Fascism in Spain, 1923-1977, 1999), y asimismo autor de varias biografías de Franco y una notable monografía sobre el Franquismo (The Franco Regime, 1936-1975, 1987, y entre las biografías, la última con J. Palacios, Franco: una biografía personal y política, 2014).

El asunto se complica más con la irrupción de los conceptos altamente polémicos de “socialfascismo”, “liberalfascismo” y “anarcofascismo” (formulados por Stalin y los estalinistas de la Komintern), “fascismo liberal” (según algunos fabianos británicos y Jonah Goldberg), “fascismo clerical” (propuesto por Walter Laqueur), “parafascismo” (por Roger Griffin), “fascismo-leninismo” (por un servidor), “neofascismo”, etc. Y por supuesto, la confusión se agranda por la comparación o identificación con el “nazismo” (nacional-socialismo alemán) y otras tipologías coetáneas (nacionalismo integral francés, salazarismo portugués, aprismo peruano, getulismo o varguismo brasileño, peronismo argentino, etc.).

No pudiendo abordar aquí el análisis de todos estos distingos me remito, aparte del maestro Payne, a los agudos ensayos, sintéticos y comparativos, de Emilio Gentile (sobre el Fascismo italiano) y de Roger Griffin (sobre el Nazismo alemán) en la obra coordinada por Joan Antón Mellón (Orden, Jerarquía y Comunidad, Tecnos, Madrid, 2002).

Autoritarismo/Totalitarismo

Es curioso que incluso los más prestigiosos especialistas –por ejemplo, Payne y Gentile; Ernst Nolte sería la excepción– han ignorado respecto al concepto y término “Totalitarismo” que no fue el político italiano Giovanni Amendola el primero en usarlo contra Mussolini en 1923, sino el periodista alemán Alfons Paquet en 1919 en sus crónicas desde Moscú, en las que ya se refería al “totalitarismo revolucionario de Lenin” (En la Rusia Comunista. Cartas desde Moscú, edición original en alemán, Jena, 1919). Esta obra será traducida al español por el socialista vallisoletano Lorenzo Luzuriaga para Editorial Calpe (Madrid-Barcelona, 1921), por lo que presumiblemente desde esa fecha se conocía la expresión en España, pero lo cierto es que no se populariza hasta principios de la década de los años 1930s en algunos escritos de Unamuno, Ortega, José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma Ramos, cuando ya era muy extendido su uso en Italia.

Carl Schmitt, entre otros, establecerá la distinción entre Autoritarismo y Totalitarismo, destacando en este último el rol del partido totalitario. Existe un amplio consenso académico, excesos retóricos aparte, de que solo en el caso soviético (junto a otros experimentos comunistas, y asimismo en el caso nazi), se puede aplicar propiamente la calificación de Totalitarismo.

Fascismo, Falangismo y Franquismo, por tanto, solo habrían alcanzado el nivel de ideologías y –en el caso de Mussolini y de Franco– de dictaduras autoritarias.

Antifascismo

Lo anterior no obsta para que exista una potente y extendida actitud emocional antifascista/antinazi que no tiene en cuenta los distingos académicos (historiológicos y politológicos) en los debates políticos de nuestro tiempo.

Es muy evidente que “fascismo”, “fascista”, “facha” (o “franquista”, a veces prolongado hasta “extrema derecha” o “ultraderecha”) se han convertido hoy en una forma de descalificación o insulto políticos. La Komintern bajo Stalin tuvo gran responsabilidad en tal manipulación, pero en tiempos recientes hemos visto intelectuales de prestigio caer en el mismo error, intencionadamente o no, por ejemplo el profesor y crítico literario Harold Bloom calificando al Tea Party de “fascismo americano”, o la larga lista de los que han comparado a Trump y el Trumpismo con el Nazismo.

El gobernador y senador Huey Long (Demócrata de Louisiana) ya advirtió en los años 1930s, poco antes de que fuera asesinado, que el verdadero fascismo llegaría en el futuro a EEUU disfrazado de “antifascismo”.

Sabemos, desde una óptica liberal-conservadora, lo que hoy representa Antifa. En las últimas semanas también hemos escuchado la cínica explicación “antinazi” o “desnazificadora” que Vladimir Putin ha esgrimido para justificar la invasión y los crímenes de guerra en Ucrania.

De la misma manera que hay una regla sociológica conocida como “Ley de Hierro de la Oligarquía” (R. Michels), estoy tentado a proponer que pensemos en otra que podríamos llamar “Ley de Hierro de la idiotez e inmoralidad políticas” para todos los que usen la palabra “fascismo” o “fascista” en vano, generalmente como un insulto o descalificación política. Incluso se podría erigir un monumento internacional en la sede de la inútil ONU en el que estén grabados en hierro o bronce los nombres de todos los idiotas e inmorales políticos que lo hayan hecho.

Sospecho que la lista de progres españoles/as sería la más nutrida.

Manuel Pastor Martínez

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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