... La piratería, la aparición del streaming (Netflix, HBO, Filmin) o las opciones musicales como Spotify también han participado en dificultar los réditos de miles de empresas muy afianzadas antes. Internet ha tenido mucha mayor incidencia en aquellos sectores de la industria cultural en los que el producto puede ser digitalizado. En este sentido, debemos distinguir dos aspectos del proceso de digitalización de productos culturales. El primero es la producción, el segundo la distribución. Antes de la aparición de internet, estos dos sectores estaban casi siempre unificados. Hoy, producir una película o un disco puede ser muchísimo más barato. Se han llegado a hacer películas grabadas con un móvil doméstico que han participado en festivales internacionales. Lo mismo ocurre con la producción de discos, fotos y libros. El problema del negocio está en la distribución, que se ha descentralizado y centrifugado irreversiblemente. Las grandes compañías se han comido a las medias o pequeñas, obligando a estas a buscarse espacios de especialización con frecuencia muy difíciles. Si la música que se escuchó durante décadas estaba producida y distribuida por grandes corporaciones, cada vez más se produce y distribuye en redes sociales muy difusas. En el ámbito de las artes escénicas, los museos, las galerías de arte o los restaurantes (en la medida en que podemos considerar estos últimos dentro de la industria cultural) el impacto de internet ha sido menor. En el sector de la prensa en papel, internet ha incidido de forma dramática. La publicidad y los anuncios de ventas de casas, de coches o las ofertas laborales se desactualizan en minutos con internet. Si usted quiere comprar una casa en España, la buscará en plataformas como Idealista o en Fotocasa (donde están todas, con amplios reportajes, decenas de fotos, vídeos y extensa información detallada) pero ya no en los diarios. Aunque ahora muchos periódicos cobran a sus lectores una suscripción para acceder a sus contenidos online, algunos analistas pronostican que el sector de la prensa requerirá de ayudas públicas para sobrevivir. Las nuevas generaciones empiezan a ver el diario de papel como un anacronismo que consumían sus padres: los sondeos muestran que muchos jóvenes no han comprado un diario físico en toda su vida.
En el ámbito de la política, internet ha sido globalmente decisivo sobre todo a través de Twitter. Twitter se ha convertido en pocos años en un canal imprescindible en todas las estrategias políticas, en todas las campañas y en todos los debates. Los políticos han encontrado un estrado mucho más eficaz e inmediato que el parlamentario. Desde que Barack Obama utilizó esta vía de comunicación en las elecciones de 2008, la influencia de la plataforma digital no ha dejado de crecer. Twitter cumple la función de movilizar al voto y a la participación, ya que se difunden mensajes propagandísticos cada minuto, se anuncian concentraciones, se piden voluntarios, donaciones, etc. Otra función clave de Twitter es la interacción con el público. Aunque no está comprobado que así suceda en realidad, Twitter pretende ser una novedosa relación bidireccional entre los actores políticos y los ciudadanos. En principio, esta sería una de las aspiraciones más loables y deseadas en cualquier código de filosofía política democrática o liberal, pero lo que de hecho ha producido la era Twitter ha sido otra cosa: una subida de la temperatura emocional que nos ha llevado a la simplificación de los discursos, a la tergiversación y distorsión de los problemas concretos, al maniqueísmo y al fomento de lo que Vilfredo Pareto llamaba “acciones ilógicas”. Pareto señala con lucidez que gran parte de la eficacia de los líderes políticos está en su capacidad de dar a sus mensajes irracionales una aparente logicidad. En la supuesta atmósfera de sana interacción con los líderes que sugiere el flujo de Twitter, lo que se produce es un aumento del personalismo carismático y del populismo (Politics and the Twitter revolution, Parmelee, 2012). Esta tendencia a concentrar el discurso político en un solo candidato parece encajar mejor con la tradición del sistema presidencialista norteamericano ya que, a diferencia del sistema parlamentario, más frecuente en Europa, se centra en un candidato que se presenta como figura constitucional personalizada y, por tanto, menos ligada a un partido. Pero estamos viendo que, incluso en los sistemas parlamentarios, la personalización ha tendido subir en las últimos años. ¿Podría ser la irrupción de Twitter una de las causas de ese auge del factor carismático y personalista en todas las democracias avanzadas? Yo creo que sí, que la consolidación de Twitter ha cambiado profundamente la relación entre la sociedad civil y los políticos. Al publicar casi a diario mensajes en esta red, los líderes personalizan más que antes su discurso, diluyendo y eclipsando con frecuencia el del partido. Además, la inmediatez y la facilidad que ofrece Twitter a los políticos para emitir mensajes (a veces desde sus hogares, en caliente, como reacción a otra noticia que acaba de aparecer en los medios o en la red) favorece la personalización poco reflexiva. Twitter ha creado un nuevo lenguaje político caracterizado por la brevedad, la personalización y la inmediatez, lo que obliga al líder a buscar la frase más eficaz y emotiva que anime a la participación del ciudadano con su voto. Sin embargo, si pensamos en los elementos esenciales que un líder carismático suele tener (ser atractivo, buen orador, buen actor, seductor) resulta paradójico que en Twitter, aunque también se cuelgan algunos vídeos, casi todo mensaje se reduce a la escritura de dos o tres frases. Desconozco el grado en que el debate político está abandonando los medios de comunicación convencionales, el parlamento y otras instituciones para desplazarse a Twitter, pero sospecho que ese porcentaje ha de ser muy considerable y creciente.
Carlos Cañeque es profesor de Ciencia Política, escritor y director de cine.