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San Esteban: no les imputes...

Rembrandt, 1625. Óleo sobre roble. Museo de Bellas Artes, Lyon, (Francia)
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Rembrandt, 1625. Óleo sobre roble. Museo de Bellas Artes, Lyon, (Francia)

LA CRÍTICA, 21 NOVIEMBRE 2019

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La lapidación es uno de los medios de ejecución más antiguos. Se procura que el tamaño de las piedras que arrojan los ejecutores produzcan el máximo de dolor y heridas, pero no la muerte. Ahora bien, tras un cierto tiempo de apedreamiento, ...

... ese dolor y esas heridas, provocan que la víctima deje de protegerse partes vitales como, por ejemplo, la cabeza, y entonces las piedras se convierten en objetos letales. “Como una persona puede soportar golpes fuertes sin perder el conocimiento, la lapidación puede producir una muerte muy lenta. Esto provoca un mayor sufrimiento en el condenado, y por ese motivo es una forma de ejecución que se abandonó progresivamente… Sin embargo, sigue practicándose en algunos países. Actualmente, este procedimiento se practica en el territorio localizado principalmente en países del credo musulmán, en África, Asia y Oriente Medio, donde se castigan las conductas que contravienen las prescripciones legales establecidas de acuerdo a la ley islámica.” (https://es.wikipedia.org/wiki/Lapidación).

Esteban fue el primero que murió, lapidado, por su Fe, después de la muerte de Cristo. Con él nace el martirio cristiano. En efecto, este diácono es el primer mártir cristiano, según se lee en los Hechos de los Apóstoles: "En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y de fortaleza, hacía grandes prodigios y milagros en el pueblo. Y algunos de la sinagoga que se llama de los libertinos, de los cirineos y de los alejandrinos, y de aquellos que eran de Cilicia y de Asia, se levantaron a disputar con Esteban, mas no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu que hablaba en él. Al oír tales cosas se llenaban de ira en su interior y crujían los dientes contra él. Mas como estaba lleno del Espíritu Santo, mirando al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios. Y dijo: He aquí que veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios. Mas ellos clamando a grandes voces, taparon sus oídos y todos a una arremetieron impetuosamente contra él. Y sacándole fuera de la ciudad, lo apedrearon, y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, que oraba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó en voz alta, diciendo: No les imputes, Señor, este pecado. Y cuando hubo dicho esto durmió en el Señor. Y Saulo consentía en su muerte".

Se cumplió así, en Esteban, con carácter inmediato, la profecía del Señor: “Os envío como corderos en medio de lobos… El discípulo no está por encima del maestro,… No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… Dichosos cuando os injurien y os persigan por causa de mi nombre… Seréis mis testigos” y un largo etcétera. De hecho, mártir significa testigo y Esteban fue el primer testigo de Cristo con la sangre.

La sinagoga de los libertos estaba formada por los judíos que Pompeyo llevó a Roma, y aunque eran originarios de Cirene y Alejandría, cuando obtuvieron la libertad, se instalaron en Jerusalén. Buscaron disputar con Esteban y como según el capítulo 20 del Levítico la blasfemia estaba condenada a muerte por lapidación y era evidente que Esteban había blasfemado, procedieron a su inmediata ejecución.

Saulo, al que se refiere el texto, era el futuro san Pablo. Como adolescente no se le permitía aún arrojar las piedras, pero es claro que aprobaba y consentía la lapidación. Más aún, el biógrafo de san Esteban, Francisco Pérez, escribe que “debió de contar el episodio martirial el mismo Pablo, testigo ocular, a Lucas, que trabajó años junto a él y lo dejó escrito en su libro Hechos de los Apóstoles. Bien pudo ser la mismísima conversión de Pablo el fruto maduro del martirio de Esteban.” (Francisco Pérez González, Dos mil Años de Santos, Ediciones PALABRA, 2001, p. 1523).

La muerte inesperada, cruel y violenta de Esteban, provocó le sorpresa, el desconcierto y el miedo en la pequeña y confiada de la comunidad de Jerusalén, que: “Y los discípulos todos, menos los Apóstoles, se esparcieron y anduvieron huidos por todo a la Judea y Samaria” (Hechos de los Apóstoles 8,2). Lo cierto es, que la comunidad de Jerusalén confiaba en su inocencia, sin darse cuenta que de manera continua algunos judíos se convertían al cristianismo, lo que provocaba la envidia y la ira de los judíos.

Esteban fue llamado a colaborar de modo directo en el ministerio apostólico, porque los judíos de lengua griega se habían quejado, con razón, de que sus viudas no eran bien atendidas. Los Apóstoles consideraron que ellos debían seguir predicando el Evangelio, por lo que consagraron siete diáconos, entre ellos Esteban, imponiéndoles as manos, para que, entre otras cosas, sirvieran las mesas. Con ello se acallaron las quejas de las viudas helenistas.

Otro de sus biógrafos, Lorenzo Riber, escribe: “El texto del discurso con que Esteban cerró su fulgurante ministerio motivó su bárbara lapidación, tal como nos lo da el autor de los Hechos, que es uno de los más venerables monumentos de la literatura cristiana. Es la primera de las homilías. “¡Hermanos y padres y niños!” Con estas palabras, las más tiernas del vocabulario humano, les recuerda la comunidad de su origen; no es entre ellos, Esteban, un desconocido, no es un alienígena. Es de la raza de Abraham; es partícipe de las mismas promesas y de las mismas esperanzas. Y pide antes de morir: “No les imputes, Señor, este pecado”. (Lorenzo Riber, AÑO CRISTIANO, Biblioteca de Autores Cristianos, 1959, p.715).

Un tercer biógrafo, escribe: “Fue el primer testigo de Cristo con la sangre. En efecto, su muerte es narrada según el modelo de la de Cristo: proceso ante el sanedrín, cuestionamiento del templo, falsos testigos y últimas palabras idénticas (Hechos 7,59; Lucas 23,34 y 46). La figura de Esteban es la del hombre del Evangelio que sabe acoger la carga revolucionaria de la nueva praxis cristiana, soslayando el riesgo de su reducción dentro de los límites restringidos del judaísmo de su tiempo. La actualidad de este mensaje puede hallarse en el texto de San Fulgencio que tenemos en el oficio de lectura, confrontando las dos fiestas de Navidad y el primer mártir: “así pues, la misma calidad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo… Por todo ello, hermanos, ya que Cristo construyó una escala de caridad, por la que todo cristiano pueda ascender al cielo, guardad fielmente la pura caridad, ejercitada mutuamente unos con otros y, progresando en ella, alcanzar la perfección”. (Enzo Lodi, LOS SANTOS DEL CALENDARIO ROMANO, Ed. San Pablo, 1992, p.555).

Finalmente, la enseñanza que la Iglesia resalta de nuestro protomártir Esteban, la recoge la Colecta de su Misa: "Concédenos, Señor, imitar las virtudes de San Esteban, cuya entrada en la gloria celebramos; y, así como él supo rogar por sus mismos perseguidores, sepamos nosotros amar a nuestros enemigos".

Poco puedo añadir a esta necesidad de perdón que supone la paz y la unidad fraterna dentro de y entre los países, como no sea la primera frase del artículo de Jesús Montiel, publicado en eldebatedehoy.es y titulado “La cosa más rara del mundo”: “El perdón no está de moda porque se asocia a la debilidad, cuando es al contrario: nunca soy más poderoso que cuando perdono.”

Pilar Riestra
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