..., invitados por gente muy especial y muy española de ese pueblo, que no citaré para no perjudicarles en esta hora tan sombría para unos y tan divertida para otros. ¡Incluso para mí!
Pero son sus patatas, pequeñas y redondas, las que hacían de Sa Pobla pueblo de ricos, al ser Inglaterra y más concretamente Londres su mercado esclavo y casi único que, año tras año, y a un precio de ensueño, devoraba al completo sus cosechas con fruición. Recuerdo que las patatas de siembra no eran una parte de la cosecha sino nuevecitas cada año y compradas en Holanda, eso sí, a precio de oro.
Arroz brut y patatas pequeñitas… a lo que habrá que sumar el rechazo por entonces de los pobleros al insistente y asfixiante abrazo de Cataluña, que ya se hacía notar y mucho, volviendo sus miradas a Madrid como horizonte de salvación.
A lo que parece, ni Madrid ni ostras les ha servido a los pobleros, inmersos hasta el hocico de sus bestias en el catalanismo más cerril: el que hasta niega su pertenencia de siglos a España y a lo español, incluida su lengua. ¡Pobres amigos míos, españoles, mallorquines y pobleros hasta la cepa! Aunque vaya usted a saber…
Esa carta oficial del Ayuntamiento de Sa Pobla dirigida a los padres con hijos en edad escolar, en catalán y en árabe, ha sido el detonante para volver a recordar a este gran pueblo, esta vez no a su arroz brut ni a sus patatas, sino a la guerra perdida de identidades esbozada ya en los años ochenta.
Y yo no tengo ninguna duda de que aún más grave que la presión de Barcelona lo ha sido la desidia de Madrid.