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LA EXHUMACIÓN DE LOS RESTOS DE FRANCO

En torno al significado histórico-político de una Comisión de "expertos"

Tumba de Francisco Franco en la Basílica del Valle de los Caídos (Madrid)
Tumba de Francisco Franco en la Basílica del Valle de los Caídos (Madrid)

18 JUNIO 2018

Por Pedro C. González Cuevas
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De un tiempo a esta parte, y por obvias razones o sinrazones políticas, el Valle de los Caídos se ha convertido en una especie de cuestión nacional. Ayer el nuevo gobierno de Pedro Sánchez anunciaba su voluntad de trasladar los restos de Franco del interior de la Basílica...

... En mayo de 2017, la mayoría del Parlamento aprobó una proposición no de ley en la que se instaba al gobierno a garantizar la exhumación de los restos de Francisco Franco enterrados en el célebre monumento. Nadie votó en contra. Con gran disgusto de Federico Jiménez Losantos, no lo hizo el partido político “centrista” denominado Ciudadanos. El Partido Popular, representante cualificado de lo que Peter Solterdijk define como “razón cínica”, se abstuvo. Y no hace mucho los socialistas Ramón Jáuregui y Carlos García de Andoin publicaron un artículo en El País, titulado “Un memorial del Valle”, en el que instaban a “la derecha” a cumplir las medidas recomendadas por una supuesta Comisión de “Expertos”, reclutada torticeramente en 2011 por el mortecino gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Tanto Jáuregui como Andoin son juez y parte, ya que el primero fue presidente y el segundo secretario de dicha Comisión. Y afirman, en el artículo, que ésta fue “cuidadosamente elegida y pactada con todas las fuerzas políticas”. ¿Es esto cierto?. En mi opinión, no; y voy a demostrarlo.

Nombrada por el Consejo de Ministros, la Comisión de Expertos estuvo presidida por Ramón Jáuregui Atondo, y compuesta por Virgilio Zapatero Gómez, Pedro José González-Trevijano Sánchez, Carmen Molinero Ruíz, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Alicia Alted Vigil, Manuel Reyes Mate, Amelia Várcarcel Bernaldo de Quirós, Hilari Raguer i Suñer, Feliciano Barros Pintado –que relevó a la anteriormente designada Carmen Sanz Ayán-, Ricard Vinyes Ribas, Francisco Ferrandiz Martín y Carlos García de Andoain Martín.

La Iglesia católica española rechazó su presencia en la Comisión. El cardenal Rouco Varela decidió que no se debía dar legitimidad alguna a los trabajos de la Comisión, si bien en un principio se había optado por nombrar dos personas que representaran a la Iglesia católica. Sin embargo, según parece, el gobierno sólo aceptó a uno de los nombres propuestos, Monseñor Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona y Tudela, y, además, quiso imponer a un eclesiástico afín al proyecto gubernamental. El presidente de la Conferencia Episcopal, junto a monseñor Fernando Sebastián, se negó a formar parte. En la Comisión, la presencia de la izquierda historiográfica, intelectual y política resultó abrumadora. En realidad, se trataba de un ajuste de cuentas de la izquierda y del progresismo cristiano contra el “nacional-catolicismo”.

Su presidente, Ramón Jáuregui Atondo era militante del PSOE desde 1973, secretario general de la UGT en Guipúzcoa y el País Vasco, diputado, presidente del PSE-EE, vicelendakari, secretario general del Grupo Parlamentario Socialista. Siempre se ha distinguido por su voluntad de pacto con los nacionalistas vascos y por el diálogo con los sectores católicos progresistas. Estuvo implicado en el caso de los GAL. Y en octubre de 2010 había sido nombrado Ministro de la Presidencia.

De idéntica militancia política era Virgilio Zapatero Gómez, catedrático de Filosofía del Derecho y exrector de la Universidad Complutese de Alcalá de Henares. Universitario de parva obra, Zapatero Gómez es autor de una mediocre y acrítica biografía de Fernando de los Ríos Urruti. El 23 de febrero de 2017 fue condenado a ocho meses de prisión por su participación en el caso de las tarjetas black, al ser declarado culpable del delito de apropiación indebida. Igualmente, fue expulsado del PSOE por Pedro Sánchez.

Pedro José González-Trevijano Sánchez puede considerarse un liberal-conservador afín al Partido Popular; es rector de la Universidad Rey Juan Carlos y catedrático de Derecho Constitucional. Igualmente afín a la derecha, auque también a los nacionalistas periféricos, era Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, antiguo miembro de Unión del Centro Democrático y luego militante del Partido Popular; ponente de la Constitución de 1978. Su padre, Miguel Herrero García, fue colaborador de Acción Española, admirador de Charles Maurras. Su trayectoria es la de un burkeano, es decir, la de un liberal-conservador. De perfil político mucho menos definido era Feliciano Barrios Pintado, catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, y miembro de la Real Academia de la Historia. Lo mismo podemos decir de Carmen Sanz Ayán, a la que sustituyó Barrios Pintado, catedrática de Historia Moderna en la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de la Historia.

De izquierdista y antifranquista puede describirse la trayectoria intelectual y política de Carmen Molinero Ruíz, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autora de obras como La captación de las masas o La anatomía del franquismo, junto a Pere Ysás Solares. Sus opiniones sobre el tema de la “memoria histórica” son las típicas y tópicas de los activistas intelectuales de las izquierdas. Contra no pocas racionalidades y evidencias, considera que, a lo largo de la guerra civil, la violencia republicana fue ejercida “desde abajo” y que afectó básicamente a los representantes del poder tradicional, es decir, el clero y los católicos; mientras que la franquista fue “radicalmente diferente”, porque se practicó “desde arriba” y porque tenía como objetivo “construir un nuevo poder político”, “acabar con la democracia en fase de consolidación”, “doblegar la resistencia de las corrientes democráticas y de las anticapitalistas sobre todo”, “la venganza y la sumisión”, “una voluntad aniquiladora condicionada por la cultura católica de aquel tiempo”. Por ello, considera necesario “incorporar la memoria del antifranquismo al bagaje colectivo, cosa que todavía no se ha hecho”. “Recuperar la memoria histórica como base de la ciudadanía democrática es un deber de justicia histórica, afirma la calidad de la democracia y es un inversión de futuro porque no se debe olvidar que la identidad se construye en buena medida con el material de la memoria”.

Nada distante de estas posiciones se encontraba, y suponemos que se encuentra, el antropólogo Francisco Ferrándiz Martín, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Autor de obras como Espiritismo y sociedad en Venezuela, Fontanosas 1941-2006: Memoria en carne y hueso, Fosas comunes, paisajes de terror, De las fosas comunes a los derechos humanos. El descubrimiento de las desapariciones forzosas en la España contemporánea. Ferrándiz Martín ha participado activamente en multitud de exhumaciones de las fosas comunes de los combatientes republicanos. Y, como Carmen Molinero, se declara partidario de políticas de la memoria “sin medias tintas”. En concreto, el Valle de los Caídos es considerado por este autor como “la última frontera en el desaprendizaje del franquismo y de su topografía de la memoria”.

Por su parte, Alicia Alted Vigil es profesora de Historia Contemporánea en la UNED; en un principio, ha dedicado sus estudios a la política cultural del franquismo durante la guerra civil, en especial a la etapa de Pedro Sainz Rodríguez al frente del Ministerio de Educación Nacional; luego se ha centrado en la República española en el exilio. Destaca su admiración hacia la figura de Manuel Azaña. Su tendencia izquierdista y antifranquista es nítida.

De clara filiación socialista era –y es- la filósofa Amelia Varcárcel y Bernaldo de Quirós, actualmente catedrática de Filosofía Moral en la UNED. Entre 1993 y 1995, fue consejera de Educación, Cultura, Deportes y Juventud del Principado de Asturias, bajo la égida del PSOE. Su trayectoria académica ha tenido dos vertientes, filosofía y feminismo. Entre sus obras, destacan Sexo y filosofía, Del miedo a la igualdad, La política de las mujeres, Feminismo en un mundo global, etc. En su último libro, La memoria y el perdón, abunda, aunque tangencialmente, en el tema de la “memoria histórica”: “En España este tema de la memoria está abierto. Palpita. Y por eso es difícil abordarlo desapasionadamente. Sin embargo, hay que hacerlo (…) La memoria del mal realizado produce todavía miedo y resentimiento. No se ha elevado a discurso conceptual. Y vendría bien hacerlo. Tomar la frialdad del análisis es casi obligado”. Pero, en esta obra, no lo hace.

Más comprometido y militante con el tema de la “memoria histórica”, Ricard Vinyes, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Barcelona, es autor de libros como La formación de las Juventudes Socialistas Unificadas, El soldat de Pandora, Irredentas, El daño y la memoria, etc. En 2004 recibió el Premio Nacional de Patrimonio por el comisariado de la exposición Las cárceles de Franco. Su perspectiva ideológica es la de un nacionalista catalán de izquierdas, que no duda en hacer suya la ecuación “Holocausto= Fachas= UCD= AP” Se muestra partidario de la independencia de Cataluña. Identifica al PP catalán con la CEDA y a Ciudadanos con Falange, por su “perpetuo hostigamiento a la cultura democrática de este país” y por su “matonismo verbal”. En la introducción al libro colectivo El Estado y la memoria, Vinyes se muestra partidario de lo que denomina “memoria de Estado”, una “política pública de memoria”, identificada con las experiencias vitales de las izquierdas antifranquistas. De acuerdo con este planteamiento totalitario, Vinyes se muestra partidario, entre otras cosas, de “volar el Valle de los Caídos”, ya que lo considera “un parque temático de la victoria del crimen político”.

Manuel-Reyes Mate Rupérez es Profesor de Investigación en el CSIC y puede ser conceptualizado como un teólogo-político de izquierdas. Muy ligado al PSOE, fue Director del Gabinete Técnico del Ministerio de Educación y Ciencia entre 1982 y 1986. Desde esa plataforma, inspiró e impulsó la creación del Instituto de Filosofía del CSIC, de cuyo Patronato fue Presidente desde 1987 hasta 1990, fecha en la que fue nombrado Director del Instituto hasta 1998. En plena era Zapatero, se le concedió el Premio Nacional de Literatura-Ensayo por su obra La herencia del olvido. Seguidor de Walter Benjamín, Manuel Reyes Mate es un autor monotemático. En realidad, siempre ha escrito el mismo libro, cuyo argumento ha reiterado hasta la saciedad: la razón de los vencidos. Como en el caso de Benjamín, este autor juzga necesario defender la idea de que cada presente se abre a una multiplicidad de futuros posibles. En cada coyuntura histórica existían alternativas, que no estaban a priori condenadas al fracaso. Esta apertura del pasado significa también que los llamados “juicios de la historia” no son en absoluto definitivos e inmutables. El porvenir puede reabrir expedientes históricos cerrados; rehabilitar a víctimas calumniadas; reactualizar esperanzas y aspiraciones vencidas; redescubrir combates olvidados o juzgados utópicos o anacrónicos. En este caso, la apertura del pasado y la apertura del futuro se encuentran íntimamente ligadas. Para Manuel Reyes Mates existe un deber de memoria, porque ésta es un dique para la barbarie representada por Auswichtz. En ese sentido, el teólogo-político nada tiene que decir de otros genocidios, matanzas o barbaries, como el exterminio de los indios de las praderas en Norteamérica, el de los armenios, el Gulag, Dresde/Hamburgo/Hiroshima/Nagasaki, Paracuellos del Jarama, Katyn, la persecución religiosa durante la guerra civil española, etc, etc. Sin embargo, está muy claro que la perspectiva de este autor resulta deliberadamente selectiva y niega en todo momento la posibilidad de dicha equiparación. Por ello, resulta, al menos en nuestra opinión, absolutamente escandalosas sus opiniones sobre la guerra civil y el régimen de Franco, al que relaciona directamente con el Mal Absoluto: “La Iglesia católica, obsesionada con el comunismo, colaboró con el fascismo callando, bendiciendo sus cañones o declarándose parte beligerante junto al fascismo contra la legalidad republicana, como ocurrió en España (…) Pero quizá a ninguna Iglesia como a la española afecte el deber de la memoria ya que ninguna como ella se echó en manos del fascismo. No sólo bautizó una guerra fratricida de Cruzada, sino que intervino con todas sus fuerzas, materiales y espirituales, en el triunfo de la misma ideología que levantó las cámaras de gas y los hornos crematorios. Creo que los católicos españoles no hemos tomado aún conciencia de lo que eso supuso: una Iglesia hermanada con los actores del mayor crimen contra la humanidad conociendo y sirviendo de cobertura espiritual a la masacre española”. Ni una palabra sobre las quemas de conventos durante la II República y mucho menos sobre las matanzas de sacerdotes a lo largo de la guerra civil. Claro que, según estas teorías, todas las “víctimas” no son iguales. Bastaría con leer semejante monstruosidad para llegar a la conclusión de que esa insistencia agónica en la memoria –selectivamente perfilada, además- resulta incapaz de realizar no sólo las necesarias distinciones históricas, sino de garantizar la solución a los distintos conflictos provocados por la barbarie. En realidad, lo que esta ridícula teología política provoca es la perpetuación de la guerra y de las injusticias. Pero hay algo más; contribuye a banalizar la barbarie. Desde su perspectiva, todo se vuelve genocidio; todo el mundo que no nos gusta se convierte en nazi. En fin; hemos dedicado demasiado tiempo y demasiado espacio al señor Manuel Reyes Mate; y creo que no lo merece.

Nacionalismo catalán radical, progresismo católico y antifranquismo se unen en la persona y en la obra de Hilari Raguer i Suñer, historiador y sacerdote. Autor de obras tales como La pólvora y el incienso, las biografías de nacionalistas catalanes católicos como Carrasco y Formiguera o del general Domingo Batet Mestres, Raguer i Suñer ha sido y es un crítico radical de la Iglesia española, a la que acusa de “franquista”; y ha negado el carácter de mártires a los sacerdotes asesinados en la zona republicana a lo largo de la guerra civil. Igualmente identifica la “memoria histórica” con los opositores al franquismo.

Por último, hay que señalar la trayectoria del secretario de la Comisión, Carlos García Andoain, un hombre del PSOE encargado de “tender puentes” con el mundo católico. Ha sido concejal en el ayuntamiento de Sestao, Coordinador Federal de Cristianos Socialistas, director de formación de laicos en la diócesis de Bilbao. Aboga por “un laicismo incluyente y constitucional”. Es autor de una tesis doctoral, aún no publicada que yo sepa, sobre el pensamiento religioso de Fernando de los Ríos Urruti. Gran teólogo, sin duda. Y es que los socialistas españoles tan sólo pueden rendir culto a intelectuales mediocres.

Esta era la imparcialidad y pluralidad que nos prometía Ramón Jáuregui. Puro cinismo.

Dada la preponderancia izquierdista, las conclusiones eran inequívocas: construcción de un “memorial”, construcción de un centro de interpretación; y, por supuesto, la exhumación de los restos de Francisco Franco, que era lo que se perseguía. Lo demás, como hubiera dicho Pío Baroja, era cacharrería.

Por su parte, la minoría conservadora de la Comisión, representada por Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Pedro González Trevijano y Feliciano Barrios Pintado, suscribieron un voto particular, en el que manifestaban su desacuerdo con la propuesta de traslado de los restos de Francisco Franco, que, a su juicio, “resultaría hoy impropia en nuestro contexto europeo y occidental, donde no se ha dado nada semejante”. Además, era incoherente con la decisión de no intervenir en la Basílica. Y concluían, a mi juicio con acierto: “Una parte no pequeña de los españoles considerarían que la exhumación supone una descalificación de un largo período de la historia de España y a otra parte resultaría muy ingrato el traslado de los restos del general Franco con la dignidad que corresponde a un Jefe del Estado. Y todo ello en una circunstancia en que la opinión está y estará más dividida y radicalizada por las graves circunstancias económicas, sociales y políticas presentes”.

Y es que esa Comisión carecía de legitimidad desde el principio dado la forma en que se reclutó. Me consta que prestigiosos historiadores de izquierda se negaron a participar en la pantomima. De otros, por desgracia, no podemos decir lo mismo. Allá cada cual con su conciencia.

Pedro C. González Cuevas

Historiador y Profesor Titular de la UNED.

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