Por supuesto utilizo la expresión “fascismo progre” en similar sentido al que lo hiciera un importante analista político norteamericano (Jonah Goldberg , Liberal Fascism, New York, 2007), y siguiéndole yo mismo (Manuel Pastor, “El fascismo progresista”, La Ilustración Liberal, Madrid, Verano 2010). Publico este ensayo, como el lector comprobará por ciertas referencias políticas a años pasados, con algunas modificaciones del originalmente aparecido bajo pseudónimo en la revista digital Kosmos-Polis (2014).
Gatsby como metáfora y tentación.
Hacia 1922-23, aproximadamente cuando el Fascismo italiano llegaba al poder, F. Scott Fitzgerald comenzaba a escribir su famosísima novela The Great Gatsby. Scott Fitzgerald y Sinclair Lewis son los dos grandes novelistas de Minnesota en el siglo XX. Lewis abordó el tema del fascismo americano explícitamente en su novela-distopía It Can’t Happen Here (1935), aunque ya lo había insinuado sutilmente en otras anteriores como Babbitt (1922) y Elmer Gantry (1927) (véase especialmente James Lundquist, Sinclair Lewis, F. Ungar, New York, 1973, pp. 43, 50-53, 110-113). En el caso de Fitzgerald, de una manera no explícita, metafórica y subsconscientemente sugerida, aparece en The Great Gatsby (1925), describiendo un tipo de atmósfera o sociedad que lo propicia, como percibirá el gran crítico Mencken: “We are in an atmosphere grown increasingly levantine. The Paris of the Second Empire pales to a sort of snobbish chauatuaqua…To find a parallel for the grossness and debauchery that now reign in New York one must go back to the Constantinople of Basil I.” (H. L. Mencken, “The Great Gatsby”, Baltimore Evening Sun, May 1925). Bertold Brecht utilizará más tarde la metáfora dura y satírica de los gánsteres/nazis en su drama La resistible ascensión de Artur Ui (1941), pero Gatsby es un gánster suave, amable, incluso con cierto glamour hollywoodiense que se compadece mejor con la imagen más moderada y atractiva que el fascismo italiano (con Rodolfo Valentino como su embajador) tenía en Estados Unidos durante los felices años veinte.
Gatsby es el pavernu, el nuevo rico, joven ambicioso e inteligente, narcisista, arribista y por supuesto guapo, cuyo precedente literario quizás sea el bonapartista Julien Sorel en la novela Le Rouge et le Noir (1830) de Stendhal (véase la introducción de Clifton Fadiman a la edición en inglés, The Red and the Black, Bantam Books, New York, 1959, p. 10). Como Sorel, Gatsby procede de las provincias, en este caso del Medio Oeste (Minnesota o North Dakota), con un pasado humilde y oscuro que quiere borrar para poder relacionarse en la alta sociedad, a la que ha llegado por medios no muy lícitos. Es el estigma de Mussolini y de Hitler, y ciertamente de muchos líderes revolucionarios, pero en el caso del fascismo con un uso más abultado de las apariencias y de la impostura.
Es característico de los grandes creadores artísticos su capacidad de compartimentalizar su mente, y Fitzgerald es un buen ejemplo. Cuando comienza a describirnos con brillante técnica autobiográfica a Nick Carraway, narrador de la historia y el único de los personajes centrales poco sospechoso de simpatías fascistas, con cierto sentido de la ironía, crítica y a veces trágica, paradójicamente sabemos que el pensamiento político del autor está más próximo al de los fascistoides Jay Gatsby con sus siniestros amigos gánsteres, la Legión Americana, y Tom Buchanan con su deco y pasiva esposa Daisy (“I’m p-paralyzed with happiness”). La novela puede que sea, como la define Malcolm Cowley, “the romance of money”, pero todos sus personajes son anticapitalistas y antiliberales o carecen de la ética que Max Weber atribuye al capitalismo, o de la eticidad que suponemos en una conciencia auténticamente liberal. Para Gatsby y los Buchanan –y sospecho que también para Fitzgerald- lo que importa es el dinero y el poder, el fascinante medio de obtenerlos y usarlos. Pero recordemos que la novela casi comienza con una referencia a la imagen inquietante de una especie de Gran Hermano vigilante que son los ojos gigantes, inquisidores, del Doctor T. J. Eckleburg, y casi al final aparece el vocablo maldito “holocausto” para describir un poco melodramática y exageradamente la muerte de Gatsby, junto a la de la amante de Tom Buchanan y el suicidio de su marido, tras asesinar éste al protagonista de la historia. El fin trágico de Gatsby inevitablemente se nos antoja como una alegoría de los sucesivos magnicidios y atentados de una historia nacional violenta (en gran medida exaltada por Hollywood) en la que el potencial fascismo queda suavizado o reprimido por un fuerte sistema democrático. Tras los precedentes de los asesinatos de los presidentes Lincoln, Garfield, y McKinley (y el atentado contra Teddy Roosevelt), vendría la serie interminable de asesinatos de diversos líderes políticos y sociales: Anton Cermak, Huey Long, Medgar Evers, John F. Kennedy, Robert F. Kennedy, Martin Luther King, Malcolm X, George Lincoln Rockwell, Fred Hampton, George Jackson, Harvey Milk, George Moscone… (sin olvidar los atentados fallidos contra Franklin D. Roosevelt, Gerald Ford y Ronald Reagan). En una entrevista con Charles C. Baldwin en 1924, en la que Scott Fitzgerald anuncia que su novela ya está terminada, aprovecha la ocasión para definirse a sí mismo: “I am a pessimist, a communist (with Nietzschean overtones)…” Aparte de la obvia incoherencia conceptual, lo interesante es que prácticamente coincide con la definición que Ernst Nolte ofrece de la génesis ideológica del fascismo en el joven Mussolini, percepción también compartida por el propio Lenin en el periodo 1911-1914. Malcolm Cowley menciona unas notas en las que Fitzgerald afirmaba “I am essentially Marxian” y añadía el comentario: “He was never Marxian in any sense of the word that Marxians of whatever school would be willing to accept. It is true that he finally read Das Kapital and was impressed by ‘the terrible chapter’, as he called it, on ‘The Working Day’; it left in him not so much as a trace of Marx’s belief in the mission of the proletariat.” Pero hay que tener en cuenta que una lectura superficial de Marx, y ciertas fórmulas revisionistas u oportunistas del socialismo, son características muy frecuentes en las diversas expresiones del fascismo (Mussolini, Doriot, Laval, Mosley, Michels, Montero Díaz…). Como confesará en otra entrevista a Muriel Babcock en 1927 (publicada en Los Angeles Times), en esos años, además de Marx, leyó a escritores socialistas como Theodore Dreiser y H. G. Wells (que postulará en esa época la fórmula Liberal Fascism), y otros más en una línea genérica presuntamente proto-fascista como Nietzsche, Spengler y Ludendorff. Comenta la autora: “He really can’t help being cheerful and pleasant , it seems, despite the fact he has finished reading The Decline of the West, and the further fact that he named a book by Nietzsche (The Genealogy of Morals) among the books that had influenced him most.” Algún día, espero, alguien debe estudiar el recurrente fenómeno de las indigestas lecturas políticas de Nietzsche por las sucesivas generaciones de jóvenes intelectuales en el siglo XX.
Scott Fitzgerald debería haber asimilado mejor las ideas del gran filósofo alemán si hubiese comprendido y asimilado los estudios de su admirado, ‘the incomparable Mencken”, probablemente el más importante conocedor de Nietzsche en América (Fitzgeral escribió un insulso artículo, “The Baltimore Anti-Christ”, sobre H. L. Mencken en 1921), pero si al gran crítico el pensamiento individualista de Nietzsche le había reafirmado en sus convicciones anti-colectivistas y anti-estatistas (tanto anticomunistas como antifascistas), es algo que no supieron inferir la mayoría de los jovenes lectores progresistas, con la notable excepción de Sinclair Lewis, al que, méritos literarios aparte, Mencken siempre consideró el más inteligente de los escritores americanos y sin duda el más coherente anti-totalitario (véanse Manuel Pastor: “Sinclair Lewis, un gentil neocon”, Semanario Atlántico, Enero 2010, “Vidas paralelas: H. L. Mencken y Ortega”, Semanario Atlántico, Abril 2010, y “La extraña pareja: Sinclair Lewis y Dorothy Thompson”, Libertad Digital, Septiembre 2010). En otra entrevista del mismo año 1927 (publicada en New York World), Harry Salpeter comienza describiendo al autor “F. Scott Fitzgerald is a Nietzschean, F. Scott Fitzgerald is a Spenglerian, F. Scott Fitzgerald is in an state of cosmic despair…”, para recoger a continuación sus opiniones: “Today, Oswald Spengler’s Decline of the West is my bed-book. What have Nietzsche and Spengler in common? Spengler stands on the shoulders of Nietzsche and Nietzsche on those of Goethe… Spenglerism signals the death of this civilization…Mussolini, the last slap in the face of liberalism, is an omen for America. America is ready for an Alexander, a Trajan or a Constantine…” Y concluye el entrevistador: “Fitzgerald is distrait. He can’t call himself a liberal. Finding liberalism mushy and ineffectual, he is compelled to turn to the Mussolini-Ludendorff idea”, citando las palabras del novelista: “If you’re for Mussolini, you’re for Caesarism”. En esta misma época Charles C. Shaw definió políticamenbte al novelista “an autocrat en theory but a socialist in practice”, definición que capta lo esencial del fascismo (veánse las referencias de las entrevistas mencionadas en M. J. Bruccoli and J. R. Bryer, Ed., F. Scott Fitzgerald in His Own Time, Popular Library, New York, 1971, pp. 119, 267-270, 271-273, 274-2767, 284, 348-351).
Gatsby es una metáfora y una tentación de un fascismo generado en la sociedad civil, en el ámbito privado de un capitalismo degenerado y gansteril, a diferencia de los fascismos europeos que son un producto de la esfera pública. Conviene advertir que cuando hablamos de fascismo progre en Estados Unidos nos referimos a una tipología nueva, distinta a la europea clásica. Ya el Fascismo italiano presentaba marcadas diferencias con el Nazismo alemán, como historiadores y politólogos han destacado en la literatura más sofisticada sobre la materia, desde la obra clásica de Hannah Arendt (The Origins of Totalitarianism, New York, 1951) hasta la obra estándar de obligada consulta de Stanley G. Payne (A History of Fascism, 1914-1945, London/Barcelona, 1995). Goldberg, tomando la expresión de H. G. Wells y George Bernard Shaw, llama Liberal Fascism a esa forma nueva que eventualmente puede aparecer en el seno de la democracia, cuando ésta pierde su substancia liberal y se corrompe con tendencias autocráticas y estatistas del poder ejecutivo (Jonah Golberg, Liberal Fascism. The Secret History of the American Left. From Mussolini to the Politics of Change, New York, 2007/2009). Aunque todo fascismo es progresista (es inimaginable un fascismo conservador), incluso podríamos calificarlo de una forma alternativa de socialismo o socialdemocracia no marxista, por supuesto no todo progresismo y socialismo adquiere el estilo fascista, si mantiene un respeto mínimo a las normas constitucionales de la democracia liberal. Entre el comunismo y el capitalismo genuinos, realmente muy raros en la práctica histórica, donde se sustentan y alimentan respectivamente los sistemas políticos totalitario y democrático, existe un amplio espectro de sistemas intermedios, mixtos, generalmente estatistas y autocráticos, con formas variadas de dictaduras autoritarias y regímenes oligárquicos o partitocráticos, que constituyen el suelo nutricio de las distintas formas de fascismo. Las partitocracias europeas y norteamericana son los últimos ejemplos de esta deriva anti-democrática en el ámbito de la democracia occidental. Quizás solo es un síntoma o síndrome de una deriva o degeneración, pero su crítica y denuncia es la mejor manera de conjurar el peligro de una evolución irreversible hacia formas de un fascismo más duro y menos progre.
La corrupción partitocrática que anega los sistemas europeos tiene causas históricas remotas y complejas, aunque el pasado fascista y de las culturas autoritarias continentales es muy reciente. En el caso americano, el fascismo tiene una base intelectual democrático-plebiscitaria y progresista (como percibió muy bien Ezra Pound en su obra apologética Jefferson and/or Mussolini, London & New York, 1935), pero la inflexión se produce con la adopción de un ejecutivo excesivo, estatista y quebrantador del equilibrio de poderes, basado en la cuestionable legitimidad de un liderazgo “carismático” alentado y apoyado en un movimiento de masas –incluso con legitimidad electoral democrática (como intuirían Ortega y Hannah Arendt)- y corrientes federal-sindicalistas preñadas de prácticas mafiosas en sentido estricto o en configuraciones tácticas de “organizaciones comunitarias”. Fue el riesgo que corrió la presidencia, por cierto de un linaje gansteril y muy “gatsbiana” (véanse las opiniones recogidas por Thurston Clarke, The JFK’s Last Hundred Days, Penguin, New York, 2013, pp. x-xiii) y con glamour hollywoodiense “potencialmente totalitario” (como pronto detectó Norman Mailer) de John F. Kennedy, y que se repite en la de Barack H. Obama. ¿Es una casualidad que ambas presidencias se fraguaran en la ciénaga corrupta de Chicago, gracias a la maquinaria Daley y sus “amigos” en el Estado de Illinois? ¿Y que el principal aval para Obama en las elecciones primarias proviniera precisamente del clan Kennedy y sus corifeos? (véanse los ensayos de Manuel Pastor: “El fascismo progresista”, La Ilustración Liberal, Verano 2010, y “El pensamiento político de Barack Hussein Obama”, Cuadernos de Pensamiento Político, Primavera 2009).
Gran Hermano Obama
Como Gatsby, Obama es un joven ambicioso, arrogante, “un afroamericano educado, limpio y articulado” (Biden dixit), también procede de provincias lejanas (presuntamente Hawaii), y tiene un pasado oscuro que quiere borrar. La fortuna o ciertas fuerzas oscuras le han favorecido y con una meteórica carrera política, sin experiencia y con graves carencias, llegó muy pronto a la presidencia de la nación. Como Gatsby (y como Kennedy, a quien su cínico padre le había advertido: “No importa lo que eres, sino lo que la gente cree que eres”) su éxito se ha basado en las apariencias, en cierto grado de impostura, y en una retórica sin substancia. El poder le ha transformado y hasta cierto punto trastornado. ¿Es pertinente, como muchos críticos han hecho, emplear en el caso de Obama la metáfora del Gran Hermano? Un Gran Hermano distinto, ciertamente progre y de apariencia amable, frecuentemente visto en bermudas y jugando al golf.
Aunque en mi juventud fuí un gran admirador de Orwell, con los años tal admiración se ha atemperado o matizado y su autobiografía epistolar recientemente editada (Peter Davison, Ed., George Orwell: A Life in Letters, Liveright, New York, 2013) me lo confirma. No obstante, pese a su persistente adhesión al socialismo, su obsesivo anti-catolicismo y –menos conocido- su apoyo a la política de apaciguamiento respecto a Hitler (no mencionaré ciertas conductas personales bastante feas), queda su genio literario y sus acertadas percepciones, metáforas (“Big Brother”) y críticas políticas al estalinismo y al totalitarismo. Pero, aunque viera similitudes entre el comunismo y el fascismo, optó por aliarse al primero “for various reasons” que suponemos, pero que nunca llegó a concretar.
La portada de National Review del pasado Julio era una caricatura sherlockholmiana del presidente Obama con una gran lupa y el título “The Inspector”, y en el interior un artículo de James Lileks llevaba el de “Big Brother’s Big Brother”. Hay una tradición ideológica de intelectuales, políticos y medios populistas/progresistas americanos –generalmente en el partido demócrata- que simpatizaron abiertamente con Mussolini (Ida Tarbell, Charles Beard, Isaac Marcosson, Huey Long, Charles E. Coughlin, Scott Fitzgerald, Ezra Pound, Lawrence Dennis, Lyndon LaRouche,…The New York Times, The New Republic…) mayormente antes de que el fascismo se pervirtiera por influencia nazi a partir de la Guerra Civil española. Fue precisamente la dimensión totalitaria (mas allá de las efusiones retóricas), que también pervirtió a las izquierdas progresistas, segun George Orwell detectó desde Homenaje a Cataluña (1937) hasta 1984 (1948). Desde entonces, la tentación totalitaria del progresismo ha sido un riesgo permanente, del que no se han librado a veces los partidos demócratas en Occidente (sociales, liberales o cristianos… los “socialistas” de todos los partidos, según la famosa dedicatoria de F. Hayek en su libro The Road To Serfdom). La vocación orwelliana de Gran Hermano ha contagiado incluso a la democracia norteamericana, la más consolidada del mundo, que a partir del linaje pre-fascista del progresismo en el establishment que se inicia en 1912 con la presidencia de W. Wilson (la fase progresista de Teddy Roosevelt, el New Nationalism, fue muy breve, ya fuera del poder, entre 1910-1914), llegando a su punto culminante en el régimen Obama con el federal-sindicalismo, ACORN, SEIU, y el New Party/Shadow Party de consejeros y zares en la Casa Blanca.
El Gran Hermano Obama y su “newspeak” o discurso de lo políticamente correcto (la nueva Inquisición ideológica de las izquierdas y del multiculturalismo), cristalizan en ese peculiar fenómeno que Jonah Goldberg llama Liberal Fascism, y que hemos traducido como fascismo progresista. Este mismo autor ha titulado un ensayo reciente “Welcome to the New World Order” (7 Junio), a propósito de los escándalos de espionaje a periodistas y de acoso fiscal al Tea Party, en que nos remite a otro brillante y sarcástico de Hebe Nigatu, “Orwell Or Obama?” (6 Junio), en que la autora –por cierto una joven y bella afroamericana, para que no nos acusen de racistas por criticar al “limpio y articulado” presidente mulato- interpreta con fina ironía la actualización obamita de los conceptos orwellianos “Newspeak”, “Teledep”, “Doublethink”, “Pornosec”, “Upsub”, etc. La base estructural e ideológica de esta nueva autocracia que llamamos fascismo progre (de acuerdo: sin exageraciones, solo es una peligrosa tendencia o deriva, lo que Daniel Henninger califica “Obama’s Creeping Authoritarianism”, The Wall Street Journal, August 1, 2013) es precisamente un excesivo estatismo basado en la quiebra del equilibrio de poderes en favor del ejecutivo, la sustitución de la democracia por la partitocracia y el dominio de la casta, oligarquía o establishment políticos. Mi admirado neocon Thomas Sowell, probablemente el más importante filósofo político contemporáneo (para los que no lo sepan: un intelectual negro, que a diferencia de los que él mismo llama irónicamente “amigos de los negros”, no es izquierdista), aparte de su sabiduría económica y defensa del capitalismo frente al estatismo socialista o keynesiano, ha aportado argumentos claros y contundentes contra el multiculturalismo que trata de minar los fundamentos constitucionales de la democracia americana.
Sin referirnos a las caóticas y costosas políticas presupuestarias, sanitarias, inmigratorias , energéticas y medioambientales, destaquemos ahora el desastroso ABC de la administración Obama, donde la incompetencia y arrogancia del poder han conducido a varias situaciones susceptibles de impeachment en sucesión concatenada: A por Arab Spring, B por Benghazi, y C por Cover-up de la prevaricación y la corrupción en múltiples casos y agencias gubernamentales (Departamentos de Justicia, Estado y Defensa, CIA, NSA, IRS, etc.). Si Benghazi (Septiembre, 2011) fue el colofón de una Primavera Árabe degenerada en invierno islamista (que continua hoy virulentamente en Siria, Egipto y Turquía), con el precio sangriento de cuatro vidas (embajador Christopher Stevens y sus escoltas Tyrone Woods, Glenn Doharty y Sean Smith), conviene no olvidar el anterior caso Fast and Furious (Septiembre, 2009- Febrero, 2011) que, asimismo, costó la vida a los agentes fronterizos estadounidenses Brian Terry y Jaime Zapata, aparte de centenares de mejicanos, como ha documentado la periodista Katie Pavlich (Fast and Furious. Barack Obama’s Bloodiest Scandal and its shameless Cover-up, WDC, 2012). El caso Bengasi, aunque ya cuenta con una sólida investigación independiente de Jack Murphy y Brandon Webb (Benghazi: The Definitive Report, New York, 2013), sigue siendo objeto de investigación oficial por los comités del Congreso, en especial el de Supervisión que preside el representante Darrell Issa (R-California). Parece claro que todos los hilos del encubrimiento en ambos casos conducen a la Casa Blanca y al entorno directo del presidente. En particular, el grupo de consejeros y asesores de la Seguridad Nacional y la lucha anti-terrorista (Donilon, Brennan, McDonough…). El último es un personajillo incompetente que juega a ser el duro, gozando de la confianza del Gran Hermano (el anterior Jefe de Gabinete Bill Daley ha descrito la relación entre ambos como de “hermano mayor-hermano menor”). En su momento McDonough presumió ante la prensa (The Star-Tribune de Minnesota, de donde es nativo) de ser el autor del discurso de El Cairo (Junio de 2009) desencadenante de la desastrosa Primavera Arabe, asi como de gestionar las crisis no menos desastrosas de Fast and Furious y Bengasi. No obstante Obama ha premiado su trabajo nombrandole, tras la reelección, Jefe de Gabinete de la Casa Blanca, una especie de primer ministro ejecutivo.
La mayor parte de las políticas de Obama llevan la marca de la incompetencia, la negligencia, o el sesgo ideológico radical, pero no son en sí objeto de impeachment. Excepto el caso Bengasi. Toda la información que ha aflorado indica mala fe, prevaricación, encubrimiento y manipulación de las agencias federales y la opinión pública. National Review dedicaba el 3 de Junio una portada “As Benghazi Burned” con la caricatura de Hillary Clinton tocando el violin. En su interior, los demoledores análisis de Andrew McCarthy y John Bolton. El fin de semana 28-30 de Junio, la cadena Fox emitía un reportaje especial inapelable de Bret Baier, “Benghazi: The Truth Behind the Smokescreen”. No obstante -piensan los obamitas- el Gran Hermano siempre es cool y está de tu lado. Como dice James Lileks, “Tú le crees porque es Tu Gran Hermano. Y le amas.” Sin embargo, las últimas revelaciones sobre el escándalo del espionaje a la ciudadanía estadounidense (y a países aliados como Alemania, Brasil o España) a través de la NSA tiene un aspecto monstruoso, inquietante y posiblemente ilegal, si no anti-constitucional. ¿ Y hay algo más característico de un Gran Hermano -particularmente en el seno de la cultura política norteamericana- que la voluntad de control social y político (desde el nasciturus hasta el morituri, con sus paneles del aborto y de la muerte) que se esconde tras ese gigantesco y delirante proyecto, perfecta exhibición de arrogancia burocrática, el ObamaCare? La propaganda totalitaria y falaz contra sus oponentes, del partido republicano y especialmente la corriente del Tea Party (descalificados como “anarquistas”, según el líder demócrata en el Senado Harry Reid, y “racistas”, según la analista política de ABC News y National Public Radio, Mary Martha Corinne Morrison Claiborne Boggs - Cokie Roberts-, esa flor sureña de una conocida plantación demócrata) ha culminado en el pulso de la Cámara de Representantes con Obama y su ObamaCare, ejerciendo el constitucional principio de “checks and balances” que ha originado finalmente la clausura parcial y teatral del gobierno el primero de Octubre de 2013. El propio presidente se ha lucido con el más indigno y desproporcionado insulto a los representantes del Tea Party, insinuando que se comportan como los terroristas.
Aunque Obama viene tratando de infravalorar y descalificar a sus críticos refiriéndose a los “phony scandals”, aparte de la gravedad de los casos de la NSA y del IRS, la trágica desestabilización política y el torrente sangriento que anegan al mundo árabe –con BengazhiGate como punto de inflexión por sus ramificaciones anticonstitucionales- son el resultado de su incompetencia como líder nacional e internacional, y asimismo (Madame Clinton incluida) consecuencia de una errática y fracasada política exterior.
Y a propósito de “phony scandals”, Thomas Sowell ha descrito muy agudamente al que pasará a la historia como el mayor “Phony President”: “Like other truly talented phonies, Barack Obama concentrate his skills on the effect of his words on other people -most of whom do not have time to become knowledgeable about the things he is talking about (…) One wonders how he will laugh when all his golden promises about Obamacare turn out to be false and a medical disaster. Or when his foreign-policy fiasco in Middle East are climaxed by a nuclear Iran” (“Obama and the Art of Phoniness”,
National Review Online, August 28, 2013). A la gran impostura del primer presidente socialista de la historia americana (socialista facha-progre de la escuela Alinsky-Ayers, y antisionista del linaje Farrakham-Jackson-Wright-Said), probablemente también haya que añadir, como apuntaba recientemente el historiador y analista político Florentino Portero, la deslealtad hacia sus aliados y una dosis considerable de cobardía (“Obama, tal cual”,
Libertad Digital, 29 de Septiembre de 2013). Cuando la nación y el mundo libre requieren liderazgo presidencial, Obama siempre se escaquea, aunque no pierde la oportunidad de atacar a sus oponentes en la política nacional. En los próximos meses vamos a escuchar un mantra que en cualquier caso es objetivamente cierto: Obama está dispuesto a negociar con los dictadores de Rusia y de Irán, pero se niega a hacerlo con el partido republicano. O solo lo hará con los RINO (
Republicans In Name Only), para dividir a los republicanos, marginando a los liberal-conservadores del
Tea Party. Esta es la verdadera razón de su intransigencia en la pantomima del “cierre del gobierno” y la tregua en el pulso fiscal. Asimismo es su única preocupación cara a las elecciones legislativas intermedias de 2014, porque si se repite el vuelco de 2010 la agenda y el legado de Obama pueden considerarse definitivamente derrumbados.