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Paradigmas populistas: del peronismo al trumpismo

Dick Durbin, senador demócrata norteamericano que divulgó el 'fake new' referente a los “agujeros de mierda'. Foto: http://www.washingtonexaminer.com/
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Dick Durbin, senador demócrata norteamericano que divulgó el "fake new" referente a los “agujeros de mierda". Foto: http://www.washingtonexaminer.com/

20 ENERO 2018

Por Manuel Pastor Martínez
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El peronismo nos puede ser útil como paradigma, referente comparativo, en los debates actuales sobre los populismos clásicos y modernos en Europa y América. ¿Realmente qué fue el peronismo: populismo o fascismo? Perón, fundador del movimiento político que creó en Argentina a mediados de los años 1940s, conoció personalmente durante su vida política ambos fenómenos. El populismo lo sintió muy cercano, envolvente, en diversas manifestaciones de la propia cultura política argentina, con el precedente del rosismo (por Juan Manuel de Rosas) durante treinta años en el siglo XIX, y de la cultura política hispanoamericana en el siglo XX, a partir de la Revolución mejicana que derrocó al porfiriato (prolongado régimen de Porfirio Díaz) y que influiría en el aprismo (por APRA, Alianza Popular Revolucionaria Americana) movimiento populista liderado por el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre a partir de los años 1920s, y en el régimen del brasileño Getúlio Vargas, el varguismo, a partir de los años 1930s.

Al fascismo tuvo la oportunidad de observarlo en estado puro durante su estancia de dos años a principios de los años 1940s en Italia, con visitas a Alemania, y como ingrediente menos puro durante su viaje y breve estancia en España, tras la Guerra Civil, en el régimen franquista (posteriormente viviría un largo exilio en Madrid). Curiosamente el sistema autoritario, no totalitario, “nacional-sindicalista” y “nacional-católico” del general Franco, sin llegar a ser una copia (y desde luego con grandes diferencias -aunque ambos eran militares- en los perfiles personales y actitudes de sendos líderes respecto al catolicismo), influirá de manera significativa en el peronismo.

La composición étnico-cultural del argentino medio, española e italiana, ilustra muy bien en Juan Domingo Perón su peculiar combinación de franquismo y fascismo. Pero el resultado histórico va a ser un fenómeno populista argentino original y duradero.

William F. Buckley Jr. perspicazmente vio en el peronismo el modelo de lo que denominó “Welfare populism” que, aparte de los múltiples casos hispanoamericanos que llegan hasta nuestros días, y asimismo con manifestaciones del mismo fenómeno en las izquierdas de Europa, según el pensador y escritor conservador norteamericano tuvo también expresiones peculiares en los Estados Unidos, como fueron los casos de los políticos demócratas (curiosamente ubicados en polos opuestos del extremismo ideológico dentro del mismo partido Demócrata): el progresista radical Henry Wallace (en los años 40s) y el reaccionario segregacionista George Wallace (en los 60s y 70s), sin relación familiar entre ellos, como nos ha recordado recientemente un biógrafo de Buckley (Alvin S. Felzenberg, 2017).

Un discípulo del mismo fundador de National Review, el conocido analista político George Will, llegaría a apreciar rasgos peronistas también en el presidente Barack H. Obama. No deja de ser una curiosa coincidencia que éste consideraba que su principal ocupación en Chicago, antes de ser senador estatal en Illinois, era la de “organizador comunitario”, y la obra doctrinal principal de Perón, aunque escrita solo parcialmente por él, se tituló precisamente La comunidad organizada (1949).

Más disparatado me parece comparar el trumpismo con el peronismo, como hizo prematuramente David Luhnow, consultando a algunos politólogos latinoamericanos, en el artículo “Latin America Worries About Trumpismo” (The Wall Street Journal, March 20, 2016).

El peronismo, a diferencia de los modelos de populismos campesinos precedentes en Europa (especialmente el ruso de los narodnikii, y otros similares en el Este y Sur de Europa, incluidos los fascios campesinos en Sicilia) y en América Latina (el zapatismo en Méjico y el aprismo en Perú), fue un modelo nuevo, interclasista y predominantemente urbano. Movimiento de masas, ideológicamente transversal, con un importante componente sindical y rural injertado en los núcleos industriales, los “descamisados” y “cabecitas negras” –como ocurrió con los eseristas o social-revolucionarios en Rusia en vísperas de la Revolución de 1917- es decir, un modelo marcadamente estatista e izquierdista (podríamos decir incluso “socialista” o “socialdemócrata” no marxista) en sus objetivos de crítica del capitalismo y del imperialismo, así como sus aspiraciones a una presunta “justicia social” (“justicialismo” será sinónimo de peronismo).

Entre la voluminosa bibliografía sobre este fenómeno argentino, sugiero como introducción para el lector interesado las obras de Alberto Ciria, Perón y el justicialismo (Siglo XXI, Buenos Aires, 1971), Félix Luna, El peronismo (Todo es Historia, Buenos Aires, 1976), Joseph Page, Perón. A Biography (Random House, New York, 1983), y Nelson Martínez, Juan Domingo Perón (Historia 16/Quorum, Madrid, 1986).

Aunque un sector del peronismo evolucionó bajo el liderazgo del presidente Carlos Menem (1989-1999) hacia una socialdemocracia en sintonía con la Internacional Socialista (donde el Partido Justicialista sería admitido), otros sectores radicales, cuyos precedentes fueron los mitos de Evita y del Ché, y después los montoneros, empujaron al peronismo hacia una entente estratégica con el castrismo, y el resultado han sido los nuevos populismos latinoamericanos con marcada influencia cubana y neomarxista, de la denominada nueva internacional socialista Alianza Bolivariana de América, ALBA, fundada en Caracas en Diciembre de 2004 (Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua, etc., y la posterior incorporación del peronismo de la era Kirchner), siendo el bolivarianismo de Hugo Chávez el nuevo referente de su peculiar agit-prop.

La importancia histórica del paradigma peronista en la política argentina, dando pié a elucubraciones fantasiosas como las del teórico neomarxista argentino Ernesto Laclau (Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo, Siglo XXI, Madrid, 1978) no se ha traducido en resultados impresionantes a medio plazo de los nuevos populismos izquierdistas en Europa, cuyas posibilidades potenciales hemos visto cómo se desinflaban en muy poco tiempo, anegados por la demagogia y la incompetencia: Syriza en Grecia, Podemos en España, incluso el Frente Nacional en Francia, cuyo programa estatista y anti-capitalista lo aproxima claramente a las izquierdas (mi colega, el polémico politólogo veleta Jorge Verstrynge me confesó ya en 2014 que en España apoyaba a Podemos, pero en Francia lo hacía al Frente Nacional).

El paradigma peronista nos permite ver también las diferencias entre el rico abanico de populismos de izquierdas y el reciente fenómeno estadounidense del Tea Party y el trumpismo. Diferencias de lo que subyace en la “Next Revolution” que viene anunciando Steve Hilton en la cadena estadounidense FOX: un populismo positivo (de derechas) frente al populismo negativo (de izquierdas). Donald Trump, populista de derechas, capitalista y liberal, anti-Establishment y anti-corrupción, con precedentes lejanos en el Progressive Party de Teddy Roosevelt, y más próximos en las últimas décadas con fenómenos como las candidaturas presidenciales de Ross Perot y Pat Buchanan, o los programas del Reform Party y del Tea Party, ha sido objeto de delirantes comparaciones con otros populismos (con el peronismo, con el chavismo, con el Frente Nacional francés…). Aunque el esperpento lo han alcanzado algunos senadores norteamericanos como un Demócrata de Illinois, el sinvergüenza Dick Durbin (el mismo que divulgó la mentira referente a los “agujeros de m…”), que ha comparado a Trump con Hitler y a los militares estadounidenses con los nazis, y un Republicano de Arizona, el pseudo-libertario -básicamente un idiota resentido- Jeff Flake, que lo ha comparado con Stalin.

La complejidad del fenómeno Trump, como populismo “positivo” en la caracterización de Steve Hilton, quizás debiéramos compararla con otros casos europeos recientes, sin duda menos estridentes que el americano por el peculiar talante de su líder (pese a todo, incuestionablemente democrático) pero con similitudes en su transversalidad, transcendiendo los bipartidismos clásicos, como Macron (En Marcha) en Francia, o Rivera (Ciudadanos) en España.

Representan estos lo que Alain Minc ha llamado “populismo mainstream”, positivo y razonable, o lo que podríamos caracterizar con un poco de ironía pero sin malicia “trumpismo light”.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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