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San Ramiro de León y doce compañeros mártires

San Ramiro de León y doce compañeros mártires

La Crítica, 9 Marzo 2017

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Vicente de León (muerto en León, el 11 de marzo de 554), abad del monasterio de San Claudio, se opuso a la herejía arriana y fue espantosamente torturado y asesinado por los suevos arrianos a la puerta de su monasterio, para que sirviera de ejemplo a los monjes que no apostataran. En efecto, los monjes huyeron a los montes, excepto el futuro san Ramiro (muerto en León, el 13 de marzo de 554) y otros doce monjes, que fueron descuartizados y sus miembros esparcidos por el campo, pero recogidos por algunos cristianos, con riesgo de sus vidas, los enterraron en el monasterio. Sin embargo, pasado el tiempo, casi todos los cuerpos se perdieron, menos los de san Vicente y san Ramiro (los restos de este último, se conservan en una preciosa arqueta de plata, obra del joyero Fernando de Argüello, en la iglesia de san Marcelo).

Constantino el Grande toleró que en el Imperio Romano existieran los católicos. Más aún, pasado el tiempo ayudó de tal manera a la Iglesia que cabe calificarle como un hombre providencial para la misma. No obstante, deseoso de mantener la paz ente sus súbditos intervino en las discusiones religiosas, apoyando en muchas ocasiones la ortodoxia religiosa y la legítima autoridad del Papa, pero, otras veces, favoreció las herejías y a los herejes, lo que causó a la Iglesia daños incalculables. Éste fue el caso de Arrio y el arrianismo, porque aunque sin su ayuda no se hubiese podido celebrar el Concilio de Nicea, posteriormente se dejó seducir por simpatizantes de esta herejía (entre ellos el historiador Eusebio de Cesarea que, aunque nunca explicitó su arrianismo, siempre defendió con gran habilidad y contundencia a Arrio y su doctrina, cerca del emperador que tanto le apreciaba y valoraba), con lo que contribuyó, de manera muy importante, a la difusión de esta herejía, a que predominara sobre la ortodoxia cristiana y a que los llamados por los romanos “bárbaros”, se convirtieran al arrianismo (P. Bernardino Llorca, S.I., Historia de la Iglesia Católica, Ed. B.A.C., MCML, Tomo l, p. 393).

Arrio, nació en Libia, profesó la herejía meleciana (Melecio, obispo de Licópolis en Egipto, fue depuesto de su cargo por haber sacrificado a los dioses y su doctrina, que llevó a un cisma, condenada en el Primer Concilio de Calcedonia), pero de la que renegó y se ordenó de presbítero. Arrio, que poseía una extraordinaria habilidad dialéctica y contumacia irreductible en sus opiniones, difundió con gran eficacia, tres afirmaciones que constituyen el meollo del arrianismo: el Verbo no es eterno; el Hijo no es consustancial con el Padre; El Hijo no es divino sino pura criatura. Por ello, pienso, que no cabe, como hacen algunos autores, hablar del arrianismo cristiano, ya que negaba la divinidad de Jesucristo y en consecuencia, la Redención.

Como se sabe, fueron los suevos, vándalos y alanos y después los visigodos, los que invadieron nuestra península. Los vándalos en la zona meridional, nunca acabaron de convertirse; no así los alanos en la Lusitania; y los suevos fluctuaron, hasta ser dominados por los visigodos, que igualmente eran arrianos.

Fray Atanasio de Lobera, historiador del siglo XVl, cronista de Felipe ll, es conocido, sobre todo, por su libro, titulado, Historia de las grandezas de la muy antigua y insigne ciudad y Iglesia de León, y cuenta cómo el rey arriano, Riciliano o Reciano, atrajo, con engaño al abad Vicente para acercar posturas entre cristianos y arrianos. No fue así. El rey pretendía la apostasía de Vicente y al negarse Vicente, con argumentos de fe cristianos, exaltó a los presentes arrianos que querían matarlo allí mismo, pero el rey decidió que lo hicieran a la puerta del monasterio. Allí lo llevaron y azotaron de tal manera que los monjes pudieron ver los huesos de la carne arrancada por los latigazos. Como se dice, los monjes huyeron, menos el prior Ramiro y otros doce monjes que murieron acuchillados cantando el credo niceno en el que se reconoce la divinidad de Jesucristo.

Además del recuerdo de la iglesia de san Marcelo, queda en León la Plaza de los Doce Mártires: “¿De dónde proviene el curioso término de «Doce Mártires», asociado desde tiempo inmemorial a este entorno de gran arraigo social en la ciudad? El 30 de octubre del año 303 fueron martirizados los hermanos Claudio, Lupercio y Victorico, los tres hijos del centurión San Marcelo y su esposa Santa Nonia, a las edades de entre dieciséis y veinte años. En su memoria y a las afueras de la ciudad, parientes y fieles les dieron honrosa sepultura en el mismo lugar de su muerte, erigiendo el monasterio de San Claudio para su honra y devoción por parte de los cristianos leoneses. Aquel monumental cenobio era el más antiguo de la provincia, ya que fue construido en el lejano siglo IV. Tan venerables piedras aún habrían de ser mudos testigos de muchos de los avatares vividos por la religión católica en nuestra ciudad. Y así, entre sus sagrados muros, habrían de sufrir martirio el abad San Vicente en el año 554 y más tarde San Ramiro y sus doce compañeros, sometidos en los salvajes tiempos de los suevos a terribles crueldades. Para extremar la barbaridad, sus restos serían esparcidos por los campos de los alrededores, hasta ser recogidos por los atemorizados cristianos. De semejante carnicería procede, naturalmente, el nombre de nuestro enclave protagonista. El Real Monasterio Benedictino de San Claudio y su iglesia, la primera consagrada a la fe cristiana que existió en la ciudad de León, recogió y custodió durante siglos las reliquias de aquellos niños mártires, Claudio, Lupercio y Victorico. Y también las de San Vicente y San Ramiro, así como los heroicos restos de sus doce compañeros masacrados por la intransigencia fanática” (http://cosinasdeleon.com/plaza-doce-martires/).

Por consiguiente, San Ramiro y sus doce compañeros mártires, constituyen un verdadero modelo de testigos de la fe, porque esperaron, para dar testimonio de su fe, una muerte cierta.

Pilar Riestra
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