La percepción que tenemos las personas de cómo la Sociedad nos agradece nuestros esfuerzos suele limitarse a mirar el extracto bancario para saber lo que nos ha pagado ahora, pero no todo es el dinero (ni tampoco los cheques, como aclararía Manolito el de Quino). A veces sí que queda algo más, a veces tan sutil como una sombra, incluso menos. De lo que hacemos por los demás siempre se nos ‘paga’ algo, como mínimo nuestra satisfacción, nuestro orgullo quizá; en ocasiones incluso algo más, aunque no lo percibamos. Hoy, en un barrio de Madrid, se ha hecho algo positivo en ese sentido.
Algo tan etéreo y pasajero como un comentario de unos pocos minutos en una emisora de radio puede parecer tan imperceptible para la Historia como tenue es la sombra de un cristal, pero podemos encontrarnos detrás de ese comentario de apariencia superficial algo tan duro como ese cristal: pulido, casi invisible, frágil, pero duradero, casi eterno.
Durante diecisiete años Arturo Barea, bajo pseudónimo para no perjudicar a su familia española, comentó desde la BBC su visión de la actualidad española de la posguerra. Se puede decir que tenía una ideología, se puede reconocer que nunca aceptó el Régimen de Franco, pero también hay que reconocer que lo hizo sin odio y sin bajeza.
Y la débil sombra de esos comentarios, como tenían detrás un fondo moral tan sólido como un cristal, perduró en el tiempo. Su modesta fama le permitió a Arturo Barea vivir de la escritura también, y sus libros, escritos en español, vieron la primera luz en inglés. Su trilogía La forja de un rebelde no se publicó en su país hasta veinte años después de su muerte, pero llegó su día, y hoy es reconocida como una obra perfectamente comparable (vale: salvando las distancias) a los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.
¿Os habéis fijado que, en las películas de buenos y malos, los malos miran el reloj mucho más que los buenos? Eso es porque los malos tienen buenos relojes, pero los buenos tienen de su lado El Tiempo, que termina poniendo las cosas en su sitio.
Desde hoy, Arturo Barea tiene una plaza en Madrid. Es una bonita plaza, de ambiente que se podría calificar como ‘popular’, en pleno Lavapiés (el ‘Avapiés’ de La Forja), a un par de calles de donde vivió, pared por medio de donde estudió, un espacio que nunca llegó a tener nombre, formado hace unos años por el derribo de una manzana de casas… todo muy alegórico.
Alrededor de la plaza tiendas con rótulos en árabe, regentados por gente venida del Marruecos en el que sirvió como militar de la ‘potencia’ colonial durante cuatro años… que tampoco falte la ironía.
En un lateral de la plaza un monumento a Agustín Lara (no, no era la plaza de Agustín Lara: el músico tiene su calle en el distrito de Moncloa-Aravaca, que yo paso por allí a menudo), seguro que se llevarán bien.
En la tribuna de oradores dos historiadores ingleses, el embajador del Reino Unido… y una plaza llena de españoles. También muy alegórico-irónico. Y representantes de todos los partidos políticos con representación en el Ayuntamiento para resaltar que fue una decisión por unanimidad, muy de rigor.
Ni la mayoría de oradores ni el propio Arturo Barea eran creyentes, no creían que esta mañana de sábado él nos estaba viendo desde las alturas, ni siquiera gracias a que se habían despejado las nubes, por lo tanto, ¿qué sentido tienen estos homenajes que en nada alegran al homenajeado?
En mi opinión tienen mucho sentido porque, aunque al homenajeado el nombre de esa plaza le importe menos que un pimiento ya, a cualquiera de hoy en día (y de mañana y del Mañana), saber de este homenaje de hoy le explicará que la Sociedad, a veces, tarda en ser agradecida pero, si alguien trabaja por los demás, si alguien pone el bien de sus conciudadanos por delante de su bienestar, sus sacrificios no caen en saco roto, nunca.
Y eso es así para los buenos políticos, editores, religiosos, bomberos, sanitarios, maestros, pensadores de cualquier pelaje… A todos los que trabajan para el bien de la Sociedad, por el bien de ’los demás’, a todos los que tienen un sólido fondo moral en lo que hacen, este modesto homenaje a un locutor-escritor exiliado, sepultado en el anonimato durante décadas nos debe servir de estímulo, y no permitirnos el desánimo cuando nos parezca que lo que hacemos es tan aparentemente frágil y tenue como la sombra de un cristal.
Félix Ballesteros Rivas
05/03/2017
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