La percepción que tenemos las personas de cómo era el pasado y cómo será el futuro ha ido cambiando a lo largo de la historia, y es un rasgo tremendamente significativo de cómo nos sentimos en el Ahora. Y en este Ahora la tecnología está tomando un papel protagonista en este enfrentamiento, y cómo aceptemos o no su papel dice mucho también sobre cómo nos sentimos ante la Realidad.
¿Qué pensamos cada uno de nosotros sobre El Futuro? ¿Lo contemplamos con optimismo? ¿Con resignación, con temor? Seguro que tenemos una postura clara al respecto, y eso dice mucho de nosotros mismos.
Lo que suele ser común a todos, tanto los que escribimos como los que leemos estos artículos, es que pensamos en ese Futuro como algo que se estira por delante de nosotros de manera más o menos ilimitada y que, desde luego, llega mucho más allá de nuestra vista; y respecto al Pasado, tenemos una idea parecida. Pero esto no ha sido siempre así.
Es difícil suponer con posibilidades de éxito cómo se sentían nuestros antepasados Cromañones ante su Pasado y su Futuro, pero hay ciertos indicios: al igual que sus primos rubios, los neandertales, sus amuletos, enterramientos, simbolismos y decoraciones ceremoniales muestran una cierta inquietud por el ‘más allá’, y son el principal síntoma de que tenían una capacidad mental que les hacía ya dignos de que les consideremos ‘humanos’ y no tan diferentes de los que tiempo después empezaron a cultivar sistemáticamente la tierra y el ganado y establecieron la forma de vida del Neolítico que, con muchos menos cambios de lo que podría parecer, sobrevivió hasta casi la Revolución Industrial.
Tenemos, sin embargo, interesantes testimonios de cómo era la Vida en el Paleolítico, puesto que personas ‘civilizadas’ estudiaron con más o menos rigor científico la forma de vida de tribus aisladas en África o en el Mato Grosso.
Hay opiniones encontradas sobre si se puede considerar ‘civilizados’ a los primeros conquistadores españoles en América, pero las memorias de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en su libro Naufragios y comentarios, es una interesantísima y deprimente visión de cómo se vivía en esa parte de América que todavía no había aprendido a cultivar la tierra ni sospechaba que ello era posible.
En esos ‘mundos perdidos’, además de pasar un hambre constante, aunque con fases de Mucho Hambre, la concepción del transcurrir del Tiempo era cíclica: después de la primavera venía el verano, luego el otoño, el invierno, o después de la temporada lluviosa llegaba la fase seca… y vuelta a empezar. O, más precisamente, la temporada de esas bayas rojas duraba tres o cuatro semanas, y había que comer mucho porque no se conservaban, luego había que pescar en algún riachuelo porque subían los peces, y esos se conservaban unas semanas, hasta que maduraban los frutos de aquellos árboles espinosos, que si se comían antes de tiempo daban diarrea. Luego había que irse al norte a unas colinas donde se podían comer unas raíces dulces y después… se iba desarrollando el año, con fases de abundancia y de escasez, hasta volver a los valles de las bayas rojas.
En ese largo periodo que empezó en el Paleolítico, la percepción del paso del Tiempo empezó ligada a esos ciclos: el Ahora, el año actual, estaba entre otro año anterior muy parecido y otro posterior que sería más o menos igual. Y eso fue así para la mayor parte de la Humanidad hasta bien entrado el siglo XIX.
Pero una élite, los que eran capaces de almacenar comida como para sustraerse del ‘año a año’, tuvo la oportunidad de planear las cosas a largo plazo, ver las situaciones de forma integrada, de Pensar en suma. Inevitablemente, algunos tuvieron iniciativas tendentes a mejorar su vida y, los que acertaron, inauguraron El Progreso.
Poco a poco, fue mejorando la vida de algunos grupos y sociedades, las mejoras se mantenían de un año a otro y, la visión del Pasado y el Futuro Cambió: el Pasado era peor que el hoy, y por lo tanto malo y el Futuro era probablemente mejor, y por lo tanto bueno. Además, es Tiempo ya no era cíclico: era algo que avanzaba a través de años y temporadas de un ‘atrás’ a un ‘adelante’.
De una manera simplista, y con inevitables altibajos, alguno de envergadura como fue la caída del Imperio Romano, esa era la manera de pensar de la mayoría ‘educada’ hasta hace bien poco.
Pero las guerras mundiales, las crisis económicas, la superpoblación, la facilidad con que los fanáticos y los tontos adquieren poder, hacen dudar a muchos si el ayer era peor que el hoy y, sobre todo, si nuestro futuro será mejor que nuestro pasado. Seguimos moviéndonos en un superciclo que pasa por encima de años, incluso de vidas completas, pero ahora nos preguntamos, más allá de qué tal se dará la próxima cosecha, si el planeta dará de comer a la población de dentro de un siglo, o nuestros biznietos tendrán que prepararse para una generalizada pobreza energética o alimentaria o, incluso, un entorno plenamente catastrofista.
Y ahí entran en juego nuestras creencias.
En ese pasado dibujado con trazo tan grueso en los párrafos anteriores el mejor asidero fueron las religiones. Ellas, además de aportarnos la única explicación de nuestra existencia, nos apoyaban ante las dudas o los dolores sobre cosechas y sequías, nos decían que nada cambiaría por los siglos de los siglos, y nos proporcionaban una limitada esperanza de que, si nos portábamos bien, la cosecha sería abundante y no caería un pedrisco justo antes de la recolecta.
Todavía algunas pretenden que son la única esperanza que cabe tener y que todo lo que se diferencie de la sociedad de hace milenio y medio hay que eliminarlo.
Pero llegó el siglo XIX, las comunicaciones, las máquinas, la Teoría de la Evolución, y el mundo empezó a entenderse y comprenderse sin necesitar nada más allá de la Ciencia. Y hoy en día tenemos mejores comunicaciones, mejores máquinas y la nueva Fe es la Ciencia, una ciencia que lo primero que nos dice es que sus conocimientos y esperanzas no son una cuestión de fe o de creencias.
Y la mayoría de la gente no entiende la ciencia que nos está cambiando el mundo, y sólo perciben, muchos, los inconvenientes de lo que nos rodea, dando por inevitable las mejoras que hacen que, en conjunto, se viva mejor en cada momento que una década antes.
Así se da la paradoja de tecnófobos (los hay activos y los hay pasivos) que utilizan compulsivamente teléfono, Internet, trenes de alta velocidad, productos bancarios multidivisa y atontaniños (me refiero a televisiones, tablets o consolas de juegos) para que le dejen en paz sus hijos mientras ve un partido en alta definición.
La tecnología no nos va a traer un Mundo Mejor, lo mismo que las ametralladoras no nos han hecho acabar con las guerras, ni siquiera ganarlas, porque ‘dios siempre está del lado de la artillería más pesada‘. Ese mundo mejor lo tendremos que traer nosotros; La Cuestión es de si lo haremos con o sin Tecnologías Avanzadas. Un par de consideraciones al respecto en los siguientes párrafos.
Los coches son pestosos, invasivos, caros, etc., y los caballos son amigables, bonitos, nobles… no en vano el concepto de ‘caballero’ es muy superior al de ‘conductor’. Pero ¿alguien sugiere en serio que metamos varios millones de caballos en Madrid o Barcelona y los correspondientes miles de ellos en León o Astorga? Solo el darles de comer y aumentar el presupuesto para barrenderos lo hace poco sostenible. ¿De verdad queremos volver a un mundo en el que para ir de León a Madrid se tarda unos cuantos días?
¿Estamos dispuestos a prescindir de antibióticos, analgésicos, antihistamínicos, prótesis, anestesias, fertilizantes, cremas hidratantes, siliconas (de manualidades, por ejemplo), pinturas, tejidos elásticos, gominolas y gin-tonics? O, más bien, nos conformaremos con despotricar contra las industrias químicas y negarnos a que las instalen cerca de nosotros mientras sí que aprovechamos sus producciones.
Contestar a estas últimas preguntas puede ser poco significativo y, además, pueden aflorar todo un cúmulo de contradicciones. Pero hay un atajo, podemos saber lo que pensamos respecto a esas cuestiones contestando a unas preguntas que, puede parecer que no tienen nada que ver, pero en las respuestas salen a relucir nuestras creencias más profundas:
¿Pensamos que tras el Mañana hay un Pasadomañana?
¿El Futuro es algo que nos sonríe más allá de nuestra vista o, por el contrario, nos pone cara gruñona y la sonrisa la encontramos mirando hacia atrás?
Félix Ballesteros Rivas
01/02/2017
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